EN 2025, RUSIA DERROTA NUEVAMENTE A OCCIDENTE

 

Por: Eduardo Rosero Pantoja


El 18 de febrero de 2025, en la reunión de Arabia Saudita, entre la Federación Rusa y Estados Unidos, se siente el olor de la victoria de los rusos, frente a la coalición de 32 países que han luchado en su contra.  A lo largo de 500 años, desde el siglo XVII, potencias como Lituania, Polonia, Suecia, Francia, Turquía y Japón; la coalición de 13 países, que intervinieron en la Guerra Civil Rusa (incluidos Estados Unidos, Inglaterra y Francia), lo mismo que la Alemania hitleriana, fueron derrotados estrepitosamente. Y que no se diga, que ha sido el “General Invierno”, el artífice de esas victorias, ni siquiera el innegable coraje de los rusos, sino, su acendrado amor por la patria, sus tradiciones, su comunidad y la Naturaleza.


Hoy 24 de febrero, se cumplen tres años del inicio de la Operación Especial, largamente pensada y anunciada por el presidente ruso, Vladímir Pútin, medida bélica, aunque tardía, definitoria en cuanto a la determinación de defender a la gente rusa, que por millones habita en Ucrania, especialmente, en el Oriente de este país, en Crimea y en Odesa.  Buena parte de la población rusa, le reprocha a su gobernante, el haber esperado tanto tiempo, para iniciar la mencionada Operación, teniendo en cuenta que, a partir del golpe de Estado (2013), dado en Ucrania por la extrema derecha, con ayuda de los Estados Unidos, los ucranianos empezaron a asesinar, a razón de tres rusos por día, durante ocho años, sin que Rusia le haya puesto coto al desangre.  Es justo decir, que si los Estados Unidos hubieran enfrentado una situación similar, de la muerte de sus conciudadanos, inmediatamente hubieran reaccionado, como un rayo de Zeus, frente a tamaña agresión. 


La intervención descarada de la Otán, a la cabeza de los Estados Unidos, en un conflicto interno ucraniano, desde el comienzo, los desenmascara como una organización ofensiva y no defensiva, contrario a lo que reza en sus estatutos.  Desde mucho antes de la disolución de la Unión Soviética, propiciada por los traidores Gorbachov y Yéltsyn, la misma Otán, empezó sin pausa alguna, su penetración hacia el Este de Europa, rompiendo, frente a Rusia y el mundo, todos los compromisos de no hacerlo.

 

Poco a poco fueron cayendo bajo las redes de la Otán, los países bálticos, de Lituania, Estonia y Letonia; todos los países ex-socialistas, de Polonia, Bulgaria, Rumania, República Checa, Eslovaquia, Hungría y también los países de la antigua Yugoeslavia (Bosnia y Herzegovina, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte, Serbia y Eslovenia), desintegrados a punta de aterradores bombardeos, sin nadie quien los defendiera. Y como si fuera poco, la Otán ha penetrado e influenciado, en la vida política, económica y cultural, de todas las repúblicas ex-soviéticas como Moldavia, Georgia, Armenia, Azerbaizhán, Kazajistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán y Kirguistán.


El caso de Ucrania, es especialmente doloroso, ya que se trata de un país hermano, de la raza eslava, que ha devenido en la guerra fratricida más cruel de Europa, de todos los tiempos.  Como bien lo expresó el presidente Pútin, siempre son posibles las rencillas entre hermanos y los asuntos se resuelven sin que nadie, de afuera, se entrometa.  Las intrigas de los Estados Unidos y de la Europa supremacista, se han sumado al cáncer del nazismo, que penetró y se afianzó en la época hitleriana, envenenando el tejido social de Ucrania y echando hondas raíces, en ciertas capas de la población ultranacionalista, incluida la etnia judía.  Líderes nazis, como Bandera, fueron reconocidos por gobernantes ucranianos, como “héroes de la patria”, tal es el caso del presidente Yúshchenko, pero el nazismo no se reduce a eso, sino, que se manifiesta en el profundo odio hacia los rusos, su idioma, sus tradiciones, su religión y su misma presencia.  Los símbolos nazis, están difundidos por toda Ucrania, como si se tratara de una tierra, todavía ocupada por la Alemania hitleriana.


Cómo nos complace, que la belicosa Europa, conformada por grandes potencias y también por países “chihuahua”, no haya sido invitada al Encuentro de El Riyadh, en el que se reunieron representantes  de la Federación Rusa y los Estados Unidos.  Sus aullidos no se hicieron esperar y el rabioso Macrón, presidente de Francia, tocó a rebato, para denunciar el desaire y de paso invitar a sus adláteres, a continuar la guerra, contra Rusia, en el territorio de Ucrania.


Todo lo que venga en adelante, será el cobro ejecutivo que Estados Unidos, le hará al gobierno de Ucrania.  El presidente Trump, quien es ante todo, un experto negociante, a tiempo ha blandido los documentos que demuestran la existencia de un compromiso escrito, consistente en pagar por la inversión en la guerra y Ucrania tendrá que hacerlo con lo que quede del país, con sus recursos naturales y los activos.  Lo propio hará Europa, independientemente de los territorios que  Polonia, Hungría, Rumania y Moldavia, le reclamen a Ucrania. 


En el momento de acordar el final de la guerra, a la dirigencia ucraniana, no le quedará más que observar, con desencanto, lo que ha tenido que pagar, en bienes materiales, en pérdida de territorio, vidas humanas, en millones de refugiados, en desprestigio mundial y un enorme etcétera de destrucción, muerte, miseria e indecible sufrimiento.  Esta situación, ni de lejos preocupa a los Estados Unidos y ni a la pretenciosa Europa, cuyos habitantes, en el momento de responder a la pregunta, ni siquiera saben, en dónde queda Ucrania, ni cuál es su capital, sus tradiciones, su cultura y su historia real, fuera de mitos y mentiras. Se repite el caso de la destrucción de un país y una nacionalidad, como sucedió con Irak, Libia y Afganistán, arrasados, por la ambición de los voraces capitalistas, que todavía se enseñorean en el mundo.


El pueblo ucraniano, se merece mejor suerte y esta amarga experiencia empezará a cambiar a partir de la generosa ayuda que, otra vez, le pueda brindar Rusia, para reconstruir sus ciudades, sus industrias, sus lugares turísticos, sus balnearios; para que vuelvan a florecer el campo, la ciencia y la cultura, la música, el arte, las letras y todo lo que ha engrandecido a esa entrañable nación eslava, lejos de la corrupción, la desigualdad, el odio racial y la ignominia, que la han acompañado por más de tres decenios, después de su distanciamiento de Rusia, a partir de la disolución de la Unión Soviética en 1991.

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