CARTAGENA DESLUMBRA
Por: Eduardo Rosero Pantoja
Cada vez que uno va a Cartagena queda perplejo. La primera vez que fui a conocerla -ya estaba yo demasiado grande- pensé que ella se vestía de fiesta porque iba yo, pero imaginaba eso, justamente, porque mi alma estaba llena de gozo al verla por primera vez. Lo que sucede es que Cartagena siempre está de fiesta y tiene sol y luna en su cielo resplandeciente y en su mar turquesa hermoso y siempre tibio. Cartagena de Indias, La Ciudad Heroica, la que tanto brillo y vigor le ha dado a nuestra nacionalidad desde los comienzos del colonialismo español, el mismo que azotó a la villa -y a nuestra nación- con la esclavitud y la inquisición, la explotación directa de su gente y los impuestos, entre otros flagelos.
Baste nombrar a tres personajes estelares de su historia para decir que ella sobresale por encima de las demás ciudades de Colombia: hay que decir que aquí actuó el más valiente de los esclavos, nuestro Benkos Biohó -el Espartaco colombiano- descuartizado en 1621 por orden del gobernador español. Luego la presencia venerable de Pedro Claver, el único santo que ha dado nuestra patria y ejemplo de inigualable solidaridad humana, apóstol y protector de los negros. También en Cartagena se inició el batallar de Bolívar a partir del eco positivo de esa ciudad a su iniciativa libertaria de quitarnos de encima el yugo español. Empresa titánica, nunca bien valorada por la ignorancia nuestra y la mala fe de los detenedores del poder, defraudadores del legado de Bolívar.
Cartagena tiene varios festivales a lo largo del año: de música, de cine, de artes plásticas; conferencias, seminarios, cumbres políticas internacionales. Todo el tiempo la ciudad está en el primer plano de la atención nacional. Y eso lo saben bien los cartageneros que se esmeran en atender a sus huéspedes, independientemente, de que sus ciudadanos estén o no en el sistema turístico. Son atentos en cualquier parte, en el centro amurallado o en la más remota de sus playas. Su gente tiene humor en todas partes, no importa que el interlocutor sea un desplazado de la guerra interna que tiene el país en las últimas décadas. Examine sino usted esta conversación de una mamá con su niña de cuatro años. -¡Mamá! A mí no me gustan las niñas negras. -¿Cómo así? ¿Y de qué mamá creés que saliste tú, chica?
Y también tienen ironía y sarcasmo, como que son compatriotas del insigne poeta cartagenero Luis Carlos López, de quien encontramos varios de sus versos tallados en piedra en algunas esquinas de la ciudad, caracterizado por amar entrañablemente a Cartagena y por zaherir con la palabra. Veamos este ejemplo del carácter de la gente: -¡Mira tú, pareces una guerrillera! –Si fuera yo guerrillera hace tiempos que te habría matado y no propiamente con un palo. Respuesta contundente de una mujer de unos 35 años desplazada -de los aledaños Montes de María- por la ultraderecha criminal, sedienta de las tierras de los campesinos.
Cartagena tiene sitios claves de conocer como son: sus imponentes murallas construidas para defender la ciudad de la incursiones de los piratas como Francis Drake y otros depredadores enviados por la corona inglesa; sus playas majestuosas de Bocagrande; el templo (hoy catedral) donde ofició San Pedro Claver; el Palacio de la Inquisición (como triste memoria de la historia); el Teatro Heredia (aunque de hecho se le está haciendo honor a un conquistador cruel); la Universidad de Cartagena; el Museo del la Armada; el Museo del Oro Zenú del Banco de la República; la Base Naval. A pocos kilómetros de su litoral están las islas turísticas del Rosario y Barú. Cartagena tiene cientos de lugares históricos, que obligarían a que les dispensemos siquiera un mes de nuestra atención para que medio los conozcamos.
Pero en una semana corta de estadía podemos visitar los más importantes lugares, así sea de pasada, y disfrutar de sus viandas, que como el pescado y los mariscos los preparan las hermosas negras, con toda la sazón caribe. Qué tal un coctel de camarones a pleno día, a dos cuadras del Centro de Convenciones, o una bebida de naranja o mandarina con hielo raspado, en las inmediaciones de la Plaza de la Independencia. O una mojarra frita o cangrejos en la playa de Bocagrande, bajo la sombra de una palmera y sentado en una confortable silla, con toldo disponible. Para los bebedores no escasean los cocteles a base del famoso ron Tres Esquinas que lo produce el Departamento de Bolívar desde hace varias décadas.
