UNA FLOR DE AMARANTO


Por: Eduardo Rosero Pantoja


A la memoria del profesor Augusto Carrillo Sabogal


Cuando muere un colega,

una estrella se apaga,

es un sol que nos deja

y que nada reemplaza.


Se nos marcha el amigo,

ya no hay más consejos,

se acaban las lecciones,

nos cambia el Universo.


El colega Augusto,

hacía honor a su nombre,

merecíase el respeto,

excelencia era de hombre.


Conjugaba la dupla,

de ser un instructor,

con lo más importante,

de ser educador.


Siempre nos saludaba,

en serio y con afecto,

sin faltar la pregunta,

de cómo están los nuestros.


Aunque estuvo en Europa,

su mente estuvo aquí,

tratando de entender,

nuestro extraño vivir.


Mejor, de convivir,

con toda la indolencia,

entre tanta injusticia,

entre tanta inclemencia.


Quiso cambiar las cosas,

a partir del ejemplo,

sospechando que todo,

se ha de llevar el viento.


“El Campus está triste,

por la muerte del profe”,

me dijo su ex -alumno,

que vive en San Onofre.


Donde mucho recuerda,

sus clases de francés,

idioma que ahora imparte,

con toda solidez.


Quedará la semilla,

que sembró el profesor,

en toditos los surcos,

que en la vida labró.


Una flor de amaranto,

inmortal y muy blanca,

a su tumba enviaremos,

empapada de llanto.

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