LAS SALIDAS DE ÓMAR LASSO ECHAVARRÍA


Por: Eduardo Rosero Pantoja

En primer lugar quiero referirme a los chispazos de Ómar, sus enormes recursos de inteligencia e información, para hacer grato el rato, a partir de citas, retruécanos y comentarios agudos sobre cualquier tema del día, de la semana o del año. Siempre estuvieron en él presente, el gracejo respetuoso y el chiste oportuno. Fueron muchas las salidas de este amigo que se ha ido, pero que nos hicieron gozar, a veces, hasta desternillarnos de la risa, esa que vivifica y nos hace sentir como nuevos. En Macondo se vendían libros y años después se preparaban cocteles, pero según palabras del abogado e intelectual Eduardo Gómez Cerón: “Para Ómar, era mas importante terciar en una conversación, que vender libros”.

Nos queda el recuerdo de la risa de Ómar en el recinto de Macondo, que se repetirá por todos los años que nos quedan de existencia. Cómo no recordar la vez en que, hacia finales de los años noventa, entró a Macondo, el Conde de Mosquera y Figueroa, lo suficientemente desaliñado, como para que don Álvaro de Rivera y Rojas (de la villa del Mariscal Robledo), le reprochara, en presencia de todos nosotros, esa insólita conducta. Al tomar muy a pecho la observación que el cartagüeño le hiciera, el susodicho Conde, le espetó en su rostro a Rivera: “Es que el cañón de los guerreros huele a pólvora”. La réplica de éste, no se hizo esperar: “Es que tú, Conde, hueles a eme”. Omar soltó una estruendosa y larga carcajada, que me parece oírla todavía.

Pero las salidas de Ómar, a las que quiero referirme es a las “salidas de campo”, un término que mucho utilizan en las investigaciones humanísticas. Pero claro, que no tengo en mente las salidas académicas, sino simplemente las salidas, donde Ómar, con su profundo espíritu observador, reunía información para elaborarla, pausadamente, en su cerebro y de allí extraer conocimiento útil. Una primera incursión a la calle, que me conste, fue cuando nuestro héroe, trasladó piedras labradas en forma rectangular y luego tomó un balde con una mezcla de argamasa, un palustre y otros instrumentos, para reparar el vértice de su propia cuadra, de acuerdo a la arquitectura de Popayán. Iba a hacer una reparación necesaria, de enlucimiento, que todo el mundo aceptó después de que la vio terminada. En forma jocosa, yo le comenté que le había quedado muy bien el “rascadero” pétreo de la esquina. Le dio mucha risa mi nueva y espontánea terminología. Efectivamente estas construcciones de piedra, les llaman “testigos”, los mismos, que según otra versión, en otro tiempo, protegían las esquinas de las bestias cargadas, las cuales a su paso deterioraban las casas.

Antes de avanzar en este escrito, hay que analizar el factor lingüístico en el desempeño de Ómar. En virtud de su ejercicio como recepcionista del hotel Camino Real, es lo más probable que alcanzó una gran fluidez de verbo y una envidiable corrección del lenguaje, amén de la elegancia y seguridad con que se expresaba. Un elemento definitivo comunicacional es el tuteo, que Ómar manejaba a la perfección. Es más, él no conocía otra forma de relación. Tuteaba hasta al ex-presidente Víctor Mosquera Chaux, su vecino, quien a veces entraba a Macondo, no propiamente a comprar libros, sino a calmar su hastío o a regañar de oficio. Repito, Ómar tuteaba a todo el mundo y eso es un signo inequívoco de su espíritu democrático e igualitario. Porque, justamente,

el tuteo lo usan las comunidades con menos barreras sociales, a diferencia de aquellas donde domina el ustedeo, como Cundinamarca, Boyacá y los Santanderes. Popayán es una comunidad voseante, que usa el vos, como pronombre que reemplaza al tú, aunque ese “vos”, funciona según las clases sociales: entre iguales de arriba, entre iguales de en medio y entre iguales de abajo, todo depende del tono. Ejemplo: escuché decir a senador Iragorri, a una persona de clase media: ¿entiendo que vos vas a votar por nosotros, no? Pero el mismo senador, después de las elecciones, ponía distancia con sus electores, a través del ustedeo: “¿Pero usted sí votó por nosotros?”.