Los dulces de Cartagena son de tal importancia que tienen un sitio especializado para su expendio: El Portal de los Dulces, con todos las frutas del trópico colombiano, especialmente el coco y el tamarindo. Probarlos es una delicia. Llevarse una caja de una selección de esos dulces es como si uno se llevara un pedazo del edén. Buena parte de las negras que los preparan son descendientes de los cimarrones del Palenque de San Basilio -situado a 50 kilómetros de Cartagena- y herederos de ancestrales prácticas culinarias. En principio Cartagena es dulce, a pesar del sabor salado del mar y la humedad salobre del ambiente. La mejor demostración: la gente es dulce en su trato y esa impresión queda para siempre en el visitante.
Capítulo aparte son los jugos de Cartagena de los más variados frutos de la región: mango, papaya, piña, naranja, mandarina, banano, guanábana, zapote, limón, y de otras regiones como la uva, la pera, la manzana, el kiwi. Verdaderamente fascinantes las mezclas que han logrado hacer, combinando sabiamente la materia prima con miel de abeja y licores. Como para extrañar en otra parte los jugos de Cartagena donde sí saben qué hacer con las frutas y cautivar el paladar de millares de turistas que diariamente visitan esa urbe caribeña, con más de un millón de habitantes, amables y dispuestos a sacar adelante a su ciudad. Con lo que tiene en abundancia: historia, mar y buena voluntad de atender. Y no todo es por plata, porque buenos ejemplos nos dieron varios de sus ciudadanos de querer contar su historia pasada y presente.
Cartagena baila. Siempre ha bailado. Tiene su música el sabor del África más recóndita y así lo vemos -de mañana y tarde- en los parques centrales de la ciudad cuando exquisitos elencos de bailarines y músicos se presentan -por cuenta de la Alcaldía de Cartagena- a deleitar a los incontables espectadores con sus fogosos bailes que como la cumbia, el porro, el bullerengue y, especialmente, el mapalé, dejan a la gente anonadada de las inmensas posibilidades que tiene el cuerpo humano para ser flexible al son de la música. Como para entender que la mayor torpeza de nosotros los serranos no es intelectual, sino motriz. Todavía se escucha en algunas calles de Cartagena la champeta, ritmo que apareció hace un par de decenios y gustó mucho en el país. (Su nombre “champeta”, estaba inicialmente referido al puñal de los atracadores lugareños). Pero también bailan -en las playas y en los basureros- las hermosas mariamulatas, esas aves proletarias, hermosas, negras y rebuscadoras de su alimento. Son ariscas al turista, especialmente al que está armado de cámara. Eventualmente pueden ser agresivas cuando tienen polluelos.
Pero para aquellos a quienes no les importa la historia, pueden contentarse con el plan consumista que les ofrece La Heroica: todas las renombradas franquicias multinacionales como para comer hamburguesas hasta que se les borre el ombligo, emborracharse, vestirse y desvestirse en los más costosos lugares a la desmedida de su bolsillo. Nadie puede ser indiferente con la Cartagena de antaño ni menos con la de hogaño. Hay que estudiarla en forma crítica para conocer, al derecho, nuestra historia nacional relacionada con la de trata de negros, esclavismo y dominación de una clase mayoritaria por otra minúscula, pero todopoderosa a fuerza de detentar privilegios. Pero sobre todo, hay que hacer el esfuerzo, así sea sobrehumano, por conseguir los recursos para ir a visitarla. Un propósito del alma, como el musulmán que por lo menos va una vez a La Meca, antes de morir.
Y la mayor novedad para los adinerados de Colombia y del mundo. Cartagena, junto con Barranquilla y Santa Marta tienen el puerto velero marino más moderno del Caribe construido con los más altos estándares internacionales para que sus usuarios tengan todas las comodidades como son hoteles, cabañas, gimnasios, espacios recreativos, salas de estética y tratamientos acuáticos, escuela de velas, helipuerto y, por supuesto, un moderno puerto de amarre y varadero con capacidad para 500 barcos. Cuenta con todos los servicios administativos y con comunicaciones de punta, además de vigilancia efectiva. Un verdadero paraíso marino que la mayoría de los mortales sólo podemos soñar. Todo eso tiene Cartagena y tendrá mucho más porque la ciudad florece. Anhelamos que llegue el día en que el reordenamiento jurídico de la patria vuelva la vida más armoniosa y equitativa para que todos podamos disfrutar de todos los encantos que nos ofrece La Heroica, principiando por el disfrute de sus hermosas playas, que deben ser siempre para todos.
