LO QUE VI EN VENEZUELA HACE TREINTA AÑOS

Por: Eduardo Rosero Pantoja

En octubre de 1988, a cuatro meses del Caracazo, tuve la oportunidad de estar en Venezuela,
cuando fui a cantar con el Coro de Cámara Universitario del Cauca, dirigido por el maestro Horacio
Casas Rengifo. Entonces se cumplió mi sueño de conocer la patria de Bolívar, su mausoleo de
Caracas y varios lugares importantes de esa capital, como son sus museos, su metro, la
Universidad Central de Caracas, su animado comercio y, en general, haber tenido la oportunidad
de contactar directamente, con su gente y su cultura.
El motivo que nos convocó, para ir a Caracas, fue el homenaje en vida que toda Venezuela le
ofreció al gran músico, Antonio José Estévez, autor de inmortales piezas como la Cantata Criolla,
Melodía en el Llano, Cromovibrafonía múltiple y muchas canciones, varias de las cuales,
ensayamos en Popayán, para poder presentarlas en escenarios caraqueños y de Los Teques.
En Popayán, no tuvimos más de una semana para preparar un exigente repertorio que nos llegó
desde la Universidad Central de Venezuela. A marchas forzadas, ensayamos 10 canciones del
mencionado autor, bajo la sabia dirección del maestro Casas Rengifo, alistamos los trajes de gala y
los pasaportes y en el fin de semana, emprendimos el largo viaje de dos días a Caracas. Con una
corta pernoctada en la Villa del Rosario, de Cúcuta, proseguimos nuestro camino por los extensos
llanos, en un bus viejo, que conducía un joven venezolano, cansado de laborar doble jornada,
quien nos confió la tarea de echarle, frecuentemente, agua en la cabeza y de abrirle los párpados,
para que no se durmiera conduciendo.
El viaje, a pesar de lo largo, fue amable y placentero, por los paisajes que tuvimos la oportunidad
de ver, los anchurosos ríos llaneros y puentes que cruzamos, las paradas técnicas que hicimos. No
puedo olvidar, la entrada a un restaurante del camino, donde nuestras orgullosas compañeras de
coro, se acercaron a la caja y le dijeron a la empleada que les vendiera sancocho. Vaya sorpresa y
contrariedad, cuando las cocineras, de ese restaurante, no les sirvieron el “sancocho”, a la
colombiana, que ellas esperaban, con presa de pollo, sino, el sancocho venezolano, que es un
plato con enorme trozo de pescado, porque al sancocho nuestro, los venezolanos lo llaman
“cocido”. Ni qué decir tiene, que varias de esas damas payanesas, en su vida, habían probado el
pescado, porque su olor les repugnaba. Es un asunto cultural el de aprender a comer pescado.
Ese día los varones del coro, fuimos especialmente repudiados por nuestras compañeras de canto
y de ruta por haberlas, supuestamente, embaucado con el menú.
A pesar de haber llegado a Caracas, varias horas después de la hora convenida, vía telefónica, con
los anfitriones, éstos, pacientemente, nos esperaron a la entrada de la Universidad.
Inmediatamente, nos llevaron al mejor hotel, donde fuimos objeto de todas las atenciones y hasta
dispusimos de una médica en cada extremo del largo pasillo, del piso donde nos alojaron. En la
recepción nos dijeron, que por ser nosotros, miembros de la Universidad del Cauca, nos tendrían
consideración especial, porque los venezolanos, recordaban agradecidos, que dicha institución, le
había abierto las puertas a sus jóvenes, en los años de la dictadura y persecuciones de Pérez
Jiménez, en los 50.

