ECOS DE LA MARCHA DEL 9 DE ABRIL


Por: Eduardo Rosero Pantoja
El nueve de abril de 2013 pasará a la historia de Colombia como la fecha en que, por primera vez, pueblo y gobierno, se ponen de acuerdo para marchar por la paz y para hacer honor a las víctimas de la guerra civil, no declarada, que sufre el país desde hace más de 65 años, fecha en que fue asesinado, en Bogotá, el líder popular Jorge Eliécer Gaitán en una acción infame fraguada por los elementos más conservadores de dos partidos tradicionales, coordinados por la CIA, tal como consta en las obras de investigadores  nacionales y extranjeros. Pero desde 1946 el país ya estaba sumido en un baño de sangre que desató el gobierno de Mariano Ospina Pérez,  para dar al traste con lo poco que quedaba de las reformas propiciadas por los gobiernos liberales de los años 30 y 40. Así mismo el éxito de esta marcha, que congregó a más de 1.200.000 manifestantes -según datos de la Alcaldía de Bogotá- fue una bofetada para la calificada  ultraderecha colombiana liderada por Álvaro Uribe (Gorgonio), el ex-presidente fascista que tuvimos durante ocho años y que llenó al país de sangre y de corruptos, algunos de los cuales pagan largas condenas y  otros huyen de la justicia.
Dicha marcha fue inicialmente convocada por la gran líder nacional Piedad Córdoba, del movimiento Marcha Patriótica que ella lidera y que pronto logró el apoyo de movimientos progresistas y de partidos, como el liberal. Y al final, con el apoyo del Alcalde y del mismo Presidente de la República. Claro que éste no iba a estar en idénticos  escenarios del pueblo y lo único que hizo fue rendir homenaje a los 25 mil soldados caídos en esa lucha, lo mismo que a los 100.000 heridos que deja la misma. Claro que no iba a decir nada de las bajas, en muertos y mutilados de  la guerrilla,  ni menos les iba a rendir honores. Igualmente nadie se acordó de esos otros dolientes de la guerra,  como son los más de 8.000 presos políticos que se pudren en las cárceles condenados por rebelión y delitos conexos. Hay que decir que esa marcha se realizó muy contra la voluntad de los medios de información, orientadores  absolutos de la opinión de los ciudadanos. Esos medios, como en otras ocasiones,  minimizaron la trascendencia del evento y apenas si dijeron que ellos calculaban en 200.000 el número de participantes. Más de una mofa y nota discordante hubo en sus transmisiones y escritos.
Pero el grueso de la gente bogotana, tampoco es que haya salido a marchar y, ni siquiera,  la quinta parte de los estudiantes universitarios. Bogotá nunca ha tenido escenas de guerra como las que nos ha tocado vivir en el Cauca y Nariño, por sólo nombrar a dos departamentos. Los capitalinos,  y la mayor parte del país,  apenas sí ven algunos cuadros en la televisión de aquello que quieren mostrar los camarógrafos o escuchan lo que dicen los microfoneros de la radio. Pero la guerra nacional tiene escenas desgarradoras de ametrallamientos de la aviación, muertos y heridos de los combatientes y de la población civil,   desplazados por montones, niños mujeres y ancianos que huyen despavoridos y llegan a las ciudades, donde nadie los espera.  Que se termine la guerra o que siga, tal como va desde hace siete décadas,  para muchos citadinos es indiferente, porque en nada los va afectar: sus negocios siguen adelante, sus familias prosperan, sus gustos se refinan, todo viento en popa. Los medios se encargan de crear la imagen de país idílico, de lugares paradisíacos, de mujeres rubias, de hombres fornidos, todo eso mostrado en escenarios resplandecientes, como los que tiene la televisión colombiana.
Sin olvidarnos que una considerable cantidad de ciudadanos vive de la guerra, se privilegia de ella, entre ellos los mismos militares y policías -activos y retirados- lo mismo que sus familias, pero también los contratistas de uniformes, comida, bebida y todos los elementos que pueden necesitar las fuerzas armadas, para tiempos de guerra y de paz; pero quienes más se lucran de la guerra  son los proveedores de armas, especialmente estadounidenses, ingleses e israelíes, verdaderos caínes de la humanidad.  El abultado presupuesto de Colombia dedicado la guerra,  y los dineros secretos reservados a ella,  lo dicen todo: cerca del 10 % del producto interno bruto. Y  si llegan a faltar recursos, el gobierno sube los impuestos, sin que la gente abra la boca para protestar por tamaña arbitrariedad. Y que no se nos olvide que el derecho a la paz está consagrado en la Constitución de 1991, pero que es letra muerta para el ejecutivo, los legisladores y los jueces.
