DON MARIANO, UN HOMBRE DEL PUEBLO

Por: Eduardo Rosero Pantoja

A la memoria de don Mariano Álvarez Patiño, un tuquerreño de la aldea de Esnambud

Casi siempre nos toca hablar y escribir sobre los grandes personajes de la historia, aquellos que marcan hitos en el devenir de los pueblos y, con frecuencia, sabemos tanto de ellos, que nos abruman los datos. Esta vez escribo sobre un hombre sencillo, nacido en la aldea Esnambud (posteriormente mal llamada Olaya), perteneciente al Municipio de Túquerres, Nariño. Había sido don Mariano alumno de mi abuela Teodelinda Bravo Palacios, a finales de los años 20 del siglo XX, en la escuela rural de esa misma aldea. Alguna vez mi abuela me comentó que él y otros muchachos que habían sido sus pupilos, como don él y don Gerardo López -combatiente de la guerra de Corea- siempre se habían distinguido como buenos y receptivos alumnos, entre centenares que pasaron por esas aulas.

No podría ser de otro modo en una región supremamente sana, como fueron las aldeas nariñenses de la serranía, patria de gente bonachona hasta el extremo, capaces de saludarlo a uno con toda el alma como ocurría cuando bajaban a Túquerres diciéndonos con su tono campesino: “¡Buenos días joven, de Dios a vusté! Es estoy casi seguro de que no hay ni una sola lengua (de las 6500 que existen en el mundo), donde se salude con tanta ternura. Gente de alma blanca de la que aún quedan algunos representantes metidos entre el surco o los escasos montes que aún quedan, ciudadanos todos pertenecientes a la etnia Pasto, cuyo sustrato cultural perdura, aunque haya desparecido su lengua durante el colonialismo español.

De paso digo que la mayor parte de los nombres de lugar (topónimos) de la antigua provincia de Túquerres (voz derivada de Taques, apellido del cacique) fueron desapareciendo poco a poco y, como ejemplo, traemos casos como el de Tengüetán que se convirtió en San Roque y Chaitán en Azufral (el volcán de Túquerres) y el poblado homónimo de Chaitán, que se trocó Santander, todo esto como resultado de un proceso de blanqueamiento que surge de los mismos nativos y lo refrenda con acuciosidad la administración local para que no quede ni rastro de lo indígena. Es una política fomentada desde las altas esferas de la administración colombiana para borrar todo recuerdo primigenio, tal como lo registramos en la mayor parte de departamentos de Colombia, con las honrosas excepciones de Cundinamarca y Boyacá.

Volviendo a don Mariano supimos que después de terminar la escuela -y ya de jovencito- se enroló en la policía nacional, esa institución que en los años treinta y cuarenta siguió siendo politizada por los gobiernos de turno y, por lo tanto, en ese período estaba inclinada hacia los liberales. Esa fue la razón para que nuestro personaje no permaneciera en la institución más allá de 1946, porque justamente en ese año empezó el dominio conservador, con un sectarismo inusitado, que desembocó en la degollina nacional, con una “cuota inicial” de 300.000 muertos, desencadenada, inicialmente, contra los adversarios liberales y de izquierda, con las consiguientes retaliaciones y la guerra civil no declarada que está presente hasta nuestros días.

Alguna vez mi mamá me contó que mi tía Rosa -a quien yo no conocía personalmente, porque ella vivía en Cali- era ni más ni menos que la esposa -o mejor, la compañera- de don Mariano. Ella era hermana menor de mi mamá y se había marchado con él, antes de cumplir los 18 años, hecho censurable en una sociedad provinciana donde los patrones culturales están marcados por la religión y la mojigatería fomentada por ésta Fue tan grande el la vergüenza que les causó esa conducta de mi tía, que sus hermanos dejaron de comunicarse con ella -por varios decenios- y a duras penas sí sabían que ella se había trasladado con su “policía”, inicialmente al norte del Valle del Cauca y que luego se habían radicado en Cali. El agente Mariano Álvarez Patino, había quedado sin cargo y a la deriva, por lo que tuvo que buscarse la vida en cualquier paraje de la violenta zona del norte de dicho departamento. Lo más probable esa pareja salvó la vida de milagro. En esas condiciones, fácilmente se entiende que mi tía no podía ver por sus dos hijos tiernos, Saulo y Lola, que habían quedado bajo la custodia y a merced de mi madre y abuela, quienes los criaron junto con nosotros, con el mayor cariño y les propiciaron la educación hasta la mitad del bachillerato, porque más no pudieron.

Don Mariano y mi tía Rosa, recuerdo que vivieron en unión libre, desde finales de los años 30 hasta 1992, cuando decidieron casarse con el objeto registrar la escritura de la casa la misma que terminaron de pagar por esa fecha. Pero es casi anecdótico decir que esa pareja, entró en crisis, justamente después de que había vivido en tanta armonía durante tantos años. Alguien de la familia decía que fue como si el mismo Satanás se hubiera entrado a esa casa, porque empezaron los reclamos y los resquemores mutuos y hasta verdaderas peleas protagonizadas -la mayor de las veces- por mi tía, persona nerviosa e irreflexiva. Se supo que en más de una vez le lanzó los platos a su cónyuge y éste resultó herido. Esa conducta alevosa se supo que mi tía la mantuvo hasta los últimos días de don Mariano, sin que nadie haya podido hacer nada para aliviarle la suerte a ese infeliz señor.

