OSVALDO PASTORE (1937-2006)
Semblanza
Por: Eduardo Rosero Pantoja (filólogo colombiano)
Osvaldo Pastore fue uno de los miles de latinoamericanos que en los años sesenta viajó, como becario, a estudiar a Moscú en la recién fundada Universidad de la Amistad de los Pueblos “Patrice Lumumba”. Su apellido hablaba de sus ancestros italianos. En su aspecto externo era blanco, rubio, de ojos azules y muy vivaces. Llevaba bigotes y andaba siempre pulcro. Respetaba las citas y la palabra empeñada. Siempre andaba con su guitarra y un libro en la mano, el mismo que abría a la menor oportunidad. Gran conversador e invariable humorista, como todo físico que se respete. Andaba de prisa, pero esto no era óbice para detenerse a saludar, efusivamente, a sus amigos. Hablaba rápido y por todas partes dejaba su impronta de hombre de pensamiento y acción rápidos. Saltaba a la vista que era una persona noble y en quien se podía fiar desde el primer instante.
Vi por primera vez a Osvaldo -y hablé con él- en el camerino del Club de la Universidad de la Amistad de los Pueblos, de Moscú, en noviembre de 1966, cuando él terminaba de hacer una brillante presentación con el trío Los Latinos, del cual era su requinto y tercera voz. Era oriundo del Paraguay y cursaba estudio de física en dicho establecimiento. Los otros integrantes eran Lenin Guerrero (Ecuador) y Gonzalo Grondona (Chile), estudiantes de ingeniería civil y física, respectivamente. Yo formaba parte del también trío universitario Los Tropicales, en compañía de dos salvadoreños. Yo cursaba estudios de filología y los salvadoreños, Eliseo Leyva y Mario Fuentes, agronomía y derecho internacional, en su orden. La ovación que el público nos dio, a ambas agrupaciones, fue tan impresionante, que decidimos volver al escenario para tocar un par de piezas, conjuntamente, para complacer a los asistentes al evento novembrino.
A partir de ese día la simpatía musical y personal que yo sellé con Osvaldo fue tan grande, que no se hizo esperar un encuentro musical entre los dos. Sin previo ensayo asistimos a una invitación que nos hicieron unas amigas moscovitas, donde pudimos preparar el más exquisito repertorio de canciones latinoamericanas y rusas. Desde entonces yo empecé a conocer, de cerca y a fondo, la música paraguaya en sus mayores manifestaciones como la guarania y la galopa, de las cuales mi amigo era un virtuoso intérprete en su guitarra y su voz. Desde el comienzo mis oídos se involucraron en los tres idiomas en los cuales cantaba Osvaldo, con toda propiedad: castellano, guaraní y ruso. América Latina y Rusia, se nos vinieron encima con sus canciones y ritmos más representativos.
Creo que llegamos a hacer un repertorio de 50 piezas, tocadas con la mayor perfección, de las cuales unas 10 eran instrumentales, entre otras, paraguayas, colombianas, brasileñas y rusas. Fue tanta la destreza y seguridad que adquirimos, que el día menos pensado, terminamos invitados por el académico Yákov Terletski (Premio Stalin de física), a su casa de campo, donde en un teatrino, especialmente engalanado, nos presentó ante los miembros de la Academia Sueca de Ciencias. Fue impresionante la reverencia con que esos sabios nos escucharon cantar en tres idiomas, al compás de nuestras guitarras, que ese día vibraban como nunca en una tibia tarde de verano, a unos 100 kilómetros de Moscú. Es increíble la capacidad de concentración que tiene el ser humano cuando se ve abocado a cumplir con responsabilidades mayores, sobre todo en el campo del arte. Nuestra entrega en esa oportunidad fue al máximo y, desafortunadamente, no quedó registro alguno de tan grata presentación.