Nos soportamos la guerra que nos imponen los potentados,  quienes necesitan tener la garantía de que no están,  ni estarán amenazados,  ni su riqueza ni sus privilegios. Todo está de su parte: las leyes que ellos han encargado a los congresistas y las fuerzas del orden que circundan y protegen sus palacios y haciendas. Entendemos que esos potentados quieren tener la paz plena (en abstracto, la misma que nosotros también queremos tener),  pero sin justicia social, un milagro que nunca puede ocurrir en ninguno de los mundos. Hay paz en Luxemburgo y en Bélgica –países que  no tienen  guerrilla, ni por asomo-   porque los ciudadanos tienen todo el bienestar  y, hasta la plataforma de los partidos de izquierda,  no es por la toma del poder, sino porque se mejore la calidad de vida, se fomente más el turismo, gran fuente de ingresos de esas naciones. Que nos se nos olvide que, estadísticamente, Colombia es el país con más desigualdades en el mundo después de Zambia -un Estado africano- y eso, no sólo debe ser motivo de vergüenza de nuestra burguesía sino de honda preocupación, más allá del escándalo con que los medios dieron la noticia  hace dos años.
En suma, el país tuvo una marcha que será memorable porque representó el hondo sentir del pueblo por la paz y la reconciliación de los colombianos. Es posible que una parte de la gente haya marchado de una manera instintiva y hasta por simple curiosidad, pero no se puede negar que buena parte de ella está dispuesta a reflexionar y a ceder en sus argumentos que defienden una interminable confrontación. Es apenas lógico pensar que ha llegado el tiempo de que los colombianos nos pongamos a debatir sobre qué es lo que se discute en La Habana, porque no nos podemos conformar a que nos traigan la “medicina” de allá,  tal como ocurre con los fármacos que nos los entregan sin instrucciones, por que el gobierno considera que nos debemos tragar todo, sin analizar nada.  Si estuviéramos enterados de todo lo que se dice en esos debates habaneros, de seguro que se nos ocurrirían más cosas y tendríamos más exigencias al Estado de las que pueden plantear esos montunos compatriotas que se atreven a dialogar y discutir con los sabios delegados del gobierno, vocero e instrumento indiscutible  de la clase todopoderosa, que no del pueblo.
De todas maneras, ganó Colombia, a pesar de todas que la marcha no tuvo toda la acogida que pudo tener. Fue impresionante la manifestación en la Plaza de Bolívar con el palpitante mensaje de todo el país, especialmente de las más remotas regiones, de gente con sus atuendos multicolores y sus mensajes, llenos de sentido, a favor de la paz y con el clamor por la reparación de las víctimas que sufren el despojo de la tierra, los horrores de la guerra  y el desplazamiento diario, porque el conflicto  no ha terminado y, por el contrario,  se manifiesta con mayor crueldad, en diversas regiones,  donde la situación no ha cambiado porque los intereses siguen siendo los mismos. Los ricos quieren quedarse con todo.  Pero el otro ganador, aunque menor, por la realización de la marcha, fue el Presidente Juan Manuel Santos. Y veremos por qué.
Como buen tahúr que es Santos,  ganó en este “juego” (marcha),  sin invertir mayor cosa, y lo más probable es que asegure su reelección por otros cuatro años, muy a disgusto de lo que quieren los partidarios de que siga la confrontación, porque los mueve su designio de restaurar el régimen de odio y  polarización que nos tocó soportar,  durante ocho interminables años,  y donde estuvimos a punto de meternos en  una guerra internacional entre vecinos, la cual habría sido nefasta para nuestra nación y todo la región, todo por culpa de un gobernante paranoico e irresponsable. Pero, que no se nos olvide,  que el ministro de Defensa de dicho gobierno fue el mismísimo Santos quien le entregó a Uribe los planes de agresión al Ecuador (como efectivamente se realizó en Angostura) y  a  Venezuela, hecho que afortunadamente se frustró por la oportuna advertencia de Chávez de que en caso de agresión, le daría a Colombia una contundente respuesta militar, con tanques y aviones. Los guerreristas retrocedieron, porque como dice,  sabiamente, el pueblo: “el muerto saber a quién le sale”.

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