EL COMPAE FELIPE, UN RECUERDO AMABLE
Por:
Eduardo Rosero Pantoja
“Oiga compae Felipe/tóqueme ese bambuquito
aquel de la canoíta/ con inditos de mi patria,
bambuco de claro río/donde se baña mi negra
que es río de pescadores/del Yuma o Magdalena”.
(E.R.P.)
El ocho de
noviembre de 2012 ha muerto en Bogotá el destacado artista Lizardo Díaz (Felipe),
del dueto cómico-musical “Los Tolimenses”, quien le diera brillo al folclor
colombiano, tanto dentro de la patria como en el exterior. Oriundo de Baraya,
población del norte de Huila, ingeniero de profesión por la Escuela de Minas de
Medellín, destacado músico, humorista, excelente relacionista y buen manejador
de la pluma. Pero sobre todas las cosas un hombre decente, esposo de Raquel
Ércole y padre de Patricia, ambas artistas de reconocida fama. El dueto de
Emeterio y Felipe “Los Tolimenses”, se conformó en Medellín en los años
cincuenta, mientras ellos eran estudiantes de música e ingeniería,
respectivamente, y de una vez aparecieron con un estilo artístico e indumentaria
que nunca cambiaron. Muy pronto se impusieron en la radio y luego en la
televisión, donde el público los esperaba todas noches para disfrutar de su
picante humor regional y de sus hermosas canciones. No puedo olvidar que hacia
1954 conoció toda Colombia el bambuco “Canoíta”, grabada con las voces, todavía
juveniles de ese grupo. Esa canción se nos
metió muy adentro de nuestro cerebro por su romántica letra y su bella melodía.
Luego vinieron “Claro río” (bambuco), Plenilunio (pasillo), “El regreso de José
Dolores”(bambuco) y muchas otras, de
grata recordación.
Con frecuencia
viene a nuestra memoria el chiste de
Emeterio sobre el tuerto Epaminondas, quien, según el cómico, repetía, una y otra vez, “¡Gracias a Dios!”,
“¡Gracias a Dios!, sin saberse a qué se
debía tanto agradecimiento. Inquieto por esto, Emeterio le pregunta a
Epaminondas, el por qué de su reiterada expresión y éste le responde: “Gracias
a Dios que me chucé en una estaca, porque si hubiera sido en una horqueta,
habría quedado ciego de los dos ojos”. Felipe hacía el papel secundario en las
escenas cómicas del dueto, pero con mucha galanura e inteligencia, tratando de
“llevarle el agua al molino” a su
compañero de tablas. Por cierto que conocí a ese dueto en el Radioteatro de la
Emisora Nueva Granada, cuando los presentadores del programa estelar de la
noche eran Enrique Pérez Nieto y Sofía Morales y donde se presentaban artistas
consagrados como el maestro Jaime Llano y su orquesta. No puedo olvidar que un
día salió Emeterio, a la carrera, al
escenario de ese radioteatro con un machete de cuatro metros de largo que le
había regalado Incolma, la pujante
fábrica manizalita de herramientas. Casi que hubo pánico en ese recinto, cuando
apareció Emeterio, persiguiendo a
Felipe, como para “darle planazos”.
Fue memorable la
velada de 1964 cuando Emeterio y Felipe presentaron en dicho escenario al
médico compositor Jorge Villamil, todavía desconocido en el ámbito musical
colombiano. Con antelación nuestros artistas de marras habían grabado varias de sus canciones como
el pasillo “Espumas”, el bambuco “La Zanquirrucia” o el vals “Oropel”, obras de tanto brillo, que
inmediatamente lo consagraron como gran compositor. Fue él quien dio a conocer, de la mano de “Los Tolimenses”
el alma musical del Huila (Tolima
Grande), hecho que lo llenó de fama por
todo el continente y, aun, más allá. Con sus acertadas interpretaciones,
Emeterio y Felipe, se distinguieron, además, por divulgar las obras de otros
compositores de su región, en una búsqueda constante de canciones originales
que se habrían perdido, si no hubiera mediado su acción.
