UCRANIA

 


Por: Eduardo Rosero Pantoja

Por estas kalendas, 2022, a raíz de la situación conflictiva surgida entre Rusia y Ucrania, es posible que hayan aparecido, como por encanto, miles de ucraniólogos, en Colombia y en el mundo, leyendo información falsa y verdaderos bulos, de última hora, producidos por los 10 monopolios de la información mundial, los cuales “sin ser ventanas a la realidad”, los lanzan como si cualquier mercancía. Pero, los datos sobre estos dos países, están en los archivos estatales de los mismos y en los libros de historia que, allá se editaron, desde hace más de un siglo. Como ejemplo, el decreto del Sóviet Supremo de la Unión Soviética, del 17 de junio de 1954, presidido por el ucraniano Nikita Khrushchov, por medio del cual, Crimea, fue incorporada a Ucrania. O sea que, Rusia le cedió, unánime y voluntariamente, Crimea, a Ucrania. Parodiando el caso, algo así como que, si Simón Bolívar, guardadas las proporciones y distancias históricas, en un acto ligero e irresponsable, como presidente de Colombia, le hubiera cedido, la Guajira, a Venezuela, sin que los neogranadinos hubiéramos protestado.
El asunto es que, los ciudadanos rusos, de esa época, nada dijeron de esa anexión administrativa de Crimea a Ucrania y el hecho, si bien se comentó en la prensa, quedó protocolizado. Era tan grande la hermandad entre Rusia y las 15 repúblicas de la Unión Soviética, pero especialmente con Ucrania, que esa concesión pasó como un acto menor. Fue un acto de ingenuidad de los rusos, sólo comparable con el hecho de que el gobernante Gorbachóv, en febrero de 1990, les creyera a los Estados Unidos, su declaración verbal, de que ellos no dejarían expandir a la Otan, en los territorios de las independientes repúblicas ex-soviéticas, una vez disuelta la URSS, el 25 de diciembre de 1991. Fue otro acto de ingenuidad política rusa, que se suma al anterior y que le pesa a los gobernantes actuales y remuerde la consciencia de toda la nación.
Crimea ha sido un territorio entrañablemente ruso, desde la época de los zares y por su pertenencia a Rusia lucharon generaciones y personajes importantes, como León Tolstoi, contra los turcos. Pero, la ocupación y los atentados a Crimea, han venido por parte de Francia, Italia y Alemania, para hablar sólo de considerables potencias. Con sólo 32 mil kilómetros de extensión, los rusos la han defendido con decisión y valor, porque es la puerta de entrada al Mar Negro y, por ende, al Mediterráneo. Siempre, han tenido una potente flota allí destacada y la mayoría rusa de su territorio, ha llevado la pauta, en todas las grandes determinaciones, incluido el referendo de 2014, por medio del cual, los rusos de Crimea, se adhirieron a la Federación Rusa y a ella, indiscutiblemente pertenecen. 
Esa realidad política, es la que intentan desconocer los Estados Unidos y la Otan y por lo mismo, soliviantan al gobierno ucraniano, presidido por Volodímir Zelenski, al proveerlo de equipos militares, pertrechos, tropas y millones de dólares, como estrategia clara para provocar una guerra entre Rusia y Ucrania, con el objeto de que éstas queden debilitadas y el presidente Pútin, desacreditado. Una vez allanado el camino, la emprenderán contra China, que es la razón de ser de todas sus pretensiones, debido al fortalecimiento económico imparable y de toda índole, que ha tenido el gigante asiático. 
Bueno es recordar que, Ucrania, fue ocupada por las hordas hitlerianas en los años cuarenta, después de que éstas atacaron y ocuparon Odesa, Sebastópol y otros puertos del Mar Negro, amén de que destruyen casi totalmente Kiev, su capital y muchas ciudades y aldeas. En 1966, tuvimos la grata oportunidad de ver a esa capital reconstruida y el país pujante y alegre como es su índole. En las ciudades se hablaba ruso y en las aldeas, este idioma se entendía, pero, predominaba el ucraniano. La amistad de los ucranianos con los rusos se sentía inquebrantable y los primeros se desplazaban por Rusia y las demás repúblicas, en sus asuntos administrativos y personales, sin ningún tropiezo. Su acento específico se sentía inmediatamente y, los latinos aprendimos a distinguirlo desde el primer momento del dominio de la lengua rusa. 
