MIS AMIGOS DE LA UNIVERSIDAD DEL CAUCA
Por:
Eduardo Rosero Pantoja
Tuve amigos en
los tres estamentos: profesores, estudiantes y empleados, porque la interacción
fue con todos, seres humanos corrientes, con sus virtudes y defectos. Los
colegas, originarios de diferentes lugares del país, algunos europeos y muy
pocas veces latinoamericanos. Los estudiantes
caucanos y de otros departamentos; los empleados, casi siempre lugareños. Desde el día en que llegué a Popayán, en el lejano marzo de 1975, me encontré
con un viejo amigo, el santandereano
José Rozo Gauta, quien me dio su mano tendida y unos sabios consejos para trabajar
con verdadero profesionalismo, esto es, dedicándose, al mismo tiempo, a la enseñanza y la investigación. De verdad que
los cumplí a cabalidad, aunque nunca pertenecí a un grupo oficial de
investigación, donde siempre estuvimos
vetados los docentes que nunca tuvimos ni la menor idea de la intriga burocrática. Me
dediqué por mi cuenta a estudiar las variantes dialectales de Popayán y del
Departamento del Cauca, producto de lo cual fueron varios atlas lingüísticos y
un volumen que da cuenta del estado actual (1992) de esos fenómenos del habla.
Mi jefe
inmediato de entonces, el lingüista paraguayo Roberto Romero Arenas,
se dio a la tarea de ayudarme a preparar las primeras clases de semántica e
historia lingüística del español, tratando de hacerlo a la manera de otro
especialista paraguayo que acababa de irse para Venezuela. No es fácil arrancar
con la docencia cuando se ha tenido una formación totalmente teórica, volcada a la investigación. Por fortuna la
Facultad de Educación tuvo el acierto de propiciarnos, en los primeros años, un cursillo de pedagogía dictado por
profesionales de la Universidad Javeriana, quienes nos dieron los elementos
didácticos que necesitábamos todos los
profesores de dicha facultad. Igualmente nos ayudó el Departamento de Pedagogía
de la Universidad del Cauca, con una práctica que incluía el recurso del
circuito cerrado de televisión, donde se podían grabar segmentos de clases
magistrales que después se analizaban a la luz de principios didácticos
modernos.
Fue grande la
amistad que hicimos los docentes de la Facultad de Educación donde los
profesionales de las matemáticas, la física, la química, la biología, la
filología, la lingüística, la filosofía,
la psicología y de lenguas modernas, convivíamos amigablemente, intercambiábamos
conocimientos y algunas veces departíamos en veladas culturales. Una gran
familia académica que se fraccionó en el momento en que la Universidad
reorganizó la Facultad de Humanidades, adonde fuimos a dar los humanistas que
trabajábamos en la antigua Facultad de Educación. En nuestro Departamento de
Lenguas Modernas -de esta última facultad- tuvimos la suerte de tener colegas de las
calidades humanas e intelectuales de Jaime Bernal LeónGómez (actual Secretario
de la Academia Colombiana de la Lengua), quien se dio a la tarea generosa de
enseñarnos, a los colegas -durante un
semestre- los más recientes conocimientos que obtuvo en su maestría en
lingüística en los Estados Unidos, principiando por la gramática
generativa-transformacional de Noam Chomsky, el científico social más
importante de esa nación. Gestos como éste jamás se olvidan y, desafortunadamente, no se fomentan estas
prácticas en las universidades.
La interlocución
permanente con tantos profesionales de la Universidad nos volvió sabios porque
aprendimos a escuchar con respeto los planteamientos de los demás, basados en
concepciones científicas y a entender, que sólo la comunicación permanente
-interacción de doble vía- nos permite hacer los ajustes necesarios a nuestros pensamientos para poder expresarlos
con carácter asertivo. En todos los casos nunca se nos podía olvidar que la
Universidad del Cauca ha sido un foro de libre expresión de las ideas lo que ha
permitido construir permanentemente la democracia, sin lineamientos obsoletos. Desafortunadamente la dispersión geográfica de
nuestras facultades no permite mayor comunicación de los diferentes
profesionales de la Universidad, pero no faltan lugares comunes de encuentro,
como son las bibliotecas, las cafeterías, el Paraninfo, la Unidad de Salud, el
Polideportivo y, por supuesto, el Fondo
de Profesores de la Universidad del Cauca, nuestro querido y nunca bien alabado
Fonduc. Ni que decir tiene que la Universidad no dispone de una sede social
dedicada al bienestar, el recreo y la
comunicación de los docentes, dando por sentado que esos son privilegios
inveterados de los empleados de otros ministerios que se llevan la mayor parte
del presupuesto nacional en actividades indecentes como la guerra.
