POPAYÁN EDUCA


Por: Eduardo Rosero Pantoja
Efectivamente, Popayán educa y obliga a ser tolerante con la cultura de los demás e, incluso, a tragarse el sapo de las manifestaciones de incultura. Que no se nos olvide que estamos en una ciudad premoderna, bien lejos de la posmodernidad, pero que por esa misma razón se convierte en un laboratorio para aprender y ello se logra hablando con la gente que la habita, visitando los museos y archivos y estudiando la bibliografía que sobre ella y sus personajes se ha escrito. Allí se aprende a convivir con la gente de diversas etnias, incluidos los indígenas (guambianos, paéces, yanaconas, coconucos,  eperas y otavalos). El espíritu de tolerancia hacia otras culturas bien se ve reflejado en el lema de la radioemisora de la Universidad del Cauca que reza: “Radio Unicauca, Estéreo, el universo sonoro de las culturas”. Y suena el Himno Nacional a las seis de la mañana, tocado por diferentes bandas y  en diversas lenguas de Colombia, inclusive en la variante del inglés sanandresano, como para recordarnos,  todos los días, que en el país nos expresamos, no sólo en castellano, sino en más de 70 lenguas indígenas, así algunas de ellas no cuenten sino con unas decenas de individuos hablantes.
Al llegar a vivir al Cauca a uno se le olvida decir, para siempre, “no sea tan indio”, esa expresión odiosa aprendida en Bogotá. Eso ocurre porque en Popayán funciona a cabalidad la multietnia y la multiculturalidad, compuesta por indígenas, mestizos, negros y hasta una minoría blanca. En Popayán no se puede decir  -y se escucharía muy mal- la horrenda frase: “pastuso tenía que ser”, porque buena parte de los alumnos  de la Universidad (que estudian medicina, ingenierías y música, entre otras facultades), proceden de Nariño y obtienen el promedio de calificaciones más alto. Espíritu de tolerancia que también se da en la Universidad Nacional de Colombia y que ojalá se imponga en todos los rincones de la patria para que podamos vivir en paz, entendiéndonos a nosotros mismos, para así poder entender a los demás. La aceptación de que hay seres diferentes, que hay que respetar, parece que es de las primeras lecciones que aprendemos en la infancia, cuando alguna vez entendimos que en la calle “nos resultan taitas”, si es que en casa no pudieron educarnos en el espíritu de la convivencia.
A Popayán, en la segunda mitad del siglo XX,  le cupo  la suerte de haber tenido el acompañamiento académico y ético del doctor Álvaro Pío Valencia, jurista y educador que influyó en la formación de generaciones enteras de jóvenes (murió en 1998). Entre sus discípulos  se encuentran intelectuales de la talla nacional de Manuel Cepeda Vargas, Álvaro Mosquera, Álvaro Delgado, quienes hicieron considerables aportes a la ciencia política, la historia y la literatura. Pero la formación que ha brindado  la Universidad del Cauca, entidad de carácter nacional, no ha sido únicamente humanística, y en diversos campos de la ciencia y la tecnología es valioso el aporte que le ha hecho al conglomerado colombiano.  Los profesores de la Universidad del Cauca, en nuestros días, buena parte son caucanos, pero otros proceden de diversos lugares de Colombia, fundamentalmente de Bogotá, Medellín, Cali y Pasto, pero también los hay del llamado Eje Cafetero, de Boyacá, Santander y de departamentos de la Costa Atlántica y los Llanos Orientales, Meta, en particular. No menos importante ha sido la presencia -constante o temporal- de docentes extranjeros provenientes de Estados Unidos, Francia, Bélgica, Suiza, Rusia, Cuba, México, Chile, Argentina, Brasil y Ecuador. En otro tiempo hubo japoneses, indios y suecos. Eso también ha contribuido al espíritu internacionalista de la Universidad, siempre abierta al intercambio de ideas con todas las naciones del mundo, independientemente, del régimen político que ellas tengan.
A Popayán lo han visitado personalidades de la altura de Noam Chomsky, eminente lingüista y politólogo estadounidense. O destacados funcionarios como Amadeu M´Bou, Secretario de la Unesco. También estuvo el Papa Juan Pablo II, durante su visita a Colombia en los años ochenta. En diversas épocas, vivieron en Popayán el inspirado poeta León Felipe o el brillante músico paraguayo Agustín Barrios “Mangoré”. También vivió en Popayán por espacio de veinte años el consagrado ensayista y humanista antioqueño, Baldomero Sanín Cano, quien influyera positivamente en las letras payanesas, al tiempo que dejó  honda huella en las letras colombianas. En Popayán vivió y creó en los años sesenta el exquisito poeta nariñense Aurelio Arturo, quien fungió de magistrado en el Tribunal de Popayán. Igualmente trabajaron los lingüistas y académicos,  Arturo Pazos Bastidas y Jaime Bernal LeónGómez, cuyas obras didácticas son ampliamente conocidas en Colombia y en el exterior. También vivió en Popayán el políglota Rafael Cabanillas, singular conocedor de lenguas clásicas y de varias de lenguas modernas.
