CHILE ANTES DEL GOLPE

 


Por: Eduardo Rosero Pantoja

"La democracia vendrá.../... en forma de fascismo" (Fidel Castro).

El líder cubano no se equivocó en absoluto con esta rotunda afirmación. El fascismo en Chile comenzó a operar, antes de que Allende tomara posesión de la presidencia de Chile, en 1970. Ya en 1964, el Congreso de ese país forzó la salida de los sociólogos del plan Camelot, quienes desde Estados Unidos se encargaron de hacer una radiografía social, política y cultural de Chile, para evitar a toda costa que no se repita por ningún motivo la experiencia cubana, para hacer una revolución, aunque sea por la vía pacífica. Este infame plan siguió funcionando en el resto de América Latina, como si nada hubiera pasado en Chile, donde fue, con razón, repudiado.

La victoria de Allende en las urnas y su posterior posesión no hicieron más que horrorizar a los gringos, autoproclamados demócratas, que, liderados por Richard Nixon y el sionista Henry Kissinger, idearon, a partir de entonces, el plan maestro, para aplastar a cualquier rebelde o Movimiento insurgente en América Latina. Desde octubre de 1970, estos dos dinosaurios de la política de derecha crearon el proyecto Fubelt para Chile, financiado con millones de dólares, para iniciar sabotajes en ese país, incluido el terrorismo. Desde la época de Allende, los comerciantes alentaron la escasez, la especulación y el mercado negro. La mentira fue sistemática en todos los medios. Se organizaron bandas paramilitares como "Patria y Libertad", comandadas por el abogado Pablo Rodríguez,  

El dinero, junto al mar, que inyectó la CIA, alcanzó para pagar a los camioneros, con el trato de que nunca más volverían a trabajar. Los yanquis habían aplicado "sanciones" al gobierno reformista de Allende y, de un momento a otro, ya no les fue posible importar repuestos para camiones, el alma del transporte en ese país. Recuerdo haber oído que el economista N. Mesa (después fusilado por la dictadura), asesor del Ministro de Economía, dijo a unos estudiantes chilenos, amigos míos, en Moscú, que el presidente Podgorni, en 1972, en una reunión interestatal, del más alto nivel , planteó a Allende, la posibilidad real de que, a raíz del bloqueo yanqui, en el suministro de repuestos, el gobierno soviético apostara por cambiar el patrón tecnológico del transporte de carga en Chile. para ver cómo solucionar este problema cardinal de la nación austral. Pero, según Mesa, Allende, tan apegado a la ley chilena, rechazó la generosa oferta. Tan confundido y molesto regresó de aquella reunión oficial el asesor de Marras, que lloró frente al grupo de estudiantes y anunció, sin dudarlo, el necesario fracaso y caída del gobierno de la Unidad Popular.    

Las reformas sociales y las nacionalizaciones emprendidas por el gobierno de Allende no hicieron más que llenar de prevención y odio a las familias más poderosas de Chile, como los Edwards, Fontbona, Ponce, Paulmann, Salata, Piñera y varios otros. Los partidos de derecha, entre ellos

La democracia cristiana y otras corrientes, que en un principio colaboraron con la Unidad Popular, se volvieron, todas juntas, contra las iniciativas populares, en una innegable y feroz lucha de clases. Expresaron en la prensa hablada y escrita que "los rotitos", tienen que retirarse a sus miserables villas, al lado de los basureros. A esto se sumó la intervención abierta de los paramilitares y sus grupos terroristas, ampliamente financiada desde dentro y desde fuera y apoyada por campañas publicitarias permanentes, destinadas a desacreditar al gobierno, culpándolo de introducir el socialismo, como había hecho con Cuba, intentando descaradamente igualar los dos procesos diferentes.  

Fruto de la cooperación internacional de países socialistas y especialistas de diversas partes del mundo, estalló un nacionalismo exacerbado, rayano en la xenofobia, el mismo que luego mostraría todos sus dientes. Tal fue el clima de descontento y tensión que crearon en la comunidad chilena, que el poeta Pablo Neruda expresó en ese momento: "Chile se está convirtiendo en un Vietnam silencioso", debido a la acción de fuerzas "obvias y no tan obvias". El oscuro plan de los gringos se estaba cumpliendo al pie de la letra y no había duda de que el gobierno de Allende no tardaría en caer, a finales de 1973. Así nos lo expresaron algunos profesionales extranjeros, asustados y salió de Santiago, antes de que ocurriera el lamentable hecho.

El Imperio del Norte, con la experiencia de deponer presidentes latinoamericanos, como sucedió en Guatemala, República Dominicana, Haití, Argentina, Perú, Brasil, Bolivia y Ecuador, no se detuvo ante nada para alentar y financiar el golpe de Estado en Chile. , con una organización de sabotaje, que comienza, por supuesto, con los agentes de la embajada gringa, quienes campan libremente por el territorio del país, tendiendo sus redes de espionaje para dar propinas para viáticos y pagos a informantes, saboteadores y terroristas por contratar. Esta vez los gringos dividieron a los chilenos y los llenaron de odio, los enfrentaron en los barrios y en el campo, directamente y mediante propaganda hábilmente difundida. Ya antes del golpe, todos estaban en la mira y registrados en los archivos de los servicios de seguridad del cuartel, lo mismo que en manos de los paramilitares y todo un enjambre de delincuentes, que ligaban a la derecha, en todos los rincones de Chile. Fue una época de muchas persecuciones y asesinatos, como el perpetrado en la persona del ayudante de Allende, el capitán Arturo Araya, ocurrido en julio de 1973.  

Mientras tanto, los paramilitares de "Patria y Libertad" recibieron diversos tipos de ayuda externa de Estados Unidos y también de las dictaduras de Brasil y Argentina. En este último país se prepararon hasta 500 comandos de ataque, con fusiles de asalto, listos para entrar en acción en el momento que ordenara su jefe, Roberto Thieme, quien, para cumplir su misión, viajó a Argentina, desde la Colonia Dignidad (de Chile). fascistas de origen alemán) y fingieron un desastre aéreo para regresar clandestinamente a Chile. La reacción de derecha se preparó meticulosamente para aplastar al pueblo chileno, con el objetivo de complacer a los gringos y a sus patrocinadores locales, los multimillonarios. Los militares también se habían estado preparando y estaban listos para el asalto, con excepción de unos pocos, de todas las armas, leales a la democracia,

Como dato curioso, aunque doloroso, se cuenta que la fuerza pública, durante el gobierno de Allende asesinó tan solo a una sola persona. Se trata del ciudadano, de nombre René Saravia, asunto que interesó al mismo presidente, quien se dirigió al barrio del occiso, para averiguar las circunstancias del crimen. Allá fue insultado por la turba y hasta tratado de asesino. Con la tranquilidad que lo caracterizaba, se dirigió al público, al cual presentó disculpas, a nombre del gobierno y les dijo que, como presidente, le preocupa lo ocurrido, pero que no lo afectaban mucho los insultos porque en la vida “me han dicho de todo, pero lo único que no me pueden decir es ladrón y maricón”.



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