ACERCAMIENTO A LA RELIGIÓN



Por: Eduardo Rosero Pantoja

“Cúidate de quienes aman a Dios y no al próximo y de quienes aman a la patria y no a sus compatriotas”

                                                                          (Anónimo)

Cuando mi abuela me contó que Simón Rodríguez, maestro de Bolívar,  puso a su pupilo, a dormir sobre una banca, semidesnudo y lo sometió a otras privaciones, yo caí en la cuenta de que es el ser social, el medio social y las condiciones en que vivimos,  los que determinan nuestra consciencia. Si el maestro del Libertador, optó por esa vía pedagógica, era porque quería que su aprendiz, no fuera un mequetrefe,  en medio de tanta riqueza y holgura en que vivía, por ser hijo del hombre más rico de Caracas. Pero el mayor aporte del maestro Rodríguez, sobre Bolívar, fue haberle transmitido su sistema filosófico materialista y de librepensador, asunto que  soslayan la mayor parte de biógrafos de ambos personajes venezolanos.

Cuando descubrí, que las personas más inteligentes de mi entorno, como mi tío Fausto Eduardo, no creían en ningún Dios, me preocupé por ser más “inteligente”, por medio de la lectura. Empecé a leer “La Jornada” de Gaitán, antes de cumplir los cuatro años, el periódico que mi papá pegaba en un tablero, detrás de la casa. En la biblioteca pública de Túquerres, en algún libro, leí, en mis años escolares, que los pueblos más destacados del mundo, como los caldeos, los egipcios, los griegos y los romanos, aunque tenían mitos, en ellos no había ni asomo de profesar religión alguna, estaban aquejados de “ceguera religiosa”, según cierto autor. En resumen, siempre me martilló el cerebro, la idea de que la inteligencia humana, de la persona no acobardada,  está por encima de toda idea o práctica que lo ate, que lo ligue a un credo, como lo hace cualquier religión. De ahí la etimología de religión: de las voces latinas re y  ligare, o sea, atar y atar doblemente, si se tiene en cuenta el significado del sufijo re.

Todas las religiones del mundo buscan la sujeción de las personas a una idea subjetiva, incluso una realidad subjetiva, como es Dios, un constructo humano, destinado a meterlas en un redil, para amedrentarlas y poder manipularlas, alrededor de un poder político, que hace y deshace en las diferentes naciones, más cuando se trata de Estados teocráticos donde, a la postre, son los religiosos los que gobiernan, dentro del mayor fanatismo y cometiendo todo tipo de arbitrariedades, contra varones, mujeres, ancianos y niños. Todas las religiones tienen unas mismas bases y sólo, asuntos formales, las diferencian. Muy por encima, digamos que las características de las religiones son: la adoración a dioses y profetas; la creencia en un sistema de normas y valores; la simbología y ritos, los lugares de adoración. Y por supuesto, el dinero, la riqueza, las propiedades, como referente esencial, conseguidas a través de contribuciones y las cuotas. Es claro, que ninguna institución va a vivir del aire, pero  la iglesia  católica, no sólo llegó a ser el principal feudal de la Europa de la Edad Media, sino que es una pujante sociedad bancaria, industrial y comercial, con poquísimos rivales en el orbe.

Todas las religiones  manifiestan su horror al ateísmo, no sólo en los púlpitos, en   las barriadas y campos, sino en tratados, como los del padre Rafael Faría,  o en predicas y escritos, como los de monseñor Miguel Ángel Builes, para citar el caso de Colombia. Vastas regiones de nuestra patria, han sido apabulladas por las enseñanzas religiosas, con afectación, inclusive, del lenguaje del diario transcurrir: en la calle, en la tienda, en la plaza. Por doquier echan bendiciones y ave marías, sobre todo en la región paisa. Andando por los caminos de Colombia, donde la lucha de clases, ha sumido a toda la nación en una guerra que dura, ya casi un siglo, declararse ateo, en cualquier plaza o cruce de camino, es firmar la pena de muerte, a machete, fusil o ametralladora. Desde mediados de los años ochenta,  los  latifundistas,  industriales del agro,  banqueros y  “empresarios” mafiosos, tienen en todo el territorio colombiano, grupos de mercenarios, que disponen no sólo de armas, sino de recursos, que los potentados les dan a manos llenas,  a cambio de mantener su orden feudal. Tal como ocurrió en la antigua Roma,  los mercenarios, los defienden, hasta cierto límite, pero luego los copan y los reemplazan. 

