DON TEÓFILO TURK

Por: Eduardo Rosero Pantoja


    Cuando yo viví en la urbanización Las Tres Margaritas, construida en el territorio del llamado Valle de Ampudia, de Popayán, tuve la oportunidad de conocer al ciudadano esloveno Teófilo Turk, cuyo nombre de pila era Bogoslav, en su lengua nativa “amante de Dios”. Este caballero vivía, con su esposa Hélida, oriunda de Cartagena de Indias, en una enorme casa, de color blanco, de un solo piso. Siempre que pasaba al frente de esa casa, no había señales de vida. Afuera, detrás de una larga baranda, estaba una banca hecha con un tronco de árbol, donde nunca vi a a nadie sentado, en calidad de invitado o porque simplemente hubiese traspasado la valla. Pero un día que yo pasaba por dicha casa, un hombre grande y huesudo, que frisaba los 70 años, apagó la moto en que venía, me saludó y se puso a las órdenes. Acto seguido y, muy amablemente, me invitó a seguir a sus aposentos, a presentarme a su esposa y a mostrarme sus eras, que a medio día, lucían maravillosas. No quise prolongar mi visita por más tiempo y le prometí volver, en una cercana oportunidad, a oír su ameno discurso, centrado en su origen esloveno y la forma como llegó a Colombia, después de la segunda guerra mundial.

     Efectivamente, el conflicto internacional, que desataron el nazismo alemán y el fascismo italiano, hizo que muchos millones de personas, huyeran despavoridas a buscar refugio y vida nueva en América Latina y otras partes del orbe, donde encontraron, una nueva patria, que los acogió amistosamente, como fue el caso de Colombia, Argentina, Uruguay, México, para nombrar sólo los casos más conocidos. Don Teófilo se había ordenado de sacerdote, en Liubliana, la capital de Eslovenia. Allí empezó a ejercer su apostolado y lo continuó en Italia. Pero vino la guerra y con ella la persecución a todo el mundo, incluidos los religiosos. Cayó, prisionero de los fascistas y sólo recobró su libertad, cuando los guerrilleros comunistas tomaron todo el control de Italia y ejecutaron a Mussolini. Después, de este estos acontecimientos, don Teófilo, decidió embarcarse para América y llegó a Cartagena de Indias, donde empezó su nueva vida.

     Con la corrección que siempre lo caracterizó, hizo méritos con las autoridades locales, para que le dieran la ciudadanía colombiana. Mientras tanto se preparó, en el asunto que más le llamaba la atención y era la agricultura. Fascinado por la feracidad de nuestras tierras, en breve empezó a cultivar las plantas tradicionales de Europa, entre ellas verduras y frutas, a la vez que sentía gran curiosidad y aprendía a dominar la agricultura del trópico, rico en palmas de coco, bananos, papayas, piñas, mangos, etc. Como don Teófilo tenía sólida formación filológica, con dominio de varias lenguas eslavas, del griego y latín, además del italiano, el aprendizaje del castellano se le dio muy fácil. Después de un tiempo de permanencia en Cartagena, decidió irse con su esposa en busca de un clima más suave y de un ambiente cultural, más acorde con sus intereses. Terminó radicándose en Popayán, donde empezó a trabajar en el Instituto Agrícola de Tunía, Piendamó. Allí impartió sus enseñanzas, hasta jubilarse, cuando cumplió sus sesenta años. En calidad de políglota, prestó, además, asesoría al DAS, como traductor de documentos, relacionados con la migración de ciudadanos de diversos países.

