COMENTARIOS SOBRE TOPÓNIMOS, ONOMÁSTICOS, PRAGMATÓNIMOS Y OTROS ASPECTOS DE LA CULTURA RUSA EN COLOMBIA
Por: Eduardo Rosero Pantoja
De niño tuve la oportunidad de llegar a pie al Corregimiento de
Balalaika, Municipio de Guachavés, en el Departamento de Nariño, Colombia,
después de recorrer una distancia de unos 25 kilómetros, desde Túquerres, vía
Samaniego. Me llamó la atención, que ese
sitio, tuviera un nombre tan extraño. El
esposo de mi madrina, me dijo que un ingeniero que construyó la carretera hasta
Samaniego, le puso ese nombre al lugar donde hicieron un campamento para
guardar herramientas e insumos. Sólo
años después, encontré en el diccionario Larousse, que “balalaika” es un instrumento musical ruso, de forma triangular,
que tiene tres cuerdas metálicas. Así
empezó mi conocimiento de la cultura rusa.
Mi papá, guardaba recortes de prensa donde había fotografías del
avance de los rusos, en el Frente Occidental, incluida, una foto de la toma de
Berlín. Él sentía gran admiración por
Stalin, que aunque no era ruso, sino georgiano, fue el artífice, con el general
Gueorgui Zhúkov, del triunfo de los soviéticos sobre las huestes
hitlerianas. Mi tío Eduardo, por su
parte, sentía gran aprecio por Lenin, cuyo nombre sólo una vez pronunció en sus
charlas conmigo. En adelante lo llamaría
siempre “El Hombrecito”, a quien
atribuía el mérito de haber liberado a su pueblo de la guerra y acercado, como
el que más, a la justicia social.
Desde la clase de geografía del bachillerato, cómo no recordar los
topónimos rusos: “Rusia”, “Unión
Soviética”, “Verkhoyansk” (polo del frío, donde la temperatura en invierno
llega a -50OC), “Leningrado”,
“Stalingrado”, “Kamchatka”, “Sajalín”, “Kuriles” (islas), “Moscú”, “Siberia”, “Ukrania”, “Volga”, “Danubio”,
“Don”, “Urales”, “Elbrús”, “Cáucaso”, “Krémlin”, “Plaza Roja”, “Palacio de
Invierno”.
El cuatro de octubre de 1957, me encontraba de visita, en Ipiales,
donde mi tía Cecilia. Fue ese día,
cuando escuchamos decir por la radio, que los rusos había lanzado al espacio el
satélite artificial “Spútnik”, hecho
que marcó un hito, en el camino a la conquista del espacio. Don Humberto Mora, vecino que vivía al frente
del taller “Sastrería Moda al Día”,
de propiedad de mi papá, vendía la revista “Unión
Soviética”, que varios habitantes, compraban con gran interés, incluido mi
padre. En esa revista, empecé a
interesarme por los logros de los soviéticos en los campos de la ciencia,
tecnología y cultura.
El cinco de febrero de 1960, mi mamá me dijo que pusiera atención a lo
que decían por la radio: que el ministro ruso, Nikita Khrushchov, había
inaugurado en Moscú, una universidad, para que pudieran estudiar, gratuitamente, los jóvenes aventajados del “tercer mundo”, sin restricción de
género, raza y creencias. Mi mamá, en
ese mismo momento, me instó a que iniciara las gestiones para hacer una carrera,
en ese establecimiento, apenas terminara
el bachillerato. Consejo que yo atendí,
años después, de su fallecimiento. El 12
de abril de 1961, el mundo fue sorprendido, por el lanzamiento al espacio, del
primer navegante al espacio, el ciudadano ruso Yuri Gagárin, hecho que
conmocionó al mundo y dio inicio a los vuelos tripulados, de parte de las dos
potencias contendoras. Ya en 1966,
tuvimos la suerte de conocer personalmente a ese valiente cosmonauta, en una
reunión social, que propició “La Casa de
la Amistad de Moscú”, para los estudiantes extranjeros. Fue una suerte providencial, la de haber
conocido a un personaje de esa importancia para la humanidad.
