MIS RECUERDOS DE YURI GAGÁRIN
Por: Eduardo Rosero Pantoja
Desde su lecho de enferma terminal mi madre me dijo aquel 12 de abril de 1961: “Escucha: los rusos acaban de lanzar el primer hombre al Cosmos: su nombre es Yuri Gagárin”. Todo el mundo empezó a pronunciar ese nombre en diversas lenguas. Inmediatamente se conoció su rostro con su amplia y hermosa sonrisa. Se convirtió en el hombre más famoso de esos tiempos por encima de todos los reyes, presidentes y beldades, por que estaba simbolizando en comienzo de una nueva época en la historia de la humanidad. Así lo reconoció la prensa mundial y así lo reafirma hoy la sesión solemne de la Asamblea General de la ONU, reunida hoy 50 años después. El nombre de Yuri se lo dieron inmediatamente a más de un niño, entre ellos a su sobrino que ahora es químico distinguido y quien lo lleva con orgullo, no sólo en nombre de los cosmonautas, sino de todos los rusos.
Había nacido Gagarin en Kliúshino, provincia de Smolénsk, Rusia, el 9 de marzo de 1934, en el seno de una familia obrera. De su biografía se sabe que su papá fue carpintero de profesión (como san José) y su mamá, también obrera y voraz lectora quien transmitió ese bello hábito a sus cuatro hijos. Ambos padres eran trabajadores de una granja colectiva. Yuri hasta los 20 años había sido obrero metalúrgico, cuando entró en el aeroclub de Sarátov a aprender a pilotar naves ligeras y que luego, en 1955 ingreso a la Escuela Militar de Pilotos de Orenburgo, la misma que concluye en 1957, cuando se casa. En 1959 se presenta como candidato al primer vuelo espacial, del que forman parte 20 jóvenes que son sometidos a pruebas físicas y psicológicas, dentro del programa espacial soviético dirigido por el eminente sabio Serguéi Korolióv. Y así, en la fecha y hora prefijada, Gagárin fue lanzado al espacio, sólo que un segundo antes de lo acordado, como rememorando aquel “pequeño” detalle de la Revolución de Octubre que se hizo un día antes de lo acordado. Entonces la orden fue de Lenin.
Cuando Moscú tuvo la noticia de que un hombre ruso estaba en órbita circunterrestre y de que pronto regresaría a la superficie para ser recibido apoteósicamente en la Plaza Roja, toda la gente de la ciudad salió a recibirlo y abrazarlo, y según palabras de mi mujer rusa: “ese día nadie pidió permiso para salirse de la escuela para ir a ver al héroe”. Todo el mundo en Moscú hizo lo propio desde su oficina, su ministerio, fábrica o comercio. La alegría fue general y el orgullo de los rusos estuvo en alza. Mientras tanto los gringos quedaron estupefactos y casi descompuestos frente a una nación que ellos veían por encima del hombro y hasta comentaban, sin sonrojarse, diciendo que “los rusos eran unos campesinos con armas atómicas”. Ni más ni menos que Moscú “la mayor aldea del mundo”, según palabras de los mismos rusos, le había dado la sorpresa a Occidente. No en vano la nave que llevó al espacio abierto a Gagárin se llamó “Voskok” que significa “Oriente”, como simbolizando, de momento, la superioridad de ese hemisferio frente al otro.
Desde el instante en que ocurrió el regreso de Gagárin a la superficie terrestre muchas cosas fueron nuevas: por él se supo que el Universo era completamente silencioso y oscuro; que más allá de las nubes, en la órbita circunterrestre -en la equigravisfera- no están ni Dios ni el Diablo- según acertado comentario del mismo piloto-cosmonauta. El vuelo de Gagárin se convirtió en fuente de inspiración de sabios, técnicos, músicos, poetas, escultores, etc.. Por supuesto que la misma preparación del vuelo implicó investigación y devino en descubrimientos en los campos de la física, la química, la biología, la medicina. Se inventaron nuevos alimentos, vestuarios, se fomentó el diseño de nuevas naves, armas, etc. Como ya se dijo: la gente fue testigo del nacimiento de una nueva era. Y comenzada -justamente- por los rusos, los vilipendiados rusos, de quienes se pensaba que todavía vivían en estado salvaje, hasta se decía que se comían los niños, tal como lo afirmaban revistas tipo Selecciones del Reader’s Digest.