     En su casa de residencia de Popayán, ubicada en la entonces apacible carrera sexta, con calle 42, cerca del Puente Viejo, sobre el río Cauca, cultivaba verduras y frutas, en un predio, de media cuadra, donde sus plantas y árboles, lucían fuertes y floridos, todos dispuestos, dentro del mayor orden y armonía. Cualquier ciudadano interesado en la agricultura urbana, habría podido aprender las más sabias enseñanzas, de la mano de este propietario esloveno, un verdadero sabio de la agricultura orgánica, término que él utilizaba con toda la propiedad, en el convencimiento de que la tierra es sagrada y que nadie nos faculta para envenenarla y envenenar a nuestros semejantes, por el sólo prurito de llenarse los bolsillos de dinero. Por primera vez vi en su casa-finca, una muestra de lombricultura y del beneficio que trae para el enriquecimiento del suelo, destinado a la siembra. Don Teófilo removía la tierra, la abonaba, la regaba todos los días. Hacía injertos de diverso tipo, podaba los árboles, recogía las hojas y las reutilizaba en sus barbechos. Después de jubilado, ya tenía todo el tiempo para dedicarle todas las horas del día, a su gran pasión, la agricultura.

    En medio de las jornadas agrícolas, don Teófilo dedicó, no pocas horas a escribir un tratado que nunca terminó, sobre su lengua nativa, el esloveno, pariente del serbio, el croata, el eslovaco, el checo, el polaco, el ruso, el bielorruso, el ucraniano, el rusino, bosnio, macedonio, montenegrino, el búlgaro y otras lenguas de origen eslavo. En varias oportunidades le pregunté cómo se dice, tal o cual cosa en su lengua, para poder comparar los vocablos del esloveno, con el ruso, idioma de mi dominio. La mayor parte de las veces, llegamos a felices coincidencias, debido al enorme parecido de las raíces eslavas, apenas transformadas por los influjos regionales de tipo geográfico e histórico. Yo le pedía el favor a don Teófilo que me recitara el Padre Nuestro y el Ave María, en esloveno y yo mentalmente repasaba esas oraciones, en ruso, para encontrar enormes parecidos.

     Hasta le pedí que me las grabara, con su propia voz, recuerdo grato, que aún conservo en uno de mis casetes. El gigantesco trabajo filológico que don Teófilo adelantaba, a partir de sus recuerdos y de la consulta de algunos diccionarios, por cierto, muy pocos, considero que pudo haber sido una verdadera joya de la filología eslava mundial, de no haberse perdido a la muerte de este brillante investigador. El trabajo científico de don Teófilo, acerca de la lengua eslovena de sus recuerdos, se puede considerar “una verdadera arqueología del lenguaje”. en los términos del filólogo tolimense, sacerdote, Pedro José Ramírez Sendoya, ya que el investigador europeo, va en sus comentarios hasta las más profundas raíces de su lengua, sus etimologías, su parentesco y todas las transformaciones que han sufrido a través de la historia. En todo tiempo, ha sido muy difícil que un indagador esté dispuesto a meterse en los vericuetos de la lengua, para poder escudriñar al camino que recorren las palabras a través de siglos y milenios. 

    La última vez que vi a don Teófilo, fue en mi visita al ancianato de Popayán, donde pasó sus últimos cinco años. Le pregunté por su indagación lingüística y él corrió a sacar de su habitación los mamotretos que conservaba con todo celo. Los sostenía sobre sus piernas o los extendía sobre una mesa del corredor, pero no se los prestaba a nadie. Me manifestó que dormía con ellos, al lado de su almohada. Los acariciaba y los alimentaba siempre, hasta su último respiro. Después de su muerte, acaecida, hacia 2016, me informaron, en ese ancianato, que meses antes de morir don

    Teófilo, apareció un pariente eslavo, que lo ayudó en sus últimos momentos. Del trabajo de investigación, los administrativos de esa institución no me dieron razón y puedo colegir, que el mencionado pariente, cuya identidad no conozco, se lo pudo haber llevado, o las monjas, con todo el candor y la indiferencia, lo pudieron haber arrojado al tarro de la basura. Lamento el día en que no le insistí lo suficiente a don Teófilo, para que se pusiera en comunicación con la Academia de Ciencias del Eslovenia o con la Universidad de Liubliana, su capital, para que su trabajo fuera estudiado y publicado. Otra obra de la inteligencia que se pierde, en esa vorágine del desprecio por los productos del espíritu y donde, a la vez, se impone el ruido de las calles, de las casas y la continua la información ociosa, no constructiva de los medios.

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