En Bogotá, conocí varios libros de autores rusos, entre los que
recuerdo, “El Origen de la Vida”, de
Alexánder Opárin, “Fundamentos del
Marxismo-Leninismo”, de Otto Kúusinen y “Trilogía”,
una obra autobiográfica de Máximo Gorki. Algunos libros de Tolstoi, como “La Guerra y la Paz” y “Anna Karénina”, lo mismo que de
Dostoievski, como “Crimen y Castigo” y
“Los Hermanos Karamázov”. Existía en
Bogotá, la librería “Ediciones
Suramérica”, que además de vender libros, publicaba obras de autores rusos,
traducidas al español por colombianos. Con
pocas palabras que aprendí en la Biblioteca Nacional de Colombia y en un manual
de conversación español-ruso, nos embarcamos para Moscú, un grupo de 21
estudiantes, con apenas saber decir: “spasibo”,
“khoroshó”, “do svidania” y “diévushka”.
En el aeropuerto “Sheremétievo”
(uno de los siete que operan en Moscú), ya tuve la primera dificultad
lingüística: ante la necesidad urgente de ir al sanitario, le dije a una
aseadora que por allí pasaba: “Please, ¿ubórnaia?”
(mitad inglés, mitad ruso). Ella, muy confundida, me respondió: “Chto?”, sin entender qué diablos yo le
había dicho. Después de ver mi cara de
angustia y mi gesto desesperado, me gritó: “¡tualet!”. La palabra “ubórnaia”, ya había caído en desuso, si es que alguna vez se
utilizó en ese siglo, para decir sanitario, retrete o letrina. Me hizo una mala jugada el viejo manual de
conversación español-ruso, que consulté antes de viajar. Obrita tal vez elaborada por inmigrantes
rusos, resultaba arcaica, en el léxico de la nueva era, que inauguró la Revolución de Octubre.
A comienzos de 1966, solicité al Instituto Cultural Colombo-Soviético,
una beca para estudiar en Moscú, la misma que me fue aprobada, para mayo de ese
año. Ese Instituto venía, desde 1944,
enseñando lengua rusa y difundiendo la cultura del país euroasiático. A partir de 1960, se encargó, además, de
coordinar las gestiones para que muchos jóvenes de Colombia, pudieran ir a
estudiar a la Universidad de la Amistad de los Pueblos, recientemente inaugurada. Hasta la fecha (2020), más de 10.000
colombianos se han beneficiado con las becas otorgadas por el gobierno ruso, la
mayor parte de ellas, para cursar estudios en la Universidad de la Amistad de
los Pueblos.
En ese año de 1966, intenté estudiar lengua rusa, en el libro de
gramática de Nina Potápova, del que el Instituto ya había hecho una edición en
1944. En la Biblioteca Nacional de
Colombia, de Bogotá, existía un ejemplar que yo empecé a consultar y tan sólo
pude avanzar hasta la segunda lección, porque la directora de ese
establecimiento, prohibió, que la dependiente me prestara el libro, aduciendo
que en él “…venían los jóvenes a aprender
comunismo”. No sirvió de nada ir
hasta el despacho de la directora, porque ella misma me negó el préstamo, con
sus propias palabras.
Como el Instituto Cultural Colombo Soviético, estaba ubicado diagonal
al edificio del DAS, el personal de esa institución, vivía muy al tanto, de lo
que ocurría en el primero. La víspera de
nuestra salida colectiva a Moscú, el 13 de agosto de 1966, fue noticia el
estallido de una bomba incendiaria, que no causó mayores daños, pero que los
periodistas trataron de insinuar, que dicho artefacto, pudo haber estado
relacionado, con la salida de ese grupo de estudiantes a Moscú. El DAS, por medio de sus agentes, no dejaba
de hacer provocaciones, a los jóvenes
que viajaban a Moscú y demás países socialistas. Los hostigaban, tanto a la salida, como a la
llegada, con largos e infructuosos
interrogatorios en el aeropuerto.
A raíz de que Colombia no tenía relaciones diplomáticas con la Unión
Soviética, era indispensable solicitar la visa grupal, en París, para poder
continuar el viaje a Moscú. Esas
relaciones se reanudaron el 19 de enero de 1968, hecho que vino a facilitar
todos los trámites relacionados con nuestra educación en la citada universidad
y a mejorar los lazos de amistad entre el pueblo colombiano y el ruso. Sin embargo, nuestras visitas a la embajada
de Colombia en Moscú, fueron muy contadas, debido a la reticencia de visitar
esas dependencias llenas de funcionarios de los servicios de seguridad, quienes
no estaban propiamente interesados en nuestro bienestar. Vivimos, para mal o para bien, por más de
cinco años, desinformados de lo que ocurría en Colombia. Ahora, repasando la prensa de aquellos años,
nos damos cuenta, de que los hechos que se dieron en nuestra patria, en ese
periodo, no fueron nada alentadores.