En 1967, con
motivo del Festival de Verano de Moscú, pude ver a “Los Tolimenses” y hablar
con ellos en el hotel “Ucraína”, donde, a propósito residía Elena Zhidkova, mi
compañera de estudios, de nacionalidad búlgara. Ellos gentilmente le tocaron
unas cuantas canciones en su suite y acto seguido su padre, representante de su
país en el CAME, nos invitó a todos a un agasajo. Esa fue la oportunidad para
invitar a Emeterio y Felipe a que visitaran nuestra Universidad de la Amistad,
donde les ofrecimos un almuerzo y alegres departimos toda una tarde en la
habitación de la médica Mady
Fuerbringer, una putumayense de padre alemán y madre indígena. En los días siguientes
pudimos admirar a nuestros artistas en varios teatros de Moscú, donde alegraron
a los moscovitas con sus chistes y con sus hermosas canciones, una de ellas
traducida al ruso, como fue el caso del bambuco “Agáchate el sombrerito”.
Según trascendió,
esa participación de “Los Tolimenses” en el Festival de ese año,
se debió al presidente Carlos Lleras Restrepo, quien sabía de la prestancia de
esos artistas y la importancia que tenía su intervención en aras de fortalecer
las relaciones colombo-soviéticas, apenas reanudadas el año anterior, bajo su
iniciativa. Tres meses estuvieron “Los Tolimenses” en la Unión Soviética,
presentándose en diversos escenarios de las 15 republicas que la integraban.
Desde allá escribía Felipe cumplidas corresponsalías para el periódico El
Espectador, donde el autor daba cuenta de todos sus conciertos y de los éxitos
que cosechaban en esas lejanas, pero receptivas tierras, donde la gente sabía
valorar el arte de todos los pueblos del mundo y, muy particularmente, el de
los países de América Latina y del Caribe, por los que sentía especial
simpatía. En dicho periódico vi figurar mi nombre, mentado por el amable y generoso
Felipe, a propósito de la cálida
bienvenida que les dimos a nuestros queridos artistas en la Universidad más
popular del Tercer Mundo, la otrora “Patrice Lumumba”.
Pero Emeterio y
Felipe no se quedaron con la radio, sino que apenas apareció la televisión en
1954, también incursionaron en ella, con todo éxito, lo mismo que en el cine.
Tuvimos el gusto de verlos figurar en películas como “El embajador de la
India”, “Amenaza nuclear” y “Y la novia
dijo”, donde supieron poner todo su talento, tanto en la parte cómica como en
la interpretación de sus canciones, todas inspiradas en los aires y temáticas
regionales. En todas partes fueron unos triunfadores, sobre todo cuando se
convirtieron en artistas exclusivos de Bavaria. No hubo departamento de
Colombia que no los viera y no sólo en su capital sino en relegados municipios.
En todas partes los aplaudían y los trataban con inmenso cariño brindándoles su
abrazo y ofreciéndoles sus sabrosas viandas. Se convirtieron en ídolos
nacionales y la gente repetía sus chistes en cualquier parte de la república,
por cierto, asaz picantes, donde se reflejaba el ingenio del pueblo, campesino
y citadino. Sin ninguna duda fueron “Los Tolimenses” los primeros en introducir
en su humor, la temática del sexo, uno de los asuntos vedados en nuestra
sociedad, por siempre pacata. Más aún si nos remontamos a los años 50 donde el
dominio de las conciencias ciudadanas, por parte de los clérigos, era casi absoluto. No puedo dejar de recordar
el chiste de Emeterio a este propósito: “Lo que hicimos anoche entre las
sábanas, no tiene nombre”, dijo mi novia. Y yo le respondí, “Ni tampoco apellido,
porque yo me vuelo…”. Sin embargo, doña Raquel Ércole, la viuda de Felipe contó,
en estos días, que los prelados también
gozaban de los chistes de “Los Tolimenses” y eran parte de su audiencia
obligatoria. Recuerdo también que mi abuela los oía y, cuando ellos se
propasaban en su descaro, prometía no
volver a oír “a esos viejos verdes”, pero, en breve, la volvíamos a ver
oyéndolos y riéndose a carcajadas.