Volviendo al recorrido de don Mariano con mi tía, recuerdo haber oído que después de su regreso del norte del Valle se radicaron en Cali donde él primero se puso a trabajar con los constructores Garcés Vejarano, quienes lo contrataron como almacenista de la urbanización “La Campiña”, ubicada en el norte de esa capital, la misma que actualmente forma parte del la Comuna 2 y pertenece al estrato 4. Allí se recomendó don Mariano como un hombre supremamente correcto y responsable, que siempre sirvió de apoyo para que dicha firma progresara. No puede haber cosa peor para una empresa -como la de construcción- que la falta de un almacenista honrado y cuidadoso, donde los desfalcos comienzan por la pérdida de un clavo y terminan con la desaparición de toneladas de cemento y hierro.

La buena conducta de don Mariano sirvió para que esos mismos empresarios lo recomendaran para un empleo en la Alcaldía de Cali, donde él trabajó durante varios años a partir de los años cincuenta y hasta su jubilación en los ochenta, con diferentes administraciones, liberales o conservadoras. Esto ocurrió porque nuestro bibliografiado se apersonó tanto de los asuntos de esa dependencia, que aprendió su oficio al dedillo, cumpliendo con las órdenes y haciendo cumplir las tareas que él encomendaba No dejaba de leer la prensa diaria y de informarse de todos los menores que pasaban en la ciudad, la misma que ha tenido un desarrollo vertiginoso ya se trata de una de las urbes de la más compleja problemática, tal como nos lo muestra en su informe anual -de 2008- el ingeniero Johannio Marulanda Arbeláez, Director de Planeación Municipal de Cali, en su informe técnico de centenares de páginas escritas con conocimiento de causa.

Don Mariano no era un hombre de libros e inclusive me atrevería a decir que nunca leyó un libro ni tuvo ninguno en su casa, fuera de la guía telefónica. Leía el periódico El País, religiosamente, todos los días para estar al tanto de los acaeceres de Cali y del Departamento del Valle del Cauca. Ese periódico, por su orientación eminentemente conservadora y retrógrada, hay que decir que ha moldeado los cerebros de todos los vallecaucanos a la manera de cómo piensan los latifundistas de la caña de azúcar, los industriales y banqueros de esa comarca, que se enriquecieron del trabajo de tantos obreros y criados que trabajaron y trabajan en sus plantaciones por sueldos de hambre, antes de que toda esa región fuera afectada por el narcotráfico.

Se trata de una élite soberbia conformada por conocidos apellidos como los Lloreda, Caycedo, Garcés, Vejarano y unos pocos más, la mayor de las veces provenientes de rancias familias del Cauca. Don Mariano fue hombre de provincia a quien le fue suficiente estar en Cali y haber muerto sin conocer Bogotá, pues la conocía desde la prensa y, en las últimas tres décadas, desde la televisión, embeleco al cual le gastaba no pocas horas al día, incluida la misa del domingo que veía junto con mi tía. De paso quiero contar que ella era quien decidía qué programas se iban a ver y él no tenía derecho da antojarse de fútbol o de cualquier otro tema que a ella le disgustaba. Como marido había perdido toda autonomía y siempre lo desautorizaba frente a los demás. Era un verdadero Pancho frente a Ramona -de la tira cómica estadounidense- , cuando ella, Ramona, en cierta ocasión, lo coge del cuelo, lo alza en vilo y le espeta en la cara: ¡Insecto!

Que yo sepa, sólo en dos oportunidades don Mariano salió de viaje: una vez hacia Túquerres, para hacer una visita familiar y en otra oportunidad hacia Piendamó donde acordamos un encuentro de descanso, el que nunca se dio por la falta de adecuados medios de comunicación y de precisión en las citas. La ocasión en que fue a Túquerres, en 1960, él tuvo la gentileza de obsequiarme un manual de guitarra de la Casa Editorial Conti de Bogotá. Inicialmente yo le había solicitado que me lo comprara, pero amablemente me lo trajo en calidad de regalo. Don Mariano se quedó en mi casa y en los pocos días que estuvo -dos o tres- nos pudimos dar cuenta de su educación y don de gentes. De otro lado, la tía Rosa nunca quiso aceptar la invitación perenne que yo le hice para que fuera a Popayán, a mi casa, aduciendo que Popayán era una ciudad triste, amargada, “sólo apta la semana santa”. De nada valió decirle que allí la gente es alegre, que igualmente allí nació la salsa colombiana, en los años sesenta. Pero al hablar de salsa y de negros, hasta allí llegaba el diálogo porque ella se llenaba de hondo racismo, el mismo que le inculcó, sin duda, mi bisabuela, matrona de origen payanés.

Las tres décadas de jubilado, don Mariano las pasó en casa, mirando televisión, saliendo uno que otro día al supermercado y riñendo con su mujer, cada vez más a menudo. Era tanta la tensión, el conflicto permanente en que ellos vivían, que mis primos (Saulo y Lola, hijos de la tía Rosa), cada vez los visitaban menos y la misma política asumimos nosotros, los sobrinos, que vivíamos en otras ciudades. Mi tía no era de las personas que visitaran a otras del vecindario, aunque anteriormente recibía -con agrado- a una que otra conocida. No puedo hablar de amigas, porque su carácter no le permitía confiar en personas de afuera. A don Mariano, hay que abonarle el comedimiento de haberle conseguido a Saulo el cargo en los juzgados, en donde trabajó hasta que se jubiló hace unos siete años. Y así termina la existencia de una persona honorable y buena, por esencia, pero que la fuerza de los acontecimientos no le permitió ser más feliz o mejor tratado por la vida, la cual -en últimas- requiere de pocas cosas, pero sí de personas amables que estén alrededor y le brinden el calor y la confianza que uno necesita todos los

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