EL AGUA QUE DAÑAMOS A DIARIO

Por: Eduardo Rosero Pantoja

Este 22 de marzo próximo pasado se celebró en todo el mundo el Día Mundial de Agua y en Colombia hubo -en los medios- no pocas menciones del asunto, lo mismo que actos conmemorativos en escuelas, colegios y universidades. Siempre se habla bien del agua por lo que nos sirve, por su carácter indispensable, pero no vemos que aparezca por ninguna parte el real amor por ella. Por lo menos no lo vemos reflejado ni el diario decir de las personas, ni en las canciones ni en los versos de los poetas consagrados. En todas partes priva el sentido utilitarista por el inapreciable fluido. Y lo más probable es que nuestros indígenas del pasado hayan tenido reverencia por el agua, más que todo, por su valor de uso y no que porque les haya inspirado otra cosa. Idealizamos mucho el pasado ancestral sin detenernos a pensar que la gente es de carne y hueso y que siempre vive a punta de egoísmo, en función de intereses inmediatos.
Por estos mismos días -y a raíz de la conmemoración mundial- la ONU declaró solemnemente que el derecho al agua y al aseo diario con ese líquido, debe ser universal, lo cual implica su gratuidad para todos los seres del planeta. Asunto que estará lejos de cumplirse porque buena parte de los terrícolas no dispone de agua porque ésta no está al alcance de todos, por su alto precio y también porque en varias regiones del planeta, simplemente, no llueve y tiene régimen de desierto. En la misma Colombia hay algunas regiones que por abuso del hombre (varones y mujeres) se han agotado los bosques y, por ende, en esos lugares no hay precipitaciones lluviosas o escasean fuertemente como en la Guajira, el desierto de la Tatacoa (Huila), el norte de Nariño, por sólo citar algunos ejemplos. Está demostrado que la aridez del sur del Perú y norte de Chile no se produjo por voluntad de la Divinidad, sino por abuso de los indígenas con el bosque que cubría dichos territorios en tiempos remotos. No se forman los desiertos per se. Los hace el ser humano por irresponsable.
Sin embargo, tenemos que reconocerles a nuestros indígenas que siempre han demostrado más respeto por el agua y que es una de sus principales deidades. Así lo dijo a comienzos de este siglo el guambiano Floro Tunubalá cuando se posesionó como gobernador indígena del Cauca: “El agua es una de nuestras 33 deidades”. Cuando repasamos la historia precolombina, nos damos cuenta de que los indígenas, además, gobernaban el agua, la dirigían, tenían sistemas de canalización y de riego, con lo cual controlaban su curso en época de grandes precipitaciones. Así lo pudimos apreciar en la exposición del Museo Nacional sobre sus enormes trabajos de riego y drenaje a lo largo del río Magdalena en época precolombina y aún después de la llegada de los españoles.
Lo expresión que habla del “precioso líquido”, en cambio sí que se la han tomado en serio los envasadores de agua, los productores de bebidas gaseosas y cerveza, que la consiguen en la fuente por bajísimo precio y se la venden al consumidor, ya elaborada, a un precio exorbitante. De eso supimos hace unos años cuando, Luis Eduardo Garzón, entonces alcalde de Bogotá, salió por la radio a vanagloriarse de que el Distrito ya vendía -a una embotelladora- el agua fresca de los cerros aledaños a la capital, a razón de mil pesos el metro cúbico. No pasaron tres días cuando unos obreros de la misma empresa salieron a decir, por idéntico medio, que a ese metro cúbico el propietario le sacaba por encima de los dos millones de pesos al vender el agua envasada. Para fabricantes de la industria química, mineros, curtidores, dueños de lavaderos de carros y otros empresarios, el agua es un líquido irreplazable y que lo consiguen por un ínfimo precio, si se tiene en cuenta el provecho que le sacan y que no se compensa con el grado de contaminación que le causan. Buena parte de las enfermedades de la humanidad provienen del consumo de aguas contaminadas por las fábricas que arrojan todo tipo de desechos tóxicos a los ríos de los que toman sus aguas las poblaciones rurales y citadinas. En aras del enriquecimiento a dichos empresarios no les importa que eso ocurra a diario. Las instituciones encargadas de velar por la conservación del medio ambiente lo que hacen, acuciosamente, es conceder permisos a industrias contaminantes y hacerse los de la vista gorda cuando tienen que atender las constantes quejas de envenenamiento de las fuentes de agua. Las leyes siempre estarán para favorecer los intereses de los ricos y sanseacabó. La megaminería terminará imponiédose y en breve se acabarán los pocos páramos que nos quedan intactos. El gobierno mandará ejércitos a hacer cumplir sus designios a nombre de la “santa” ley.
Desde hace años que las enormes reservas de agua de nuestros páramos son el burlesco de parte del gobierno central que permite que nos las quiten los extranjeros y se las lleven a diario en aviones que despegan repletos del precioso líquido. El Macizo Colombiano, es un ejemplo, donde los batallones de alta montaña -que crearon desde comienzos de este siglo- custodian las seis zonas adonde descienden aviones de los Estados Unidos para cargar el agua fresca que esa potencia voraz requiere. Como consecuencia de ello, los nativos ya no pueden acercarse a sus tradicionales lugares porque las tropas se lo impiden. El país se puso en venta hace rato y los gobiernos sólo están para hacer cumplir los convenios leoninos que han firmado los presidentes de diversas épocas. Eso que se impuso -hace una década- pasa desapercibido por la “opinión pública” que permanece adormecida por los medios que la han farandulizado y embrutecido. No hay conciencia de nación y nos da igual que nos vendan o que nos compren.
Después de esta somera reflexión me pregunto si tendrá sentido que le compongan himnos y cantos al agua, si la actitud hacia ella no va a cambiar en la conciencia del pueblo ni menos en la de sus gobernantes y empresarios que la tienen sólo en función del poder y del lucro. No hay consideración por los páramos, ni los arroyos, ni los lagos ni lagunas, menos por los ríos que -día a día- se convierten en cloacas que llevan sus aguas al mar, depósito de todas las depredaciones de una humanidad que enloquecida se reproduce sin que haya ninguna legislación demográfica ni nacional ni mundial que frene la reproducción que no hace más que aumentar la ya exagerada utilización de ese recurso. La mejor salida sería que los sabios encuentren agua en otros planetas para que allá se marche la mayoría de ávidos de riqueza y nos dejen a quienes sólo buscamos vivir frugalmente, con suficiente agua y espacio para la vida, en compañía de nuestras hermosas plantas y preciosos animales.

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