 En Popayán se asentó hace ya casi tres décadas el reconocido poeta Giovanni Quessep, cuya influencia literaria ha sido positiva para la juventud payanesa, despertando en los jóvenes el amor por la buena poesía. De resultas de ese influjo, el poeta local, Felipe García Quintero,  ha recibido el Primer Premio de Poesía “Pablo Neruda”, en Temuco, Chile, como un reconocimiento merecido a sus aciertos literarios. Igualmente ha sido benéfica para Popayán la influencia del doctor Otto Morales Benítez, cuyas visitas académicas han mantenido el espíritu de investigación humanística de varios estudiosos de Popayán. No es menos importante el aporte de las poetisas radicadas en Popayán, como es el caso de Gloria Cepeda Vargas (Cali), de gran erudición e inspirados versos, reconocidos en Venezuela, país donde se crió, lo mismo que de Matilde Eljach (Barranquilla), una socióloga que sorprende cada vez que termina un libro de refinada poesía.
Pero aquí no se agota la contribución de la mujer ni a las letras ni a las artes, ni al desarrollo social de Popayán. Por donde uno se asome está la mujer, mostrando su belleza y feminidad, en permanente  lucha por la armonía social. Entre muchas mujeres de este talante se destaca Kuny Wübbolt, pedagoga  de origen alemán, quien ha dedicado toda su vida a mejorar las condiciones de existencia de indígenas y campesinos.
La producción de libros y ensayos no ha cesado en Popayán a pasar de la dificultad que representa el escribir y aún más el publicar. Ésta última es la mejor opción que se ha adoptado en todas partes para hacer conocer el pensamiento, aunque constituya, un verdadero estrangulamiento económico para la familia. Debo destacar las obras científicas de las ciencias sociales que con diversos títulos han salido de la pluma de Augusto Velásquez (economista), Jorge Quintero Esquivel (filósofo), Edgar  de Jesús Velásquez (historiador), Gerardo Andrade (filósofo)  Guido Barona Becerra (historiador),  Hernán Torres (antropólogo) y Zamira Díaz (historiadora), quienes han investigado a fondo la problemática socioeconómica e histórica de Popayán y de la región. A ellos se debe la formación de una verdadera pléyade de jóvenes investigadores quienes  con su ejemplo sabrán hacer nuevos descubrimientos, no sólo a partir de los libros, sino del análisis de la tradición oral. Su mérito ha consistido en el desarrollo del pensamiento social, único capaz de sacar al pueblo de la desinformación en que vive (¡feliz!) la sociedad. Y  por qué no, del oscurantismo y la superchería en que todavía se encuentra sumida.
En cuanto al análisis económico actual y perspectivas de desarrollo del Departamento del Cauca, son de obligatoria consulta los libros y ensayos del abogado y economista payanés, Fernando Santacruz Caicedo, quien ha dedicado toda su vida a dar luces sobre esta problemática. Su labor investigativa y docente  la ha adelantado en Bogotá, con esporádica presencia en Popayán. En el ámbito de la medicina y psiquiatría brilla con luz propia el eminente médico e investigador Mauro Torres -oriundo de Balboa, Cauca-  quien es ampliamente conocido en Colombia y en el mundo por sus hallazgos en el campo de la conducta humana a partir de las compulsiones adictivas. Una línea especial de sus indagaciones se centra en mostrar el daño que la historia masculina le ha causado a la humanidad,   donde la mujer ha sido discriminada por milenios.
Las obras de tipo sociológico e histórico de don Diego Castrillón Arboleda, fallecido hace unos años, son para tenerse en cuenta toda vez que queramos referirnos a Popayán y al Cauca, como herederos de la tradición española. Son interesantes sus trabajos sobre la arquitectura y las costumbres de la primera,  o a cerca de  la historia de las luchas de los indígenas para defender sus tierras y sus tradiciones. Se deja sentir en sus libros una tradición conservadurista, que es perfectamente explicable por pertenecer dicho a autor a las familias privilegiadas de la ciudad. Sin embargo, su aporte no puede ser desconocido en el momento de explorar las huellas del colonialismo español, vigentes en   la mayor parte de la historia republicana.
