RICHARD SHOEMAKER (1958-2025)



Por: Eduardo Rosero Pantoja

Acaba de fallecer y ser enterrado en Popayán el médico epidemiólogo, Richard Shoemaker, distinguido profesional que trabajó en la Universidad del Cauca, por más de una década. Había nacido en Pennsylvania  y allá estudió el pregrado, en química y biología. Después de venir a Colombia, estudió medicina en la Universidad del Valle, con especialización en medicina interna. Luego realizó  una maestría  en salud pública en la Universidad de Boston. Su mayor desempeño fue en epidemiología  y bioestadística,  con fuertes aportes a nuestra Alma Mater. Perteneció a la Red Internacional de Epidemiología Clinica (INCLEN, por sus siglas en inglés) y al Enlace Hispanoamericano de la Salud (EHAS).  Fue asesor, investigador y evaluador en ciencias de la salud y director de un comité científico para el gobierno federal de los Estados Unidos. 

En plena juventud le cupo en “suerte” enrolarse en el ejército de su país e ir a la guerra de Vietnam, donde fue testigo de todos los horrores que los  Estados Unidos realizaron, a miles de kilómetros de su territorio, a nombre de la libertad y los “valores” occidentales, tan ajenos a los milenarios y probados valores orientales. Millones de bombas lanzadas sobre la naturaleza fértil  y las humanidades de los humildes vietnamitas a quienes, les cupo la gloria de vencer, en 1975,  a tan terrible  y enorme enemigo, en desigual contienda. Richard resultó vivo y a buen seguro, en un hospital de Baden-Baden, Alemania, pero quedó tan traumatizado de esa atroz experiencia que, en adelante, prefería no hablar de ella.

Mejor se dedicó a estudiar y  lo hizo, con juicio, a finales de los años setenta, en la Universidad del Valle. Fue justamente en 1978, cuando lo conocí, en el hermoso barrio San Antonio, de la antigua Cali. Paseando por allí, como lo hace cualquier parroquiano, vi una puerta entreabierta, de donde salía un fuerte aroma a madera y una sierra cortaba, en forma intermitente,  alguna tabla. Una voz de hombre, me invitó a seguir, el ruido se contuvo y éste se acercó y me tendió la mano. Tenía la cara del Cristo carpintero  y los ojos intensamente azules. Es un gringo, me dije,  por sus facciones y por el acento.  Me invitó a sentarme y a esperarlo mientras remataba su labor. Al cuarto de hora terminó de cortar  y me obsequió una taza de café caliente. Él se sentó al frente y tomaba café mientras charlaba conmigo  y fumaba. Muy tranquilamente me dijo que, por las tardes, hacía de ebanista, para ayudarse en sus estudios. Pude observar que tenía listos para entregar unos calados en madera, para unos confesionarios,  y me dijo que, aunque él era ateo,  los hacía con gusto, por encargo de un cura párroco.

Le conté que yo era filólogo de profesión y que enseñaba materias de mi especialidad en la Universidad del Cauca, asunto que le llamó la atención, por sus lecturas de los libros de Noam  Chomsky, el sabio lingüista, investigador  y defensor de nobles causas sociales  de los Estados Unidos, contradictor de los partidarios de la guerra, de los golpes de Estados y mil actos de terrorismo, de su propio país, alrededor del mundo. En vista de los puntos de vista comunes,  que nos unían, sin vacilar invité a Richard a que  me visitara en Popayán, para poder continuar allá nuestro diálogo amistoso  y que prometía ser fructífero. Meses después y, sin cita previa, nos encontramos casualmente al pie del edificio del Banco de la República de esa ciudad, justamente, al frente de la Casa-Museo, Guillermo Valencia. Muchas preguntas se me ocurrían para formularle al nuevo contertulio, pero preferí que el mismo me contara de su camino de vida y su experiencia profesional. Y no menos importante era que me compartiera sus conocimientos de química, biología y medicina, de las cuales él tenía la más actualizada información. De todo se habló, alrededor, de interminables tazas de café, que siempre acompañó con cigarrillo Pielroja, el de la emblemática imagen.

Por ese día nos despedimos y, únicamente, nos pudimos ver, después del terremoto de Popayán de 1983. Él se había quedado a vivir en Colombia, pero estuvo yendo a los Estados Unidos para continuar su proceso de formación en epidemiología y sanidad pública. Se había casado con la enfermera profesional, Doris Duque y con ella tuvo dos hijos, Óliver  y Alexánder, quienes tuvieron contacto con el idioma Guambiano (Misak), en los años de permanencia de Richard, en el territorio de Guambía. 

Desde 1996 a 2008, Richard estuvo al frente de proyectos para poder ayudar al desarrollo social de la comunidad guambiana. Resultado de esos esfuerzos fue la construcción del hospital Mama Dominga y la dotación de una farmacia, con todas las de la ley. Igualmente, fue realidad el proyecto de radioemisora, en lengua guambiana, que transmite mensajes culturales,  todo el tiempo. Está conformada por modernos equipos y una damas de la etnia, debidamente preparadas para en las lides del periodismo cultural. Es un lujo ver como ellas se desempeñan en su labor, en amplias salas, que envidiaría cualquier comunicador capitalino. Pero el apoyo de Richard también tuvo que ver con la comunidad Nasa, concretamente, en Toribío, donde nuestro médico desplegó una actividad análoga.       

El aporte a la Universidad del Cauca, que Richard Shoemaker realizó,  es invaluable, si se tiene en cuenta la formación de varias cohortes de médicos, que recibieron formación científica, en epidemiología y y bioestadística, por parte de este profesional especializado en ciencias de la salud. La sociedad payanesa está en mora de reconocerle a Richard Shoemaker, ciudadano estadounidense, enamorado de Colombia, su contribución al desarrollo de nuestra sociedad, con conocimientos probados y llevados a las mentes de nuestros jóvenes, con la mejor intención de sacarnos del involuntario estancamiento. Los amigos de Popayán, nos quedamos con la grata memoria de Richard, ese gringo rebelde, de profundas convicciones de cambio económico-social, que el mundo requiere, para que empiece a andar después de siglos de postración.

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