Son muy pocos los intelectuales que le han metido el diente a la historia de la religión en Colombia, con espíritu crítico, sin apología de esa institución. Desvelar sus actuaciones es un verdadero tabú. Se limitan a decir que Simón Bolívar y Tomás Cipriano de Mosquera eran masones y que este último, persiguió a la iglesia católica, confiscándole  sus bienes; que expulsó del país a los jesuitas, incluido su propio hermano, el arzobispo Manuel José Mosquera. Sienten tirria cuando se habla de que presidentes liberales fomentaron la educación laica, fundaron universidades públicas para la educación del pueblo o liberaron a los esclavos, como es el caso de José Hilario López, aunque él lo haya hecho por la mera conveniencia de no alimentarlos.

El corpus de los dogmas que predican los sacerdotes y que practican los fieles, no apareció, de la noche a la mañana, tan acabado como parece. Se fue haciendo poco a poco en los diferentes concilios como los de Nicea (Turquía), Letrán (Italia),  Constanza (Alemania), Trento (Italia), Basilea (Suiza) y otros. El resumen de dogmas es el siguiente: en el concilio de Nicea (año 381) se definió la divinidad del hijo, la consubstancialidad de Cristo, con el Padre y el Espíritu Santo. Cómo no recordar la anécdota de la empleada de mi casa, cuando mi abuela adoctrinaba a Carmen,  la empleada del servicio, diciéndole: “Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero”. Después de una pequeña pausa reflexiva, la humilde Carmen, con primero de primaria, le replicaba, tímidamente, a mi abuela: “¡Cómo para no creerlo, doña Teodelinda!”. Desde entonces pensé que hasta las personas más sencillas tienen derecho a reflexionar frente a las palabras y no dejarse engrupir por dogmas y otros adefesios lingüísticos que se riñen con la lógica elemental. 

El concilio de Letrán (1123-1139), reunido para tocar temas relativos a la fe y a la moral, aunque en el fondo fue para perseguir a los cátaros o albigenses, que se rebelaron contra las indebidas prácticas de la iglesia de Roma y se declararon “hombres buenos”  y “mujeres buenas”. En el primer concilio de Letrán se instituye el celibato, con el pretexto de detener la degradación moral del clero, pero sin mencionar, que el motivo fundamental fue el no querer la iglesia, principal feudal de la Edad Media, repartir las tierras y las riquezas entre la prole, descendiente de los sacerdotes.  Ese es el verdadero motivo y no otro, para que el celibato católico, se mantenga, como un inamovible, en los designios de la iglesia católica, apostólica y romana.

El concilio de Constanza (1414-1418), que no tiene ningún aporte doctrinal, sino que asegura la retirada o deposición de los tres papas rivales de la época. La disputa entre los papas simultáneos Urbano y Clemente, llegó hasta los enfrentamientos armados. Cuenta la historia que se excomulgaron mutuamente y, de esta manera, toda la cristiandad se encontró excomulgada. Los fieles estaban confundidos en esta barahúnda. Muchas diócesis tenían dos obispos, hubo parroquias con dos párrocos, uno clementino y otro, urbaniano. Hasta las universidades se dividieron: unas defendían a Urbano (nominalistas) y otras a Clemente (tomistas).

El concilio de Basilea (1431-1449). Para ese entonces, la sede de la corte papal estaba  en Aviñon, Francia. La feligresía empezó a ver al papa, como una institución francesa y no universal. Hubo muchas quejas, especialmente de Inglaterra y Alemania,  por los impuestos papales directos, que venían del siglo XIII, lo mismo que por simonía (compra de cargos eclesiásticos) y nicolaísmo (concubinato de los clérigos). El concilio de Trento (1545-1563), se vino con nuevas normas dogmáticas, litúrgicas y éticas, en particular, prácticas rechazadas por los protestantes, como son la presencia real de Cristo en la eucaristía, las indulgencias (hasta para los matones de las cruzadas), la veneración de la virgen María, la conservación de los siete sacramentos (bautismo, confirmación, confesión, eucaristía, sagradas órdenes, matrimonio y extremaunción).

Toda esta digresión sobre concilios, para que se entienda, lo afirmado. El corpus dogmático de la iglesia católica, no apareció de la noche a la mañana. Todo fue meditado y perfeccionado por los obispos, a lo largo de casi dos milenios, para poder mantener el edificio de una iglesia, que ha subyugado a millones de fieles, siempre apuntalando a los gobiernos que les han sido más propicios, contemporizando, no pocas veces, con los más crueles del mundo, como los casos de Mussolini, Hitler, Francisco Franco, Antonio de Oliveira,  Laureano Gómez y  Rafael Videla, por nombrar algunos de los más crueles, todos “ungidos de Dios”, “salvadores de la patria”, “redentores de la nación”.

