ROGATIVA PARA QUE MUERA CHÁVEZ
Por: Eduardo Rosero Pantoja
A esta altura del partido, cuando la mayor parte de mis compatriotas desean que se muera el presidente de la República Bolivariana de Venezuela (así se llama ese Estado, aunque me demore), no puedo menos que sumarme -por esta vez- a su profundo sentimiento de odio hacia dicho personaje, so pena de aparecer como un apátrida. Eso ocurre en un país de derechas, concebido así desde los albores de la república, sentir refrendado en -por lo menos- dos constituciones, la de 1886 y la de 1991. Del odio hacia Chávez no están exentos ni siquiera algunos sectores de la llamada “izquierda” que le cobran el haber entregado al presidente Santos, ni más ni menos que a Joaquín Pérez Becerra, el director de Anncol, una oficina de prensa que escribe la historia actual de Colombia desde la perspectiva de una oficina sueca, por ciudadanos suecos, como el mismo Becerra, aunque sea éste de origen colombiano.
Después de que, hacia el año 2000, el ex-presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez -sin ambages ni vergüenza- aconsejó a sus compatriotas matar a Hugo Chávez -ante la imposibilidad de derrotarlo en las urnas- a la mayor parte de la oposición venezolana y a buena parte de colombianos les pareció que eso era perfectamente factible, recomendable y, si se quiere moral (por lo necesario, dirían algunos). Esta es una concepción y una práctica -e inclusive oficial- en los Estados Unidos, la de desahacerse de políticos o mandatarios incómodos del mundo como por ejemplo: Jorge Eliécer Gaitán, Juan Jacobo Árbenz, Patrice Lumumba, Ernesto Guevara, Salvador Allende y muchos más. Tan sólo el presidente James Cárter la prohibió (en el papel), pero, de hecho, se ha venido cumpliendo a rajatabla. Y no sólo por la CIA, sino por diversos institutos de matones, de esa potencia, que actúan alrededor del mundo.
Lo de la rogativa que sugiero, lo hago a sabiendas de que es una tradición piadosa de la Iglesia cuando quiere lograr un bien, por medio de la voluntad aunada de la mayor parte de la feligresía. Es posible que dicha respetable entidad no se preste para tamaña medida, porque sencillamente ya pasaron los nefastos tiempos del archirreaccionario monseñor Builes, de Antioquia, quien maldecía y perseguía, a todo aquel se dijera progresista. Pero los cristianos del montón -la mayor parte, todavía uribistas (sin restar a ningún conservador) y otra parte santista- perfectamente podían organizar una rogativa -o como se quiera llamar a esa cita- donde millones de voluntades energúmenas pidan (¿a quién? ¿a Dios? ¿a Lucifer?), por la pronta muerte de Chávez, a cuenta de un cáncer que parece haber hecho metástasis en dicho mandatario. Dicha cita tiene todos los visos de un hecho piadoso si se tiene en cuenta el propósito “constructivo” de la intención generalizada.
En otro tiempo, hacia 1975 el distinguido bardo chileno Pablo Neruda, dedicó inclusive un poema al dictador español, que hacía meses se debatía entre la vida y la muerte, como si el planeta le cobrara sus horrendos crímenes. Y se llamaba esa composición: “Oración para que no muera Franco”. Por lo visto, es mayor el odio del mundo hacia Chávez que hacia Franco, y nadie se va a poner a hacer poemas. Ni siquiera lo harían los literatos ni los periodistas fletados, para no quedar comprometidos con tamaño despropósito. Chávez no se merece -dirán- ni una trillada Ave María ni menos un poema original, por venenoso e infame que fuera. No se merece ni un pasquín, dirían otros, como aquellos que escriben de oficio (¿castrense?) al pie de las declaraciones de la negra Piedad Córdoba o de Iván Cepeda, con mala ortografía, peor redacción y refinado odio.
Yo -lo digo con pleno convencimiento- no iría a tamaña rogativa porque no estoy acostumbrado a asistir a rituales de ninguna especie, porque todos son de esencia religiosa y como tales entrañan superstición, así se trate tan de sólo persignarse o echarse el agua bendita colectivamente. Menos cuando millones de voluntades se unirían en un propósito común, como cuando una muchedumbre -en un haz de intenciones- quiere que cuaje un gol en un estadio. En este caso la rogativa sería, para que la enfermedad de Chávez le llegue, cuando antes, a sus centros vitales en reemplazo de la soñada bala al corazón o al cerebro, para que muera -y en un golpe de gracia- poder exhibir su cadáver al mundo, para escarnio de los rebeldes, como hicieron los medios en el caso de Sadam Hussein o de Muamar Ghadafi.
