CUANDO LLUEVE
Por: Eduardo Rosero Pantoja
Cuando va a llover se presiente el agua en el entorno. Hay humedad por encima de lo normal. Cierta brisa fresca llega a las narices, en el entorno cruza un airecillo suave pero que notifica. Indicios precientíficos dirían los expertos. Claro que son señales, información escueta, pero que a fuerza de haberse repetido en la vida, se nos han convertido en signos: signos que anuncian que va a llover. Esto puede ir acompañado de truenos y relámpagos, pero no irremediablemente. En el Chocó o en Barbacoas, Nariño, la lluvia se desgrana sin más y puede durar días enteros, con pequeñas interrupciones, hasta con aparecida fugaz del sol. Allá sí que llueve a cántaros o por barriles, recipientes que ahora nos son más familiares. El agua en casi todas las poblaciones de esar región se recoge en tanques y es la que sirve para bañarse o para el consumo diario. Todavía no sueñan con tener acueducto.
Mi primer recuerdo de la lluvia fue en Túquerres (antigua sede del cacique Taques), mi ciudad natal, ubicada en la región de los indígenas Pasto, quienes poseyeron lengua y culturas propias y se conocen en la historia porque detuvieron en ese sitio la invasión inca. Hablaba de ese mi primer recuerdo de la lluvia. Iba yo por un angosto corredor hecho al pie de una larga tapia, que estaba justamente al frente de la Cárcel del Circuito y del Jardín Infantil de la señorita Nicolasa Maya, donde yo estudiaba en el kinder. Mientras caminaba a lo largo de ese andén, alguna niños más grande que yo cantaban alborozados una canción que puede ser española o argentina y que dice: “qué llueva, qué llueva/la vieja está en la cueva/los pajaritos cantan/la bruja se levanta/. Todo un cántico de fiesta dedicada a la lluvia.
Esa pieza y centenares más se merece la lluvia: una canción, un himno, con un poema sinfónico, donde se la simbolice musicalmente ya sea a la lluvia suave o fuerte, de primavera, otoño, con truenos y rayos, con diferentes matices que se pueden representar con un pífano, un piano o con el más estruendoso timbal. La lluvia es para fantasear con recursos musicales o plásticos. La tenemos en el trópico cualquier día, pero no nos podemos deshacer de ella en las temporadas invernales como la que tenemos ahora en esta época presemanasantera de abril de 2011. La lluvia moja, verdad de Perogrullo, pero tranquiliza, sobre todo cuando ha pasado. Hay aire fresco, renovado, que abunda en ozono. Se siente un renacer. ¿Quién no se ha extasiado o por lo menos suspirado después de la lluvia? Más de un poema ha sido concebido en esos preciosísimos momentos. ¿Y que tal que aparezca el arco iris -ese de los textos bíblicos- símbolo de paz, armonía, de alianza, de pacto con la Naturaleza? Esa es ya la dicha completa. Claro que en este punto no coinciden todas las culturas, principiando por varias amerindias que le tienen terror a dicho fenómeno meteorológico.
Cuando llueve la gente del común se angustia, corre. Los poetas y músicos -no todos- suelen pasar impertérritos por la calle, sin parar mientes en que cae agua del cielo. No los afecta, pues van creando metáforas verbales o musicales. Tienen otro cuero, otra consistencia. Se diría que más les afecta el agua a los patos. Los perros de la calle advierten la lluvia, les molesta, pero no tienen donde esconderse, pero a veces encuentran algún puente a allí se guarecen mientras “meditan” un rato”. Después salen a correr y de pronto ya hay sol y entonces huelen a lo que huelen: “a perro mojado”, que es a lo que a veces los ciudadanos del común olemos en esas prolongadas temporadas de lluvia donde no hay ni una hora de sol y la ropa se pudre colgada en las cuerdas. Claro eso nos pasa quienes no tenemos secadora automática, Una verdadera joya que deberíamos de haber adquirido antes de tener televisor a colores. Pero ni en distinguidos almacenes de electrodomésticos tampoco la conocen. ¡Y tan engreídos que somos de creernos civilizados.!