Debo dar crédito
a los amigos de la Universidad del Cauca que me han dado lecciones de vida e
interesantes conocimientos con sus conferencias, libros, exposiciones y conciertos: José Rozo
Gauta (historiador), Germán Oramas (ingeniero hidráulico), César Ponce
(biólogo), Carlos Bastidas (abogado y literato), Carlos Melo (químico), Carlos
Puerto (profesor de inglés), Caroline Wenholtz (socióloga), Álvaro Riascos
(lingüista), Jaime Bernal (lingüista), Miguel Bernal (filólogo fallecido), Gonzalo Buenahora (historiador), José Joaquín
Dulcey (neurocirujano y psiquiatra), Gerardo Andrade (filósofo e historiador), Roberto
Romero (lingüista), Eduardo Gómez Cerón (abogado y periodista), Armando
Rodríguez (sociólogo), Víctor Manuel Sarmiento (filólogo), Tomás Castro
(matemático), Gonzalo Calderón
(filósofo), Usuardo Ramírez (geógrafo), Guido
Enríquez (literato), Diego Castrillón Orrego (antropólogo y abogado), Edgar de
Jesús Velásquez (historiador), Francisco
Escobar Delgado (matemático), Luz Stella Hoyos (bióloga), Jorge Coral (músico),
Alejandro Hernández (filósofo), Francisco Flechas (lingüista fallecido),
Viviane Gorgues (profesora de francés), Reinaldo Gutiérrez (pedagogo), Aidée
Vera (geógrafa), Teresa Ramírez
(pedagoga), Miguel Méndez (antropólogo), Lucelly Salazar (pedagoga), Rodrigo
Lemos (ingeniero civil), Justo Evelio Sandoval (pedagogo y abogado), Armando
Fériz (profesor de inglés), Matilde
Eljach (socióloga y poetisa), Francisco Enríquez (matemático), Sigfredo Turga (matemático), Alfonso Castillo
(músico fallecido), Hernán Torres (abogado y antropólogo), Antonio Valencia Fajuri (abogado), Floridis
Medina (química), Stella Cepeda (médica), Luciano Rivera (literato), Fernando
Echeverry (físico), Aldemar Holguín (ingeniero electrónico), Danilo Vivas
(matemático), Richard Schumacker (médico), Gustavo Hernández (pintor), Ever
Astudillo (pintor), José Tomás Illera
(músico y abogado), Dmitri Petukhov
(músico), Verónica Sharif (música), Luis Barreto (músico), Elisa Pedroso
(música), Elio Fabio Gutiérrez (pedagogo y músico) y Horacio Casas Rengifo
(músico y compositor). Me van a perdonar aquellos colegas que por desmemoria no
incluí, pero que, sin duda, aportaron a
mi formación intelectual, estética y
cívica.
Cómo no
agradecerles a aquellos colegas, que
primero fueron mis estudiantes y luego colegas en el Alma Máter como son los lingüistas Jorge
Orozco, Nubia Bravo, Olmedo Ortega, Lilia Triviño, Lucy Perafán y Luis Arleyo Cerón; los
literatos Felipe García, Francisco Gómez, César Samboní; los profesores de
inglés, Oscar Muñoz y Cristina
Garrido. No me puedo olvidar de los
centenares de alumnos a quienes enseñé y varios de los cuales me dejaron sabias
enseñanzas en el intercambio diario. Entre dichos alumnos tuve extranjeros quienes
también hicieron su aporte a mi enriquecimiento cultural. Entre otros: una china, un ruso, un español, un inglés y una ucraniana, cuyos
nombres omito por el reducido espacio. Siempre lamenté que la gran comunidad
latinoamericana no estuviera presente en nuestros claustros donde, se puede y se debe, fomentar siempre la amistad solidaria que
tanto necesitamos los hermanos de lengua común y similar origen y que estamos en mora de unirnos para buscar
soluciones económicas, políticas y tecnológicas que nos saquen del atraso en
que nos encontramos por culpa de nuestros zafios gobernantes quienes permitieron y permiten que nos dominen el
colonialismo europeo y el neocolonialismo estadounidense.
Los empleados de
la Universidad, en sus diversos rangos, nos dieron lecciones de dedicación y de
decencia, desde el más humilde portero hasta el más encumbrado funcionario.
Aprendimos que había que saludar a la entrada del establecimiento y guardar la
compostura de profesores -y también la apariencia- de uno de los establecimientos de enseñanza
superior más prestigiosos de Colombia y en donde siempre nos sentimos
orgullosos de poder dedicar nuestros saberes a una nación que tanto necesita, no sólo de
erudición y conocimientos teóricos, sino aprender diariamente a cuestionarse la
realidad social para poder encontrar las
reales causas del conflicto secular y las posibles soluciones que lleven al
progreso con equidad, que es la premisa de la armonía en que deben vivir los
ciudadanos del mundo actual y del futuro. Y ese llamado a la equidad a manera de
mandato, más que de deseo, está en los
versos del Himno a la Universidad del Cauca, escritos por el inmoral poeta payanés
Guillermo Valencia: “Dadnos ya la vivífica norma/que redima el humano dolor/ y
congregue en la mesa del mundo/ al esclavo de ayer y al señor/”.
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