En el afán de conocer Venezuela, bien hubimos llegado al hotel, me subí en el primer bus urbano
que encontré y llegué, a algún paraje de extramuros, desde donde llamé por un teléfono público a
María Rodríguez, mi compañera de estudios en Moscú, cuyo nombre encontré en la guía
telefónica de Caracas. En dos horas, llegó María a mi hotel, en tamaña limusina blanca, que no
pudimos negarnos a dar un paseo con ella y el médico y cantor Juan Carlos Torres. Fuimos a
conocer su casa y el lujoso comercio de Caracas. De entrada, me llamó, fuertemente, la atención
que las residencias de esa ciudad, tuvieran tres o más rejas de hierro, asunto que podía haber
pasado desapercibido, si nuestra anfitriona no nos hubiera explicado, que las medidas neoliberales
de los gobiernos bipartidistas, habían empobrecido tanto a la población, que el latrocinio cundía,
por lo cual “era probable que, en breve, hubiera un estallido de furia por la angustia en que vivía la
gente”. En su casa pude estrenar mis dos pasajes, que especialmente repasé para mi visita:
“Simón Bolívar” y “A la hermana Venezuela”, que ella y Juan Carlos, escucharon complacidos.
Luego nos fuimos a visitar el comercio de Caracas. En particular, recuerdo las tiendas de calzado,
donde pudimos observar, que la mayor parte de zapatos eran hechos, a mano, por maestros
colombianos, fundamentalmente, de Santander, quienes se habían asimilado totalmente a
Venezuela, tenían una boyante economía y ayudaban a sus familiares de Colombia, con giros y
encomiendas. Fue en los años 70, cuando a Venezuela entraron más de medio millón de
colombianos, debido a las buenas oportunidades de trabajo que ofrecía esta nación, asunto que
condicionó el hecho de que, hacia 1988, ya fueran cerca de cuatro millones los venezolanos, hijos
de colombianos, que vivían en ese país y tenían todas las garantías.
La entrada a una tienda militar, me dejó deslumbrado por los lujosos artículos que allí se ofrecían,
sin duda, para satisfacer los gustos de toda una legión de generales, que ayudaba a apuntalar el
régimen despilfarrador, del cual dijo, años después, el presidente en ejercicio, Hugo Chávez: “el
dinero que se gastaron, Carlos Andrés Pérez y sus antecesores, en derroche y corrupción,
equivale, a por lo menos, 10 planes Marshall” (con referencia al esfuerzo de Estados Unidos, para
ayudar a la Europa de postguerra). Por cierto, que nuestros precarios recursos, no nos
permitieron aprovechar la tentadora oferta de mercancías llamativas y nos contentamos con la
compra, de un buen par de calzado, hecho por artesanos de origen colombiano, quienes, además
gustosos, nos invitaron a tomarnos una cerveza con ellos.
Nuestras presentaciones en los escenarios de Venezuela fueron excelentes, especialmente, en la
Universidad Central de Caracas, donde el mismo maestro Estévez, presenció y orientó nuestros
ensayos. Estuvo muy complacido de que cantáramos sus canciones y las hubiéramos aprendido en
un tiempo tan corto. Nuestra canción estrella fue “El carbón”, de la maestra caucana, Ligia
Espinosa, magistralmente, interpretada en su solo, por el maestro Horario Casas Rengifo. Hasta
ahora recuerdo los aplausos emocionados y largos, que arrancó la interpretación de esa pieza, la
misma que, en la época, se había convertido en el caballito de batalla de varias agrupaciones
corales de Colombia y otros países latinoamericanos.
Fue, precisamente, en la Universidad Central de Caracas, en la primera velada, cuando gozoso me
encontré con Carlos Rodríguez, mi antiguo amigo de universidad y miembro del grupo musical
“Iguazú”, del cual formamos parte y tuvimos varias giras por la antigua Unión Soviética, como la

