OMAR LASSO ECHAVARRÍA



Por: Eduardo Rosero Pantoja



Hoy 14 de abril, con profunda tristeza, recibí la noticia de la muerte de mi amigo entrañable, Omar Lasso Echavarría, acaecida en Popayán.


Representa la desaparición física de uno de los intelectuales más importantes de Nariño, Cauca y de Colombia, quien a pesar de haber terminado la carrera de Filosofía, en la Universidad del Cauca, no tuvo los recursos para poder hacer un postgrado, razón que lo privó de la oportunidad de llegar a ser profesor del mismo establecimiento, donde habría tenido un desempeño brillante.


Conocí a Omar, hacia finales de los años 80, cuando justamente yo empezaba a trabajar en la Facultad de Humanidades, donde ahora funciona el Conservatorio de la Universidad del Cauca. Allí estaba el joven estudiante de filosofía, en el vestíbulo de ese establecimiento, con una mesa donde reposaban unos libros de arte y literatura, que le había cedido un agente vendedor. La decana de la Facultad, le permitió a Omar, vender esos libros, porque Omar mostró siempre, mucha delicadeza en el trato y la Facultad carecía de una librería especializada.


El mismo agente vendedor, dado el juicio que mostró Omar, le propuso ocupar un local que tenía como bodega de libros, para que él organizara una suerte de librería, que podía surtir a su arbitrio. Así surgió la “Librería Macondo, de Libros, Artes y Tertulia”, que funcionó al comienzo, en un estrecho espacio, pero que luego se amplió con el local que Omar le compró a la Lotería del Cauca. Se puede decir que, desde ese momento, el desarrollo de la Librería Macondo, fue imparable. La mayor parte de los profesores y estudiantes de humanidades, de la Universidad del Cauca, empezaron a acudir al nuevo establecimiento cultural, donde encontraban, no sólo libros académicos y de literatura fresca, sino, lo que tanto le faltaba a Popayán, la tertulia.


Un libro grande de visitas, que abrió Omar, casi inmediatamente después de inaugurada la librería, da cuenta de los muchos comentarios laudatorios que dejaron escritores, poetas e intelectuales del país y del exterior, entre los que recuerdo al magnífico poeta y crítico colombiano Fernando Charry Lara, al dramaturgo Enrique Buenaventura y al poeta Jaime García Maffla. De los poetas locales, fueron infaltables Giovanni Quessep y Gloria Cepeda Vargas, amén de antropólogos, como Hernán Torres, historiadores como Jorge Quintero y filósofos como Pedro Posada. La lista sería interminable, de colegas que pasaron horas y horas leyendo libros y discutiendo temas de actualidad.  


Recuerdo que hacia la época de la perestroika, segunda mitad de los años 80, Omar vendía algunos licores y originales cocteles, que él mismo servía y que había bautizado justamente con los nombres de “Perestroika” y “Glasnost”, bautizándolos como las bebidas de la “deconstrucción” y de la “transparencia”. Había motivos de peso, para hablar sobre los candentes asuntos políticos de la época, donde todo el mundo exponía sus ideas, dentro de la más grande cordialidad y siempre escuchando los ingeniosos comentarios de Omar, mientras vendía libros y bebidas, sin ayuda de nadie. Este buen ambiente se mantuvo hasta el primer quinquenio del siglo XXI y se fue extinguiendo, por la crisis económica que afectó a todo el país y por la irrupción e interferencia abierta del internet, donde los libros pasaron a segundo plano.


Desde el comienzo de la existencia de Macondo, Omar aprendió a ordenar los libros y se metió de lleno a aprender programación, para poderlos catalogar científicamente y atender los pedidos y compromisos comerciales. La información literaria, filosófica, económica y política, que Omar tuvo en su librería, le permitió mantener el diálogo a la máxima altura, con sus contertulios locales y de otros lugares, de tal manera que, siempre se mostró como el brillante intelectual que era, además de ser el dueño de una chispa poco común en nuestro medio, que convertía los encuentros en algo muy amable y memorable.


Cuando en 2005, Macondo cerró sus puertas para el público, Popayán perdía la única librería que propiciaba el desarrollo del intelecto, justamente a partir de la lectura de libros y la tertulia. Ese vacío no se ha llenado y Omar, nunca pudo ocultar su nostalgia por la ausencia de su librería abierta al público por más de 15 años. De puertas para adentro la librería siguió existiendo en muchos estantes, repletos de libros, que su propietario leía permanentemente, cuyo contenido se reflejaba en sus sabios escritos. De su pluma doy cuenta de varios ensayos filosóficos de su época de estudiante y de, por los menos, dos publicaciones artesanales, que el mismo Omar armó, numeró y vendió a sus más cercanos amigos. Esta es la herencia que nos deja y que vale la pena volver a leer, para entender la hondura y el talento del escritural que fue Omar Lasso Echavarría.


Yo tuve la fortuna de haber mantenido la amistad con Omar, desde que lo conocí, hasta los últimos días de su vida. Sólo una vez lo tuve de visita en mi casa de Popayán, a donde acudieron sus tres hijos, ya al final de la velada, para llevarlo a casa. Justamente esa noche, al calor de una taza de café, esos jóvenes pudieron saber quién era su papá como contertulio y gran narrador de los acaeceres de Popayán y de sus experiencias vitales como recepcionista del hotel Camino Real, como estudiante de filosofía de la Universidad del Cauca y como gerente propietario de la Librería Macondo. Cómo no recordar la profundidad del pensamiento de Omar, en ese encuentro casual de más de tres horas, donde Omar se pudo explayar, sobre los temas filosóficos y existenciales que tanto lo preocuparon a lo largo de su vida.


La muerte de mi querido amigo Omar Lasso Echavarría, me sume en profunda tristeza y las palabras me quedan cortas, para expresar mi congoja.

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