Hacia 1967, cuando Lenin Guerrero, viajó de regreso a su país, tuve la suerte de ser invitado a integrar el prestigioso trío Los Latinos, con el cual obtuvimos el Primer Premio a la Afición de Moscú, presea entregada a nosotros por el famoso compositor armenio, Aram Khachaturián, autor, entre otras piezas, de la Danza de los sables y de conocidos conciertos y óperas. Aunque todos estos conciertos se grababan, oficialmente, sólo tenemos noticia de los registros que quedaron en Radio Moscú, luego Voz de Rusia y ahora, Radio Spútnik Mundo, donde suponemos conservan los archivos de músicos latinoamericanos que dejaron su huella, en esos años del socialismo real. Nos referimos tanto a estudiantes, como a conjuntos visitantes, como fue el caso de Luis Alberto del Paraná (Paraguay) y Emeterio y Felipe “Los Tolimenses” (Colombia), quieres fueron artistas invitados al Festival de Verano de Moscú, que tuvo lugar durante varios años.
Osvaldo tuvo siempre la amable gentileza, de presentarme a sus amigos paraguayos, especialmente, a los músicos que estaban de visita, en particular, a guitarristas y arpistas. Pero especial lugar ocupa el haberme presentado a José Asunción Flores, emérito compositor paraguayo y reconocida personalidad de su país. Puedo decir con orgullo que tuve la amistad de este último maestro y en varias oportunidades yo le canté bambucos conocidos, a cambio de unas guaranias que él me tocaba en el piano. Igualmente tuve la dicha de estar en el concierto de estreno de su poema sinfónico “India”, cantado en los tres idiomas citados e interpretado por la Orquesta Sinfónica de la Radio y la Televisión de Moscú y por los coros de la misma radiodifusora internacional. Cualquiera, si tiene a bien, puede escuchar en Youtube la grabación de esa obra, hecha por ese entonces.
Pero mi amistad con Osvaldo no se agota allí. Fue mi maestro de lectura, porque me obligaba a imitarlo, ya que era un lector incansable, especialmente, de libros de divulgación científica. Como no recordar que se leyó de un solo tirón, el segundo libro de “Los físicos continúan bromeando” o el libro “Este mundo izquierdo, izquierdo”, ambos escritos en ruso. Yo también los disfruté y los entendí mejor con las sabias explicaciones de mi sabio amigo. Es que una de las cualidades de Osvaldo era ser pedagogo y un didacta. Siempre recalcaba: uno debe enseñarse a sí mismo para luego poder enseñar a los demás. En más de una oportunidad que me encontró con los brazos cruzados me ha reprochado: “¡Eduardo! Estás perdiendo el tiempo. Coge un libro, que las entendederas sí te ayudan”. Fue innúmera la cantidad de libros que conseguimos en las librerías del usado de Moscú y que nos sirvieron para alimentar nuestras inquietudes.
Solo en una oportunidad salimos de correría artística con Osvaldo y fue a Asjabad (Ciudad del amor, en turkmeno), capital del entonces Turkmenistán soviético. Fue enorme nuestro despliegue musical en la capital de esa nación musulmana, en los diferentes escenarios donde nos presentamos o de visita donde los amigos universitarios. Grato haber conocido el gran desierto del Kara-Kum y su canal, su gente hospitalaria y su considerable producción de sandías y melones, sus fábricas de chocolatinas y galletas. Era evidente el enorme salto que había dado dicha república asiática, que se desarrolló de la mano y con el acompañamiento amistoso de los rusos, quienes sacaron a tan antigua nación del atraso secular, producto del colonialismo europeo. Esto se vino a superar en varias repúblicas asiáticas que abrazaron el socialismo después de Revolución de Octubre de 1917. Los museos antropológicos y etnográficos que conocimos, nos mostraron lo que tenían dichos pueblos antes de la mencionada fecha y lo que alcanzaron de progreso espiritual y material, en pocos decenios.
Los logros de Osvaldo en los campos del conocimiento fueron considerables: primero había estudiado meteorología en su país y de allí nació su verdadero enamoramiento por la física, a partir del estudio de las nubes y todos los fenómenos relacionados con la conducta de estas. Se desempeñó en Paraguay como profesional de esta disciplina y fue, justamente, en su cargo de metereólogo, a bordo de un avión, como se enteró -con indignación- que el flamante general Alfredo Stoessner, presidente de su país, había resuelto exterminar a los indígenas Guayakí (Áche), suministrándoles, pérfidamente, vía lanzamiento aéreo, enlatados envenenados, que los nativos hambrientos alcanzaron a consumir. Pero más pudo la consciencia de ciudadano correcto, formado en principios humanitarios, para que Osvaldo se negara a continuar con dicha misión ni por un minuto más. Fue así como aterrizó, junto con el piloto, en territorio brasileño, para nunca volver a su país, para no tener que soportar la pena de muerte, después de que la denuncia internacional, por tan terrible delito, tocara directamente al dictador paraguayo, quien hacía tiempos había resuelto quien debía vivir y quien morir en su país. Sabido es que hubo una serie de sátrapas militares en América Latina quienes, a la manera de Stroessner, hicieron todas las depredaciones que quisieron, durante varias décadas, y, directamente, puestos y sostenidos por el gobierno de los Estados Unidos.