que realizamos por los puertos del mar Negro como Novorossiisk y Sebastópol. La voz de Carlos,
inigualable, como la de Alfredo Sadel, por su singularidad, pero de otro timbre. La gallardía con
que tocaba el cuatro y se acompañaba la voz, era impresionante. Él solo, con su voz y su
instrumento, armaban el mejor espectáculo musical, digno de verse en cualquier parte del mundo.
Además de hacerlo en español, lo hacía, a la perfección, en ruso, inglés y portugués.
Desafortunadamente, no nos volvimos a ver más y no he podido dar con él, a pesar de que lo he
buscado por las redes. Trabajaba, en ese año de 1988, igual que María, como profesor de
literatura en la Universidad Central de Caracas.
Cantar en Venezuela, es asunto de alta responsabilidad, especialmente cuando se trata de música
coral, por la larga tradición que tienen los venezolanos en este campo. Las canciones del
“Quinteto Contrapunto”, son clásicas en el repertorio mundial. Las interpretaciones del Orfeón
Universitario, quedaron ya en los anales de la música coral de Venezuela. Desafortunadamente
ese elenco, de 40 cantores, con su director, pereció cuando el avión que los transportaba cayó en
las islas Azores, en 1976. En nuestras presentaciones en Caracas, pudimos medir fuerzas, con
diversos coros venezolanos, no sólo de Caracas, sino de otras regiones de ese país. Y por, su
puesto, que participamos al lado de distinguidos coros de Ecuador, Puerto Rico, México y Costa
Rica.
En esa capital, nos llamó mucho la atención, la abundancia de libros, tanto en sus librerías, como
en ventas informales en zaguanes, donde se podían encontrar obras relacionadas con todas las
materias, especialmente las humanísticas. Destacaban los libros de Ávila Editores, con muchos
títulos, entre los que pude comprar el tomo “América Latina en sus lenguas indígenas”, de Bernard
Pottier. Igualmente adquirí varios volúmenes de las Obras completas de Andrés Bello, editadas
por la Fundación La Casa de Bello, (1981-1986). Con sorpresa, supe que la poetisa payanesa Gloria
Cepeda Vargas, era en Venezuela, una literata consagrada y ampliamente reconocida en el mundo
hispano, a partir de su desempeño en Caracas.
En una de las últimas veladas, tuvimos la oportunidad de pasear por la deslumbrante Caracas
nocturna. Lo hicimos con precaución y, al otro día, nos madrugamos para poder estar en un
concierto, donde tocaría la orquesta Billo´s Caracas Boys, bajo la dirección del maestro
dominicano, Billo Frómeta, con el patrocinio de la Cervecería Polar y, justamente en sus predios.
Cuáles no serían mi sorpresa y mi satisfacción, cuando el director de turno de esa orquesta, aceptó
mi propuesta de que nuestro compañero de coro, Diego Arenas, distinguido trompetista,
reemplazara, en esa mañana, al titular de ese instrumento en dicha orquesta. Con unas pocas
indicaciones y un corto repaso, nuestro artista se hizo cargo de su papel y con toda elegancia y
propiedad, tocó la trompeta en las melodías bailables, que alegraron a los invitados de esa
presentación estelar.
Nos despidieron de Caracas, con honores, después de nuestras presentaciones en esta metrópoli y
en la ciudad petrolera de Los Teques. Personalmente, sentí mucha nostalgia de dejar la amable

villa de Bolívar y todos sus atractivos reflejados en la pintura, la arquitectura y la música. En la
mayor parte de manifestaciones culturales, se siente la influencia positiva, de las corrientes
migratorias que ha tenido Venezuela a lo largo de su historia, principalmente de Europa.
No podía faltar, en el último día, la compra de regalos para la familia. Fue así, como adquirí un
enorme tractor y una excavadora de plástico para mis pequeñas hijas, juguetes que disfrutaron,
largamente, en Popayán acarreando piedritas y arena a lo largo del río Cauca, cerca de cuyas
orillas vivimos por espacio de diez años. De Venezuela me traje un rústico cuatro, que todavía
conservo y que cada día suena mejor. En él he podido componer inspiradas melodías, cada vez
que mi vena creadora, ha estado hacia el lado de los extensos llanos, que unen nuestros hermanos
pueblos de Colombia y Venezuela.
La Universidad Central de Caracas, nos ayudó para que pudiéramos regresar en avión, en vuelo
hasta San Antonio, Estado del Táchira. Enorme fue la emoción, de poder ver desde el aire, el
resplandor del cielo venezolano, de sus inmensas llanuras, las reverberaciones del lago Maracaibo,
hacia el mediodía. Como anécdota, puedo contar, que en un momento inesperado se produjo un
fuerte vacío en el avión, seguido de una pasajera turbulencia, hecho que me motivó a manifestarle
mi gran preocupación a mi compañero de viaje, Jesús Velasco, quien me respondió: “Profesor, si
usted va preocupado por el vuelo, yo voy muy feliz observando el paisaje, porque es la primera vez
que monto en avión”.
Nuestro último tramo, hasta Popayán, lo realizamos en bus, en un día entero de viaje, desde la
ardiente Cúcuta, vía Bucaramanga, Bogotá, Cali, Popayán. El rector de la Universidad del Cauca,
ingeniero Hernán Otoniel Fernández, quien nos había despedido y hecho sabias recomendaciones
para nuestro periplo, fue el mismo que salió complacido a recibirnos y a otorgarnos un diploma de
honor, por haber representado, con lujo, a la Institución, en una gira internacional.
Siempre he querido regresar a Venezuela a observar, con curiosidad, los procesos políticos y
culturales que allá se desarrollan y que son imparables. Todas las veces, algún inconveniente, a
última hora, se ha presentado para ese viaje, pero espero pronto poderlo realizar, con el objeto de
cantar mis canciones, de nueva generación, compuestas, especialmente, para saludar al pueblo
venezolano y acompañarlo en sus justas luchas por un futuro mejor de paz, armonía y fraternidad.

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