Cuando llueve hacen su agosto los taxistas porque la gente quiere llegar de una a su casa así la carrera le cueste un ojo de la cara. Lo importante es llegar. Varios taxistas y choferes -a propósito de lluvia- muestran uno de los rasgos de conducta más incivilizados y crueles y es pasar con su vehículo por el centro del charco y mojar a colegialas, damas y caballeros bien vestidos. Es una infamia que en un país civilizado lo castigan con arresto y tremenda reprimenda de la autoridad. De pronto estamos agradeciendo de que no nos rociaron con gasolina y nos echaron un fósforo, tal como a lo han hecho los escuadrones de la muerte, como uno de sus “armas de lucha”. Alguna vez escuché un chiste de mal gusto de un ciudadano negro de la Costa pacífica que le decía a otro más negro: “¡no te mojes negro, que te vas a desteñir, negro!
En términos generales la lluvia es para los niños un carnaval, claro, cuando los padres no los han llenado de prejuicios acerca de la lluvia. Yo recuerdo que de niño lo que más me gustaba era cuando llovía en el justo momento en que tenía que subir e mi casa que quedaba a unas 10 cuadras del establecimiento. Entonces me sacaba los zapatos, me remangaba mis pantalones y déle a caminar por las acequias donde fluía abundante el agua tibia, justamente en una localidad donde la temperatura media no excedía los 11 grados centígrados. Era una satisfacción casi celestial y no importaba que a la siguiente hora nos doliera la garganta o definitivamente nos resfriáramos. Éramos como gorriones, siempre dispuestos a mojarnos y hasta subirnos a la rama de un árbol., donde no era extraño que cantáramos a la manera de los pájaros. A propósito de esta situación, de nunca me sentí más libre cuando me cogía la lluvia en algún paraje donde hubiera bosque y yo pudiera treparme en algún árbol, sin saber plenamente del peligro que entrañaba la tempestad. Al fin y al cabo pájaros, sin polo a tierra, siempre salíamos indemnes de ellas.
Con tanto primor que despierta la lluvia, qué tan pocas canciones que le han compuesto a la lluvia y son contadas en los dedos de una mano: “Lágrimas” de Raúl Shaw Moreno, “Esta tarde vi llover” de Manzanero y “Llueve” de Joan Manuel Serrat, concluyendo qué poco románticos somos en torno a la lluvia. Más bien queremos “lluvia de estrellas”, “lluvia de ideas”, “lluvia de aplausos” y, por supuesto, “lluvia de regalos”, comportándonos como unos verdaderos materialistas en este último punto. Pero lo más inspirado es estar con su pareja en medio del bosque y a plena lluvia. Allí sí aunque te dé neumonía, el cielo es tuyo, la lluvia es tuya, el bosque es tuyo y no importa que te salga el lobo. Si no has sentido todavía esa sensación es mejor que te eches una mentira y digas que sí la has sentido para no aparecer mal en público. Eso es y será estar siempre la moda, desde Adán y Eva para acá. Debemos ser parte de la Naturaleza y, más, todavía cuando ésta se desborda. Estamos en el trópico, tenemos dos Costas, Amazonia, Orinoquia y otros sistemas hídricos que nos hacen privilegiados ante el mundo. A gozárnoslos, yo diría, antes de que sea tarde y aparezcan en el horizonte otros dueños. Y ya sabemos quienes son esos pretendientes que nos han hecho conocer sus mapas, como si estuvieran anunciando que ya poseen la escritura pública de esas riquezas.