Claro que nadie se ha puesto a pensar, ni hace falta hacerlo, porque les fastidia, saber que detrás de Hugo Chávez hay un grupo de élite de copartidarios cercanos, quienes estuvieron desde mucho antes de que ese nombre se conociera más allá de los cuarteles, donde un puñado de militares patriotas venezolanos pensaba en los destinos de una república de cara a tener soberanía plena y ser capaz de regir sus propios destinos, sin la injerencia del imperio déspota y saqueador. La labor pedagógica y educativa de ese grupo, a la vuelta de 12 años de labor, ha rendido sus frutos y al presidente Chávez lo sigue todo un pueblo, que no dejará sacarse del camino recorrido, so pena de caer en la humillación y ser objeto de las más crueles venganzas. No en último lugar, el odio hacia Chávez tiene que ver con el racismo que han inculcado nuestros gobernantes, quienes se creen blancos o, cuando menos, santafereños o neogranadinos de nueva data.
La obsesión de que muera Chávez o de que se le asesine, no es nueva en Colombia, aunque parezca provenir de la infame sugerencia de Carlos Andrés Pérez. Es producto nacional, de nuestro ser nato, de nuestra entraña. Aquí se enseñó a odiar a Bolívar y todo lo que de él se derivara. ¿Entonces, de qué amor podemos hablar hacia Venezuela y los venezolanos? No nos digamos mentiras. Durante el gobierno de Uribe se logró cristalizar ese odio y no en vano Venezuela se llenó de mercenarios paramilitares, financiados generosamente por la oligarquía colombiana. Un grupo de francotiradores de esa cáfila fue aprehendida y juzgada en Caracas y un año después deportada a Colombia para no tener que alimentarla con el pan venezolano. Parte de la oposición venezolana, parece tener un poco más de nobleza, cuando declaró que no quería que Chávez se muriera de cáncer, ni menos en la sala de operaciones de La Habana en este marzo, con el objeto de poderlo derrotar en las urnas en octubre próximo (2012). Es una posición más decente aunque, de todas maneras, nos parece hipócrita.
A esta altura del partido, cuando la mayor parte de mis compatriotas desean que se muera el presidente de la República Bolivariana de Venezuela (así se llama ese Estado, aunque me demore), no puedo menos que sumarme -por esta vez- a su profundo sentimiento de odio hacia dicho personaje, so pena de aparecer como un apátrida. Eso ocurre en un país de derechas, concebido así desde los albores de la república, sentir refrendado en -por lo menos- dos constituciones, la de 1886 y la de 1991. Del odio hacia Chávez no están exentos ni siquiera algunos sectores de la llamada “izquierda” que le cobran el haber entregado al presidente Santos, ni más ni menos que a Joaquín Pérez Becerra, el director de Anncol, una oficina de prensa que escribe la historia actual de Colombia desde la perspectiva de una oficina sueca, por ciudadanos suecos, como el mismo Becerra, aunque sea éste de origen colombiano.
Después de que, hacia el año 2000, el ex-presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez -sin ambages ni vergüenza- aconsejó a sus compatriotas matar a Hugo Chávez -ante la imposibilidad de derrotarlo en las urnas- a la mayor parte de la oposición venezolana y a buena parte de colombianos les pareció que eso era perfectamente factible, recomendable y, si se quiere moral (por lo necesario, dirían algunos). Esta es una concepción y una práctica -e inclusive oficial- en los Estados Unidos, la de desahacerse de políticos o mandatarios incómodos del mundo como por ejemplo: Jorge Eliécer Gaitán, Juan Jacobo Árbenz, Patrice Lumumba, Ernesto Guevara, Salvador Allende y muchos más. Tan sólo el presidente James Cárter la prohibió (en el papel), pero, de hecho, se ha venido cumpliendo a rajatabla. Y no sólo por la CIA, sino por diversos institutos de matones, de esa potencia, que actúan alrededor del mundo.
Lo de la rogativa que sugiero, lo hago a sabiendas de que es una tradición piadosa de la Iglesia cuando quiere lograr un bien, por medio de la voluntad aunada de la mayor parte de la feligresía. Es posible que dicha respetable entidad no se preste para tamaña medida, porque sencillamente ya pasaron los nefastos tiempos del archirreaccionario monseñor Builes, de Antioquia, quien maldecía y perseguía, a todo aquel se dijera progresista. Pero los cristianos del montón -la mayor parte, todavía uribistas (sin restar a ningún conservador) y otra parte santista- perfectamente podían organizar una rogativa -o como se quiera llamar a esa cita- donde millones de voluntades energúmenas pidan (¿a quién? ¿a Dios? ¿a Lucifer?), por la pronta muerte de Chávez, a cuenta de un cáncer que parece haber hecho metástasis en dicho mandatario. Dicha cita tiene todos los visos de un hecho piadoso si se tiene en cuenta el propósito “constructivo” de la intención generalizada.
