MI AMIGO GERARDO LIS
Por: Eduardo Rosero Pantoja
Conozco a Gerardo Lis, desde una mañana en que lo vi trabajando en su taller de ebanistería, ubicado en el barrio El Empedrado, de Popayán, el que ha dado el mayor número de presidentes de Colombia y ha tenido visitantes ilustres, como el famoso compositor paraguayo Agustín Barrios Mangoré, quien vivió en él, hacia los años treinta. El maestro Gerardo Lis, allí en su taller, entre maderas finas de cedro y roble y su multitud de serruchos y sierras, me atendió, con toda la sencillez y deferencia que lo caracteriza. Me habían dicho los lugareños, que don Gerardo era excelente ebanista y que él me podía hacer la mesita de centro que yo necesitaba, de buena madera y de patas torneadas. Apenas empezamos a hablar, me olvidé, por un buen rato, de la obra que le iba a confiar, embelesado por la cantidad de herramientas que poseía este artífice, cada una de las cuales tenía dibujado su contorno en la pared, como para tener siempre presente su sitio, en el caso de ser desprendida del mismo.
Don Gerardo me contó, en ese 1975, que él tenía procedencia indígena y que su mamá vivía en ese mismo barrio. Que había estado casado y que tenía a su cargo un hijo pequeño, llamado Rubén, quien estaba estudiando en un colegio de la ciudad. Después de un largo diálogo sobre maderas, herramientas, costumbres de Popayán, vino a colación lo de la mesa, asunto que concretamos en un minuto. Ese mismo día, el maestro Gerardo me invitó a conocer, por la tarde, el Orfeón Obrero, donde él formaba parte de su junta directiva y participaba de las actividades culturales de la misma. Allí en el Orfeón, conocí su amplio teatro, sus salas de ensayo de danzas y su enorme biblioteca, administrada por un gran conocedor de libros y de juiciosas lecturas.
Del Orfeón me contó, que se hizo con el esfuerzo de entusiastas maestros de obra y de ciudadanos voluntarios, que pusieron talento, trabajo físico y recursos, para levantar tamaña y hermosa edificación, que admiran propios y foráneos. Que tanto fue el prestigio de esta institución, que durante los gobiernos liberales de los años cuarenta, el Orfeón tuvo apoyo presupuestal de la nación y que duró hasta que Laureano Gómez, estuvo allí y constató, que la cultura la impartían los liberales. Estando en el teatro en una presentación, dicho personaje, se llenó de odio y apenas hubo llegado a Bogotá, dispuso que se suspendiera inmediatamente la ayuda nacional al Orfeón Obrero, cuyo nombre visiblemente le fastidiaba. No podía ocultar el nefasto personaje su índole y actuar fascista. Pero a pesar de esta circunstancia adversa, de desfinanciación, el Orfeón siguió y sigue funcionando, como modelo de institución popular que fomenta la danza, el dominio de instrumentos musicales y la lectura de la gente, especialmente, de los jóvenes.
Me refirió Gerardo, que desde muy joven tuvo inquietud por la causa de los obreros, de su organización en sindicatos y que por eso tuvo la oportunidad de hacer un curso en Bogotá, donde recibió instrucción de ese perfil. Sus inquietudes las compartía con sus compañeros de labores y, claro está, con sus amigos cercanos del Orfeón Obrero, verdaderos luchadores de la cultura popular, en una ciudad donde ésta ha sido, siempre elitista, centrada en los colegios privados, en el Teatro Valencia y en la misma Universidad del Cauca, adonde ingresa a estudiar sólo una minoría, de verdaderos privilegiados, aunque muchos de ellos provengan del pueblo raso. Si mal no recuerdo, Gerardo y sus compañeros de danza, pudieron viajar con su comparsa al Sur de Colombia y también al Ecuador, donde conquistaron muchos aplausos y la simpatía de los diferentes públicos, que vieron bailar el bambuco caucano y otros aires de la región.
Cuando conocí a Gerardo en los años setenta, ya varias generaciones del pueblo se habían formado en los claustros del Orfeón Obrero, razón por la cual la popularidad de esta institución siempre se ha mantenido. Allí tienen lugar conciertos, especialmente, la presentación de los tríos locales e invitados, donde concurre gente, de diversos estratos sociales y pasa inolvidables momentos de esparcimiento musical. Varios grados de colegiales se realizan en el mismo recinto, lo mismo que reuniones políticas de diferentes tendencias ideológicas, ya que el pluralismo y la tolerancia, son lemas fundamentales del Orfeón.