Es no más visitar el Perú o la región norte de Chile para darnos cuenta de sus desiertos y de la escasez, sino ausencia secular de agua. Es curioso que cuando nos ha tocado encontrarnos en Colombia con estudiantes o profesionales limeños, de súbito, ellos se estremecen, tiemblan, creen que se va acabar el mundo, cuando ven que del cielo cae agua. Es porque ellos están viendo llover por primera vez en su vida, nunca han sentido un aguacero y creen, literalmente, que se va a acabar el mundo, más la lluvia está acompañada de rayos y truenos. Somos los privilegiados por tener lluvias, pero nos hemos olvidado de controlarlas, tal como lo hacían de manera sabia nuestros indígenas que vivían a orillas del Río Magdalena y sabían gobernar las inundaciones por medio de un complicado sistema de canales. Así nos lo muestran los libros y la exposición del Museo Nacional de Colombia, con sede en Bogotá. En este punto también vamos vergonzosamente atrasados con respecto de nuestros ancestros. Si estudiáramos sus trabajos de canalización y de terrazas no tendríamos las tragedias nacionales que ellos supieron prevenir desde hace más de mil años. “Vamos de para atrás como el cangrejo”, dice el dicho.
Hay personas que protestan, se enfadan, se descuadernan, cuando empieza a llover y son justamente aquellas que nunca salen ni al sol ni al agua, ni nunca se asoman ni al balcón ni a la terraza de su casa, como para decir que se exponen directamente a la lluvia. Tampoco tienen fincas, ni cosechas que se les mojen. Nada. Sólo blasfemas contra Dios y los santos. ¡Maldita lluvia! se les oye decir, desconociendo que la lluvia refresca la tierra, moja los terrenos resecos, volviéndolos propicios para la agricultura. La lluvia es fuente de agua que se vierte y pronto resulta aumentando el caudal de arroyos y ríos. Estoy hablando de precipitaciones normales, porque cuando son torrenciales y prolongadas allí vienen los estragos para el país, especialmente para la gente pobre que ha tenido como única heredad de la patria vivir en zonas de alto riesgo, en lomas de tierra movediza o a la orilla de ríos que se desbordan. Por causa de fenómenos así fue que el año pasado Colombia tuvo tantos muertos, sufrimientos inenarrables y pérdidas materiales enormes.
Por fin la lluvia bajo los gases infames y cobardes de la policía. Todos fabricados y mezclados en los Estados Unidos porque aquí esa fuerza no es capaz de mezclar ni un galón de pintura para pintar su institución. Ya tengo miedo de llegar al mi trabajo soy catedrático -del Alma Máter de Colombia- y no es justo que estudiantes, profesores y a docentes no rocíen con esos venenos como lo hacían los nazis con los judíos y otra gente no aria. Qué cobardía del jefe civil o militar que da semejantes órdenes. Estar sometido a esos gases por cierto tiempo -que puede ser ínfimo- dicen los médicos que eso puede llevar a un paro respiratorio. Entonces estamos frente a verdaderos asesinos
Que por querer preservar un supuesto orden, recurren aquellas armas. Es una medida desproporcionada que sólo puede ser aplicada por mentes insanas e inventada por verdaderos genocidas. La experiencia de los sufridos moradores de la zona aledaña a dicha Universidad, dice que el agua aumenta el efecto de los gases en los ojos, aunque si se trata de lluvia abundante, los puede disipar. Recuerdo haber tomado, por lo menos en una ocasión, agua de un charco antes que verme asfixiado y muerto de la sed -por la misma carrera- tratando de huir del foco donde lanzan esos gases lacrimógenos. Siempre pensé que es preferible purgarse por la ingesta de agua sucia que morir asfixiado por la acción de los contempóraneos “héroes” de la patria. Con bastante frecuencia éstos empiezan a actuar cuando comienza la lluvia, arruinándonos -con su estampida y con los gases que lanzan- toda la jornada de la tarde porque la orden de desalojo de la Universidad no se deja esperar y la gente sale del plantel para no retornar en ese día.
