HOMENAJE AL DOCTOR OTTO MORALES BENÍTEZ EN EL INSTITUTO CULTURAL LEÓN TOLSTOI

Por: Eduardo Rosero Pantoja

Tal como estaba previsto, el jueves 24 de noviembre de 2011 tuvo lugar en su sede de La Candelaria, el homenaje dedicado al ilustre humanista y hombre de Estado, el doctor Otto Morales Benítez. El acto solemne comenzó a las 7 de la noche, según programa convenido entre el Instituto y Centotto, entidad dirigida por el doctor Olimpo Morales Benítez, hijo del agasajado. La sede del Instituto Cultural León Tolstoi estaba debidamente engalanada, con carteles y fotografías del doctor Morales Benítez. En las vitrinas estaban expuestos muchos de los libros que el distinguido literato e investigador ha escrito durante su larga y meritoria vida. Los asistentes y los visitantes han podido disfrutar de dicha exposición durante varios días durante los cuales han conocido valiosos elementos que les permitirán explorar la vida de uno de los escritores más prolíficos y profundos de la las letras nacionales.

El programa tuvo un inicio musical con el pasillo “Otto Morales Benítez”, estrenado hace algunos años en Manizales por la Orquesta Filarmónica de Manizales y cuyo autor es este servidor, Eduardo Rosero Pantoja. La pieza fue tocada por David Mendieta (violín), Andrea Fiallo (piano) y Eduardo Rosero Pantoja (guitarra) y produjo enorme alegría en el destinatario y alborozo en la sala por lo melodiosa y oportuna. Acto seguido yo mismo hice la presentación formal de mi amigo el doctor Otto Morales Benítez, saludándolo cordialmente, lo mismo que a su distinguida familia allí presente y luego resaltando la fraterna relación nacida entre los dos en Popayán en los años 90 y cultivada a partir de las visitas del renombrado escritor a esa ciudad, como conferencista a la Universidad del Cauca. Igualmente salió a relucir en ese discurso, el gran aprecio que por el doctor Otto Morales Benítez tienen mis hijos, lo cual se manifiesta en las visitas que ellos le hacen con frecuencia a la torre de Colpatría de Bogotá, donde está ubicada su oficina de abogado. No podría dejar de nombrar el recuerdo grato que los payaneses tienen por este brillante personaje, lo cual se manifiesta en las espontáneas muestras de cariño que ellos le propician cada vez que él es huésped de la ciudad, la que otrora lo albergó como alumno de su liceo universitario.

A renglón seguido intervino la Codirectora del Instituto, la doctora Consuelo Rodríguez con una disquisición sobre la producción literaria del homenajeado, donde se citó buena parte de sus obras de literatura, sus ensayos de sociología, sus indagaciones históricas y jurídicas, sus intervenciones temporales en la alta política colombiana -desde los ministerios donde él fue jefe- lo mismo que su participación en dos procesos de paz. Siempre faltara tiempo y espacio para referirse a tan abundante como profunda creación, propia de un verdadero monstruo que puede escribir decenas de páginas -de contenido trascendental- en una sola jornada. Sabemos que para él todos los días son de trabajo y de búsqueda de todo aquello que es entrañable para el descubrimiento de nuestra condición de colombianos y latinoamericanos, de raíces orgullosamente indígenas, sin desconocer el aporte de otras etnias. Desafortunadamente no nos quedó tiempo para hablar in extenso de algo que es característico en su personalidad y es su risa, o mejor, su carcajada, una de las más singulares por su espontaneidad y fuerza del espíritu. No en vano al ser humano -racional y simbólico- lo distingue, de los demás de su especie, la risa, producto de la inteligencia, pero también del cultivo, porque no toda risa es inteligente. La carcajada del doctor Otto Morales Benítez es proverbial, jocunda y sabia, tal como es su actividad cotidiana donde él ha dado muestras del más claro talento, que le viene del pueblo.

El siguiente punto del programa consistió en el diálogo entre el doctor Otto Morales Benítez y Rubén Darío Flórez, Director del Instituto. El tema de fondo fue la historia de la educación en Colombia, donde el ilustre historiador explicó las vicisitudes por la que tuvo que pasar nuestra patria para poder tener un sistema educativo propio, toda vez que el colonialismo español sólo propició la educación a un puñado de jóvenes de la clase dirigente de origen peninsular, porque la Corona no estaba interesada en el despertar intelectual de la población, fundamentalmente mestiza. El expositor nos contó del papel positivo que desempeñó el general Santander con la apertura de escuelas públicas (antes únicamente había colegios religiosos) y la fundación de centros de educación superior, como fue la Universidad del Cauca, fundada en 1827. Especial hincapié hizo el doctor Morales Benítez en el sesgo religioso que tomó la educación en Colombia, especialmente a partir de la entrega que hizo el presidente Rafael Núñez de las escuelas públicas, las mismas que quedaron bajo la tutela de la jerarquía católica, por medio del Concordato, convenio dañino para la nación ya que dicho mandatario lo firmó a cambio de concesiones personales que él obtuvo, como fue la aprobación y celebración de su matrimonio por el rito católico, para poderse posesionar como presidente.

Igualmente se refirió a la contribución de Jorge Isaac -como director de sección- a la inauguración de bibliotecas en la mayor parte de ciudades de Colombia para la divulgación del conocimiento, sin fronteras. Algo inconcebible en otro tiempo, cuando los españoles procuraban -por todos los medios- mantener al pueblo en la ignorancia para que no abriera los ojos frente al saqueo permanente de las riquezas del país. Muchos nombres se repasaron en la velada y son los de aquellos dignatarios que contribuyeron al descubrimiento cultural de nuestra patria, entre otros: el general Tomás Cipriano de Mosquera, Manuel Murillo Toro, Luis López de Mesa y muy particularmente, Alfonso López Pumarejo, el gran democratizador de la vida colombiana y, particularmente, de la educación. La nación siempre va a estar en deuda con estos personajes, que desde la administración del Estado supieron darle fuerte impulso a la educación destinada a las grandes masas y bajo los conceptos de universalidad y gratuidad, por que ellos entendían que con inversión en educación el país marcharía adelante en forma incontenible.