Al llegar a Moscú, nos esperaba en el aeropuerto, una delegación
presidida por el estudiante César
Rodríguez, persona amable, que nos dio la bienvenida y nos llevó a la
residencia universitaria (bloque No.1) de la Universidad de la Amistad de los Pueblos. En la puerta de entrada, nos recibió el “comandante” (administrador del
edificio), un hombre con la misma figura e indumentaria de Lenin, bajito, un
poquito rechoncho, con su gorra calada.
Era un hombre adusto, con don de mando y encargado de cumplir el
protocolo de inscripción de los nuevos estudiantes. Me reía, para mis adentros, al pensar que en
Rusia tuvieran verdaderas copias de Lenin, además de que el susodicho
funcionario de la universidad, se llamaba Vladímir Ilich Krasnov.
La amistad y contactos de los colombianos y suramericanos con los
rusos, es de vieja data. Habría que
remontarse, a la época de Francisco de Miranda, patriota venezolano que visitó
a Rusia y llegó a ser amigo personal de la emperatriz Catalina II, quien lo
ascendió a coronel del ejército ruso y lo apoyó para la independencia de
Venezuela, con barcos y pertrechos. La
bandera, de colores blanco, azul y rojo, de la Rusia zarista, sirvió de
inspiración a Miranda, para crear la bandera de su país, de colores amarillo, azul y rojo, que
flamearon en los barcos expedicionarios que llegaron a la Guaira, dirigidos por
mismo Miranda.
Simón Bolívar, buscó el apoyo de
Inglaterra, para financiar la independencia de su patria y de la Nueva Granada,
para lo cual convidó a la Legión Británica, integrada por oficiales ingleses,
polacos y rusos. Entre esos militares se
encontraban, Iván Miller e Iván Minuta, quienes intervinieron en múltiples batallas
y merecieron un monumento en la plaza de Caracas. El ingeniero militar Mikhail Rola-Skibitsky, realizó un viaje de ocho meses, hasta llegar a
la Nueva Granada y unirse al ejército de patriotas, convirtiéndose más tarde en
teniente coronel del ejército bolivariano.
Un siglo después, un grupo de
científicos del Centro de Estudios Botánicos de la URSS, realizó en 1926, una
expedición de seis meses, por la cuenca del Magdalena y del Amazonas,
estudiando la flora, la fauna y las costumbres locales. Los materiales recopilados, entraron a formar
parte de la colección del Archivo Genético Mundial, que se estaba creando en la
Unión Soviética. En 1929, el profesor
Yuri Vóronov, jefe de la expedición, publicó en Moscú el libro de memorias
titulado “Medio Año en Colombia”.
A partir de 1968 y a raíz de la reanudación de las relaciones de
Colombia con la Unión Soviética, fue enorme el interés de nuestros embajadores,
por conocer ese gran país y las publicaciones de ellos, no se hicieron
esperar. Fueron trabajos llenos de
objetividad y de admiración por los logros del sistema socialista, no exentos
de alguna crítica, entre otros los trabajos de Gonzalo Canal Ramírez, (“La Unión Soviética-Reto Moral”) y
Pedro Gómez Valderrama (“Los Ojos del
Burgués”).
Otros personajes ilustres de Colombia, ya se habían interesado por
los logros del socialismo en Rusia, en
los campos de la educación, como Agustín Nieto Caballero (“El Secreto de Rusia”), Jorge Eliécer Gaitán (“La Rusia Soviética”). Varios
escritores colombianos, fueron conocidos en la Unión Soviética y traducidos al
idioma ruso, como José Eustasio Rivera, (“La
Vorágine”, 1925), Gabriel García Márquez (“Cien Años de Soledad”, 1967).
Otras obras, como el “El Sueño de
las Escalinatas”, de Jorge Zalamea y la poesía de Luis Carlos López,
también fueron traducidas al ruso, años antes de nuestra llegada a Moscú. Aquí no se agota la lista de literatos
colombianos, que conoció el público ruso, hecho que explica, el aprecio con que
la gente de la Unión Soviética, nos trataba a los colombianos, siempre
vinculándonos con la cultura, con la gesta libertadora de Simón Bolívar, con la
poesía de José Asunción Silva, con la pluma de Vargas Vila.