Ómar no tenía tiempo para andar en la calle, porque su librería y las obligaciones caseras, no le dejaban tiempo para nada. Un par de veces me dejó cuidando la librería, mientras él hacía alguna gestión bancaria urgente. Recuerdo la vez en que yo me quedé con ese encargo y fue cuando el antedicho ex-presidente, entró como una tromba, increpando a quien creía que era Ómar, pero era yo quien me encontraba entre los estantes de atrás. Lo saludé cortésmente y él se sintió extrañado de que lo tratara de ex-presidente, pero no perdió la oportunidad para decirme que venía a reclamarle a Ómar por el rumor que corría de que éste quería comprarle su casa de residencia, asunto que le parecía abusivo. Yo le dije al ex-presidente que, efectivamente, se oía decir que esa casa la iban a vender, porque el dueño y su esposa, vivían la mayor parte del tiempo en Bogotá y, tarde que temprano, la terminarían entregando al mejor postor. Efectivamente, pocos meses después, tuve la oportunidad de hablar con doña Cecilia Paz, esposa del ex-presidente, quien me confirmó que ellos se iban a deshacer, irremediablemente, de esa propiedad. Lo que le dolía a Víctor Mosquera Chaux, es que un humilde librero, venido de abajo y de lejos, tuviera la osadía de hacer una propuesta de compra a un todopoderoso latifundista y verdadero gamonal de la política.

Hacia mediados de los años noventa, fui testigo de una salida nocturna de Ómar y fue cuando yo salí en bicicleta, al filo de la media noche, a darme una vuelta por el centro de Popayán, sin dejar de acercarme al Parque de Caldas. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi a toda una pléyade de poetas locales, todavía con olor a licor ingerido en Macondo, corriendo alrededor de ese parque en una inusitada competición, donde Ómar, en uso de la superioridad que le daba su mejor estado de salud y sobriedad, les dio a todos los contrincantes, la gabela de una vuelta entera. Al final de la justa, Ómar ganó la competición y fue aclamado por todos los comparecientes, incluidos algunos pocos curiosos y yo mismo, como testigo de excepción. Sé que nunca más se volvió a dar en Popayán, ni nunca se ha dado en el mundo una carrera de poetas vinolentos, que a la media noche corren aspirando gratos olores de araucarias y el perfume de un magnolio que está plantado al frente de la alcaldía.

Hacia 1994, cuando era alcalde de Popayán Gabriel Silva Riviere, recuerdo que un sábado por la mañana nos encontrábamos en Macondo, entre otros, Ómar Lasso Echavarría, el poeta Giovanni Quessep y yo. De un momento a otro se me vino a la cabeza la idea peregrina, de que estos amigos tenían que probar suerte y salir a inspirarse en los extramuros de Popayán, a tomar nuevo aire. Como meses antes, yo había estado en una presentación formal del candidato a alcalde, en la Loma de la Virgen, me pareció normal llevarme, a esta ilustre comitiva en un taxi. Así lo hice y al

filo del mediodía, ya estábamos en el sitio más encumbrado, pero tal vez más humilde, de la capital caucana. En una amplia casa pintada de azul claro, rodeada de barandas de madera del mismo color, atendían unas muchachas, que respetuosamente nos ofrecieron bebidas gaseosas, cerveza o trago fuerte, si era de nuestro gusto. Lo apartado del lugar, las caras extrañas que por allí aparecían y la música fuerte que sonaba, hizo que mis invitados se sintieran bastante cohibidos y no pasaron de tomarse, a medias, una gaseosa. A la hora ya estábamos patitas en la calle, esperando que nos recogiera un taxi, con la promesa de no volver por allá nunca más. Aunque fuimos atendidos debidamente en ese sitio y no tuvimos conflicto alguno con nadie, quedamos totalmente fuera de base, desubicados, prueba inequívoca de que a lo largo de nuestra vida nos hacemos a una psicología, que tiene que ver con la geografía que nos rodea y con nuestro estrato social. A propósito de esta salida, cómo no recordar lo que decía una antigua alumna de la Universidad de Los Andes, que hacía investigación etnolingüística en el Cauca: “No es fácil untarse de pueblo, pero alguna vez hay que hacerlo, para aprender algo nuevo y templar los nervios”.