Hacia los años
ochenta vi que en un supermercado de
Bogotá vendían 20 discos de larga
duración con las canciones y chistes de “Los Tolimenses”, pero
desafortunadamente no tuve el dinero para comprarlos en ese momento. Bella
oportunidad la que perdí, porque como dialectólogo quise dedicarme, con todo el
entusiasmo, a estudiar los regionalismos y el idiolecto de estos cómicos singulares. Años después
supe, con mucha alegría, que un profesor universitario ya había hecho esa
valiosa tarea cuando publicó un libro, que desafortunadamente no conozco
todavía. Es que el trabajo folclórico de Emeterio y Felipe debe ser estudiado
con toda meticulosidad, por el enorme caudal de información antropológica y
cultural que él comporta. Con frecuencia se siente -en la llamada academia- cierto tufillo de superioridad frente a estas
manifestaciones de la cultura, como si las grandes obras maestras, de todas las
artes, no tuvieran su origen en manifestaciones vernáculas.
He pensado,
desde hace años, que el estilo de estos artistas, definido y uniforme -desde el
comienzo- lo mismo que el contenido de sus coplas y, de buena parte de sus
chistes, es como si fueran el producto de la lectura cuidadosa de “Yo he visto
el Moján” una obra extensa -en varios tomos-
que se publicó en los años 50 y que ya no se conserva en ninguna
biblioteca. No nos cabe duda que los departamentos de Huila y Tolima, son un
filón del folclor colombiano y por tratarse de tamaña heredad, debemos
estudiarla y conservarla. El eminente historiador y lingüista Pedro José Ramírez
Sendoya, autor del “Refranero comparado del Gran Tolima”, del “Diccionario
indio del Gran Tolima” -y de otras
tantas investigaciones- nos dice al respecto: “El Tolima es corazón. Si se
desangra, sucumbe el país. Vigorizarlo, es hacer patria”. La obra del dueto cómico-musical
“Los Tolimenses” está plenamente en la línea de las sabias recomendaciones del
citado humanista oriundo de Garzón, Huila, y de allí su valor para los
investigadores de las letras nacionales.
Considero que el
máximo homenaje póstumo que le podemos hacer al duelo “Los Tolimenses” y, en
particular a Felipe, es estudiándolos.
Primero oyendo las canciones y luego analizando su aporte al folclor. Ellos
fueron consagrados intérpretes de los aires regionales y también destacados
compositores. Emeterio estudió música y tocaba la guitarra con propiedad, hacía
la segunda voz. Felipe, alejado de la ingeniería de minas, tocaba el tiple como
un maestro y hacía la primera voz. Los chistes los encabezaba el talentoso y
desabrochado Emeterio y le secundaba el sabio y socarrón Felipe, de la escena.
Aunque bien es sabido que, en la vida
real, Emeterio era un hombre retraído y
amargado y Felipe una persona
extrovertida y alegre. Cómo no rematar este escrito con la última
anécdota de Felipe, contada por su esposa y que ocurrió a pocas horas de su
deceso, en el momento en que el
sacerdote le aplicaba la extremaunción (los santos óleos). El caso es que
Felipe se incorporó, momentáneamente, y les dijo a los circunstantes (esposa, hijos, nietos y
bisnieto): “Bueno, ¿Y dónde está el muerto?” Humor del bueno, aquel que debe
mantenerse hasta el último suspiro de nuestra vida, porque es la única
salvación posible frente a todas las inclemencias y que está llamado a ser el lenitivo de las incontables frustraciones humanas.
Muy hermoso texto. Solo una pequeña corrección. La gira de Los Tolimenses en la Unión Sovietica fue en el verano de 1968, hay una postal de Emeterio que así lo prueba.
ResponderEliminarLas relaciones diplomáticas entre Colombia y la Union Sovietica fueron restablecidas en plena medida el 19 de enero del año 1968, a iniciativa del Gobierno de Colombia, habían estado suspendidas desde 1948 a raíz del 9 de abril. El Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la URSS en Colombia Nikolai Beloús llegaba a Bogotá el 10 de mayo del mismo año. Y el 3 de junio eran firmados el nuevo “Convenio Comercial” y el “Protocolo sobre la organización de la Representación Comercial de la URSS en la República de Colombia y del Departamento Comercial de la Embajada de la República de Colombia en la URSS”. En desarrollo de la apertura de relaciones, el gobierno colombiano de Lleras Restrepo patrocinó la gira de 3 meses de Los Tolimenses en varias repúblicas soviéticas.
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