Cuando va a llover se presiente el agua en el entorno. Hay humedad por encima de lo normal. Cierta brisa fresca llega a las narices, en el entorno cruza un airecillo suave pero que notifica. Indicios precientíficos dirían los expertos. Claro que son señales, información escueta, pero que a fuerza de haberse repetido en la vida, se nos han convertido en signos: signos que anuncian que va a llover. Esto puede ir acompañado de truenos y relámpagos, pero no irremediablemente. En el Chocó o en Barbacoas, Nariño, la lluvia se desgrana sin más y puede durar días enteros, con pequeñas interrupciones, hasta con aparecida fugaz del sol. Allá sí que llueve a cántaros o por barriles, recipientes que ahora nos son más familiares. El agua en casi todas las poblaciones de esar región se recoge en tanques y es la que sirve para bañarse o para el consumo diario. Todavía no sueñan con tener acueducto.
Mi primer recuerdo de la lluvia fue en Túquerres (antigua sede del cacique Taques), mi ciudad natal, ubicada en la región de los indígenas Pasto, quienes poseyeron lengua y culturas propias y se conocen en la historia porque detuvieron en ese sitio la invasión inca. Hablaba de ese mi primer recuerdo de la lluvia. Iba yo por un angosto corredor hecho al pie de una larga tapia, que estaba justamente al frente de la Cárcel del Circuito y del Jardín Infantil de la señorita Nicolasa Maya, donde yo estudiaba en el kinder. Mientras caminaba a lo largo de ese andén, alguna niños más grande que yo cantaban alborozados una canción que puede ser española o argentina y que dice: “qué llueva, qué llueva/la vieja está en la cueva/los pajaritos cantan/la bruja se levanta/. Todo un cántico de fiesta dedicada a la lluvia.
Esa pieza y centenares más se merece la lluvia: una canción, un himno, con un poema sinfónico, donde se la simbolice musicalmente ya sea a la lluvia suave o fuerte, de primavera, otoño, con truenos y rayos, con diferentes matices que se pueden representar con un pífano, un piano o con el más estruendoso timbal. La lluvia es para fantasear con recursos musicales o plásticos. La tenemos en el trópico cualquier día, pero no nos podemos deshacer de ella en las temporadas invernales como la que tenemos ahora en esta época presemanasantera de abril de 2011. La lluvia moja, verdad de Perogrullo, pero tranquiliza, sobre todo cuando ha pasado. Hay aire fresco, renovado, que abunda en ozono. Se siente un renacer. ¿Quién no se ha extasiado o por lo menos suspirado después de la lluvia? Más de un poema ha sido concebido en esos preciosísimos momentos. ¿Y que tal que aparezca el arco iris -ese de los textos bíblicos- símbolo de paz, armonía, de alianza, de pacto con la Naturaleza? Esa es ya la dicha completa. Claro que en este punto no coinciden todas las culturas, principiando por varias amerindias que le tienen terror a dicho fenómeno meteorológico.
Cuando llueve la gente del común se angustia, corre. Los poetas y músicos -no todos- suelen pasar impertérritos por la calle, sin parar mientes en que cae agua del cielo. No los afecta, pues van creando metáforas verbales o musicales. Tienen otro cuero, otra consistencia. Se diría que más les afecta el agua a los patos. Los perros de la calle advierten la lluvia, les molesta, pero no tienen donde esconderse, pero a veces encuentran algún puente a allí se guarecen mientras “meditan” un rato”. Después salen a correr y de pronto ya hay sol y entonces huelen a lo que huelen: “a perro mojado”, que es a lo que a veces los ciudadanos del común olemos en esas prolongadas temporadas de lluvia donde no hay ni una hora de sol y la ropa se pudre colgada en las cuerdas. Claro eso nos pasa quienes no tenemos secadora automática, Una verdadera joya que deberíamos de haber adquirido antes de tener televisor a colores. Pero ni en distinguidos almacenes de electrodomésticos tampoco la conocen. ¡Y tan engreídos que somos de creernos civilizados.!