Fueron pocas las veces que vimos a Omar fuera de Macondo, pero de todas maneras estuvimos juntos en varias exposiciones de pintura y en alguna que otra conferencia en el Banco de la República y en el auditorio del liquidado Banco del Estado. Siempre admiramos las pinturas del maestro puntillista, Gustavo Hernández Vélez, fallecido en 2017, cuyos rasgos pictóricos, según su propia definición, “van desde lo experimental investigativo hasta lo intencional simbólico”. Este pintor era también un destacado escritor, prosista, con quien dialogamos, en más de una oportunidad en compañía de Ómar. Recuerdo que en más de una conferencia, que tuvo lugar en el Banco de la República, intervino Ómar Lasso Echavarría, con toda propiedad y aplomo, demostrando su honda preparación filosófica, así como el dominio de la palabra y de la realidad social del país, en el momento dado, prueba de sus permanentes lecturas y de la reflexión constante, acerca de los temas que nos atañen como ciudadanos privilegiados de este mundo, toda vez que tuvimos el acceso al alfabeto, a los libros y a la educación superior.

Es de suponerse que Ómar investigó in situ, por lo menos, en cinco “salidas de campo”, el acaecer amoroso del Morro de Tulcán, para haber producido una de las obras eróticas más brillantes de Popayán, a tal punto de que el pintor e intelectual, Rodrigo Valencia Quijano lo designó como “el zar de los relatos eróticos”. Ese libro fue editado por su autor en forma artesanal y lo numeró de uno a cien, para cada uno de los amigos a quienes dedicó y vendió. En los tiempos actuales, tal vez como en ninguna otra época, hace falta tener enorme información del mundo, no sólo a través de la investigación filológica (los libros y revistas), sin contacto directo con la realidad de las comunidades, para aproximarse a un conocimiento de la verdad. La enseñanza de Tolstoi fue muy clara en estos asuntos de la escritura, donde el letrado ruso, combinaba todas las formas del saber, antes de ponerse a escribir. Gabriel García Márquez, además recomendaba empaparse de los adelantos de la ciencia y de la técnica, para no aparecer como un escritor ignorante y despistado. En varios de sus escritos, Ómar nos mostró que no sólo era un humanista, sino un intelectual, nada indiferente a la informática y a la cuántica, disciplinas en las que mostró un conocimiento firme.

Una salida inolvidable para mí, fue la visita, no programada, que Ómar me hizo un día, en mi casa de Popayán. Me lo llevé, desde la puerta de Macondo, hasta mi residencia, como un pequeño gesto de aprecio para ese viejo y caro amigo. Allí estuvimos dialogando, en compañía de mis hijos, por lo menos en una velada de tres horas, en las cuales nos divertimos de lo lindo, recordando momentos alegres e interesantes, vividos en Macondo, donde escogíamos libros y nos encontrábamos con nuestros amigos y nos hacíamos a nuevos contertulios. Casi al término de la visita, vinieron los tres hijos de Ómar, a “rescatar” a su papá y cuál no sería la sorpresa de ellos, cuando alcanzaron a oír, por primera vez, el relato de las vivencias, peripecias y aventuras de vida de su padre, en los años vividos en Popayán. Horas inolvidables que siempre recuerdo con los míos. Lamento no haber invitado, una y muchas veces más, en esa época, a quien tanto estimé y con quien pude haber intercambiado tanta información relacionada con nuestras inquietudes académicas y sociales.

Supe que alguna vez, Ómar estuvo en Cali, a final de los años noventa, haciendo alguna vuelta relacionada con la librería. Pero, me consta que, en razón de sus obligaciones, no tuvo oportunidad de conocer más este mundo “profundo y oscuro”. Cuando me vine a trabajar a Bogotá, me permití invitarlo hasta mi residencia de Zipaquirá, para que estuviera por allí, siquiera una semana, con el fin de que conociera la capital, aunque fuese someramente, en su parte arquitectónica y cultural. Nunca se dio esa oportunidad, por las razones expuestas. Igualmente lo invité en este 2023, durante su convalecencia postoperatoria para que me visitara en Armenia, pero tampoco fue dable ese viaje, debido a su delicada salud.

El último viaje que Ómar tuvo, fue a Cali, después de que lo operaron del cerebro. En internet están unas fotos de él con su familia, en algunos sitios emblemáticos de Cali y disfrutando de alguna vianda en un restaurante. Se lo ve gozoso al lado de su querida esposa Patricia y de sus hijos. Quisiera quedarme con el recuerdo de esas hermosas imágenes de esta modesta familia, donde el amor familiar se refleja en forma cristalina, tal vez en el primer y único viaje conjunto que tuvieron a parte alguna. Mi “carteo” electrónico con Ómar se detuvo, en la tercera semana de febrero y desde entonces pude colegir, aún sin admitirlo, que ya nunca más me podría comunicar con este excelente amigo, uno de los seres más inteligentes y lúcidos que he conocido en mi ya largo recorrido vital.

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