VEREDA DE LA CLARIDAD
“El Cauca, el departamento de la obscuridad” (Ingeniero hidráulico, Germán Oramas Olaya).
Por: Eduardo Rosero Pantoja
La Vereda de La Claridad, Corregimiento de Santa Bárbara, está ubicada en el Nororiente de Popayán, a unos cinco kilómetros del centro. Tuve la oportunidad de conocerla, poco a poco, desde que con mi familia, me fui a vivir a la vecina urbanización de Las Tres Margaritas, situada en el antiguo Valle de Ampudia, margen derecha del descendiente río Cauca. Aparentemente, nada especial que observar, en el trayecto que desvía hasta ella, desde la carrera sexta, a partir del sector del La Ximena y el Club Campestre. Pero apenas uno empieza a subir, en la margen izquierda, del camino destapado, se ve una falla geológica, tal vez con nombre y clasificación propios, que posiblemente figuren en los informes de las profesionales Marta Calvache y Adriana Agudelo. Con ojos de profano, junto a mis hijos, yo quedaba abismado por la belleza del paisaje, a pesar de que parte predominante del mismo, eran y son, los pinos de Smúrfit Kappa Cartón de Colombia, localizados a la vera izquierda del camino.
Claro que en el mes de octubre, una entrada al bosque de pinos, era para hacer una cosecha abundantísima de hongos comestibles (champiñones), que arrancábamos allí, y con un cuchillito alistábamos, para ponerlos a secar y poderlos consumir poco a poco. La clave estaba en determinar, en ese mismo día, si entre esos hongos, no se había colado alguno venenoso. La fórmula aprendida en los bosques de Rusia, era una sola y sencilla. Poner a hervir agua, con un poco de sal y una cebolla cabezona blanca. Si al sumergir el hongo dudoso, la cebolla se ponía morada, entonces no era comestible y había que desecharlo inmediatamente, para que no contaminara a los demás. Esta excursión fungosa, sólo se podía hacer sólo en días de sol, que siguieran a la lluvia, que es cuando los hongos van surgiendo, prácticamente, a ojos vista. Qué alegría nos daba volver, cada uno con un canasta llena de hongos, destinada a ser el alimento nuestro, combinada con papas al vapor, no sólo ese día, sino multitud de días, porque los hongos secos, de 20 a 30 unidades, los ensartábamos en hilos, que íbamos comiendo, cada vez que se nos antojara. Así surgió en la familia la afición por la recogida de hongos silvestres en los octubres de cada año.
Pero no todo era bosque de pinos, también había árboles nativos como el roble, el nogal, el guayacán rosado y el amarillo, en fin de cipreses y hasta unos pocos árboles de tabaco, posiblemente que nacían en la vía en forma casual. Un árbol que definitivamente nos dejó sorprendidos fue el caspi, un árbol de la región, que produce alergia inmediata, en casi todos, no en todos los que se le acerquen. De otro lado, varios caminantes nos prevenían de que, entre la hojarasca del monte podía haber alguna culebra, pero la verdad es que nunca la vimos viva, pero sí muerta, más de una, en medio del camino. El doctor Santiago Ayerbe, gran herpetólogo del Cauca, siempre ha aconsejado tener máximo cuidado en estos desplazamientos al campo, por cuando en varios de esos parajes habita la famosa y peligrosa serpiente, llamada rabo de ají, para la cual no hay antídoto. Con relativa frecuencia se escucha decir que varios compatriotas perecen víctimas de sus mordeduras. En diversas ocasiones, con lluvia, viento y sol, nos encaminamos hasta la vereda a visitar a nuestro amigo Guillermo Villota, campesino nariñense y a la familia Camacho, oriunda, del lugar.
