CARTAGENA, 31 DE SEPTIEMBRE DE 2012
Por:
Eduardo Rosero Pantoja
Ha llovido
intensamente desde la víspera. Desde el avión se ven muchos barrios inundados.
El mismo aeropuerto ha sido averiado por las lluvias torrenciales. El
Universal, habla de destrozos en numerosas casas. Posiblemente este es el pan
de cada día en época lluviosa. Suponemos que a los edificios altos, como los de
Bocagrande, no les pase nada en estas temporadas, pero no es el caso de la
mayor parte de sectores de “La Heroica”, donde el vivir es precario. En el
Corralito de Piedra, la parte tradicional y más hermosa de la ciudad, todo está en calma y, como de costumbre, se ve
el transitar de turistas que deambulan con la mayor tranquilidad por todas las
calles, como en una especie de terapia, disfrutando de un mundo absolutamente
bello y donde no pasa nada desagradable. Todo lo contrario: la belleza de mar,
el resplandor del cielo, el agua de coco, los cocteles de camarón, el pescado
frito, las butifarras, las arepas de huevo, los jugos de fruta fresca y los
raspados de hielo con almíbares, son parte de las delicias que ofrecen a tu
paso diversos vendedores.
Sobresalen las
tiendas lujosas de modas y de esmeraldas, abiertas en los horarios normales. Muchos
negocios de licores y abarrotes permanecen abiertas, casi hasta la
media noche, lo mismo que una librería selecta, que atiende hasta esas horas y
es un ejemplo de que la cultura debe ofrecerse en todo momento, por ser el pan
que nutre la mente humana, la que nunca descansa. Es muy probable que por el
calor y el magnífico ambiente -propicio para el esparcimiento- la gente se vuelva un poco bohemia,
especialmente, si miramos la conducta de los extranjeros, quienes pasean
durante toda la noche y consumen licores de diversas marcas, sin llegar a
excesos. Escuché decir a un transeúnte noctámbulo que “quien llega a Cartagena,
se descuaderna”. Aquel tendrá toda la razón, porque a nadie se le ocurre en
esta ciudad ir a rezar, aunque puede hacerlo si quiere, pues hay iglesias
abiertas hasta las primeras horas de la
noche. Lo que no se puede ser indiferente es frente a la estatua de Pedro
Claver -el protector de los negros de Cartagena- único verdadero santo de los colombianos,
hijo de aristócratas españoles- de quien
dijo el papa León XIII que era “el hombre más santo de había tenido la
humanidad, después de Jesucristo”.
No se oye de
robos en el Corralito de Piedra, ni en Getsemaní, ni en las playas de
Bocagrande, ni se ven policías en las esquinas. Claro que no dejan de circular radiopatrullas por
las calles y eso da una sensación de mayor seguridad. La gente cartagenera es
muy atenta y con gusto le dan, correctamente,
la información que uno requiere. Algunas personas, conocedoras de la
historia de su ciudad, con gusto le cuentan de los acaeceres de Cartagena a
través de la historia, especialmente, de la época del colonialismo español,
como por ejemplo, sobre la Inquisición que funcionó en palacio propio, por
espacio de casi dos siglos, persiguiendo a gente del pueblo: a rebeldes,
hechiceros y brujas. La estatua a la
India Catalina y al emblemático pájaro de la María Mulata, son dos
representaciones que se quedan también muy grabadas en la mente de los turistas,
de aquellos que se interesan por la historia y el sentir de los cartageneros. Poderosa impresión
causan las poesías de Luis Carlos López (el Tuerto López), el poeta
local quien le cantó a su ciudad en inmortales versos llenos de amor y de
crítica, los mismos que están esculpidos en piedra y adheridos a varias paredes
del centro de esta urbe.
En el túnel que
comunica la Torre del Reloj, con la
Plaza de la Paz, se venden libros usados, de la temática más variada, y donde sobresalen los dedicados a la densa
historia de Cartagena de Indias. Entre tanto, llama mucho la atención el libro
sobre Benkos Biohó (El Espartaco colombiano), escrito por Antonio Prada Fortul,
donde se da a conocer la valiente actuación de este príncipe rebelde de origen
africano (bantú) quien conformó -en los Montes de María- una verdadera tropa de esclavos que combatió
al régimen español. De resultas de su actitud rebelde, fue capturado, juzgado, luego amnistiado y, posteriormente, asesinado. Hermosa la predilección que tienen
algunas ciudades de Colombia de poner en primer plano la cultura de los libros,
como testimonio de las inquietudes intelectuales y como una invitación sutil al
diálogo con la gente inquieta, que
inevitablemente va entre tantos turistas despistados o indiferentes a los
problemas del pasado, del presente y futuro de la humanidad.
Pero es
imposible en pocos párrafos despachar toda la historia de Cartagena y la
independentista, en particular. No podemos dejar de mencionar el famoso Sitio de Cartagena, donde
todo el pueblo prefirió morir de hambre, antes que rendirse ante los españoles.
De allí el glorioso título que lleva de La Heroica. Igual ocurre con el nombre
de Simón Bolívar, a quien en 1815, le cupo el orgullo de habérsela arrebatado a
los españoles en lucha cruenta, aunque la hubiese perdido en ese mismo año,
para recuperarla en 1821. Por la contribución de Cartagena, a la causa de la
independencia, con el sacrificio de decenas de sus hijos que entregaron la vida
por la libertad, Colombia guarda un reconocimiento imperecedero con esa ciudad
martirizada, y es por eso, que en forma,
no oficial, es una especie de capital alterna de nuestra república y donde
tienen lugar importantes eventos oficiales, lo mismo que reuniones gubernativas
de carácter internacional. No menos importantes son los eventos culturales que
se realizan en dicha ciudad, como es el Festival Internacional de Cine de
Cartagena, el más antiguo de todos los de ese género, en América Latina.