La vigencia del arte musical se ha mantenido gracias al Departamento de Música de la Universidad del Cauca (Conservatorio), donde distinguidos docentes han preparado varias cohortes de artistas consagrados. De ellos quiero destacar la labor coral del maestro Horacio Casas Rengifo, fundador del Coro Universitario del Cauca, quien con su dedicación ha mantenido el arte coral a la altura de los mejores del continente. Sus presentaciones son un orgullo del folclor nacional, con diversas presentaciones en Colombia lo mismo que en el Ecuador y Venezuela. En el citado Conservatorio es invaluable la presencia de maestros internacionales como los rusos Dimitri Petukhov (violinista), Verónica Saripova (violista) y de los cubanos Luis Barreto (contrabajista) y Elisa Pedroso (pianista), quienes forman instrumentistas de acuerdo a las más altas exigencias del arte clásico mundial. El acierto de haber contratado a dichos músicos se debe al doctor José Tomás Illera, otrora director del Departamento de Música en mención.
La presencia intelectual y organizativa de los indígenas se hecho sentir en Popayán desde hace 80 y arranca con el ejemplo combativo de Quintín Lame, considerado la conciencia política y social de los nativos caucanos, perseguido por el sistema político imperante, pero “nunca vencido en los tribunales”, debido a su clara inteligencia y la justeza de sus argumentos. Otros indígenas caucanos le han seguido -en mayor o menor medida- en su ideario y ellos son, entre otros, Gregorio Palechor, Antonio Quirá, Lorenzo Muelas y Floro Tunubalá, quienes contra viento y marea han luchado por sus etnias y porque se les aplique el derecho justo en sus múltiples reclamaciones.  Nos es grato constatar que tienen una organización ejemplar,  como  el CRIC, donde confluyen, en particular los guambianos y los paéces. Y mucho más loable que ellos quieren que su ejemplo organizativo sea observado y adoptado, con variaciones, por las comunidades negras que tanto necesitan de cohesión y de acción colectiva. La educación superior y la profesionalización han calado hondamente entre los indígenas, quienes a partir del estudio han mejorado su calidad de vida y se han posicionado mejor en la sociedad colombiana, pero, también a partir de la continua demanda de sus derechos inalienables como son la tierra,  el agua y el respeto por su organización social. Luchan por tener mejor vivienda, sanidad pública y la educación.
Primordial ha sido  para Popayán la presencia de la Universidad del Cauca, fundada en 1827, por Simón Bolívar y Santander. Es un establecimiento de carácter nacional, financiado totalmente por el Estado colombiano y donde se han preparado decenas de generaciones de caucanos y de gente de todo el país. Hace ya casi medio siglo que funciona el Colegio Mayor del Cauca, otra institución de Educación Superior del Cauca, también oficial y que se dedica a impartir diversas artes como el diseño, el dibujo arquitectónico y sistemas informáticos. Ya a partir de los años ochenta fue muy común que aparecieran universidades de carácter privado como la Fundación Universitaria de Popayán, la Universidad Autónoma y otras, que son subsidiarias de otras de cobertura nacional como son la Universidad Cooperativa, la Universidad Antonio Nariño, la Javeriana y otras, que mantienen programas acreditados y regulares en la capital del Cauca.
Es necesario constatar que la escolaridad es elevada en Popayán, pero lo lamentable es que debido al casi nulo desarrollo de la industria, dichos cualificados profesionales no se puedan emplear allí y tengan que irse en pos de trabajo a otras urbes o aceptar la iniquidad del desempleo. Popayán es la típica ciudad que vive de los servicios, del situado fiscal y por lo tanto está condenada a no ser ciudad pujante e innovadora. Su  futuro, como el  de otras ciudades colombianas -que están en esa condición- es incierto, por decir lo menos.
El turismo de Popayán es de temporada y coyuntural, centrado en las festividades religiosas de la Semana Santa, aunque en los últimos años ha tomado un sesgo más comercial, con ferias y exposiciones de arte. Se desaprovecha la, relativamente,  buena infraestructura y por qué no decirlo, la belleza de su arquitectura, que no irremediablemente se reduce a los templos. La misma Universidad del Cauca, debe ser un objetivo de visitas turísticas, donde se pueda admirar la belleza de sus sedes, especialmente las centrales. Lo mismo se podría decir de tantos patios solariegos, con entradas en forma de arco, fuentes de piedra y hermosos jardines, amén de hermosos  aposentos de que disponen. No en vano, el gran escritor y humorista David Sánchez Juliao, en su postrera visita a Popayán nos dijo, entre carcajadas: “Las señoras de Popayán están perdiendo mucha plata por no querer mostrar sus casas antañonas”.
