COBARDÍA Y SED DE SANGRE


Por: Eduardo Rosero Pantoja
Con alborozo informaron los medios, que ayer, dos de diciembre de 2012, a la madrugada,  en Ricaurte, Nariño,  (País de los indígenas Awá o Kwaiker), han sido muertos 20 guerrilleros por bombardeos de la aviación  colombiana. El general Leonardo Barrero habla de un “excelente trabajo” de las fuerzas aérea, naval y del ejército, para arrasar con tres campamentos de la subversión, cada uno con 25 miembros. Agrega el militar  que en la “heroica acción” murió el cabecilla llamado Guillermo Pequeño (¿David frente a Goliat?). Con estos insumos, la mayoría del pueblo colombiano ya tiene para alegrarse todo el día, porque la opinión la imponen los medios, que son los voceros directos de los  dueños de poder. Después de los sistemáticos bombardeos nocturnos a Londres, por parte de Hitler, pareciera ser que el mundo se acostumbró a los bombardeos no sólo de alemanes, sino de estadounidenses,  israelíes y de la fuerza aérea colombiana, a cualquier tipo de población, en el más flagrante acto de cobardía que implica esa acción  desproporcionada,    por cierto,   condenada por el Vaticano y por la sociedad mundial. Sería una valentía que esas extraordinarias fuerzas conjuntas dieran caza, o hirieran, o mataran con bala a esos guerrilleros, tal como lo ordenan las mismas leyes de la guerra (¡Sí señores, la guerra tiene leyes!). Ahora que llega a Colombia una delegación del Consejo Interamericano de Defensa de los Derechos Humanos (del 3 al 6 de noviembre), por qué nuestros juristas no le hacen saber de esta nueva actuación desmedida de la fuerza pública en las selvas de Colombia, donde el fuego coheteril acaba la vida de seres humanos, de animales y plantas. Sorprende que los mismos guerrilleros no denuncien estos actos de barbarie por parte del Estado, ni siquiera cuando tienen la oportunidad de hacerse oír en los diálogos que sostienen con su contraparte en La Habana. A ellos, por lo menos, debería causarles indignación este nuevo crimen de lesa humanidad. Pero también debería de indignarlos  que el presidente Santos llore de felicidad cuando sabe de la muerte de algún cabecilla de la insurgencia, como cuando conoció  del acribillamiento de  Alfonso Cano.
Vale la pena comentar que el citado general dijo que continuaban las operaciones militares en la región. Cabe pensarse, ¿nuevos bombardeos,  con nuevas “acciones heroicas”?. Por lo pronto, funcionarios de la fiscalía han hallado a una enfermera y a una radiooperadora  muertas y varios cuerpos destrozados. Agrega el militar que es una penosa labor  de  identificación entre “la partes humanas encontradas”. No sé si esté conmovido el general de su propio terrorismo, pero parece que el militar nunca pierde del todo su condición de humano. Entre los restos del bombardeo también han encontrado cadenas, las que hablan a las claras de la presencia -actual o pasada- de retenidos o secuestrados. Ante la pregunta sobre este tema, de parte del periodista radial, el general se apresuró a decir que no hubo ninguna afectación de civiles. Las “exhaustivas investigaciones” que vendrán después de la masacre de turno, realizada por las fuerzas armadas, terminarán birlando la verdad, como ha ocurrido siempre, tal como elocuentemente se dice en “Cien Años de Soledad”: “Aquí no ha pasado nada”. Por demás es absolutamente injusto que los indígenas Awá, dueños de una de las lenguas más bellas de Colombia,  sufran otro bombardeo, con nuevos desplazamientos y angustias.  Que no se nos olvide que dicha etnia es una de las más perjudicadas por la inequidad social, donde el promedio de vida de sus habitantes es de 33 años, producto del mal comer y del alcoholismo que fomenta el mismo Estado, como sedante del hambre que ellos padecen secularmente. Si el pueblo de Nariño fuera consciente de lo que le está ocurriendo, en su propio suelo,  con un pueblo entrañable como el Awá, se levantaría -como un solo hombre- a proteger sus derechos. Pero no es así. El gran País de los Pastos dejó de ser valiente desde que cambió su propia identidad para tomar el apellido de un personaje que holló su honor en un momento de la historia patria y “los muy nobles y muy leales” ahora se llaman hijos del Departamento de Nariño. ¿Ironías de la vida o imperdonable tontería?

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