Además, no nos podemos olvidar, que tres colombianos fueron
galardonados con el Premio Lenin de la Paz: Baldomero Sanín Cano (1954), Jorge
Zalamea (1967) y Luis Vidales (1983), quienes en sus escritos y manifestaciones
públicas, siempre defendieron los logros de la Unión Soviética, en todos los
campos del saber y en el desarrollo de la democracia popular, que se implantó después del derrocamiento del
zarismo en 1917, que dio al traste con la aristocracia rusa y con los
privilegios de terratenientes y banqueros. Las élites gobernantes de Colombia, siempre
ocultaron la gran verdad de los avances del País de los Sóviets, para mantener al
grueso del pueblo, en la ignorancia, sin referentes sociopolíticos, en aras de
favorecer a un pequeño grupo que se beneficia, con exclusividad, de los
impuestos y de la riqueza nacional.
Los gobernantes colombianos, en ejercicio, se han cuidado siempre, de
no visitar Moscú, más por imposición de los Estados Unidos, que por convicción
propia. Los únicos ex-presidentes que se
han “dado el lujo” de hacerlo, han
sido Carlos Lleras Restrepo y Alfonso López Michelsen, apartándose de la prohibición expresa de hacerlo. Es bueno recordar, que los pasaportes de los
colombianos, tenían un sello con una lista de países, los socialistas, que no podíamos visitar, so pena de ser
requeridos por las autoridades de inmigración al regresar al país. Habida cuenta de esto, los países
socialistas, nos otorgaban una visa suelta, que no hacía parte del pasaporte.
Pero hay un momento de la historia de las relaciones de los pueblos
colombiano y ruso, poco conocido por el público lector. Sucede que un grupo de ciudadanos progresistas
de Colombia, procedentes de diversos lugares del país, organizaron “El Hilo Rojo”, con el objeto de recoger
una ayuda solidaria, consistente ropa y algún dinero, que enviaron a
Moscú, para contribuir a mitigar las
necesidades y el frío por el que pasaba la población de Rusia, a raíz de la
guerra civil, desatada por la reacción interna y apoyada por Occidente, a la
cabeza de Inglaterra y los Estados Unidos, inmediatamente después del comienzo
de la Revolución de Octubre. Son
tristemente célebres las palabras de Winston Churchill, a este propósito: “…hay que ahogar esa revolución en su cuna”.
A propósito de las calamidades, que sufrió la Rusia Soviética, con
motivo de la guerra civil, (1918-1922), el filántropo noruego, Fridtriof Nansen, en 1922, la ayudó, a repatriar a sus connacionales, y además,
envió al gobierno soviético, miles de
toneladas de trigo, con lo cual contribuyó a mitigar la hambruna por la que
pasaban los rusos a consecuencia de la sequía y la guerra de intervención, de
13 potencias extranjeras, contra el Estado Soviético, fundado hacía pocos años.
Y más catastrófica era la situación, si se tiene en cuenta, el cólera que los
azotaba, contagiado por Europa Occidental, donde brotó en 1918. Los rusos siempre estarán en deuda, con la
memoria de Fridtriof Nansen, por la ayuda humanitaria que les dio, en el
momento en que más lo necesitaban.
La ayuda más evidente de Rusia a Colombia, ha sido sin duda, la de las
becas otorgadas a ciudadanos colombianos y canalizadas por el ICETEX, en
colaboración con la Embajada de la Federación Rusa y el Instituto Cultural León
Tolstoi. En el largo período entre 1943
y el presente (2020), son muchas las personalidades de la cultura rusa que han
visitado nuestro país, como Aram Khachaturián, Evguenii Evtushenko, Vladímir
Tolstoi y varios grupos de ballet, de ópera, de música sinfónica y de coros,
que han presentado espectáculos de la mayor altura artística. Igualmente, las universidades colombianas,
han tenido ilustres profesores visitantes rusos, quienes han compartidos sus
conocimiento con nosotros.
