SAULO

Por: Eduardo Rosero Pantoja

Saulo Hernando Arévalo in memoriam

“Saulo, Saulo ¿por qué me persigues? (Hechos 9: 4).

He iniciado este mi escrito con esta cita bíblica, no por afición al libro insignia de los cristianos, sino para decir -de una vez por todas- que el recuerdo de mi primo me sigue (no me persigue) a todas partes y, no sólo ahora que ha muerto, sino porque fue para mí una especie de hermano querido, de quien las circunstancias de la vida nos separaron por algo más de 50 años, aunque nos vivos de vez en cuando. Me acuerdo la mañana en que él, con apenas 14 años, se marchó en un camión conducido por un hombre rojizo de Túquerres, apodado el Zarco Salazar, por la suma -me acuerdo muy bien- de 14 pesos, algo semejante a 14 dólares al curso de la época, 1950. Tanto yo quería a mi primo que, a mis escasos seis años, apenas él hubo abandonado su lecho, yo me pasé a su camita -inmediatamente- como para no perderme su calor humano. Creo que este gesto espontáneo mío me ha servido para conservar siempre el afecto por él y, simbólicamente, por todas las personas que por una razón u otra se han acercado a mi camino. Aprendimos de nuestra abuela a sentir y a decir que todas las personas son buenas, sin excepción, y así lo percibo aún a pesar de que la realidad actual, tozudamente, nos diga lo contrario.

Algunos detalles, a manera de semblanza, de cómo era Saulo en sus rasgos físicos y espirituales. Bajito de estatura, trigueño, de pelo ligeramente ondulado, de nariz un poco alargada, razón por la cual en su colegio y en la calle le dijeron “Pinocho” en su niñez y primera juventud. Andaba siempre pulcro y no era amigo de darle la mano a ninguna persona porque tenía miedo de contagiarse de algún mal. Entonces presentaba su muñeca y se disculpaba por el tener que romper con la costumbre inveterada de darle la mano a todo el mundo. Tenía risa estentórea, que para unos era supremamente agradable y para otros, sencillamente, infernal, como es el caso de las mujeres. Se reía con la vocal /o/ y que a su coétaneo, el tuquerreño Jorge Moreno Reyes, le gustaba tanto, que me decía: “cuándo venga Saulo de Cali, por favor, me haces saber para ir a visitarlo, pues me fascina su risa”. Lástima que no conservemos ninguna memoria de esa risa que podría resultar, por lo menos curiosa, si se hace una colección y taxonomía de las risas, donde habría que incluir también, para archivar y clasificar la carcajada singular del doctor Otto Morales Benítez- el creador del Carnaval del Diablo de Riosucio. Nunca vi a Saulo con chaqueta, pues siempre anduvo en mangas de camisa, inclusive en Túquerres, donde hace tanto frío, o en los juzgados de Cali, donde el trabajo judicial exigía mayor formalidad. Pero a pesar de esto Saulo nunca perdió el porte digno, ni siquiera porque amanecía -con mucha frecuencia- con la cruda viva. Siempre aparecía a su trabajo, limpio y fresco como una lechuga.

De rasgos espirituales recuerdo que en su primera infancia era un niño creyente en razón de haber estudiado en colegio de religiosos. Cuando ya perdió su vocación de cura y estuvo en varios trabajos de Cali se volvió descreído y filosóficamente agnóstico, pues, si bien no negaba la existencia de Dios tampoco tuvo elementos para decir que Él existiera. Era desconfiado de toda le gente sin excepción. Confiaba sólo en él mismo. Nunca quiso deberla nunca a nadie, ni un café. En las empresas donde trabajó se dio cuenta de que todo funciona con el soborno, así sea leve, pero como forma inequívoca de corrupción. En los juzgados de Cali advirtió la inmoralidad con que se manejan todos los negocios jurisdiccionales, sobre todo en una región del país donde campean los valores que imponen el narcotráfico y los latifundistas e industriales de la caña y otros cultivos industriales. No es casual que el norte del Departamento del Valle del Cauca haya desarrollado, desde hace medio siglo, la violencia más cruel fomentada por los terratenientes que han despojado de sus predios a miles de campesinos quienes -al quedar sin medios de producción- han tenido que ir a engrosar las filas de los desocupados de Cali y otras ciudades. Buena cuenta de las atrocidades de esa región nos las cuenta el escritor de Tuluá, Gustavo Gardeazábal, en su sonada novela “Cóndores no entierran todos los días”. Por todos estos antecedentes, relacionados con las contradicciones sociales y por haber tenido una verdadera formación cristiana, casi con seguridad, puedo afirmar que Saulo tenía una mentalidad democrática, cercana a la izquierda, en cuanto que sus intereses estaban más cerca del pueblo que de la oligarquía. Siempre se preguntaba como Churchill: ¿Y esos muertos, a quién le sirven? Y él mismo se respondía: “A los ricos del Valle, los dueños absolutos de la situación, los tradicionales o los mafiosos”. Tenía mi primo una buena cantidad de libros y de discos, de donde se puede colegir que su pensamiento era progresista.