Cuando llueve hacen su agosto los taxistas porque la gente quiere llegar de una a su casa así la carrera le cueste un ojo de la cara. Lo importante es llegar. Varios taxistas y choferes -a propósito de lluvia- muestran uno de los rasgos de conducta más incivilizados y crueles y es pasar con su vehículo por el centro del charco y mojar a colegialas, damas y caballeros bien vestidos. Es una infamia que en un país civilizado lo castigan con arresto y tremenda reprimenda de la autoridad. De pronto estamos agradeciendo de que no nos rociaron con gasolina y nos echaron un fósforo, tal como a lo han hecho los escuadrones de la muerte, como uno de sus “armas de lucha”. Alguna vez escuché un chiste de mal gusto de un ciudadano negro de la Costa pacífica que le decía a otro más negro: “¡no te mojes negro, que te vas a desteñir, negro!
En términos generales la lluvia es para los niños un carnaval, claro, cuando los padres no los han llenado de prejuicios acerca de la lluvia. Yo recuerdo que de niño lo que más me gustaba era cuando llovía en el justo momento en que tenía que subir e mi casa que quedaba a unas 10 cuadras del establecimiento. Entonces me sacaba los zapatos, me remangaba mis pantalones y déle a caminar por las acequias donde fluía abundante el agua tibia, justamente en una localidad donde la temperatura media no excedía los 11 grados centígrados. Era una satisfacción casi celestial y no importaba que a la siguiente hora nos doliera la garganta o definitivamente nos resfriáramos. Éramos como gorriones, siempre dispuestos a mojarnos y hasta subirnos a la rama de un árbol., donde no era extraño que cantáramos a la manera de los pájaros. A propósito de esta situación, de nunca me sentí más libre cuando me cogía la lluvia en algún paraje donde hubiera bosque y yo pudiera treparme en algún árbol, sin saber plenamente del peligro que entrañaba la tempestad. Al fin y al cabo pájaros, sin polo a tierra, siempre salíamos indemnes de ellas.
Con tanto primor que despierta la lluvia, qué tan pocas canciones que le han compuesto a la lluvia y son contadas en los dedos de una mano: “Lágrimas” de Raúl Shaw Moreno, “Esta tarde vi llover” de Manzanero y “Llueve” de Joan Manuel Serrat, concluyendo qué poco románticos somos en torno a la lluvia. Más bien queremos “lluvia de estrellas”, “lluvia de ideas”, “lluvia de aplausos” y, por supuesto, “lluvia de regalos”, comportándonos como unos verdaderos materialistas en este último punto. Pero lo más inspirado es estar con su pareja en medio del bosque y a plena lluvia. Allí sí aunque te dé neumonía, el cielo es tuyo, la lluvia es tuya, el bosque es tuyo y no importa que te salga el lobo. Si no has sentido todavía esa sensación es mejor que te eches una mentira y digas que sí la has sentido para no aparecer mal en público. Eso es y será estar siempre la moda, desde Adán y Eva para acá. Debemos ser parte de la Naturaleza y, más, todavía cuando ésta se desborda. Estamos en el trópico, tenemos dos Costas, Amazonia, Orinoquia y otros sistemas hídricos que nos hacen privilegiados ante el mundo. A gozárnoslos, yo diría, antes de que sea tarde y aparezcan en el horizonte otros dueños. Y ya sabemos quienes son esos pretendientes que nos han hecho conocer sus mapas, como si estuvieran anunciando que ya poseen la escritura pública de esas riquezas.