En la película, Andréi Rubliov, referida al genial pintor de imágenes de la virgen María y otras escenas de la vida rusa, hay una escena donde jefe el invasor tártaro, dialoga con el lugarteniente ruso, sobre un asunto de la cultura rusa, que le ha causado gran sorpresa y es cuando llega a saber que los súbditos del imperio sometido, creen en una mujer que permanece virgen, aún después de haber parido un niño. Eso que le pasó al adalid tártaro, también nos pasó a nosotros y le ocurre a cualquier persona normal, que no comprende, como un papa, como Pio IX, llegue a instituir un misterio (un arcano, un asunto secreto), de ese tamaño, contra todas las leyes de la Naturaleza, de la biología y de la lógica. Tal concepto torcido, también hizo estragos en la mente del distinguido escritor y letrado,  José María Vargas Vila, quien imbuido por la idea de “pecado”, consignó en su novela Ibis, la siguiente perla: “Honra tu padre y a tu madre, porque en un momento de lujuria, te concibieron”. Prejuicioso el concepto de “lujuria”, de inspiración religiosa, que con frecuencia usamos, como los ciegos, sin conocer a fondo la historia de las palabras, del instrumento de comunicación. Después de consultar diccionarios de ciencia, sentimos vergüenza de haber sido tan desinformados y zotes.

Punto aparte en la historia de la iglesia católica es el caso de la Inquisición, donde se sacrificó a miles de personas,  de otro pensamiento, de otra actuación: hombres y mujeres, valiosísimos para sus sociedades, simplemente ejemplares, como Galileo Galilei, Johannes Kepler, Giordano Bruno, Jan Hus, Miguel Servet, para nombrar sólo cinco. De nada sirven las disculpas que, con seis siglos de retraso,  han presentado los papas a la sociedad mundial,  a nombre de su institución. Pero es que en el globo, hay otra suerte de inquisiciones que asesinan gente, como en Colombia, en forma sistemática, y aún, peor  que ellos,  sin fórmula de juicio. Pero con otra diferencia, las matanzas son asunto del diario vivir, por más de 70 años,  pero las curias, los obispados y el mismo papado, hacen mutis, son de oídos sordos, se les adormeció la lengua. Ellos transigen con los crueles gobiernos de derecha, que defienden el neoliberalismo, del cual son sangre y nervio. 

 Es un hecho documentado, que la mayor manifestación de fanatismo religioso, tuvo lugar en el Sur de Colombia, concretamente, en Pasto, donde a finales del siglo XIX, hizo su aparición, el sacerdote español, Ezequiel Moreno, quien se tomó la misión de combatir las ideas liberales que venían desde el Ecuador, de la cabeza de Eloy Alfaro, el líder progresista, asesinado en Quito,  en 1912. Moreno,  fue nombrado obispo de Pasto en 1896 y desde allí fanatizó a la población, persiguiendo,  las ideas progresistas, con toda la virulencia,  inimaginable en un sacerdote. Sus planteamientos se apoyaban en las encíclicas de Pio IX y León XIII. Fue catalogado, por algún  estudioso, como el “furibundo y ultramontano obispo de Pasto”, para quien “el liberalismo era pecado”.  Su  ideario lo desarrolló en múltiples sermones y escritos pastorales. Estuvo en la mencionada ciudad,  hasta 1905, año en que viaja a Barcelona, aquejado de cáncer. En 1992 es canonizado por el papa Juan Pablo II, como incomprensible premio, post mortem, a su labor disociadora.

Remato este artículo haciendo el resumen de lo que escuché, hacia 1995,  en una conferencia, dictada por un sacerdote jesuita, en el paraninfo de la Universidad del Cauca, justamente, acerca del fanatismo religioso, de nueva data, que empezaba a amenazarnos, a propósito de la Constitución de 1991, con la cual se puso en pie de igualdad a todas las religiones, lo que en la práctica significa,  que se otorgó derechos a las religiones no católicas (léase, cristianas). El derecho que da la Carta de 1991, a difundir cualquier tipo de  creencias religiosas en forma individual o colectiva, les permite a los practicantes de religiones, no católicas, hacer propaganda y proselitismo en cualquier espacio, incluidos los parques de las ciudades y pueblos, el transporte masivo y en oficinas públicas, a pesar de que el Estado colombiano, es, teóricamente, laico, aunque “no es ateo, agnóstico o indiferente a los sentimientos religiosos de los colombianos”, según consagra el mismo documento. Razón tenía el levita javeriano cuando expresó,  que los problemas de la guerra ideológica y política,  entre Estado e insurgencia, se arreglarían, después de unos años, a través del diálogo, pero que  la próxima guerra fratricida de los colombianos,  sería, de tipo religioso, por el sectarismo, que las nuevas religiones insuflan en la consciencia de tanta gente pobre e ignorante. Observación de un intelectual, que no puede pasar desapercibida.


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