Es evidente que parte de la sociedad colombiana está permeada por la
cultura rusa, a pesar de los tabúes, los temores y la mala propaganda, que la
clase adinerada y los mismos políticos, le han hecho desde siempre, porque
contraviene a sus intereses. Sin embargo,
no han faltado los intelectuales y algunos diplomáticos que no han callado la
verdad de lo que ha ocurrido en Rusia durante más de 100 años. Es palpable la admiración que el pueblo
colombiano siente por los personalidades rusas y por eso se encuentra más de un
Lenin, Stalin, Trotski. Por cierto que
este último nombre, por esos caprichos de la historia, siempre fue en Colombia
nombre perruno, sin que ello tuviera ninguna connotación de mala voluntad,
contra el líder revolucionario.
Entre los nombres de los colombianos hay más de una Catalina, Natalia,
Nina, Tatiana, Valeria, Valentina, Olga, Ludmila. También conocimos una
Petrona. De nombres masculinos: Yuri, Iván, Boris, Alexis, Alexéi, Dimitri,
Fiódor (Fédor), Ígor, Máximo, Mijaíl, Oleg, Pável, Rasputín, Estanislao. Después del lanzamiento de artefactos para la
exploración del espacio, se hicieron familiares los nombres de las perritas
Laika, Balkaika, Bielka, Strielka. En
una ocasión, en un transporte público, conocí a una abogada, que cuando le
pregunté por su nombre, con cierta malicia me dijo al oído “tengo nombre de perra, me llamo Bielka”. Luego me explicó, que su
mamá, se lo puso, simplemente, porque lo leyó, en una revista soviética y le
gustó como sonaba.
Una enorme empresa mercantil, de Bogotá, lleva el nombre “Koba”, que es el pseudónimo que utilizó
Stalin en la clandestinidad. Una
prestigiosa escuela de ballet, funciona desde hace décadas en Bogotá y lleva el
nombre de “Anna Pávlova”. Una editorial de literatura rusa, de
propiedad de ciudadanos de esa nacionalidad, traduce y publica obras de autores
contemporáneos rusos y lleva el nombre de “Poklonka”
(“Un Saludito”). Con frecuencia en
los documentos internos de la asamblea legislativa del Departamento de
Cundinamarca se lee: “Duma de Cundinamarca”, con el rusismo “duma”. Un café, en
el reconocido sector de “La Candelaria”,
en Bogotá, lleva el nombre de “Púshkin”,
en honor al gran poeta ruso.
A raíz de las películas soviéticas de los años 50, donde se mostraba
la construcción rápida de edificios, a nuestros albañiles bogotanos,
comenzaron a llamarlos “los rusos”, término que se difundió por
toda Colombia y hasta ahora, se los conoce jocosamente con ese nombre. La telenovela peruana “Natacha”, una deformación de Natasha (hipocorístico ruso de
Natalia), sirvió de pretexto para para
referirse, con sorna, a las empleadas del servicio doméstico, como las “Natachas”,
a partir de los años 70 en toda Colombia.
A raíz del conocimiento en Colombia, en el siglo XIX, de autores
anarquistas rusos, como el príncipe Kropótkin y Mijail Bakúnin, el poeta
payanés Guillermo Valencia, tuvo a bien, titular “Anarkos”, a uno de sus poemas, donde se reivindica el trabajo de
los mineros y se lamenta su triste suerte. Un teatro de Popayán, lleva también este
nombre, que hace honor al maestro Valencia y al mismo poema. Guillermo Valencia, quien fue gran lector de
literatura rusa, quiso hacerle honor a León Tolstoi y por eso mismo, le puso a
su hijo dilecto “Guillermo León”,
quien llegó a ser presidente de la República de Colombia. Siguiendo este mismo ejemplo, tuvimos al
poeta “León de Greiff”, quien también
fue un gran conocedor y admirador de la literatura rusa. No en vano, el poeta Rubén Darío, nos llamó a
los colombianos, con inmenso cariño “Colombia,
tierra de leones”, no propiamente, por alusión a los felinos, que no los
tenemos.
La picardía del pueblo colombiano, lo llevó en los años 60, a simular
la cercanía del idioma ruso al castellano.
Fue así, como en Medellín, Gustavo Quintero, creo la canción “El Aguardientosky”, que hizo famosa con “Los Graduados”, donde varias palabras castellanas, son deformadas
con sufijos rusos, para tratar de hacerlas parecer a este idioma. En los últimos años, el pueblo incorregible,
sigue con la “tendencia rusa” de
aumentar sufijos a las palabras castellanas y al candidato liberal Gustavo
Petro, le dice “Petrosky”, haciendo
alusión a sus ideas de avanzada. De la
época del gobernante Mikhail Gorbachov, aparecieron en el bar “Macondo” de Popayán, dos cocteles que
hicieron carrera: el “Perestroika” (o
de la apertura y desinhibición) y el “Glasnost”
(o de la transparencia de los sentimientos).