Cuando fui a estudiar a Moscú mi profesión de filólogo, tuve la oportunidad de conocer personalmente a Gagárin en septiembre de 1967, en la famosa Casa de la Amistad, ubicada en el centro de Moscú, de estilo oriental, la misma que había sido residencia del magnate ruso Sabas Morózov, amigo personal de Lenin. En dicha casa-palacio era común encontrarse con personalidades de talla mundial como Mijaíl Shólojov, premio Nobel de literatura o como Aram Khachaturián, eminente compositor armenio. Ese día de otoño estaba -para nuestra fortuna- el mismísimo Yuri Gagárin, alegre y humildemente -como era él- repartiendo cerveza checa a los invitados, en esa oportunidad modestos estudiantes del tercer mundo. La gente ya se había acostumbrado a ver en este cosmonauta pionero al joven jovial y sencillo que siempre fue, independientemente de que era por ese entonces el hombre más famoso del planeta.
Y a pesar de haber sido tan famoso el mismo sistema social y político no fue capaz de haberlo cuidado, a pesar del intento del gobierno de impedir que Gagárin expusiera su vida al peligro. Tenía prohibición expresa de pilotar naves, aviones y hasta de conducir automóvil, pero él insistió para que se le restituyera su derecho de ser piloto. Lo logró pero para su propia perdición. En su momento se decía que su fama lo había hecho débil frente a las mujeres -quienes lo asediaban- y al alcohol. Cuando él pereció en un accidente el 27 de marzo de 1968, cerca de Moscú, hasta se dijo que había salido temprano en la mañana en unión avión caza, bajo efectos del coñac, dirigiéndose a visitar a una amiga que estaba de cumpleaños. Sin embargo una comisión que investigó durante siete años el desastre aéreo concluyó que fue una fallida maniobra la que causó la muerte del piloto y del copiloto del Mig-15 en el que volaban. Mucho se lamentó el mundo esa muerte.
A propósito de esa fecha luctuosa mucho recuerdo que esa tarde yo iba a clase de literatura rusa cuando escuché la infausta noticia, la misma que tuve que transmitirle, a media voz, a mi compañera de estudios, la japonesa Kádzuko Kamogaba, quien había sido su novia -en otra época- cuando Gagárin visitaba el Japón. Ella se conmovió tanto que quedó inmóvil y por varios días cayó en el mutismo más grande. Después, Kádzuko tuvo la gentileza de mostrarme algunas fotos donde los dos están juntos, una de ellas donde los dos posan recostados en el césped de la casa de ella en Tokio. Sin duda que Gagárin era un inquieto piloto, muy noviero, razón por lo cual tuvo -desde el comienzo de su fama- fuertes problemas con su mujer. Hasta se cuenta que un día ésta lo pilló en Crimea y él tuvo que lanzarse de un segundo piso para no haber sido cogido in flagranti. A consecuencia de ese lanzamiento -casi espacial- estuvo a punto de morir, pero lo salvaron y después le hicieron cirugía plástica para que no quedara con cicatriz en al ceja izquierda. De eso hay registros fotográficos que años después fueron conocidos en todas partes.
Gagárin escribió un libro sobre sus experiencias aeroespaciales que se llama “Camino al Cosmos” que ha sido muy leído por expertos aviadores y por profanos. Son palabras memorables de él: ¡Poiékhali! (¡Vámonos!), voz proferida en el momento en que le dieron la largada hacia el espacio abierto. Dentro de la nave “Vostok”, Gagárin pronunció sus memorables palabras, que son una verdadera profesión de fe ecologista: :¡Pobladores del mundo!: salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”, Gagarin visitó treinta países, entre ellos América: estuvo de los Estados Unidos y Cuba, entre otros. En este último se fotografíó con los líderes de la Revolución Cubana, Fidel Castro y Ernesto Guevara, con quienes compartió mementos de inmensa alegría fraternal, como comunista e internacionalista que fue. La memoria de Gagárin quedará por todos los siglos, no sólo como símbolo de una humanidad en progreso ascendente, sino como clara demostración de que el socialismo, cuando tiene una juiciosa conducción, es capaz de llegar a las metas más altas en aras de la felicidad y la armonía de los hombres, dispuestos a poner todas las fuerzas planetarias al servicio de toda la gente, sin excepción. Para ese fin, la educación debe tener un sitio privilegiado. Y citando a nuestro distinguido compatriota Diego Luis Córdoba: podemos concluir este escrito diciendo que “con la educación se llega a la libertad y con la ignorancia se desciende a la esclavitud”. ¿Qué tanto nos habremos movido los colombianos -después de Gagárin- en el camino de la conquista del Cosmos? La respuesta esta clara. No se dice por vergüenza.
Coletilla:
Marina, la hija de Gagárin, en 1979, hacía especialización en economía en un instituto superior de economía de Moscú, con mi amigo el bogotano Jorge Cortés Amador, fallecido en Londres, prematuramente. El nombre de Marina, fue conocido en el mundo hace unos días cuando ella patentó la marca de Gagárin por más de 1.5 millones de dólares, con el objeto de que avivatos no usufructúen de balde el nombre de su padre.