Y no cualquier educación, sino la que se haga en función de los legítimos intereses de la nación y con presupuestos considerables como se hace en los países adelantados. Como hubiéramos querido que el diálogo entre los dos personajes mencionados se hubiera prolongado por más tiempo, para haber conocido más de la historia de la educación en Colombia, dada la actualidad de ese tema en el momento presente del devenir nacional y del asunto planteado por los estudiantes universitarios a propósito de la controvertida reforma de la Ley 30, que pretende desfinanciar la educación publica, privatizarla, segmentarla y bajarle calidad para convertirla en una institución que forma operadores, pero no creadores de soluciones, de gente pensante. En la actualidad es catastrófica la situación de la instrucción de la mayor parte del pueblo, porque la instrucción es pagada, inconveniente para la nación por su apátrida orientación y porque buena parte de los presupuestos familiares se van cubrir los gastos de una costosa educación privada (y cada vez más costosa la pública), haciendo la aclaración de que dicha educación, en general, casi no sirve al desarrollo del país porque éste se encuentra en crisis económica desde hace varios años y no se crean nuevos puestos de trabajo ni en el sector publico ni en el privado. La verdad sea dicha, en el sector publico sí crecen los puestos de trabajo, a raíz de la militarización del Estado, el cual cuenta con más de 500 mil efectivos dedicados a la guerra y por ende, a la vida improductiva, por no decir que parasitaria.

Siempre faltara tiempo para hablar con el doctor Otto Morales Benítez, en aras de recorrer imaginariamente el país y la historia de la nación producto de muchas reflexiones del autor, quien ha consagrado la mayor parte de su vida a indagar la verdad de todo lo que nos ha pasado. Desafortunadamente la gente no lee y por eso ignora en qué país vive y a qué nación pertenece. Este precelente colombiano, de manera excepcional, puede dar cuenta de quiénes somos y, con toda seguridad, intuye para dónde vamos. Tal vez no a puerto seguro, debido a que nuestros dirigentes, según su opinión, en principio, siguieron los lineamientos de los colonialistas españoles que consistieron en fomentar la ignorancia que lleva a la sumisión y no cuestionamiento de los problemas que tocan nuestros intereses vitales como son: el trabajo, la vivienda, la educación, la sanidad publica, el medio ambiente, el destino de las riquezas del país, las relaciones interétnicas, las nacionales, las internacionales.

En general, todos aquellos asuntos que tienen que ver con nuestro nivel de vida -en sus aspectos material y espiritual- y claro, con la reducción de la desigualdad social, donde por estos años (2011), justamente, en cuanto a equidad social, -a escala mundial- ocupamos los peores puestos, después de Haití y Angola. Y no se compadece eso en un país en pleno desarrollo (con un crecimiento del 5% al año), pero donde las ganancias se va a dar a un puñado de personas que conforman la élite privilegiada, la cual se queda con la mayor parte de riquezas de la nación, claro está, después de restar todo lo que se llevan los extranjeros, en primer lugar debido el permanente desangre que constituye la deuda externa, causada, principalmente, por el mismo tren de vida en los lujos y comodidades que el Estado les propia a esos privilegiados y que se salda con el esfuerzo del pueblo que paga los impuestos -sin chistar y sin cuestionar- porque lo matan o desaparecen, como los miles de casos registrados. También quedó claro que una educación que no se imparta para la paz con equidad es un asunto güero y que además contradice el mandato constitucional. Pero fácilmente entendemos que los gobiernos -desde hace medio siglo- están en guerra contra su propio pueblo y no atienden el clamor nacional de sus múltiples reclamaciones, pero, en primer lugar, la tierra para el que la trabaja, tal como ya lo proclamaban los primeros legisladores, que fue lo que nos lo recordó en su exposición el doctor Morales Benítez.

El resto del homenaje se centró en las canciones “Don Otto” (Bambuco) y “Al Carnaval de Riosucio” (Carnavalito), ambas de la autoria de Eduardo Rosero Pantoja y compuestas para este acto conmemorativo. Seguidamente hicieron su presentación los jóvenes artistas David Mendieta (violín) y Andrea Fiallo (piano), quienes interpretaron las obras “Noches de Cartagena” (Canción) de Jaime R. Echavarría y “Czardas” de Vittorio Monti. Ya al final intervino el distinguido pianista Miguel Ángel Gil, egresado del Conservatorio de Ekaterinburgo, Rusia, quien interpretó, con virtuosismo, las obras “La ruana” (Bambuco) de José Macías , “Patasdilo” (Pasillo) de Carlos Viecco y “Coqueteos” de Fulgencio García, muy aplaudidas por el público del Instituto, el que siempre disfruta de la música colombiana y de la rusa, las cuales constantemente son ejecutadas por los profesores del mismo o por artistas invitados.

Al final vino la despedida formal del evento -en el patio central del Instituto- con la toma de las fotografías correspondientes que entrarán a formar parte del acervo de los documentos valiosos de que dispone dicho establecimiento, a partir de su fundación en 1944, por el maestro Baldomero Sanín Cano, Alfonso López Pumarejo, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Vidales, León de Greiff. Álvaro Pío Valencia, Rafael Baquero, Néstor Pineda y otros intelectuales de la republica.

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