El desarraigo temprano de Saulo -de su querido sur- le traía nostalgias que, a veces - cuando se tomaba sus tragos en Cali- se ponía a oír música ecuatoriana y decía: “música de mi tierrita”, pronunciando así: /tiezhita/ a la manera de los serranos de Nariño. Y la canción que especialmente le llegaba al alma era el pasillo “Cenizas”, esa suerte de quinta esencia del alma ecuatoriana, a la manera del pasillo “Pasional”. Y dice la letra de “Cenizas” en sus primeras estrofas: “/Si yo de aquí me alejo/ no es porque así lo quiera/ me lleva ya el destino/ sin rumbo a navegar/ pero jamás olvides/ que en un rincón del mundo/ llora en silencio un hombre/ su desgraciado amor// Llora mi corazón/ llora que triste/ porque aquí va dejando/ lo más querido/ ¿cómo no ha de llorar?/ tanto ha sufrido/ me arrancan a pedazos/ mi pobre vida/…”

Pero antes de avanzar quiero detenerme en la edad de Saulo anterior a sus catorce años: Mi abuela y mi tío Eduardo -la persona más ilustrada que haya dado nuestra estirpe- lo pusieron a estudiar interno en el colegio de los felipenses de Ipiales, en donde logró estudiar hasta el cuatro de bachillerato. Por lo visto no alcanzaron los esfuerzos de ese par de familiares y ese primo no pudo continuar con sus estudios formales. Fue a dar a Túquerres -donde vivía nuestra abuela junto con mis padres- allí siguió con sus aficiones por el asunto religioso y el culto católico. A mi hermano menor y a mí nos hacía misa, adonde llevaba una especie de copones, patenas, y se vestía con casullas, estolas, bonetes, etc. Toda una decidida afición y tal vez vocación religiosa. Escuché decir que mi tío Eduardo se había opuesto rotundamente a que Saulo se volviera sacerdote, partiendo -ese tío- de sus convicciones eminentemente ateas, aunque formalmente se anunciaba como masón de grado 33. Con los años todos lamentamos que le hayan frustrado su vocación. Posiblemente Saulo hubiera llegado a ser un eminente prelado y quizás un apóstol de almas como Pablo. De lo que nos cabe duda es que no habría sido tan aficionado al licor y de que al final de sus años hubiera acumulado algún dinerillo. El mismo Saulo se dolía de la arbitraria determinación de su tío Eduardo: “si me hubieran dejado ser cura, tal vez habría llegado ser obispo y les habría prestado plata”. Todo eso es posible que hubiese sucedido, pero por lo menos nos queda la conclusión de que no se puede frustrar las vocaciones de nadie porque es matar una planta apenas está germinando.

El recuerdo inicial que tengo de mi primo Saulo fue en mi primera infancia, tal vez de la época en que a duras penas yo si me podía parar, cuando lo vi en un bordo -ubicado al pie de nuestra casa- arrastrando unos carritos de plástico marca “Kiko” y otros de madera, casi siempre camiones, cargados de palitos, piedras o arena. En ese bordo él había hecho una audaz ingeniería, al diseñar caminos que serpenteaban por ese promontorio que él asimilaba a una montaña, posiblemente parecida a esas llenas de precipicios por las que aún circulan nuestros vehículos en las montañas de Nariño. Yo también le ayudé a mi primo a hacer caminos con una pequeña pica (un clavo de cabeza aplastada, a manera de paleta) y claro que jugué hasta el cansancio con esos carritos, sin que ninguno se nos derrumbara a pesar de lo fragoso del camino y la incomodidad para guiarlos de una pita. Lo más seguro es que Saulo allí hiciera sus primeros pinitos para llegar a ser chofer de camión, por algún tiempo, cuando mi tío Gerardo le confió su flamante “Studebaker” azul cielo y don Luis Burbano ( un tío político) su imponente camión “Chevrolet”, de color habano, también de seis toneladas.

