DISTANCIAMIENTO SOCIAL

Por: Eduardo Rosero Pantoja

Para poner nombres a las personas o entidades, parecería que es suficiente el sentido común, pero la realidad habla de otra cosa.  El gran Platón, lo había indagado y la “ciencia de los nombres”, necesitó de un verdadero tratado que diera luces al intrincado problema.  Él  plasmó sus reflexiones en “El Cratilo”, donde plantea sus dos tesis fundamentales acerca del origen  de nombres: o se dan por convención o corresponden, de una manera natural, a la índole del sujeto nombrado.

Mi escrito, es a propósito del nombre cuartelario “distanciamiento social” y peor aún “confinamiento”, que le pusieron en Colombia, en algún ministerio, a la distancia interpersonal que deben observar los ciudadanos, en esta pandemia, que no parece ser, sino una variante de la peste negra, que otrora asoló a las naciones.  Si el nombre vino de la Presidencia, es reprochable y del peor gusto.  Porque en el Palacio de Nariño, deben saber, que existe una comisión de la Academia Colombiana de la Lengua y también, otra en el Instituto Caro y Cuervo, donde asesoran, gratuitamente, a cualquier persona, que quiera poner un nombre conveniente, a cualquier entidad, empresa, sujeto, animal o cosa.

Pero también es cierto, que las palabras reflejan lo que hay en la consciencia social y en el corazón de las personas, en particular.  Cuando uno sale de compras a la calle, en esta crisis sanitaria, se da cuenta del distanciamiento, aún mayor, que tiene la sociedad, acompañado de, un gesto de refinado orgullo, de personas que lucen costosos trajes, cuasiespaciales y pasean un perro de gran pedigrí.  De mis vecinos ni hablar.  Ahora ni me determinan y tendrán razón, para no cruzarse palabra conmigo, por temor a contaminarse y a contaminar.

Insolidaridad por todas partes.  Mayor fastidio por la gente hambrienta de las calles, que a veces ondea una bandera roja, para decir “a gritos” de su hambre.  Las ayudas a los humildes, nunca llegaron y si se dieron al comienzo,  serían para los beneficiarios del Sisbén y  algunos consentidos de la administración.  Los préstamos para la pandemia, que el gobierno ha hecho, en medio del más grande sigilo, pasan primero por los bancos, en donde se cobran una tajada leonina, por el sólo hecho de estar allí depositados.

Es tradición latinoamericana, que nuestros gobernantes, se encomienden a algún santo o  la virgen, de alguna advocación, para que haya calamidades, inundaciones o terremotos con el objeto de enriquecerse aún más.  Fue el caso de Anastasio Somoza, el dictador nicaragüense, a quien su Dios, siempre lo complació mandándole terremoto, tras terremoto, con lo que el tirano, abultaba más sus arcas, que cuidadosamente se las guardaban, en diferentes paraísos fiscales.  

El terrorismo económico, lo praticaron y lo practican, en forma abierta, los Estados Unidos y varias potencias europeas, contra Rusia, a partir de 1917, lo mismo que contra Cuba e Irán, desde 1959 y 1979, respectivamente.  Pero en forma encubierta, lo hacen la mayor parte de las veces.  John Perkins, ex miembro de los “Cuerpos de Paz”, confiesa, que él mismo, ayudó a aplicar en Chile y en otros países,  el “sicariato económico”, que no es otra cosa, que la conspiración de corporaciones, bancos y del mismo gobierno de los Estados Unidos, contra países dependientes.  En los años setenta y de allí sin parar, se sabe, que en todas las repúblicas bananeras, sin excepción, se ha aplicado este reprobable método, donde los supuestos préstamos de la banca internacional, son para los fines que tiene la misma banca, como son, invertir en obras insustanciales de infraestructura, allí  los corruptos locales, hacen su agosto. 

Nunca ven los países, dineros frescos para invertir, en lo que más necesitan, como es, en educación y sanidad pública, toda vez, que recortan sistemáticamente presupuestos dedicados a estos rubros, para destinarlos, a la compra de equipos militares y a la guerra, que en el caso de Colombia, parece no tener fin, por las conveniencias, de la clase económica y política que nos desgobierna.  No hay solidaridad social, pero sí distanciamiento, que hace la brecha cada día más grande.  Esa distancia, de un extremo a otro, de la escala social, es simplemente astronómica.

En la ciencia semiótica y lingüística, se habla de la proxémica, que no es otra cosa, que la distancia interpersonal, que las comunidades de diversos países  guardan, como simple norma de urbanidad, que puede ser, de un metro, durante el tiempo en se habla con un interlocutor. Es el caso de los estadounidenses, que lo practican como regla de conducta habitual.  En América Latina y en Colombia, en particular, tenemos otras costumbres y de jóvenes, nos parecía raro, que los gringos “fueran tan distantes”, entre ellos mismos.  Ahora, por razón del virus, ya somos normalmente distantes y lo más probable, es que nos quedemos así, per sécula seculorum.

Se equivocan, de medio a medio, quienes piensan, que de esta pandemia saldremos mejores personas.  Yo pienso, que tal vez, más refinados, más individualistas, más egocentristas, pero nunca, más solidarios.  Ni siquiera el gobierno central, de manera discursiva, ha tratado de serlo.  Cada vez se muestra más autoritario y altanero.  Y creo, que es preferible, no provocarlo en medio de su nerviosismo y constante irreflexión.  Mejor es tener en cuenta, el sabio consejo de una anciana de Ortega, que un día nos dijo: “Un bobo toreado, mata hasta la mamá”.


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