AGUSTÍN TARAPUÉS

Por: Eduardo Rosero Pantoja


En honor a Agustín Tarapués, hombre humilde de Guasí, a quien conocí en mi infancia


Agustín Tarapués,

de la choza de paja

y su piso en la tierra,

tuvo cuna y mortaja,

como peón, en la sierra.


Muy cerquita del bosque,

de las regias maderas,

de arrayanes y robles,

destinadas a hacerles,

buena casa a los nobles.


Cerco y puertas de encino,

que labró el carpintero,

con sudor de mañanas

y de tardes de esclavo,

en nación soberana.


Agustín Tarapués,

nunca estuvo en el pueblo,

pero sí en la chirona,

por robarse una vaca,

una noche de luna.


Y vendió bien la vaca

y ese mes hubo carne,

en el plato de palo,

que tenía esa familia,

en su magro inventario.


Agustín Tarapués,

resultó aprehendido,

hasta dicen que tuvo,

abogado de oficio,

que lo hundió, como pudo.


Conocida es la ley,

que se aplica a los pobres,

a la gente de ruana,

pues no toca a los ricos,

así maten su mama.


Así roben por lo alto,

al Estado o a empresas,

ni su hija ni esposa,

nunca van a estar presas,

ellas se hacen las locas.


Al gerente del banco,

que robó a ahorradores,

lo detienen un rato

y lo mandan a casa,

do se inventa un relato.


De que es perseguido,

que es un justo muchacho,

que estudió en una escuela,

donde ni por asomo,

nunca un pobre se cuela.


Agustín Tarapués,

se murió en la montaña,

quince años después,

de robarse esa vaca,

sin tener mala maña.


Lo empujó fuerte el hambre,

que sufría con su esposa,

con su hilera de hijos,

que a punta de “aguja”,

se quedaron canijos.


De la maña es el otro,

el gentil señorito,

que estudió las finanzas

y el camino expedito,

de vivir con bonanza.


Despreciando a los pobres,

de la villa y del agro,

bien pagado de él mismo

y dispuesto a atracar,

a cualquier organismo.

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