Cuando uno
asciende en un medio de trasporte, por ejemplo, en una “chiva” al hermoso cerro de La Popa, no
encuentra ni vestigio de la presencia indígena en época precolombina o
posterior a ella. A duras penas sí se recuerda que en ese lugar estuvo por
algún tiempo Simón Bolívar. Ocurre lo mismo que con el famoso Monserrate, de
Bogotá, donde toda huella indígena fue desaparecida y en su lugar aparecen
flamantes templos, donde industriosos párrocos se llenan los bolsillos con el
dinero que dan múltiples negocios, que no tienen nada que ver con la historia
ni la cultura de una ciudad tan importante en el concierto nacional y
universal. Llama poderosamente la atención la exuberancia de ese cerro, de trazas
selváticas, donde se ve diversidad de árboles, por lo visto, primigenios. Lo misma se diría de la multitud
de aves y de animales que se avistan al paso. Desde allí se divisa la ciudad
que se extiende hermosa a lo largo del
litoral, con una población aproximada de
dos millones de habitantes (2012).
A una hora de
Cartagena queda el Palenque de San Basilio, donde sus pobladores -entre otros
rasgos de la cultura africana- conservan su lengua creole, una mezcla del bantú
con el castellano. Desde el Terminal de Transporte de Cartagena, se puede uno
dirigir a las 7 a.m., hacia ese rincón de la patria, donde encuentra uno de los enclaves
poblacionales más interesantes de América, con habitantes llenos de alegría, a
pesar de la precariedad en que viven. Allí hay orquestas que se presentan en
Cartagena y otros lugares, además de que es la patria chica de destacadas personalidades
del deporte, como Antonio Cervantes, el Kid Pambelé, el boxeador que ganó para
Colombia el primer campeonato mundial de pesos welter y en 14 oportunidades
defendió su título con honor. Sólo después de él, los deportistas y hasta los
escritores, pensaron en que era perfectamente posible destacarse a escala
mundial. A las hermosas negras de Palenque de San Basilio las podemos ver
vestidas, con todas sus galas, ofreciendo sus frutas en algunas bocacalles del
Corralito de Piedra o vendiendo sabrosas
confituras en la Plaza de los Dulces, como es el caso de mis entrañables amigas
Elvia y Mercedes, quienes -cuando yo llego a su puesto- se dirigen a mí por mi
nombre, después de no verme por años.
Los bailes
tradicionales de la costa del Caribe como la cumbia, el porro y el mapalé, se
pueden admirar -al caer la noche- en la plaza que queda al frente del Museo del
Oro. Son esas danzas el atractivo
artístico más diciente de la cultura popular y las brinda, gratuitamente, la municipalidad de
Cartagena. Están representadas por diversos grupos de
bailarines de la más alta calificación. Es tanta la emoción que siente la gente
colombiana y extranjera al ver dichos grupos artísticos que les piden repetir
sus bailes y al final les dan unas monedas para apoyar su arte. Imposible
imaginarse a Cartagena de Indias sin la dinámica de sus danzas, justamente
donde el mar golpea con furor sus playas y la naturaleza bulle de energía. Si
uno no sufre transformaciones en su psiquis, durante los días en que se
encuentra en Cartagena, es prueba de que está ya medio muerto o se prepara para
que lo despierten en los infiernos. Cómo nos hace de falta a los colombianos
del interior meternos en la lúdica del baile, aquella que nos quita la torpeza
de nuestros movimientos.
Cuando uno viaja
en los buses urbanos -y lo hace de extremo a extremo de la ciudad- se ven, a la par de los grandes edificios administrativos
y residenciales, casas de barrios humildes, con mucha gente desocupada, la
misma que perfectamente podía estar trabajando, si no imperara en Colombia el
sistema injusto donde pocos trabajan como esclavos y reciben, a cambio, una mísera remuneración. Esto ocurre, a
despecho de que Cartagena es una ciudad turística por excelencia y constituye
un puerto dinámico del Caribe colombiano, por donde se exportan petróleo,
aceite, café, madera, ganado y piedras preciosas. Es posiblemente Cartagena la
ciudad, que a simple vista, presenta el mayor grado de contrastes entre la
gente que todo lo tiene y la que no tiene nada. Desde el fondo del alma
queremos que esa situación no se mantenga por más tiempo, porque La Heroica se
merece la mejor suerte, es la ciudad de nuestros pensamientos y donde viven
entrañables amigos como los hermanos Juancho y Jorge Nieves (distinguidos
músico y literato, respectivamente), Germán Mendoza Diago y Libardo Muñoz
(periodistas de El Universal) y la matrona Alicia Zarruk, propietaria de tres
orquestas de música tropical que alegran la vida del litoral atlántico y,
eventualmente, del centro de Colombia.
Siempre me iré
con nostalgia de dejar a Cartagena, más todavía cuando -por primera vez- tuve
la dicha de visitarla con mi familia, aprovechando todos los minutos para
poderla disfrutar inteligentemente.
Muchas cosas hay que aprender de la historia de La Heroica y por eso vale la
pena que nos preparemos para una próxima visita, documentándonos debidamente.
Mientras tanto, les deseamos ventura a los cartageneros y mucho progreso y paz a
esa ciudad encantadora. Un saludo para Dercy, la camarera del Hotel Marlyn,
para Jesús, su cocinero, y para Yamil su recepcionista. A ellos les corresponde
seguir fortaleciendo la imagen de Cartagena como ciudad culta y acogedora.
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