La política colombiana, también fue permeada por la influencia rusa de
herencia zarista, cuando desde los años 60, empezó a llamarse “Duma”, a la Asamblea Legislativa del
Departamento de Cundinamarca, hecho que cundió por toda Colombia y ahora, se
llaman “Dumas”, las asambleas de
todos los departamentos, en contravía de toda concepción política, toda vez que
la “Duma”, es una entidad de
concepción zarista, que data de 1906 y que nada tiene que ver con el ordenamiento
jurídico colombiano. En más de una
oportunidad, hemos leído que la “troika”
(en Rusia, conjunto de tres caballos enjaezados), es en Colombia, un grupo de tres personas que
cogobiernan o llevan adelante una gestión pública. En tiempos de la cruel represión desatada en
Colombia, por diferentes gobiernos, a lo largo de estos 200 años de vida
independiente, sólo ha faltado, que el genio maligno, de nuestros dirigentes
hubiese adoptado el término “ukáz”, que
fue el nombre de los decretos inapelables de los zares, para para aplicarlo a
nuestra realidad.
Siguiendo los pasos de la guerra fría, en Colombia se introdujo,
malintencionadamente, el término de “coctel
Mólotov”, a algo que no tienen nada de coctel, sino que es una botella de
gasolina, que alguna vez, los manifestantes lanzaron aquí, contra la policía. El verdadero origen de esos cocteles es
finlandés y no ruso. Viacheslav Mólotov,
fue un ministro de relaciones exteriores ruso, que trató de ayudar a los
finlandeses con comida y ellos le respondieron con los bombas incendiarias (“cocteles”). En consonancia con toda la insidia de la
guerra fría, hacia el pensamiento progresista colombiano, la prensa del
establecimiento, hablaba, con relativa frecuencia, del “oro de Moscú”, que, supuestamente, traían los sindicalistas y
otros dirigentes, de sus viajes a Rusia.
La ignorancia, muchas veces, supera la admiración y es por eso
que hay panaderías, cantinas,
prenderías, fincas, urbanizaciones, montañas y pueblos, que llevan nombres
rusos, como La Rusia, Ukrania, Moscú, Siberia, Circasia, Caucasia, Armenia, sin saber siquiera qué significan ni dónde
quedan. Una agencia de viajes internacionales,
hasta hace poco se llamó “Cosmos”,
donde la mayor parte de boletos, se vendía a Moscú.
Los mismos rusos, que residen en Colombia, han puesto, en diversa
época, nombres rusos a sus establecimientos, como: “Restaurante Balalaika”, “Restaurante
la Dacha”, ambos de Bogotá.
Ciudadanos de esa nacionalidad, difunden su cultura, enseñan la lengua
rusa y practican el culto ortodoxo, en una capilla, inaugurada por un
archimandrita ruso, a mediados de la década pasada y que funciona dentro del
Instituto Cultural León Tolstoi. El
Ministerio del Interior de Colombia reconoce Personería Jurídica Especial a la
Iglesia Ortodoxa Rusa en Colombia (Iglesia Ortodoxa Rusa, Patriarcado de Moscú
- Misión en Colombia). La Parroquia San
Serafín de Sarov, en Bogotá, aunque nueva, la conforman principalmente
ciudadanos de Rusia y Colombia.
Las relaciones comerciales, entre Colombia y Rusia, se realizan a
través del Consulado de la Federación Rusa en Bogotá y también por medio de la
Cámara de Comercio Colombo-Rusa. Se
están haciendo gestiones, con miras a establecer en próximo tiempo, el Banco
Colombo-Ruso, para fomentar las importaciones y exportaciones entre los dos
países. Las relaciones entre académicos
colombianos y rusos, han sido siempre constantes y ha habido intercambio de
visitantes. Igualmente los deportistas
colombianos, han tenido la oportunidad de tener entrenadores rusos, tanto en
Colombia como en Rusia, con resultados positivos, que no se han dejado esperar. Otro tanto podría decirse de nuestros
músicos, pintores y directores de cine.