De la estadía de Saulo en Cali viene a mi memoria el hecho de que reencontró a su madre Rosa, que tanto lo esperaba, al lado de su padrastro, el buen hombre don Mariano. Me imagino que después de pasados los primeros días del reencuentro familiar, la situación se fue volviendo tensa para las partes. Cada cual con sus hábitos y, por encima de eso, la necesidad que ese muchacho tenía que ponerse a trabajar a para ganarse el pan, a como dé lugar. Creo que no pasó ni un mes cuando Saulo, por su propia cuenta, terminó enganchado en una lavandería a vapor, donde tenía que ver directamente con la piscina adonde se sumergía la ropa que iban a lavar. Ya se conocía el varsol, sustancia derivada del petróleo y clave en esos procesos. El trabajo no desmejora ni deshonra a nadie, pero el medio social en el que despuntaba ese primo, de lejos, no era el mejor. En Cali siempre ha campeado la disipación, cigarrillo, el alcohol, los estupefacientes, la rumba inequívoca los fines de semana, en fin, el ritual del permanente carnaval que se lleva los recursos de los trabajadores y llena las arcas de los productores de cerveza y alcohol, cuyos dueños son verdaderos héroes de la nación aunque acaben con la salud del pueblo. Otra buena parte se llevan los propietarios de tabernas, bares, sin dejar en último lugar a los propietarios de casas de lenocinio, gente vergonzante pero que se llena los bolsillos con el tráfico de la carne humana de primera, segunda y tercera, si se quiere.

En unas vacaciones de Saulo, después de que trabajó en la lavandería fue a visitarnos a Túquerres y nos mostró su magnífico desempeño en el baile, principalmente el de origen cubano como el guaguancó, que era el comienzo de la salsa. “Azotaba” el piso de la manera más desenvuelta y movía los pies en un mismo punto, de adelante para atrás, como si estuviera patinando. Ya le notamos su afición por el trago. Tanto es así que un día me dio dinero para conseguirle una media de aguardiente, pero se dio la mala coincidencia de que cuando me va a recibir la botella, ésta se cae y se rompe en el pavimento del andén de nuestra casa. Y cuál no habrá sido nuestra sorpresa cuando el primo se arrodilló en el piso, hizo unos cuantos vidrios a un lado y se chupó el último buche en un pequeño charco de licor. ¡Cómo no se le fueron a la garganta las esquilarlas del vidrio!, fue mi exclamación. Pero nada pasó, ni un reproche para mí por no entregarle la botella con todo el tino, pues sus recursos ya estaban tocando fondo. Por el contrario: soltó su carcajada entre festiva y luciferina y ¡asunto arreglado!

Antes de volver a Cali lo contrataron de cartero temporal en los correos nacionales y después estuvo unos meses trabajando el camión de mi tío Gerardo en la ruta Barbacoas-Pasto y viceversa. Otros meses estuvo manejando el Chevrolet de don Luis Burbano de Ipiales a Cali, pero sin mayor rendimiento. Yo mismo alcancé a viajar en ese camión donde Saulo era el conductor. Viajamos esa vez varios primos, de diferentes edades. Fue un viaje agradable y de muchas anécdotas, principiando porque se nos acabó la plata después de que la invertimos en repuestos, razón por la cual tuvimos que vender alguna carga en Piendamó para poder solventar nuestros gastos de camino. Hasta nos tocó deshacernos de un revólver que yo tuve la iniciativa de vendérselo a un policía que aceptó mi inusitada y atrevida propuesta que le formulé en estas palabras: “si me compra este revólver, usted ya tendrá dos revólveres y así se queda con repuesto en el caso de que le roben el de provisión oficial”. Dicho y hecho. El policía me compró el arma por la miseria de 20 pesos, no sin antes hacerme la aclaración -a manera de amenaza- de que yo era menor de edad y de que esa revólver era de uso privativo de las fuerzas armadas y que él me podía apresar por ser menor de edad y por porte ilegítimo de armas. Ganó mi buena suerte y mi intuición entre judía e indígena.

