YURI GAGÁRIN

Por: Eduardo Rosero Pantoja

Hoy 12 de abril de 2021, se cumple el sexagésimo aniversario del vuelo al espacio, de Yuri Gagárin, el primer ser humano en circunvalar nuestro planeta, en algo más de una hora. Su apellido era desconocido hasta ese momento, tanto por soviéticos, como por el resto del mundo. 

Había nacido en 1933, en la aldea de Klúshino, región de Smolensk. Cuando estalló la guerra, apenas tenía siete años. Asistió a la escuela primaria y secundaria y, desde el comienzo, fue un excelente alumno. Lo mismo ocurrió en sus ulteriores estudios de aviación y preparación para el vuelo cósmico. El joven Yuri, se preparó para tan exigente misión, junto a una larga nómina de elegidos y, sólo a última hora, los jefes del proyecto, decidieron que sería él, el primero de la lista en circunvolar la tierra, por su gran rendimiento y por tener la fisonomía más representativa del varón ruso de la época.

Cuentan sus coetáneos, que fue tanta la sorpresa en Moscú, por el anuncio inesperado del vuelo de marras, que hasta los escolares, el 13 de abril, se salieron, de sus establecimientos, por donde pudieron, inclusive, por encima de los muros, con tal poder asomarse, a la Plaza Roja, para dar la bienvenida a ese héroe de la carrera espacial, quien con su vuelo demostró su valor y dejó muy en claro, que la Unión Soviética, había empezado una nueva etapa en la conquista del cosmos, esta vez, con una nave, que llevaba un ser humano a bordo. El Primer Ministro, Nikita Krushchov, salió a recibirlo y a darle las felicitaciones, a nombre de todo el país y a recordarle al mundo, que la ciencia y la técnica soviéticas, se apuntaban un nuevo logro. Así como fue un día de alegría para media humanidad, los líderes gringos y occidentales, en general, no podían salir de su confusión y desencanto, al saber que los rusos les habían propinado un severo golpe a su arrogancia y a su delirio de grandeza.

Ya desde antes, Occidente, trataba de minimizar los logros de los soviéticos, en el camino de la conquista del espacio, haciendo comentarios malévolos del jaez, de que “los rusos son unos campesinos con bombas atómicas” y otras sandeces, por el estilo. Pero, el mismo ministro, en su viaje a los Estados Unidos, de 1959, había notificado a los estadounidenses, de que Rusia y las 15 repúblicas de la Unión Soviética, en adelante, debían de tenerse en cuenta, porque eran vehículo de la paz y el progreso, pero que no se quedarían con los brazos cruzados frente a una agresión.

Les estaba diciendo que la respuesta, frente a una acción irresponsable, sería simétrica y proporcional. Que el Estado Soviético, se levantaría como un solo hombre, frente a un conato de invasión por parte de las potencias occidentales. Le exigía que respetaran su integridad territorial, su vida pacífica y el rumbo político elegido por la mayoría del pueblo.

Varias naciones aceptaron la nueva realidad y con fingida humildad, empezaron a invitar a Yuri Gagárin, tal como ocurrió con Inglaterra, Francia, Estados Unidos, el Japón y otras potencias. En todas partes él era recibido como el héroe, que era, con respeto y admiración. Los habitantes del tercer mundo, no dejamos de admirarlo, desde el comienzo de su aparición en la palestra mundial.

Mi papá compraba, con más asiduidad, la revista “Unión Soviética”, que venía, todavía con olor a tinta fresca, con las hermosas imágenes del joven cosmonauta, en su cápsula espacial, el su apoteósico recibimiento en la Plaza Roja y, en multitud de reuniones , que tuvo el cosmonáutica en diversos lugares de Moscú y de su país. Desde entonces el nombre de Yuri Gagárin, nos suena familiar y siempre lo asociamos con la intrépida aviación y la cosmonáutica, con el sueño de los vuelos espaciales, prefigurados por los griegos, por Leonardo de Vinci y delineados, con precisión científica por Eduard Tsiolkovski, el padre de la cosmonáutica, desde principios del siglo XX. No menos importantes fueron los cálculos de probabilidades y control automático, del genio Liapunov y la materialización del proyecto de conquista del espacio, por parte del matemático e ingeniero soviético Serguéi Korolióv. Y claro, sin el apoyo incondicional, que desde los años treinta, el gobierno soviético le venía otorgando al ambicioso programa de conquista del cosmos, poniendo primero animales a bordo, como fue el vuelo de la perritas Laika, Belka, Balkaika y otras, preludio de lo que tendría que ser en ese memorable 12 de abril de 1961.

Yo me encontraba en mi natal Túquerres, cuando fue mi madre, desde su lecho de enferma, quien pronunció el apellido Gagárin, por las noticias que acababa de oír y que se resumían en que un joven de 27 años, de origen ruso, había circunvolado la Tierra y había regresado ileso. Se anunció que, al siguiente día, tendría lugar el homenaje en la Plaza Roja de Moscú, con la presencia de todos los dignatarios de ese país y representantes de la sociedad soviética. Estuvimos muy pendientes de lo que nos contaba la Radio Moscú, que por esos tiempos transmitía todas las noches en español y se escuchaba, con bastante claridad, en la mayor parte de países de América Latina, incluida Colombia. Después de Yuri Gagárin, una serie entera de cosmonautas se anunciaron, a lo largo de toda esa década y, a pesar, de los innegables méritos, que todos tenían, ninguno logró la popularidad del pionero.

Ya en 1966, cuando fui a estudiar a Moscú, a la Universidad de los Pueblos, hacia el mes de noviembre, de ese año, tuve la oportunidad de verlo en persona, cuando a los estudiantes nos extendió la mano y nos repartió cerveza, en la Casa de la Cultura de Moscú. Pudimos ver de cerca al ruso más fotografiado de la humanidad, a Yuri Gagárin, la personificación de la inteligencia, el valor y la sencillez. Su cara irradiaba alegría y optimismo humano. Cuando él pereció, en fatal accidente aéreo, en malhadadas circunstancias, no entendimos cómo la sociedad soviética y mundial, no pudieron cuidarlo, preservar su vida, como una prenda que merecía ser conocida por la mayor parte de niños y jóvenes del mundo, modelo de estudio, dedicación y arrojo.

La tarde de ese 27 de marzo, de 1968, en que yo tuve que anunciarle, en clase, a mi compañera de estudios, Kádzuko Kamogaba, que su amigo del alma, había fallecido hacía unos minutos, no lo podía creer y entró en un shock nervioso, que la afectó por varios días. Gagárin era popular en todo el mundo y especialmente en los países que alcanzó a visitar y llevar su mensaje de amor y de paz. Memoriam aeternam humillima decori repraesentativa Sarmatiae filium. (Gloria eterna a la memoria del el más humilde, hermoso y representativo hijo de Rusia).

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