EL LUCTUOSO 11 DE SEPTIEMBRE



Por: Eduardo Rosero Pantoja

Para la comunidad latinoamericana y progresista mundial, no ha habido y no habrá, un septiembre más doloroso, que el acaecido en Chile en 1973.  El golpe de Estado, orquestado por el gobierno de los Estados Unidos e instrumentalizado por Henry Kissinger, legendario derechista y ya centenario carcamal, tuvo una primera fase, con el famoso “tancazo”, de junio de ese año, una especie de ensayo general del levantamiento militar,  y luego, una segunda, con el bombardeo y la destrucción del palacio de La Moneda, sede de la Presidencia de la República de Chile, efectuado después del mediodía.  

En horas de la mañana, una junta militar anunció el golpe y el ingenuo presidente, se dice que, aún preguntaba: “¿Dónde estará, a estas horas, el general Pinochet?”.  Su hombre de confianza y compañero de logia masónica.  Este tránsfuga, presidió la junta y se hizo con el poder.  Augusto Pinochet Ugarte,  ya había estado en Colombia, concretamente, dictando un curso de geopolítica, en el batallón Inocencio Chincá, de Popayán, donde sus alumnos, recordaban su fatídica frase, escrita en un libro de geopolítica de su autoría, en donde declaraba que: “Chile es una ameba”, verdadera confesión de su adoctrinamiento nazi.

Pero el aprendiz de dictador, ya había participado años atrás, en una nueva represión a los mineros de Santa María de Iquique. Como comandante del Ejército, durante el gobierno de Allende,  seis meses antes del golpe,  desarmó al pueblo chileno, al que decomisó todo tipo de armas, que no pasaban de revólveres y carabinas.  Dicho golpe de Estado, cruento sobremanera, dejó muchos detenidos, torturados, secuestrados y fusilados en las calles y en los cuarteles, como fue el caso del cantante y compositor Víctor Jara.  Para que no quedaran dudas, sobre la dureza del nuevo régimen, Pinochet declaró, que la operación militar había sido relativamente suave, porque él pensaba guerrear por lo menos tres días.  Y no podía ser de otro modo, porque el pueblo estaba inerme y si acaso hubo uno que otro foco de resistencia en Santiago.  

Salvador Allende pereció bajo el fuego de los bombardeos y es una falacia decir que se suicidó, porque en su discurso de la mañana, había jurado defender la libertad de su país, hasta con su vida y así murió, metralla en mano, sentado en la silla presidencial.  Un pequeño grupo de valientes militares y asesores, lo acompañaron hasta el último momento, mientras el palacio ardía, tal como lo vimos en los últimos cuadros de la televisión nacional, que la junta interrumpió, para no mostrar al mundo, todas las atrocidades de la toma violenta del palacio, con sus dependencias administrativas.

Los edificios de las embajadas de los países socialistas, fueron asediados y, en particular,  la embajada cubana, fue atacada con metralla.  De milagro, se salvó el cuerpo diplomático de ese país, el cual pudo embarcarse en el buque Blanco Encalada, el mismo que fue durante varios minutos bombardeado, hasta en alta mar, por aviones de la dictadura.  Varios países latinoamericanos, que a la sazón no eran gobernados por dictaduras, dieron asilo a muchos ciudadanos chilenos que huían por el terror desatado por los militares chilenos, pero de manera especialmente solidaria, se mostraron México, Venezuela y Cuba y, en Europa, Suecia, Italia, Francia y varios países socialistas.

A los pocos días del golpe, ya se contaban por miles los muertos y detenidos, en cárceles y hasta en estadios.  El único gobierno de los países socialistas que mantuvo relaciones diplomáticas, fue el de la República Popular China, con el cual siguió manteniendo lucrativos negocios.  Como la política es la forma cristalizada de la economía, la dictadura, siguió las orientaciones de la plutocracia chilena y, desde el principio, los políticos tradicionales, fueron excluidos de cualquier participación en el gobierno.  Éste privatizó las minas de cobre de Chuquicamata y El Teniente, todos los servicios públicos, buena parte de las empresas estatales y la I.T.T. (empresa gringa de telecomunicaciones), cumplió con su sueño de hacerse con la telefonía de Chile.  La reducción al máximo del tamaño del Estado, fue la norma que operó desde el comienzo.  