Mi primo despuntó entre gente del pueblo, que de por sí no es mala, sino que por estar sometida a una vida precaria se vuelve mañosa y, casi siempre, hostil Además, todos los empujan a la perdición principiando por los patrones, luego los administradores, los empleados y colegas. Todos a una: ¡hágale mijo! que para eso gana plata. ¡La plata es para gastarla, hombre! Y otras retahílas de ese jaez. Después de la lavandería, Saulo se vinculó a los buses de servicio urbano, donde, por lo visto primero fue aprendiz de chofer y después ya chofer titular. Con los años, varias veces lo vi manejando buses municipales de diversas empresas y lo distinguían sus colegas con el mote de “Pony” por su tamaño pequeño y su figura graciosa. En esa época se había enamorado perdidamente de una muchacha agraciada -él me mostró la foto- de nombre Miriam Galeano, de la cual estuvo, como decimos, tragado y por ella tomó todo el alcohol del mundo, posiblemente al no verse correspondido o porque lo aceptó y luego lo rechazó. El caso es que nunca le conocí otro enamoramiento a Saulo y de las mujeres tenía un concepto absolutamente escéptico, por no decir que negativo.

Ya al final de la “choferería” de Saulo, recuerdo que él fue el protagonista de una mala anécdota. Resulta que alguno de los administradores -de una de las cuatro o cinco empresas- donde él trabajó, le confío llevar y traer al equipo América de Cali, a un encuentro a Armenia o Pereira. El caso es que el citado equipo ganó sobradamente y en medio del más grande jolgorio regresaron a Cali los flamantes jugadores tomando licor y conducidos por mi primo, quien -según él me dijo- no rehusó a ninguno de los grandes tragos -a boca de jarro- que le brindaron esos alegres y bohemios jugadores. Entiendo el sobrado honor que debe ser poder transportar a un distinguido equipo de fútbol, pero nunca comprendí cómo mi primo pudo haber arriesgado la vida de tanta gente -por cierto muy valiosa como representantes del fútbol consagrado- al conducirlos, perdido de la borrachera y en contravía por las calles de Cali. Saulo me confesó que al otro día no se acordaba por qué calles anduvo ni en qué garaje dejó el bus al final del viaje de redondo. No será la primera vez que los deportistas pierden la cabeza y se la hacen perder al chofer del bus que los puede matar a todos, con seguridad. Lo increíble es que todos llegaron indemnes a la casa y de lo que arriesgaron (ni más ni menos que la vida) ya no se acordarán para contarlo.

Después de cansarse de conducir bus por varios años y de ser simple chofer consiguió ser despachador de buses, en diferentes empresas, donde los choferes lo preferían por ser bondadoso, sin dejar de ser equitativo. Allí se granjeó la amistad de todos los conductores y a “Pony” lo recompensaban con buenas dádivas en billetes y en monedas, que por las noches era un lujo verlo arribar a casa -cuando llegaba- con los bolsillos llenos de dinero y unos buenos tragos en la cabeza. Posiblemente él desperdició en esa época el tiempo de las vacas gordas porque si hubiera tenido juicio, esas regalías le habrían servido para comparar una casa dando una modesta primera cuota y luego amortizando la deuda pendiente. Pero eso sólo lo hacen los hombres conscientes y equilibrados. Pero Saulo se salva de cualquier juicio de responsabilidades, a partir del concepto indiscutible de que siempre fu hombre de trabajo. No conocí ni de una sola semana -exceptuando las vacaciones laborales- que ese primo no haya trabajado. No fue parásito de nadie y cada vez que pudo ayudó con algo a su familia, así haya sido de manera esporádica y no tan generosa como se habría esperado. Fue más maniancho con sus amigotes y contertulios de taller o empresa.