Cada vez que uno va a Cartagena queda perplejo. La primera vez que fui a conocerla -ya estaba yo demasiado grande- pensé que ella se vestía de fiesta porque iba yo, pero imaginaba eso, justamente, porque mi alma estaba llena de gozo al verla por primera vez. Lo que sucede es que Cartagena siempre está de fiesta y tiene sol y luna en su cielo resplandeciente y en su mar turquesa hermoso y siempre tibio. Cartagena de Indias, La Ciudad Heroica, la que tanto brillo y vigor le ha dado a nuestra nacionalidad desde los comienzos del colonialismo español, el mismo que azotó a la villa -y a nuestra nación- con la esclavitud y la inquisición, la explotación directa de su gente y los impuestos, entre otros flagelos.
Baste nombrar a tres personajes estelares de su historia para decir que ella sobresale por encima de las demás ciudades de Colombia: hay que decir que aquí actuó el más valiente de los esclavos, nuestro Benkos Biohó -el Espartaco colombiano- descuartizado en 1621 por orden del gobernador español. Luego la presencia venerable de Pedro Claver, el único santo que ha dado nuestra patria y ejemplo de inigualable solidaridad humana, apóstol y protector de los negros. También en Cartagena se inició el batallar de Bolívar a partir del eco positivo de esa ciudad a su iniciativa libertaria de quitarnos de encima el yugo español. Empresa titánica, nunca bien valorada por la ignorancia nuestra y la mala fe de los detenedores del poder, defraudadores del legado de Bolívar.
Cartagena tiene varios festivales a lo largo del año: de música, de cine, de artes plásticas; conferencias, seminarios, cumbres políticas internacionales. Todo el tiempo la ciudad está en el primer plano de la atención nacional. Y eso lo saben bien los cartageneros que se esmeran en atender a sus huéspedes, independientemente, de que sus ciudadanos estén o no en el sistema turístico. Son atentos en cualquier parte, en el centro amurallado o en la más remota de sus playas. Su gente tiene humor en todas partes, no importa que el interlocutor sea un desplazado de la guerra interna que tiene el país en las últimas décadas. Examine sino usted esta conversación de una mamá con su niña de cuatro años. -¡Mamá! A mí no me gustan las niñas negras. -¿Cómo así? ¿Y de qué mamá creés que saliste tú, chica?
Y también tienen ironía y sarcasmo, como que son compatriotas del insigne poeta cartagenero Luis Carlos López, de quien encontramos varios de sus versos tallados en piedra en algunas esquinas de la ciudad, caracterizado por amar entrañablemente a Cartagena y por zaherir con la palabra. Veamos este ejemplo del carácter de la gente: -¡Mira tú, pareces una guerrillera! –Si fuera yo guerrillera hace tiempos que te habría matado y no propiamente con un palo. Respuesta contundente de una mujer de unos 35 años desplazada -de los aledaños Montes de María- por la ultraderecha criminal, sedienta de las tierras de los campesinos.
Cartagena tiene sitios claves de conocer como son: sus imponentes murallas construidas para defender la ciudad de la incursiones de los piratas como Francis Drake y otros depredadores enviados por la corona inglesa; sus playas majestuosas de Bocagrande; el templo (hoy catedral) donde ofició San Pedro Claver; el Palacio de la Inquisición (como triste memoria de la historia); el Teatro Heredia (aunque de hecho se le está haciendo honor a un conquistador cruel); la Universidad de Cartagena; el Museo del la Armada; el Museo del Oro Zenú del Banco de la República; la Base Naval. A pocos kilómetros de su litoral están las islas turísticas del Rosario y Barú. Cartagena tiene cientos de lugares históricos, que obligarían a que les dispensemos siquiera un mes de nuestra atención para que medio los conozcamos.
Pero en una semana corta de estadía podemos visitar los más importantes lugares, así sea de pasada, y disfrutar de sus viandas, que como el pescado y los mariscos los preparan las hermosas negras, con toda la sazón caribe. Qué tal un coctel de camarones a pleno día, a dos cuadras del Centro de Convenciones, o una bebida de naranja o mandarina con hielo raspado, en las inmediaciones de la Plaza de la Independencia. O una mojarra frita o cangrejos en la playa de Bocagrande, bajo la sombra de una palmera y sentado en una confortable silla, con toldo disponible. Para los bebedores no escasean los cocteles a base del famoso ron Tres Esquinas que lo produce el Departamento de Bolívar desde hace varias décadas.