Ya en los años ochenta, la amistad con Gerardo se fortaleció por completo y nuestros encuentros se daban, con relativa frecuencia en el Orfeón. Después cuando Rubén, su hijo, se graduó de bachiller, a mí me correspondió, por encargo del Instituto Colombo-Soviético, de Bogotá, practicarle, en el claustro de la Universidad del Cauca, el examen de admisión para estudiar en la Universidad de la Amistad de los Pueblos, de Moscú. Una vez que envié los resultados del citado examen, sólo quedaba esperar la respuesta positiva desde esta última ciudad. En mayo todo se revolvió en favor de Rubén y en agosto ya pudo viajar a estudiar agronomía, la profesión para la cual, él se había postulado.
Durante el período universitario de Rubén, en la Unión Soviética, me acerqué mucho más a Gerardo, hasta recuerdo que fuimos a la Loma del Indio, de Popayán, a conocer una de las salidas que tuvieron los indígenas hacia el Huila, a través de un verdadero túnel. Una vez que estuvimos en la cima de la loma, nos bajamos los dos, en una sola bicicleta, “como alma que lleva el Diablo”. Fue tanta la alegría, como el riesgo que tomamos al bajar, precipitadamente, por esa empinada loma, de sinuosas curvas. No nos pasó nada penoso que lamentar, pero sí comentamos, alborozados, de nuestra hazaña, la misma que nunca volvimos a realizar, por temor a matarnos.
A comienzos de los años ochenta, Rubén se había casado en Moscú, con una muchacha centroamericana. Resultado de esa unión es Edwin, niño que nació en dicha ciudad y quien quedó a cargo de Rubén, desde el comienzo. A la edad de un año lo trajeron a Popayán y le correspondió a don Gerardo y su esposa, doña Cecilia, velar por el infante, mientras Rubén culminaba su carrera en la Unión Soviética. Gran mérito de haber empezado a formar a ese querido nieto, en las tradiciones del trabajo y la solidaridad humanas, justamente, en las mismas, que en otros decenios, moldearon a Rubén. Así es la vocación de esta familia, que ha hecho de las dificultades una escuela, donde se forman seres útiles para sí mismos y para la sociedad que los abriga.
Por esos años ya vi a Gerardo cambiar de oficio y atender su trabajo en el Fondo Ganadero del Cauca, donde se jubiló, al servicio de la casa del ex-presidente Víctor Mosquera Chaux. Valga la oportunidad para decir, que este personaje de la política caucana y colombiana, siempre lo distinguió y lo estimó. Actitud recíproca que tuvo tanto don Gerardo, como su esposa, doña Chila, trabajadores fieles de esa familia, por toda la vida. No sólo en esa época, sino que siempre vi a Gerardo montado en su bicicleta haciendo todos los recorridos posibles por Popayán, ciudad, que aunque es mayormente plata, también tiene sus cuestas, que hacen bajar del velocípedo, al más avezado.
Recuerdo una situación anecdótica de cuando Rubén empezó a trabajar, como profesional, en la Dian, creo que, inicialmente en Bogotá. Don Gerardo me lo comunicó y eso me alegró mucho. Pero sucede que un buen día se apareció Rubén por Popayán, en ejercicio de sus funciones aduaneras y vestido con uniforme de la entidad, con apariencia de policía. Yo pasaba, casualmente, por el andén del Palacio de Justicia de Popayán, cuando veo a don Gerardo recostado en el pretil de dicho edificio, con su rostro lleno de amargura. Yo le pregunto ¿Qué le pasa, Gerardo, que lo veo tan contrariado? –“Cómo no voy a estar contrariado, me reponde, si acabo de ver a Rubén vestido de policía. Todo el empeño que puse en su educación, sus estudios en la Unión Soviética, su especialización en España ¿De qué sirvieron? ¿Para que ande de policía?”. –“No, le respondo. Simplemente la Dian, en su parte aduanera, tiene que cumplir ese tipo de funciones y, por lo visto, es un encargo temporal que le han confiado a Rubén. Ya lo pasarán a otra sección”. Me pareció que mi respuesta tranquilizó a don Gerardo y el desasociego, no pasó a mayores.
Hacia finales de los años 80 y comienzos de los 90, en repetidas ocasiones visité a Rubén, en su residencia del barrio Suizo, de Popayán, donde vivía con sus padres, don Gerardo y doña Chila. Debo dejar constancia de que siempre fui recibido con mucho calor humano, por todos los miembros de esa honorable familia. Recuerdo con especial agrado, los sabrosos platos que nos preparaba doña Chila, una experta en asuntos culinarios y dueña de la mejor de las sazones, sumada al cariño que ella tiene para con sus amigos. Mis visitas a la casa Lis, fueron la oportunidad para hablar con Gerardo y con Rubén, de las luchas de la gente del pueblo por un futuro mejor, porque su trabajo sea justipreciado, por el Estado y por todos los miembros de la sociedad.