Como buen tuquerreño que fue Saulo no podía de haber dejado alguna contribución interesante a la dialectología, esa rama interesante de la lingüística, que se encarga de recoger, clasificar y estudiar las palabras y giros locales y regionales, sin ninguna mojigatería. Me acuerdo que mi primo, a mis contados seis años, me hacía pronunciar el vocablo: /bronsóyca/, pero repetidas veces, hasta lograr el efecto deseado. Esa inversión de sílabas de una oración, logra un efecto interesante, que los muchachos descubren muy temprano a manera de juego, pero para zaherir. Después, Saulo, mezclado entre el grueso del pueblo -mientras trabajaba de chofer de bus- me contó que en el centro de Cali un ciudadano negro al subir al vehículo le preguntó: -¿/ejte buj va para siloré? _Sí señor. –/pago reró/. Un perfecto ejemplo epéntesis consonántica en el topónimo Siloé y de neutralización -en dos oportunidades en el consecuente- de la d por ere, producto del andalucismo que se registra en las zonas bajas, principalmente de los ríos Cauca y Magdalena. Además de que se registra la aspiración de la ese, también dos oportunidades. Fue también en una oficina de despacho de buses municipales donde mi primo de marras escuchó esta verdadera jeringonza de un ladronzuelo de joyas: ¿Vosquejo creyentes que la tuerca no es de orégano?, cuya traducción al “cristiano” es: ¿Tú que estás creyendo que el anillo no es de oro? Muchas otras formas dialectales recordaba Saulo y se carcajeaba con su risa escandalosa al pronunciarlas para su público, que la mayor parte de las veces éramos sus primos.

Otro período laboral de Saulo fue cuando dejó el mundo de los buses y por favor de don Mariano, su padrastro, consiguió trabajo en el juzgado octavo de Cali, principiando por ser citador, para escalar y llegar a ser sustanciador y secretario del juez. En esas dependencias sí que trabajó con toda la seriedad y fue mucho lo que aprendió, aunque no perdió -ni por un pelo- su afición a la copa. Pero esta vez ésta le resultaba cara, porque se había cualificado en sus amistades de bebida: eran los jueces quienes se lo bebían y le hacían gastar whisky en sitio distinguido. Entonces resultó ser que ya no era el modesto Saulo Hernando Arévalo Pantoja (el de la partida de bautismo), sino el doctor Álvaro de la Hoz, como internamente lo conocían los dependientes de ese despacho. Fue como hace más de dos décadas que busqué a mi primo en el mencionado juzgado, cuando para sorpresa mía, varios empleados del mismo me dicen: “aquí no trabaja persona alguna de ese nombre ni con esas señas”. Sencillamente porque “como para el gasto” y con la anuencia de todos se había cambiado el hombre de pila por “Álvaro de la Hoz” y parece que así funcionó en el juzgado, divinamente, para propios y extraños. Son cosas que se dan con alguna frecuencia en Colombia y en otras partes. Por ejemplo “el vil del Clinton”, a pesar de llamarse William Clinton, gobernó con el alias de Bill Clinton así firmó tratados ni más ni menos que con los rusos, sobre desarme nuclear. Me dirán “este mundo está loco, loco”, de acuerdo, o mejor: “imbécil, imbécil”, que es más cierto.

Ya de trabajador juicioso de los juzgados de Cali y en un período de soltería temporal que Saulo tuvo, pude ver el cumplimiento que él tenía con sus horarios. Cierto día que estuve de visita en la casa de mi tía Rosa y de don Mariano, Saulo se levantó -como de costumbre- a las seis de la mañana, se bañó e inmediatamente me metí a la ducha detrás de él, porque teníamos el tiempo contado para partir cada uno en su propia dirección. Recuerdo que yo estaba al pie de la ducha, concentrado en mis propios pensamientos, sin otro distractor que el ruido el placentero del agua que te cae como cascada por todo el cuerpo, cuando…¡zas! un estrépito en mi ducha, un verdadero fin del mundo, creí que me infartaba de los gritos en mi propia oreja. Era mi primo absolutamente perfumado y acicalado, listo para ir a sus juzgados cuando, lo que buscaba era mi protección, justamente debajo de la ducha mojándose conmigo y de detrás de él, su mamá, la tía Rosa, dándole golpes en su cabeza, y dispuesta a partírsela por la patanería con que la había tratado mientras ella le servía amablemente el desayuno. El caso es que por unos segundos -que me parecieron demasiado largos- tres familiares estuvimos bajo una misma ducha: este servidor, mi primo Saulo y mi tía Rosa, tan mojados, como saber que el agua cumple con su función inexorable de mojar. Pasó el escándalo en el lapso de un minuto. Yo a duras penas si tuve tiempo de enjuagarme y medio confundido secarme y vestirme. En menos de diez minutos estaban ya a la mesa Saulo y su mamá Rosa dialogando afablemente como si nada habría pasado. Luego de que salimos Saulo y yo de la casa, éste me contó el motivo del alboroto y violenta persecución por parte de mi tía: y fue el hecho de que él le había dicho, que ella, deliberadamente, le echaba pelos en el plato, para que no se la comiera el desayuno. Ese día concluí que yo había entrado en una casa de locos, así ellos fueran mis propios familiares.

