¿QUÉ ES UN ESTUDIANTE?

Por. Eduardo Rosero Pantoja

El carpintero de mi barrio me preguntó hace poco ¿qué era un estudiante? ante el hecho de que no veía estudiar a su hijo que estaba en la universidad y de que nunca lo encontraba leyendo “algo servible”, además de que siempre estaba de rumba los jueves, viernes, sábados y hasta domingos. Para no entrar en explicaciones prolijas con mi contertulio le respondí con las palabras del sacerdote Alfonso de Pupiales (mi profesor de canto, de latín, mi ejemplo de caridad cristiana y modelo de anarquía), quien decía: “estudiante es el que estudia antes de venir a clase o el que se prepara antes de la vida profesional, la que no soporta a ineptos”.
De mi vida universitaria recuerdo que mis profesores no nos dejaban entrar a los seminarios si no habíamos leído toda la bibliografía indicada para el tema. Era asunto de responsabilidad y de amor propio de ir allá sólo cuando estuviéramos lo suficientemente preparados. Éramos estudiantes, nos sentíamos estudiantes. Nunca se nos ocurrió hacer trampa, principiando porque nos dejaban con todos los libros sobre la mesa. Además los exámenes eran orales. Desde siempre en Rusia no han creído en la primera falacia del lenguaje que consiste en darle prelación al lenguaje escrito, frente a la oralidad, la que permite confrontar al interlocutor en el aula o en el tribunal y evita el fraude.
En la antigüedad griega y latina llamaban estudiante (del gr. spudates o del lat. stúdeo,) “a quien se esforzaba o ponía celo, amor” en algún objeto de conocimiento y no simplemente a quien aprendía en forma pasiva. A éste lo denominaban alumno (del lat. álere, alimentar). Nunca alumno ha significado “el que no tiene luces”, como una falsa etimología que anda por allí en cierto medio escolar y que hay que desterrar. Los alumnos o estudiantes, es mucho lo que saben y pueden aportarle al profesor en todos los campos del saber. Se equivocan, de medio a medio, los maestros que creen que sus pupilos no les pueden enseñar algo, principiando por manejar aparatos de última data o saberes interesantes que están en circulación, pero que el preceptor desconoce por vivir en la incomunicación sistemática.
En Rusia se ha llamado estudiante al joven (de uno u otro sexo) que cursa estudios universitarios. Al niño que estudia primaria o secundaria no se le denomina estudiante sino “escolar”. Dicho escolar al terminar sus estudios secundarios recibía además de su diploma, el pasaporte (cédula) que lo convertía en ciudadano. En la Rusia soviética todos los estudiantes eran becarios, es decir tenían derecho a educación gratuita y además recibían estipendio, es decir un sueldo, por el sólo hecho de estudiar. Era su ocupación remunerada y su legítimo orgullo y compromiso frente a la sociedad. El estudiante que sacara cinco en todo tenía “estipendio leniniano”, que además del honor, tenía derecho a doble asignación en dinero.
Es por demás significativo el lema del escudo de la Universidad del Cauca que desde 1827 reza: “Pósteris lúmen moritúrus édat”, que traduce: “el que ha de morir que dé luz a la posteridad”. No sobra decir, que la palabra “luz” hay que tomarla como conocimiento. Efectivamente, nadie que sea estudiante puede rehusar a ser maestro, a enseñar lo que sabe y no sólo a la posteridad, en abstracto, sino a sus coetáneos de carne y hueso. Pero la mayor obligación de los estudiantes es tener conciencia social, saber e interesarse en qué sociedad vive, no para auscultar en donde puede llenarse los bolsillos de dinero, sino para ayudar a su grupo social, principiando por su familia. El estudiante debe tomar en serio, si es buen profesional, la idea de mover su arte o su ciencia, por lo menos un milímetro de donde la encontró, de lo contrario este mundo devendría en franca decadencia.
Pero fuera del sacrificio que implica ser estudiante, independientemente del esfuerzo económico -especialmente de los padres-, de los cinco-seis años de tener que renunciar a muchas tentaciones del mundo exterior, la vida del estudiante está llena de satisfacciones, logros, aventuras y anécdotas. Me he acercado a estudiantes de Popayán y de Bogotá a preguntar por las anécdotas y éstas no hacen sino divertirme, independientemente, de que no apruebo varias de esas conductas como son: diversas maneras de hacer fraude, de justificar ausencias, de “matar a la abuelita” para lograr algún permiso extraordinario, de rogarle al profesor que no deje 20 hojas de lectura para la clase próxima clase sino 10, so pretexto de que “esta no es la única materia que vemos”, de que “se dañó el archivo” o de que “el perro inquieto se comió los trabajos”. Ni qué decir del dicho universitario: “tres es nota, lo demás es lujo” que si bien es gracioso, es sin duda la cima de la mediocridad.
Para rematar lo único que puedo decir a mis queridos dicentes es algo que decía la gran poetisa y cantautora chilena Violeta Parra: “¡Qué vivan los estudiantes, jardín de nuestra alegría…¡” y todos los demás pensamientos que ella les dedicó a los estudiantes esa artista, quien a pesar de no haber sido universitaria, intuyó todo lo que el estudiante representaba para la sociedad en conocimiento, valor y dedicación a una causa social, pertinente a todas las naciones, ya que en la juventud estudiosa están fincadas las esperanza de cambio -más que del futuro incierto- del presente, con su fardo de mil problemas impostergables que resolver no sólo en el aspecto técnico sino humano. Es por eso que los estudiantes merecen respeto, atención a sus necesidades y mucho oído a sus planteamientos. Son la parte más interesante de la conciencia social del pueblo.

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