El gobierno de Colombia, en décadas anteriores, compró varios
helicópteros M-17, hechos en la fábrica
de Kazán y tomó en arriendo, dos aviones
de carga Antónov-32. Todos esos aparatos están funcionando hasta el presente con toda
eficiencia. Igualmente, la Marina colombiana mantiene relaciones cordiales con
sus homólogos de San Petersburgo, adonde llegan, desde el siglo pasado,
delegaciones navales con el barco insignia “Gloria”, que visita ese puerto
anualmente. De la misma manera, oficiales colombianos son invitados infaltables
a las reuniones ceremoniosas, que propicia la Embajada de la Federación Rusa,
destinadas a estrechar los lazos de amistad con la sociedad colombiana.
Hay una buena cantidad de rusismos que circulan con toda normalidad en
la prensa y en el hablar de los colombianos: “spútnik”, “rublo”, “estepa”,
“samovar”, “astrakán”, “borshch”. De
la literatura, tenemos: “versta”,
“arshín”, “kópek”, “kulak”, “pogrom”.
Una revista de literatura de la Universidad Nacional de Colombia, se
llama “Yásnaia Poliana”, en memoria
de la hacienda de León Tolstoi. No hay
municipio de Colombia, que se respete, que no tenga “Casa de la Cultura”, que no es otra cosa, que un calco, de las palabras
rusas “Dom Cultury”, que empezaron a conocerse en el mundo, después de la
Revolución de Octubre de 1917.
Dentro de la terminología histórica, encontramos una serie de
términos, que nos han llegado a través de los libros y que los intelectuales
conocen sobradamente, como: “decembrista”,
“nihilista”, “anarquista”, “bakuninista”, “tolstoyano”, “leninista”,
“trotskista”, “estalinista”, “bolchevique” y “menchevique”. De nombres
comunes: “estepa”, “cosaco”, “mujik”
(/muzhik/). De nombres de automóviles y
tractores: “Volga” (primer automóvil
que circuló, exclusivamente, entre el aeropuerto El Dorado y el centro de
Bogotá), “Lada”, “Nivá”, “Gaz”, “Uaz”, “Chaika”, “Kamaz” (marca de camión); “Katiusha”, (nombre de la canción y del
dispositivo bélico) y algunos acrónimos, como: “TASS” (Agencia Telegráfica de la Unión Soviética), “KGB” (Comité de Seguridad Estatal), “AK-47” (Fusil Automático Kaláshnikov-47),
“IL-62” (Avión Iliúshin-62), “AN-225” (Avión Antónov-225).
El alfabeto cirílico, tampoco ha sido ajeno a las simpatías que tienen
los colombianos por los rusos. Como, en todas partes del mundo, no eslavo, hay
ciertos mitos sobre el citado alfabeto. De
todas maneras, la gente hace el esfuerzo por conocerlo y descifrar algunas
palabras que aparecen en los libros, revistas o en las pantallas. En los cursos de ruso, los estudiantes
asimilan el alfabeto cirílico de un día para otro, rompiendo, de una vez, el
mito de que es un sistema de escritura demasiado difícil. En los medios de la publicidad, es común que
usen algunos caracteres cirílicos, para darle novedad a la escritura, pero
trastocando el significado que originalmente tienen esas letras en el idioma
ruso.
Es así como la Я, la
asimilan a la R; la Л, a la
A; la Ж, a la M; la И a
la N; la Й, a la Ñ y la Г a la R. La letra Б, pueden usarla en reemplazo de la B y la Э, como E inicial. Ejemplos: CЯ, acrónimo del partido de derecha,
Cambio Radical; ЖЛGDЛLEИЛ, por
Magdalena; ИАRIЙО, por Nariño, CAГTЛGO, por Cartago, ЭLЕИЛ, por Elena. La Б, la pueden usar para reemplazar la B,
como en БOGOTЛ. Pero, afortunadamente, en dos casos encontramos,
en Bogotá, inscripciones en alfabeto cirílico: en el frontis del edificio del
Instituto Cultural León Tolstoi (ИНСТИТУТ ИМ. ЛЬВА ТОЛСТОГО) y una palabra rusa, que
luce en todo su esplendor, en la puerta de cristal de la Biblioteca Central de
la Universidad Nacional, junto con palabras equivalentes en otros idiomas y esa
palabra hermosa es БИБЛИОТЕКА
(Biblioteca).
En Colombia hay varias “Siberias”,
ubicadas en clima frío, templado y caliente.