En el tiempo de su matrimonio formal -que no duraría diez años- consintió mucho a la niña Adriana, quien aunque no era su hija la quiso como tal, la mimó y jugó con ella. Recuerdo que también Adriana lo tuvo como su padre espiritual hasta el final de sus días, el día 6 de mayo de 2011, fecha en que él falleció en un hospital de Cali. Entre las distracciones que tenían los dos estaba la lectura de la revista Condorito, la cual les proporcionaba inmensa felicidad. La niña, sin dificultad, adquirió afición por la lectura y por el humor popular, tal como está planteado en la famosa publicación chilena de autoría de Jorge Rojas, el eminente autor de dibujos animados -con geniales comentarios de humor- quien vino a vivir y morir a Colombia a raíz de las feroces persecuciones desatadas por Pinochet, el títere de los oligarcas chilenos y de los gringos, sus amos. No puedo dejar de anotar que el día en que Adriana se graduó de ingeniera agrónoma de la Universidad Nacional de Colombia, filial de Palmira, Saulo estaba completamente gozoso y fue parte de la comitiva que acompañó a esa joven hasta la sala de ceremonias y luego de regreso a la casa donde nos esperaba un modesto agasajo. Por cierto que en ese momento Saulo no tenía el genio como para acompañarnos a la reunión familiar porque se contraríó en el camino de regreso a casa, por la torpeza de la conductora del micro, quien se desvió varios kilómetros hacia el sur, por fuera de la ruta debida. “Casi nos lleva hasta Popayán, fue el comentario de alguno de los circunstantes”.

En sus últimos 10 años -los de jubilado-, mi primo Saulo vivió una vida triste, conviviendo con una mujer gorda e ignorante, de hábitos animalescos, quien sólo esperaba su muerte para poderse quedar con el dinero de la pensión, meta que ella logró sobradamente. Ninguna distracción tuvo ese primo fuera de echarse la escapada el día de pago de la mesada, para meterse -de afán- unos tragos en la primera taberna que encontrara, antes de regresar al aburrimiento de la casa. Me imagino el hastío en que vivió por todo ese tiempo encendiendo y apagando el televisor, donde los 50 y más canales, entre nacionales y extranjeros, no son más que basura que no está pensada para el alma, en un continente que hace tiempos se declaró en bancarrota y vacío moral. Y ni qué hablar de la televisión colombiana, ese verdadero himno a la ignorancia, la corrupción y el mal gusto, todo eso propio de ese rincón bellaco en que convirtieron los ricos -para su propio lucro- a la patria de Bolívar. Es el mismo país que a finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuenta se conoció -escala mundial- a como el lugar adonde se había trasplantado el fascismo europeo con sus incrementos de barbarie y degollina criolla, el mismo que ahora es conocido con el no menos deshonroso mote de “el Israel de América”, el cual, sin cambiar su esencia malvada, la matiza con su nuevo rol de azote de los pueblos vecinos a quienes exportamos violencia, narcotráfico, y malhechores de diversa laya, varias veces limpiados -temporalmente- con el cargo de embajadores. Esa es la Colombia que mi primo Saulo tuvo frente a sus ojos y ante su consciencia en el momento de morir. Desdichado de él y pobres de nosotros que nos espera la misma suerte.

Comentarios

Entradas populares