EN EL DÍA DEL IDIOMA

 Por: Eduardo Rosero Pantoja

“En Colombia, la mayoría de la población, lee deletreando” (Felipe Solarte Nates)

Que los colombianos, no supiéramos leer, sería de lo menos malo, que nos podría pasar, si supiéramos pensar. Pensar, discernir, es un hecho superior. Toca estrenar el cerebro, en múltiples ejercicios, que nos da la vida,  verdaderas oportunidades. Como cuando a uno lo ponen al pie de un abismo, para que se vuelva, de una vez,  inteligente y tome una resolución. De niño me sorprendía, cómo un hacendado podía comprar y vender lotes de ganado, sin que lo engañaran,  con sólo observar las reses, desde la esquina de una hacienda. En el colegio, me sorprendió saber, que más de un presidente ignorante, como el venezolano Juan Vicente Gómez,  pudo traer más progreso a su país, que los letrados, varios de ellos graduados en el extranjero. Y dicen los libros: “sus  principales logros fueron:  la conformación del Estado moderno de Venezuela, la eliminación de los caudillos criollos y la cancelación de las deudas de la nación”. Ni que decir de las múltiples carreteras, puentes, aeropuertos, terminales de bus y otras obras materiales que inauguró el intonso dictador. 

Que se entienda, que no estoy llamando al analfabetismo con este escrito, todo lo contrario, quisiera que el alfabetismo, fuera funcional, que sirviera para leer y escribir de corrido, para entender todo tipo de discursos en castellano y, además, realizar muchas otras habilidades. Casi no nos dice nada, que en Colombia hay 250.000 conciudadanos que no saben “leer ni escribir”. Sospecho que varios de ellos sí saben pensar y en grande y eso me consuela. El doctor Rodolfo Llinás, con el humor y la sapiencia que lo caracterizan, decía en años pasados, que se aterra, cómo puede funcionar “de bien” una ciudad como Bogotá (su ciudad), donde la gente dice tantos disparates, basados en la ignorancia supina, en la desinformación, independientemente de que estén escolarizados y hasta ostenten título universitario. 

Tampoco nos hemos puesto a pensar, que para dirigirnos a las 65 etnias que viven en el territorio nacional, hace falta algo más que hablarles en castellano, lengua de la mayoría. Habría que ser decentes y conocer sus lenguas, hablarles y escribirles en ellas, para que entiendan el meollo de lo que estamos tratando. Menos mal, que cuando se editó la Constitución de 1991, a alguien se le ocurrió hacer, a marchas forzadas, una versión parcial de ese documento, en unas diez lenguas nativas. En el gobierno se vieron a gatas para conformar un equipo de traductores que pudiera poner en esos idiomas, tamañas abstracciones como Estado, nación, Carta Magna,  etc., y otras entelequias propias del derecho y también de leguleyos y prestidigitadores de la palabra. 

Una lengua sirve para pensar y su primera y su mayor manifestación externa está en la oralidad. La escritura es un hecho secundario, una representación de los signos fónicos de lo que se habla. Pero la lengua también sirve para nominar, representar, para manifestar nuestros pensamientos, emociones, nuestra solidaridad humana y, en el más complicado ejercicio, para hacer poesía. Las lenguas no son como los árboles, que por leyes naturales, nacen, crecen, se reproducen y mueren. Las lenguas desaparecen, por procesos de índole diferente, cuando, por motivos históricos,  se acaban las sociedades que las sustentan. Como pasó con el latín, que desapareció, cuando el Estado romano, dejó de existir. La inmortalidad de las lenguas, se representa con la flor de amaranto, símbolo de la eternidad. Esa es por lo menos la aspiración de la lengua castellana, que es lengua oficial, en más de una veintena de países y se habla, prácticamente, en todo el mundo, y, además,  se enseña en escuelas y academias. La lengua castellana es una invariante, por definición, con múltiples variantes dialectales, en la misma España y en América. De donde, queda claro, que las lenguas indígenas de América, no son dialectos, porque no son variantes del español.

El día en que enriquezcamos nuestro instrumento de comunicación, no habrá poder humano que nos detenga en la conquista de nuestro camino histórico. Pero el arranque tiene que ser ya, con un alfabetismo generalizado y funcional,  con el volcamiento hacia la lectura, su comprensión, su discusión y comunicación de ideas liberadoras. No queremos una lengua para continuar en la misma esclavitud. El conocimiento de las lenguas extranjeras, mucho nos puede servir para abrir  nuestra cosmovisión, en un ejercicio de abducción. Pero no para incrustar palabras del inglés en nuestro discurso, como si no tuviéramos vocablos como: barra horizontal, etiqueta o rociar, que irresponsables presentadoras de televisión, nos las quieren embutir en idioma anglosajón, como si nuestra cultura hispana fuera inválida de nacimiento o hubiera entrado en franca postración.

La lengua castellana, el nombre oficial del instrumento lingüístico, de la comunidad mayoritaria colombiana, de seguro que nos va a servir para liberarnos, de todas las cadenas que nos oprimen. En ella estará redactada el Acta de nuestra Segunda Independencia y ella nos llevará a entender que la nueva organización social que logremos, la tendremos que defender hasta con las uñas, mientras consigamos las armas que nos defiendan,  porque nuestra nación (la gente que vive en el país), merece respeto. No habrá ya más ciudadanos de segunda ni estratos sociales, de cero a 28, donde los dos o tres más ricos, clasifican como los más acaudalados del mundo, en revistas especializadas, sin que ellos sientan la menor  vergüenza, al tiempo que la inmensa mayoría de compatriotas,  se debate entre el hambre, las enfermedades y la muerte,  incluidos el fusilamiento o el descuartizamiento, según los designios del exterminador, que puede ser el Estado, los narcotraficantes, los mercenarios o los gamonales locales. 


Comentarios

Entradas populares