Siempre estuvimos de acuerdo en que la gente no necesita de limosnas, sino de un trabajo constante, que dignifique su diario vivir. Porque, en últimas, cada cual se ajusta con el salario que recibe, claro está, luchando porque la repartición de la riqueza sea más equitativa, independientemente, de que haya ricos y todopoderosos. Éstos existen hasta en los países nórdicos, como Suecia y Noruega, donde priman los principios igualitarios, sobre cualquier otra concepción. Siempre bajo la consigna: “Deben estar ausentes en la vida de la nación, los ciudadanos extremadamente ricos y los extremadamente pobres”.
Cuando Edwin, su nieto, creció, también se formó en la universidad, como lo había hecho su padre. Eligió él mismo la carrera de ingeniería ambiental, la misma que estudió en la Universidad del Cauca, con mucho entusiasmo y rendimiento. Nuevamente Gerardo, es en esos años, el ejemplo de vida, que así como lo tuvo su hijo Rubén, lo tuvo su nieto. Apenas Edwin, obtuvo su grado, se fue a trabajar a una empresa canadiense, donde se desempeñó, con eficiencia, en la profesión que aprendió. Ahora es un próspero empresario, que pone todo su talento en ayudarse y ayudar a la gente que le colabora en su gestión independiente.
La experiencia vital y humana del maestro Gerardo Lis, ha sido motivo de vívido interés, por parte de diversos intelectuales, que como el doctor Eduardo Gómez Cerón, le han hecho entrevistas, para producir ensayos sobre las luchas populares del pueblo payanés y caucano, a lo largo de la historia. Es muy probable que dicho intelectual haya publicado los escritos, que redactó a propósito de sus encuentros académicos con nuestro biografiado. Los científicos sociales, tienen un rico filón de investigación en personalidades, como Gerardo, para entender la esencia de la sociedad, a partir de las comunicaciones directas de los diferentes actores de la misma, especialmente, de los que tienen experiencias irrepetibles, en el campo de las luchas por las reivindicaciones de la clase trabajadora, en particular de obreros y menestrales.
Por razones de trabajo, tuve que retirarme de Popayán, pero mi amistad con Gerardo y toda su familia ha continuado. Hace menos de un año, a pocos metros del marco del Parque Caldas, me lo encontré, paseando, en compañía de su esposa. Fue grande la emoción que sentí de verlos, como dos novios del brazo. Los saludé y les prometí ir a visitarlos en su residencia, que queda en partidero que lleva a Totoró, en su casa hecha con esfuerzo familiar y con todo el gusto de un ebanista consumado, como es él. Le deseo mucha fortaleza a Gerardo, mi amigo del alma y felicidad a toda su familia. En la cima de sus 85 años, son muchos los méritos que lo acompañan y la experiencia que tiene para todos los que lo rodean, incluidos sus amigos, quienes tienen en él a un ser humano, con las mejores dotes de reflexión y de nobleza.
Comentario al margen:
Antes de escribir este artículo, le envié a Rubén Lis, este mensaje, hecho que desencadenó la redacción del escrito.
Excelente artículo el de Edwin Lis, porque conoce y distingue sus nobles raíces populares, de la mano de su padre Rubén y de su abuelo Gerardo. Pocas familias saben de su propia historia, porque su arribismo no les permite remontarse a ella. Se avergüenzan hasta de sus mismos padres. Me cupo la suerte de conocer a doña Margarita Lis, la bisabuela de Edwin y de intercambiar con ella algunas palabras, justamente, cuando Rubén, el padre de este último, lo trajo de Europa, con apenas un año de edad. Esto ocurrió en el barrio El Empedrado, de Popayán. La historia de la familia Lis, es ejemplar: llena de sacrificios, pero también de recompensas. Sus miembros, han prestado a la sociedad payanesa y colombiana, todo su concurso, desde los oficios humildes, hasta los profesionales, de la más alta calificación. Leyendo el libro “Colombia: una solapada dictadura”, del científico balboense Mauro Torres, se cae en cuenta de que la suerte de nuestras familias, es supremamente triste, porque el imperio de una minoría, vuelve infeliz la vida de toda la nación. La consciencia social de la familia Lis, es para estudiarse e imitarse. Desde que yo los conocí, tomé su ejemplo. A la cabeza de ellos, está mi amigo Gerardo, mi amigo entrañable, a quien deseo, de corazón, muchos años más de vida. Felicitaciones a Edwin por su artículo.
Comentarios
Publicar un comentario