Los dulces de Cartagena son de tal importancia que tienen un sitio especializado para su expendio: El Portal de los Dulces, con todos las frutas del trópico colombiano, especialmente el coco y el tamarindo. Probarlos es una delicia. Llevarse una caja de una selección de esos dulces es como si uno se llevara un pedazo del edén. Buena parte de las negras que los preparan son descendientes de los cimarrones del Palenque de San Basilio -situado a 50 kilómetros de Cartagena- y herederos de ancestrales prácticas culinarias. En principio Cartagena es dulce, a pesar del sabor salado del mar y la humedad salobre del ambiente. La mejor demostración: la gente es dulce en su trato y esa impresión queda para siempre en el visitante.
Capítulo aparte son los jugos de Cartagena de los más variados frutos de la región: mango, papaya, piña, naranja, mandarina, banano, guanábana, zapote, limón, y de otras regiones como la uva, la pera, la manzana, el kiwi. Verdaderamente fascinantes las mezclas que han logrado hacer, combinando sabiamente la materia prima con miel de abeja y licores. Como para extrañar en otra parte los jugos de Cartagena donde sí saben qué hacer con las frutas y cautivar el paladar de millares de turistas que diariamente visitan esa urbe caribeña, con más de un millón de habitantes, amables y dispuestos a sacar adelante a su ciudad. Con lo que tiene en abundancia: historia, mar y buena voluntad de atender. Y no todo es por plata, porque buenos ejemplos nos dieron varios de sus ciudadanos de querer contar su historia pasada y presente.
Cartagena baila. Siempre ha bailado. Tiene su música el sabor del África más recóndita y así lo vemos -de mañana y tarde- en los parques centrales de la ciudad cuando exquisitos elencos de bailarines y músicos se presentan -por cuenta de la Alcaldía de Cartagena- a deleitar a los incontables espectadores con sus fogosos bailes que como la cumbia, el porro, el bullerengue y, especialmente, el mapalé, dejan a la gente anonadada de las inmensas posibilidades que tiene el cuerpo humano para ser flexible al son de la música. Como para entender que la mayor torpeza de nosotros los serranos no es intelectual, sino motriz. Todavía se escucha en algunas calles de Cartagena la champeta, ritmo que apareció hace un par de decenios y gustó mucho en el país. (Su nombre “champeta”, estaba inicialmente referido al puñal de los atracadores lugareños). Pero también bailan -en las playas y en los basureros- las hermosas mariamulatas, esas aves proletarias, hermosas, negras y rebuscadoras de su alimento. Son ariscas al turista, especialmente al que está armado de cámara. Eventualmente pueden ser agresivas cuando tienen polluelos.
Pero para aquellos a quienes no les importa la historia, pueden contentarse con el plan consumista que les ofrece La Heroica: todas las renombradas franquicias multinacionales como para comer hamburguesas hasta que se les borre el ombligo, emborracharse, vestirse y desvestirse en los más costosos lugares a la desmedida de su bolsillo. Nadie puede ser indiferente con la Cartagena de antaño ni menos con la de hogaño. Hay que estudiarla en forma crítica para conocer, al derecho, nuestra historia nacional relacionada con la de trata de negros, esclavismo y dominación de una clase mayoritaria por otra minúscula, pero todopoderosa a fuerza de detentar privilegios. Pero sobre todo, hay que hacer el esfuerzo, así sea sobrehumano, por conseguir los recursos para ir a visitarla. Un propósito del alma, como el musulmán que por lo menos va una vez a La Meca, antes de morir.
Y la mayor novedad para los adinerados de Colombia y del mundo. Cartagena, junto con Barranquilla y Santa Marta tienen el puerto velero marino más moderno del Caribe construido con los más altos estándares internacionales para que sus usuarios tengan todas las comodidades como son hoteles, cabañas, gimnasios, espacios recreativos, salas de estética y tratamientos acuáticos, escuela de velas, helipuerto y, por supuesto, un moderno puerto de amarre y varadero con capacidad para 500 barcos. Cuenta con todos los servicios administativos y con comunicaciones de punta, además de vigilancia efectiva. Un verdadero paraíso marino que la mayoría de los mortales sólo podemos soñar. Todo eso tiene Cartagena y tendrá mucho más porque la ciudad florece. Anhelamos que llegue el día en que el reordenamiento jurídico de la patria vuelva la vida más armoniosa y equitativa para que todos podamos disfrutar de todos los encantos que nos ofrece La Heroica, principiando por el disfrute de sus hermosas playas, que deben ser siempre para todos.
Qué agradable Blog Eduardo! Lo felicito por este nuevo emprendimiento y la posibilidad que nos da a los que lo conocemos de recordarlo a través de sus palabras. Le deseo lo mejor con su Blog, lo estaré visitando para tener el placer de leerlo.
ResponderEliminarUn abrazo de su amiga,
alejandra