No sería extraño que denominen así a un sitio, ubicado en clima frío,
pero no se entiende, que le den ese nombre a sitios geográficos, que no tienen
nada qué ver, con el severo clima de la Siberia rusa. Yo nací y crecí en el altiplano de Túquerres
y puedo dar cuenta, de lo que significa sentir frío intenso, tanto, que mi
primo Saulo, obsedido por la idea de que había que adaptarse ya, al clima de
Siberia (Rusia), nos convenció a mi hermano Hugo y a mí, de salir a la
intemperie, en repetidas ocasiones,
apenas cubiertos por una bufanda, a
altas horas de la noche, como para experimentar los rigores del frío, en
un hipotético viaje a Siberia.
Los batallones de alta montaña, del Ejército de Colombia, desde hace
más de una década, llevan gorras rusas, para resistir el frío intenso, en los
parajes fríos del país. Esas gorras, son
compradas directamente en Moscú y son de fieltro, con orejeras. Una tienda que funciona en el Norte de
Bogotá, con el nombre de “Panadería Rusa”,
vende diversos artículos de producción rusa, como matrioshkas, samovares,
trajes y gorras de piel. Una ciudadana
de origen ruso, vende alforfón, en grano y en hojuelas. No faltan en los estantes de las librerías
más distinguidas, obras de autores rusos de todos los tiempos. Los mismos que son leídos, con bastante
fruición, por parte del público. Por información
personal obtenida de los libreros, es la literatura rusa, la más vendida, entre
todas las obras de autores extranjeros.
El idioma ruso empezó a figurar en la academia de Colombia, a partir
de 1943, cuando por primera vez hace presencia la Embajada de la Unión
Soviética en nuestro país. La esposa de
un funcionario de dicha embajada, fue la primera profesora de ese idioma, en el
Instituto Cultural Colombo Soviético.
Don Néstor Pineda, hombre de letras, fue uno de sus primeros alumnos de
idioma ruso y él mantuvo por muchos años, un boletín informativo de las diferentes
actividades culturales, que se realizaban en el mencionado Instituto, donde se
daban cita intelectuales de Colombia y de las repúblicas soviéticas, con
interesantes conferencias y conciertos.
Hacia 1970, la Universidad Nacional de Colombia, creó la cátedra de “Lengua Rusa”, idioma que se imparte
hasta el presente, a la par de otras 10 lenguas europeas. Varias universidades de Colombia, como la
Universidad Javeriana, la Universidad Santo Tomás, como la Universidad de la
Sabana, en diverso tiempo, han enseñado la lengua de Púshkin, con notorios
resultados. Lo mismo ha ocurrido en otras ciudades como Pasto, Popayán, Cali y
Medellín. En la actualidad, tiene lugar
un seminario de cultura rusa, abierto por la Universidad de los Andes, de
Bogotá y al cual concurren muchas personas interesadas en compenetrarse con la
literatura, el folclor y las costumbres de los rusos.
Por mala influencia de la “guerra fría”, en varios círculos sociales
de Colombia, hay ostensible animadversión hacia lo ruso y eso se puede observar
en expresiones como “ataca más que los rusos” (por la resolución con que los
soldados rusos se batían en la segunda confrontación mundial); “llegaron los
rusos”, por una película anti-comunista de los Estados Unidos, del siglo pasado
(donde se insinuaba que los rusos ya habían invadido algún país); “el oso ruso”
(en alusión de que los rusos en forma artera y cruel podían aprisionar a algún
país). En fin, una sarta, de expresiones destempladas contra todo lo ruso y
soviético, de las que perfectamente pueden dar cuenta los sociolingüistas,
politólogos y otros especialistas.
El amor de una parte de la población colombiana, hacia la cultura
rusa, es innegable, como lo es la repulsión y hasta la tirria, por todo lo que
huela a ruso, a soviético, a rusófilo, a prosoviético, tanto, que perfectamente
se puede hacer el parangón, entre esta situación y el libro de la beldad
colombiana, Virginia Vallejo “Amando a
Pablo y Odiando a Escobar”. También
como en los versos del viejo tango argentino “Te Odio y te Quiero”, de Juan Sánchez Gorio: “Prendida en la fiebre/ brutal de mi sangre/ te llevo muy dentro/ muy
dentro de mí.// Te niego, te busco/ te
odio y te quiero/ y llevo en el pecho/ un infierno por ti.//”.
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