En el campo de la física Osvaldo se destacó en la indagación de fenómenos de astrofísica, como es el caso de los rayos pulsares, de tanto interés en la antigua Unión Soviética, como en Inglaterra, en los años sesenta y posteriores. Fue su jefe de tesis -el mencionado académico Terlestki- por quien Osvaldo profesaba profunda admiración, por su contribución al desarrollo de la ciencia mundial. En su vida profesional ulterior, Osvaldo continuó en sus inquietudes acerca del conocimiento de las estrellas y demás cuerpos celestes, tal como me lo comentó su hija Natalia, bióloga de profesión y el profesor Scarabarozzi, físico argentino, quien enseñó física en la Universidad del Cauca y conoció, personalmente, a Osvaldo en su desempeño científico, a finales de los años setenta, aciagos para la Argentina y el Cono Sur, por las persecuciones despiadadas a los profesionales, especialmente, si eran inmigrantes.
Cuando al término de sus estudios Osvaldo se marchó de Moscú y, mientras las circunstancias se lo permitieron, no dejó de comunicarse conmigo. En más de una ocasión me escribió desde Francia y luego de Marruecos, pero a partir de allí perdí, su contacto. Sus cartas fueron mi aliciente por un año, pero después me contenté con su grato, gratísimo recuerdo. Sólo una vez supe de su pervivencia en la Argentina y fue cuando el mencionado físico Scarabarozzi, me dijo que Osvaldo había sido objeto de discriminación e, injustamente, despedido del Colegio de físicos de la Argentina y que por el tiempo subsiguiente se desempeñaba como contramaestre de albañilería, para ganarse la vida. Hace pocos años vi, a Osvaldo Pastore, en la lista de desaparecidos del año 80 y de los cuales no se volvió a tener noticia. Con esa triste información estuve varios años, hasta que mi hija menor encontró en Internet el nombre de Natalia Pastore, con quien se comunicó y supo, que se trataba de la hija de Osvaldo. Ella le contó que su padre era mi entrañable amigo, quien había fallecido, en forma natural, en la Argentina, en 2006.
Transido por el dolor de ver a Osvaldo en esa lista de desaparecidos, le compuse una elegía, pieza que guardo en alguno de mis archivos artesanales y que prometo dar a conocer en una próxima oportunidad. Una canción más reciente, le hice a Osvaldo y de ella puede dar buena cuenta Natalia, mi nueva amiga, su hija, quien sabe, por relatos de su padre, de la profunda amistad que nos unía y que el destino quiso, que no nos volviéramos a ver para cantar nuestro repertorio invaluable de obras latinomericanas y rusas. De Osvaldo guardaré siempre un grato recuerdo y agradecimiento imperecedero, por haber contribuido a mi formación musical y académica y por haberme acercado a uno de los filones más ricos de la música latinoamericana, como es la canción paraguaya.
Cualquier homenaje póstumo, que la patria paraguaya le quiera hacer al distinguido ciudadano, OSVALDO PASTORE, será bienvenida por los amigos, de aquí y de allá, quienes lo recordamos como excelente persona, físico y músico. Él, justamente, con su genio multidisciplinar nos sorprendió y nos hizo más amable la vida, amén, de que nos obligó a imitarlo en aquellos campos afines a nuestros intereses y en los cuales él se destacó, tempranamente, y a lo largo de toda su vida profesional.
Un saludo especial para Natalia, sus hermanos, igualmente científicos como su padre, y su señora esposa, a quienes no conozco, personalmente, pero aprecio en alto grado por ser los familiares directos de mi incomparable amigo, quien en vida respondía con orgullo a OSVALDO PASTORE, ciudadano a carta cabal, del Paraguay y del mundo.
Muchas gracias.
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