Desde su lecho de enferma terminal mi madre me dijo aquel 12 de abril de 1961: “Escucha: los rusos acaban de lanzar el primer hombre al Cosmos: su nombre es Yuri Gagárin”. Todo el mundo empezó a pronunciar ese nombre en diversas lenguas. Inmediatamente se conoció su rostro con su amplia y hermosa sonrisa. Se convirtió en el hombre más famoso de esos tiempos por encima de todos los reyes, presidentes y beldades, por que estaba simbolizando en comienzo de una nueva época en la historia de la humanidad. Así lo reconoció la prensa mundial y así lo reafirma hoy la sesión solemne de la Asamblea General de la ONU, reunida hoy 50 años después. El nombre de Yuri se lo dieron inmediatamente a más de un niño, entre ellos a su sobrino que ahora es químico distinguido y quien lo lleva con orgullo, no sólo en nombre de los cosmonautas, sino de todos los rusos.
Había nacido Gagarin en Kliúshino, provincia de Smolénsk, Rusia, el 9 de marzo de 1934, en el seno de una familia obrera. De su biografía se sabe que su papá fue carpintero de profesión (como san José) y su mamá, también obrera y voraz lectora quien transmitió ese bello hábito a sus cuatro hijos. Ambos padres eran trabajadores de una granja colectiva. Yuri hasta los 20 años había sido obrero metalúrgico, cuando entró en el aeroclub de Sarátov a aprender a pilotar naves ligeras y que luego, en 1955 ingreso a la Escuela Militar de Pilotos de Orenburgo, la misma que concluye en 1957, cuando se casa. En 1959 se presenta como candidato al primer vuelo espacial, del que forman parte 20 jóvenes que son sometidos a pruebas físicas y psicológicas, dentro del programa espacial soviético dirigido por el eminente sabio Serguéi Korolióv. Y así, en la fecha y hora prefijada, Gagárin fue lanzado al espacio, sólo que un segundo antes de lo acordado, como rememorando aquel “pequeño” detalle de la Revolución de Octubre que se hizo un día antes de lo acordado. Entonces la orden fue de Lenin.
Cuando Moscú tuvo la noticia de que un hombre ruso estaba en órbita circunterrestre y de que pronto regresaría a la superficie para ser recibido apoteósicamente en la Plaza Roja, toda la gente de la ciudad salió a recibirlo y abrazarlo, y según palabras de mi mujer rusa: “ese día nadie pidió permiso para salirse de la escuela para ir a ver al héroe”. Todo el mundo en Moscú hizo lo propio desde su oficina, su ministerio, fábrica o comercio. La alegría fue general y el orgullo de los rusos estuvo en alza. Mientras tanto los gringos quedaron estupefactos y casi descompuestos frente a una nación que ellos veían por encima del hombro y hasta comentaban, sin sonrojarse, diciendo que “los rusos eran unos campesinos con armas atómicas”. Ni más ni menos que Moscú “la mayor aldea del mundo”, según palabras de los mismos rusos, le había dado la sorpresa a Occidente. No en vano la nave que llevó al espacio abierto a Gagárin se llamó “Voskok” que significa “Oriente”, como simbolizando, de momento, la superioridad de ese hemisferio frente al otro.
Desde el instante en que ocurrió el regreso de Gagárin a la superficie terrestre muchas cosas fueron nuevas: por él se supo que el Universo era completamente silencioso y oscuro; que más allá de las nubes, en la órbita circunterrestre -en la equigravisfera- no están ni Dios ni el Diablo- según acertado comentario del mismo piloto-cosmonauta. El vuelo de Gagárin se convirtió en fuente de inspiración de sabios, técnicos, músicos, poetas, escultores, etc.. Por supuesto que la misma preparación del vuelo implicó investigación y devino en descubrimientos en los campos de la física, la química, la biología, la medicina. Se inventaron nuevos alimentos, vestuarios, se fomentó el diseño de nuevas naves, armas, etc. Como ya se dijo: la gente fue testigo del nacimiento de una nueva era. Y comenzada -justamente- por los rusos, los vilipendiados rusos, de quienes se pensaba que todavía vivían en estado salvaje, hasta se decía que se comían los niños, tal como lo afirmaban revistas tipo Selecciones del Reader’s Digest.