Hasta años recientes funcionó en Popayán “Macondo”, la única librería de la ciudad,  con tertulia, cuyo propietario y gerente fue el filósofo Omar Lasso Echavarría. Allá podíamos ir a buscar el libro más actual y de paso a comunicarnos con interesantes interlocutores. En Macondo pudimos conocer y tratar a escritores distinguidos, de la talla de Fernando Charry Lara, quienes entraban a dicha librería como paso obligado, antes o después de sus intervenciones académicas en la Universidad. Desafortunadamente ese tipo de iniciativas, como la librería con tertulia, no funcionan en una ciudad como Popayán, donde los ingresos de los docentes son exiguos y la demanda de libros es cada vez menor por los altos precios de los mismos. De todas maneras la existencia de dicho centro cultural -algo menos de 20 años- dejó su impronta en la vida de la ciudad y hoy con nostalgia la recordamos aquellos que por su intermedio conocimos nuevos libros y entablamos nuevas relaciones intelectuales.
El periodismo en el Cauca ha estado representado, desde los años 30, por el diario “El Liberal”, adherente incondicional de todos los gobiernos. Si bien ha traído la información para el consumo local, no ha contribuido casi en nada a la culturización de esta ciudad universitaria que tanto necesita del debate de las ideas. Otros periódicos han sido un poco críticos y en este punto hay que citar publicaciones como “El Caucano” y “EL Provincial”, dados a reflejar un poco más al Cauca en su conjunto. “La Nigua” es una publicación que empezó en 2005 y tiene muchos aciertos en cuanto a denuncias, pero éstas no pasan del ámbito doméstico.
Caso aparte representó el semanario El Informativo, dirigido por don Heber Erazo, periodista de prestigio nacional. Dicho semanario  funcionó durante 10 años desde 1995, con notable éxito. Su fuerte fue la denuncia de la corrupción administrativa  y la crítica de las malas costumbres, razón por la cual  tuvo no pocos lectores desafectos. Paralelamente publicó las páginas de la Red de Lectores -fundada por el mismo periodista-  las cuales  tuvieron la mejor acogida del público por lo que entraña la lectura de nuevos libros y trabajos que conduzcan al fomento de una de las prácticas más interesantes para la educación de la gente.
Es una lástima en que la formación profesional de los payaneses no figure el estudio -a profundidad-  de la filosofía y de la economía política, lo cual, de realizarse,  daría mayor entidad a su preparación y los pondría un al nivel de otras universidades del mundo, donde las citadas materias son la piedra angular de la formación académica. Es el mal de la educación colombiana diseñada para que nuestro país tenga el estatus de dependiente, proveedor inveterado de material primas, condenado desde siempre a ser subdesarrollado en todos los campos del saber. Eso es lo que realmente nos vuelve tímidos ante otros pueblos del mundo, lo que de paso nos priva de asomarnos a otras partes para tener otras referencias de desarrollo, otra información y la preparación anímica y las agallas para sacar al país de la postración en que se encuentra, por voluntad expresa de unos archimillonarios que hacen todo lo posible para que el país no cambie para nadie, y tampoco para ellos, porque  su economía les sigue  funcionando a las mil maravillas, por cierto, de acuerdo con sus intereses egoístas.
La corrupción e ineptitud de los políticos del Cauca es de antonomasia y todavía recuerda el país la imagen ridícula del senador que dormía en las sesiones del Congreso mientras en las aldeas de su Departamento se aplicaba (en el gobierno de Guillermo León Valencia) la siniestra “ley de fuga”,  histórica antesala de los falsos positivos de la época de Gorgonio (2002-2010). Pero a pesar de todas las dificultades por las que pasa el Departamento del Cauca, por la guerra de clase que se desarrolla desde siempre, las reservas morales del pueblo caucano son considerables y tiene, en circunstancias especiales, manifestaciones de verdadero estoicismo como cuando lo aquejaron el terremoto de Popayán y alrededores, de  1983,  o la avalancha de Páez que afectó a más de diez municipios de ese departamento. El Cauca enseña no sólo desde la academia convencional sino con la actitud de la gente frente a la vida, con su constante reflexión que la lleva a encontrar salidas sabias en las situaciones más apremiantes. De verdad que el resto de colombianos deberían de asomarse al Cauca -y no sólo en Semana Santa- a ver cómo este pueblo se desenvuelve en su vida cotidiana,  donde trabaja, crea, se regocija, canta y baila durante todo el año, tratando de modernizarse, pero manteniendo sus costumbres y originalidad.

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