Tanto Guillermo, como don Luis Camacho, construyeron varias casas, en forma de maloca, por cierto muy alabadas por la población y por los mismos ingenieros. El primero, anteriormente, hizo casas, hasta de dos pisos, con todas las instalaciones de la modernidad, en la misma Popayán y en el campo, lo mismo que don Luis, quien hasta sus últimos años no dejó de hacer casas, en el mismo material. Guillermo, en tres hectáreas de tierra, ubicadas en ladera, ha podido sembrar café, plátano y yuca, para llevar a vender en el mercado y con ello pagar el préstamo agrario que hizo para comprar semillas e insumos. Su parcela la tuvo, prácticamente, perdida por una querella que tuvo con caballero “de buena familia” de Popayán, a quien le rompió el tabique por grosero. Un bello y rumoroso arroyo, pasa por el costado inferior de su finca, garantía de que siempre va a tener agua para bañarse, preparar los alimentos y regar las plantas.
La familia Camacho, vive, parcialmente de la agricultura y de los oficios que sus hijos prestan en la ciudad. Su abuela, dona Balta (Baltasara), vivía con su esposo, en el vecindario y no había día laboral de la semana, que a eso de las ocho de la mañana, no asomara en el partidero del camino que daba a la carrera sexta, con un canasto mediano lleno de plátanos, yucas y naranjas. Lo vendía rápidamente, a clientes cautivos que ella tenía y, con el producido, compraba una botella de aguardiente, que empezaba a eso de las nueve y, después de aprovisionarse de una panela, pan y sal, subía la cuesta, medio borracha, pero con la idea de poderle dar a su marido, el resto del trago que le quedara. En esa rutina vi a doña Balta, por lo menos cuatro años consecutivos, hasta que se murió de vieja, pero no de alcohólica.
Los dos hijos de don Luis Camacho se fueron para el ejército y de allá volvieron, como si nada les hubiera pasado en sus personalidades. Siguieron desordenados y locos, como lo que habían sido, pero prestando servicio de guardabosques para la citada empresa de madera. Un día uno de ellos (alias “Taladro”), contaba, a un corrillo, antes de tomarse el primer trago, que estando en la contraguerrilla, dieron con la precisa ubicación del estado mayor de las Farc, y estuvieron, casi que cara con cara, con esa agrupación, pero la orden superior del capitán, hizo que se retirara la indicación perentoria de darles de baja. Esto hecho, aunque no se ha comprobado, es perfectamente posible, dado que la guerra es un negocio, que entre más se prolongue, da mayores dividendos a los altos jerarcas del ejército, a los proveedores de uniformes y alimentos, a los vendedores de armas, porque es toda una economía, que surge en el mismo instante de la declaratoria de guerra. Mercedes, una de las hermanas de estos jóvenes, trabajó en el servicio doméstico, terminó su bachillerato y ahora es una próspera empresaria agroindustrial, que exporta alimentos a Europa.
Guillermo Villota, el fortachón agricultor, es además fiel lector de la Biblia, práctica que realiza desde un enorme atril de cedro, junto con su compañera de origen paisa. Ambos rezan todo el año y al final de él, se dirigen a un merecido descanso, a una estación de veraneo, que su iglesia cristiana tiene en cercanías de Quilichao. La mencionada iglesia les ha prometido jubilarlos, enviándolos, años más tarde, a un suerte de “paraíso terrenal”, que ella tiene en algún lugar del Perú, adonde, según fiel promesa, pasarán sus últimos años, rezando y leyendo el libro sagrado de los cristianos. Siempre fue grato visitar a esta familia y disfrutar de su sabroso café orgánico, de sus suculentos sancochos y de sus frutas. En la casa de los Camacho, el principal atractivo era ir a la Pezuña del Diablo, un verdadero fenómeno de la Naturaleza, dentro de su predio y a escasos diez minutos de su casa. Se trata de un pie gigante, de unos cinco metros de largo, por tres de ancho, donde, en bajo relieve, está la planta completa de un pie, con su respectivo talón y dedos.
Algo que la gente del común no conoce y que si los Camacho se resolvieran, tendrían un turismo garantizado, por esta y todas las generaciones por venir. La idea del Diablo sigue martillando, hasta en la mente de los presidentes, quienes no hacen nada por disiparla, ni siquiera de su cabeza, para mantener a la población amedrentada y sujeta a sus infames designios.
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