Es no más visitar el Perú o la región norte de Chile para darnos cuenta de sus desiertos y de la escasez, sino ausencia secular de agua. Es curioso que cuando nos ha tocado encontrarnos en Colombia con estudiantes o profesionales limeños, de súbito, ellos se estremecen, tiemblan, creen que se va acabar el mundo, cuando ven que del cielo cae agua. Es porque ellos están viendo llover por primera vez en su vida, nunca han sentido un aguacero y creen, literalmente, que se va a acabar el mundo, más la lluvia está acompañada de rayos y truenos. Somos los privilegiados por tener lluvias, pero nos hemos olvidado de controlarlas, tal como lo hacían de manera sabia nuestros indígenas que vivían a orillas del Río Magdalena y sabían gobernar las inundaciones por medio de un complicado sistema de canales. Así nos lo muestran los libros y la exposición del Museo Nacional de Colombia, con sede en Bogotá. En este punto también vamos vergonzosamente atrasados con respecto de nuestros ancestros. Si estudiáramos sus trabajos de canalización y de terrazas no tendríamos las tragedias nacionales que ellos supieron prevenir desde hace más de mil años. “Vamos de para atrás como el cangrejo”, dice el dicho.
Hay personas que protestan, se enfadan, se descuadernan, cuando empieza a llover y son justamente aquellas que nunca salen ni al sol ni al agua, ni nunca se asoman ni al balcón ni a la terraza de su casa, como para decir que se exponen directamente a la lluvia. Tampoco tienen fincas, ni cosechas que se les mojen. Nada. Sólo blasfemas contra Dios y los santos. ¡Maldita lluvia! se les oye decir, desconociendo que la lluvia refresca la tierra, moja los terrenos resecos, volviéndolos propicios para la agricultura. La lluvia es fuente de agua que se vierte y pronto resulta aumentando el caudal de arroyos y ríos. Estoy hablando de precipitaciones normales, porque cuando son torrenciales y prolongadas allí vienen los estragos para el país, especialmente para la gente pobre que ha tenido como única heredad de la patria vivir en zonas de alto riesgo, en lomas de tierra movediza o a la orilla de ríos que se desbordan. Por causa de fenómenos así fue que el año pasado Colombia tuvo tantos muertos, sufrimientos inenarrables y pérdidas materiales enormes.
Por fin la lluvia bajo los gases infames y cobardes de la policía. Todos fabricados y mezclados en los Estados Unidos porque aquí esa fuerza no es capaz de mezclar ni un galón de pintura para pintar su institución. Ya tengo miedo de llegar al mi trabajo soy catedrático -del Alma Máter de Colombia- y no es justo que estudiantes, profesores y a docentes no rocíen con esos venenos como lo hacían los nazis con los judíos y otra gente no aria. Qué cobardía del jefe civil o militar que da semejantes órdenes. Estar sometido a esos gases por cierto tiempo -que puede ser ínfimo- dicen los médicos que eso puede llevar a un paro respiratorio. Entonces estamos frente a verdaderos asesinos
Que por querer preservar un supuesto orden, recurren aquellas armas. Es una medida desproporcionada que sólo puede ser aplicada por mentes insanas e inventada por verdaderos genocidas. La experiencia de los sufridos moradores de la zona aledaña a dicha Universidad, dice que el agua aumenta el efecto de los gases en los ojos, aunque si se trata de lluvia abundante, los puede disipar. Recuerdo haber tomado, por lo menos en una ocasión, agua de un charco antes que verme asfixiado y muerto de la sed -por la misma carrera- tratando de huir del foco donde lanzan esos gases lacrimógenos. Siempre pensé que es preferible purgarse por la ingesta de agua sucia que morir asfixiado por la acción de los contempóraneos “héroes” de la patria. Con bastante frecuencia éstos empiezan a actuar cuando comienza la lluvia, arruinándonos -con su estampida y con los gases que lanzan- toda la jornada de la tarde porque la orden de desalojo de la Universidad no se deja esperar y la gente sale del plantel para no retornar en ese día.
Comentarios
Publicar un comentario