En otro tiempo, hacia 1975 el distinguido bardo chileno Pablo Neruda, dedicó inclusive un poema al dictador español, que hacía meses se debatía entre la vida y la muerte, como si el planeta le cobrara sus horrendos crímenes. Y se llamaba esa composición: “Oración para que no muera Franco”. Por lo visto, es mayor el odio del mundo hacia Chávez que hacia Franco, y nadie se va a poner a hacer poemas. Ni siquiera lo harían los literatos ni los periodistas fletados, para no quedar comprometidos con tamaño despropósito. Chávez no se merece -dirán- ni una trillada Ave María ni menos un poema original, por venenoso e infame que fuera. No se merece ni un pasquín, dirían otros, como aquellos que escriben de oficio (¿castrense?) al pie de las declaraciones de la negra Piedad Córdoba o de Iván Cepeda, con mala ortografía, peor redacción y refinado odio.
Yo -lo digo con pleno convencimiento- no iría a tamaña rogativa porque no estoy acostumbrado a asistir a rituales de ninguna especie, porque todos son de esencia religiosa y como tales entrañan superstición, así se trate tan de sólo persignarse o echarse el agua bendita colectivamente. Menos cuando millones de voluntades se unirían en un propósito común, como cuando una muchedumbre -en un haz de intenciones- quiere que cuaje un gol en un estadio. En este caso la rogativa sería, para que la enfermedad de Chávez le llegue, cuando antes, a sus centros vitales en reemplazo de la soñada bala al corazón o al cerebro, para que muera -y en un golpe de gracia- poder exhibir su cadáver al mundo, para escarnio de los rebeldes, como hicieron los medios en el caso de Sadam Hussein o de Muamar Ghadafi.
Claro que nadie se ha puesto a pensar, ni hace falta hacerlo, porque les fastidia, saber que detrás de Hugo Chávez hay un grupo de élite de copartidarios cercanos, quienes estuvieron desde mucho antes de que ese nombre se conociera más allá de los cuarteles, donde un puñado de militares patriotas venezolanos pensaba en los destinos de una república de cara a tener soberanía plena y ser capaz de regir sus propios destinos, sin la injerencia del imperio déspota y saqueador. La labor pedagógica y educativa de ese grupo, a la vuelta de 12 años de labor, ha rendido sus frutos y al presidente Chávez lo sigue todo un pueblo, que no dejará sacarse del camino recorrido, so pena de caer en la humillación y ser objeto de las más crueles venganzas. No en último lugar, el odio hacia Chávez tiene que ver con el racismo que han inculcado nuestros gobernantes, quienes se creen blancos o, cuando menos, santafereños o neogranadinos de nueva data.
La obsesión de que muera Chávez o de que se le asesine, no es nueva en Colombia, aunque parezca provenir de la infame sugerencia de Carlos Andrés Pérez. Es producto nacional, de nuestro ser nato, de nuestra entraña. Aquí se enseñó a odiar a Bolívar y todo lo que de él se derivara. ¿Entonces, de qué amor podemos hablar hacia Venezuela y los venezolanos? No nos digamos mentiras. Durante el gobierno de Uribe se logró cristalizar ese odio y no en vano Venezuela se llenó de mercenarios paramilitares, financiados generosamente por la oligarquía colombiana. Un grupo de francotiradores de esa cáfila fue aprehendida y juzgada en Caracas y un año después deportada a Colombia para no tener que alimentarla con el pan venezolano. Parte de la oposición venezolana, parece tener un poco más de nobleza, cuando declaró que no quería que Chávez se muriera de cáncer, ni menos en la sala de operaciones de La Habana en este marzo, con el objeto de poderlo derrotar en las urnas en octubre próximo (2012). Es una posición más decente aunque, de todas maneras, nos parece hipócrita.
Si muere debido al cáncer le ahorra una bala a los que nombra usted. No soy precisamente seguidora de Chávez, pero la manera como los medios de comunicación y políticos colombianos manejan el tema de su enfermedad me parece una verdadera vergüenza. Cuánta hipocrecía. Además,he notado una tendencia a mostrar todos los problemas de Venezuela y jamás sus aportes a la cultura, por ejemplo; mientras que acá, en Colombia, nos hundimos cada vez más en problemas peores que los que tanto destacan del país vecino.
ResponderEliminarPD: le recomiendo que cambie el color de fondo de su blog; no le favorece nada el texto blanco sobre negro, molesta mucho. =)