Desde el comienzo de nuestras vacaciones de invierno en Ucrania, nos enamoramos de sus canciones, danzas y, claro está, de su culinaria. En un cuartel del corazón de Ucrania, en donde, a la madrugada, cuando nuestro autobús tuvo una falla mecánica, nos dieron refugio por unas horas, mientras reparaban esa máquina. Allí conocimos el borshch, una riquísima sopa de origen ucraniano, hecha de remolacha, papas, carne y otros quince ingredientes más, una verdadera obra de arte de esa cultura. También “descubrimos” el vodka, que un general nos ofreció, para acompañar este delicioso plato, claro que a manera de excepción, porque en los cuarteles no se toma vodka, ni le ofrecen a nadie. 
Aquí en Colombia tuvimos la oportunidad de oír hablar de Ucrania hacia 1965, cuando el grupo musical chileno de Los hermanos Arriagada, tradujo y cantó en castellano, la inmortal canción “Natalie” de Gilbert Bécaud, el compositor francés que se atrevió a hablar de las bellezas de Ucrania, de sus llanos, sin conocerla. Su canción se hizo famosa y a la vez nos dejó la inquietud de saber cómo era Ucrania, su territorio y su gente. Ya estando nosotros en Moscú, en calidad de estudiantes, tuvimos la suerte de saber quiénes eran esos gigantes de la literatura como Nikolái Gógol (autor de “Almas muertas”), Tarás Shevchenko, insigne poeta y pintor, lo mismo que conocer de escritores famosos, de origen judío, como Iliá Erenburg, Isaak Bábel, Vasili Grossman y Margarita Aliguier, entre otros. Artistas de talla mundial ha dado Ucrania como el violinista David Oistrach, el pianista Volodímir Horóvich, el bailarín Vaslav Nizhinski, los cantantes, Nikolai Slychenko (gitano), Dmitri Gnatiuk y Sofía Rotaru, para sólo nombrar los principales, además, de muchos deportistas destacados, que le han dado fama a su patria.
En diverso tiempo, varios científicos, de origen ucraniano, han sido galardonados con el Premio Nobel, como Selman Waksman, en medicina (1952), codescubridor de la estreptomicina, Georges Charpak, física (1992), Roald Hoffmann, en química (1981). Hacia los años ochenta, Ucrania, tenía, entre otros logros, el de graduar más ingenieros de toda Europa. En honor a Rutenia, nombre latino de la Ucrania Antigua, Rus de Kíev, la comunidad científica mundial, le dio el nombre de rutenio, Ru, a un elemento de la tabla periódica de Mendeléiev, con el número atómico 44. 
Después de la disolución de la Unión Soviética, la política, la economía y la cultura han cambiado notoriamente y en la actualidad, Ucrania, ha pasado a ser un Estado-mascota de la potencia del Norte, con el agravante de que su actual gobierno es un verdadero títere. Su amo que la gobierna desde Washington, en su afán egoísta de predominio, la encamina al abismo de la guerra y la destrucción, con el riesgo de hacerla desaparecer como Estado y como nación. Los hombres conscientes del presente y pasado, de tan valiosa nación, como es Ucrania, lo mismo que sus héroes que, entregaron la vida por defenderla, no podrían creer, ni en sueños, en qué marasmo y peligro la han sumido los ignorantes y desalmados gobernantes, que cabalgan a horcajadas del neoliberalismo voraz y aventurero que los rige. 
Nadie que esté en sus cabales, tanto en Rusia como en Ucrania, quiere que haya guerra entre estas dos naciones hermanas, con la inexorable destrucción y atraso de las mismas, peor aun cuando esa no sería una determinación propia, sino un designio de los Estados Unidos y de las potencias imperiales de Occidente, con su punta de lanza, la Otan. “Somos un solo pueblo”, ha dicho Pútin, recientemente y “mis dos abuelas son ucranianas”, ha expresado Serguéi Lavrov, ministro ruso de Relaciones Exteriores. Invocamos la cordura de los dirigentes ucranianos para que cesen en sus delirantes reclamos territoriales, dejen de lado su exacerbado nacionalismo y busquen el entendimiento con sus hermanos de sangre y de larga historia compartida.

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