Desde el mismo momento del golpe, el ejército registró, casa a casa, todos los barrios de Santiago y demás ciudades y lo propio hizo la policía montada (los carabineros), por todos los campos del país.  Los partidos fueron clausurados, lo mismo que el Congreso y Pinochet cumplió con su promesa de aislarlos “para siempre”.  La persecución contra la gente de izquierda, fue infame, al punto de que los militares los encontraban escondidos, en los desvanes de sus casas y hasta debajo de sus camas.  Los que podían, huían por las fronteras hacia Argentina o Perú, para poder llegar hasta países que los recibían como refugiados.  

El embajador sueco, en Santiago, llegó a proteger a varios dirigentes políticos, con su propio cuerpo, arriesgando su vida, para garantizar la salida, de quienes lograron llegar hasta el aeropuerto de Pudahuel.  La actitud solidaria que tuvo el gobierno sueco, con el pueblo chileno, no se la perdonó Pinochet, porque 13 años después, el primer ministro de Suecia, Olof Palme, fue asesinado, en 1986, en una sala de cine de Estocolmo, por los esbirros de Pinochet, aunque inicialmente se culpó a la CIA.  El dictador tomó venganza de todos y cada uno de sus enemigos reales o imaginarios, desde el primer momento de su mandato.  

Pero el asesinato de personajes progresistas y de izquierda, lo venía realizando la ultraderecha, desde 1970, cuando Allende comenzó a gobernar el país, inclusive, antes de que Allende asumiera la presidencia.  Fue el caso de personajes cercanos a Allende, como el general René Schneider, asesinado en ese año; el general Alberto Bachelet, quien falleció a causa de las torturas,  y el general Carlos Prats, con su esposa, asesinados en 1974; los ministros de Allende José Toá, asesinado por asfixia en 1974 y el ministro Orlando Letellier, asesinado en Washington en 1976, por nombrar sólo a los más destacados.   

Desde el principio del golpe, Pinochet se impuso sobre la junta militar, aduciendo que, él era una persona ecuánime, que estaba “en el justo centro”, aunque anunció, que en Chile no se movería “ni la hoja de un árbol”, sin su consentimiento.  Los gobiernos de Estados Unidos y de la comunidad capitalista europea, hipócritamente, fingían protestar contra los desmanes del dictador de marras, pero realizaban pingües negocios con él y se hacían los de la vista gorda, con sus grandes atrocidades y desmanes.  En 1980, la nueva constitución, redactada por un grupo de juristas de derecha, al gusto de Pinochet y de la élite de potentados, marcaría el ulterior rumbo represivo y neoliberal que aún impera en Chile, a pesar de los intentos de reformarla.  

Las dictaduras de América Latina, de Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay, Perú y Ecuador y los gobiernos de Colombia, durante los 17 años de la dictadura pinochetista, horondamente comerciaban con Chile, país que no dejó, desde entonces, de inundarnos de manzanas, uvas, duraznos y vino y de comerciar con el cobre y el salitre.  El dolor que a América Latina le causó, el golpe fascista de Pinochet, le produjo una honda herida, que hasta ahora, a los 50 años de haber ocurrido ese evento, no se ha cerrado, porque de los indecibles sufrimientos del pueblo raso chileno, supimos en estas tierras y nos sentimos desvalidos, al no poderlo ayudar, por falta de organización, ya que la misma lucha social nuestra, nos impide ocuparnos de los problemas de otros pueblos.