Cuando fui a estudiar a Moscú mi profesión de filólogo, tuve la oportunidad de conocer personalmente a Gagárin en septiembre de 1967, en la famosa Casa de la Amistad, ubicada en el centro de Moscú, de estilo oriental, la misma que había sido residencia del magnate ruso Sabas Morózov, amigo personal de Lenin. En dicha casa-palacio era común encontrarse con personalidades de talla mundial como Mijaíl Shólojov, premio Nobel de literatura o como Aram Khachaturián, eminente compositor armenio. Ese día de otoño estaba -para nuestra fortuna- el mismísimo Yuri Gagárin, alegre y humildemente -como era él- repartiendo cerveza checa a los invitados, en esa oportunidad modestos estudiantes del tercer mundo. La gente ya se había acostumbrado a ver en este cosmonauta pionero al joven jovial y sencillo que siempre fue, independientemente de que era por ese entonces el hombre más famoso del planeta.
Y a pesar de haber sido tan famoso el mismo sistema social y político no fue capaz de haberlo cuidado, a pesar del intento del gobierno de impedir que Gagárin expusiera su vida al peligro. Tenía prohibición expresa de pilotar naves, aviones y hasta de conducir automóvil, pero él insistió para que se le restituyera su derecho de ser piloto. Lo logró pero para su propia perdición. En su momento se decía que su fama lo había hecho débil frente a las mujeres -quienes lo asediaban- y al alcohol. Cuando él pereció en un accidente el 27 de marzo de 1968, cerca de Moscú, hasta se dijo que había salido temprano en la mañana en unión avión caza, bajo efectos del coñac, dirigiéndose a visitar a una amiga que estaba de cumpleaños. Sin embargo una comisión que investigó durante siete años el desastre aéreo concluyó que fue una fallida maniobra la que causó la muerte del piloto y del copiloto del Mig-15 en el que volaban. Mucho se lamentó el mundo esa muerte.
A propósito de esa fecha luctuosa mucho recuerdo que esa tarde yo iba a clase de literatura rusa cuando escuché la infausta noticia, la misma que tuve que transmitirle, a media voz, a mi compañera de estudios, la japonesa Kádzuko Kamogaba, quien había sido su novia -en otra época- cuando Gagárin visitaba el Japón. Ella se conmovió tanto que quedó inmóvil y por varios días cayó en el mutismo más grande. Después, Kádzuko tuvo la gentileza de mostrarme algunas fotos donde los dos están juntos, una de ellas donde los dos posan recostados en el césped de la casa de ella en Tokio. Sin duda que Gagárin era un inquieto piloto, muy noviero, razón por lo cual tuvo -desde el comienzo de su fama- fuertes problemas con su mujer. Hasta se cuenta que un día ésta lo pilló en Crimea y él tuvo que lanzarse de un segundo piso para no haber sido cogido in flagranti. A consecuencia de ese lanzamiento -casi espacial- estuvo a punto de morir, pero lo salvaron y después le hicieron cirugía plástica para que no quedara con cicatriz en al ceja izquierda. De eso hay registros fotográficos que años después fueron conocidos en todas partes.
Gagárin escribió un libro sobre sus experiencias aeroespaciales que se llama “Camino al Cosmos” que ha sido muy leído por expertos aviadores y por profanos. Son palabras memorables de él: ¡Poiékhali! (¡Vámonos!), voz proferida en el momento en que le dieron la largada hacia el espacio abierto. Dentro de la nave “Vostok”, Gagárin pronunció sus memorables palabras, que son una verdadera profesión de fe ecologista: :¡Pobladores del mundo!: salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”, Gagarin visitó treinta países, entre ellos América: estuvo de los Estados Unidos y Cuba, entre otros. En este último se fotografíó con los líderes de la Revolución Cubana, Fidel Castro y Ernesto Guevara, con quienes compartió mementos de inmensa alegría fraternal, como comunista e internacionalista que fue. La memoria de Gagárin quedará por todos los siglos, no sólo como símbolo de una humanidad en progreso ascendente, sino como clara demostración de que el socialismo, cuando tiene una juiciosa conducción, es capaz de llegar a las metas más altas en aras de la felicidad y la armonía de los hombres, dispuestos a poner todas las fuerzas planetarias al servicio de toda la gente, sin excepción. Para ese fin, la educación debe tener un sitio privilegiado. Y citando a nuestro distinguido compatriota Diego Luis Córdoba: podemos concluir este escrito diciendo que “con la educación se llega a la libertad y con la ignorancia se desciende a la esclavitud”. ¿Qué tanto nos habremos movido los colombianos -después de Gagárin- en el camino de la conquista del Cosmos? La respuesta esta clara. No se dice por vergüenza.
Coletilla:
Marina, la hija de Gagárin, en 1979, hacía especialización en economía en un instituto superior de economía de Moscú, con mi amigo el bogotano Jorge Cortés Amador, fallecido en Londres, prematuramente. El nombre de Marina, fue conocido en el mundo hace unos días cuando ella patentó la marca de Gagárin por más de 1.5 millones de dólares, con el objeto de que avivatos no usufructúen de balde el nombre de su padre.
Comentarios
Publicar un comentario