Es proverbial, la valentía que algunas personas, como monseñor Raúl Silva Henríquez, sacerdote y abogado chileno, desplegaron, al ser defensores acérrimos, de los derechos humanos de sus conciudadanos, protegiéndolos del hambre y de las persecuciones despiadadas.  La olla solidaria, que monseñor Silva Henríquez, organizó, en el arzobispado de Santiago, proveía de alimento caliente a la gente hambrienta, que había quedado sin trabajo y era perseguida inmisericordemente.  Esa olla, se multiplicó por todas las parroquias de la capital y de todo el país, generando la economía solidaria, que muchos especialistas estudiaron, en diversas partes del mundo, a partir de su sabia experiencia.  La dictadura fue implacable mientras duró y se apoyó, hacia 1980, en la constitución pinochetista, que los juristas de derecha redactaron, para sostener el régimen de exclusión, de todo ideario, diferente al fascista.

El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, fue largamente pensado, en los centros del poder de los Estados Unidos y apoyado teóricamente, en los estudios económicos del neoliberalismo, en la Universidad de Chicago, a la cabeza de Milton Friedman.  No menos importante, fue la vinculación inmediata, de los jóvenes economistas de la Universidad Católica de Chile, quienes hicieron maestrías en la Universidad estadounidense mencionada y fueron llamados, burlonamente, los Chicago´s Boys, nombre con el que se consagraron.  Los principios del neoliberalismo, se introdujeron desde el primer momento, con el objeto de desmontar, todos los cambios reformistas, del gobierno de Allende, relacionados con la economía chilena, principalmente de la industria, la minería y el agro. 

De resultas de los cambios ocurridos en Chile, la gente sufrió muchas penurias económicas, porque, la política de choque, que introdujo la junta militar, liderada por su ministro de economía, causó mucho desempleo, principiando por los despidos en el ejecutivo y otras ramas del poder. Las persecuciones despiadadas, el hambre y la orfandad, hicieron que el país entrara en un periodo de vida miserable, donde a los ciudadanos, que tuvieron mínimas facilidades, no les quedó otra salida que huir del país, a cualquier destino adonde los recibieran.

Importante fue la solidaridad internacional con los chilenos, quienes se habían ganado la buena voluntad de todo el mundo, comenzando desde la simpatía, que sentían por la figura de Salvador Allende, cuyo asesinato violento, conmovió a toda la humanidad progresista.  No en vano, el periódico “Pravda”, de Moscú, publicó, al siguiente día del golpe y,  en forma inusitada, en lugar de editorial, una larga poesía del insigne bardo ruso, Eugueni Evtushenko, en cuyos versos decía: “Mi querido Santiago, está herido”.  En verdad, corría la sangre por las calles de Santiago, a partir de esa misma tarde, pero por la noche, en el Barrio Alto, bailaban los golpistas, del gozo de haber cumplido con su cometido, de derribar al gobierno socialista, que había empezado a hacer reformas sociales, en favor de los más necesitados de ayuda.

Después del golpe fatídico, fue muy importante, para el acompañamiento, interno y externo, del pueblo chileno, la presencia artística, de reconocidos grupos musicales, como Quilapayún e Inti Illimani, que habían estado al lado de La Unidad Popular, desde sus comienzos, con cánticos de rebeldía, como “El Pueblo Unido, Jamás Será Vencido” e himnos como “Venceremos”, del compositor Sergio Ortega, que le dieron la vuelta al mundo en las voces de esas agrupaciones, las mismas que se presentaron en escenarios de Italia, Francia, España y la Unión Soviética, entre otros.  Todavía se escuchan los cantos de los mencionados grupos, que volvieron a Chile, después del restablecimiento de la democracia y dieron apoteósicos conciertos en Santiago y demás ciudades chilenas, pero también, en varias capitales del planeta, como para recordarnos, que la causa de la liberación del pueblo chileno y latinoamericano, está presente en las canciones y es un motor permanente, que mueve las conciencias de nuestro continente y de otras partes del orbe.

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