EL AMIGO TELMO (Relato)


Por: Eduardo Rosero Pantoja

Cualquier día -de comienzos de 2004- se anunció en mi casa de Popayán, el joven Telmo Morán Guerrero, estudiante del Conservatorio de Música de la Universidad del Cauca, con la comedida solicitud de que le dejara conocer el archivo de mis canciones y obras instrumentales. Consideré, de entrada, que yo mismo le presentaría una selección de lo que consideraba más representativo de mis composiciones y él aceptó de agrado mi propuesta. Inmediatamente Telmo se dio al trabajo de escuchar las grabaciones artesanales de mis piezas y, además, yo  le interpreté en vivo cada una de ellas. Él, por su parte, tomó nota de los movimientos y de los acordes correspondientes, para poder transcribir en el pentagrama la curva melódica. Después vinieron los arreglos, cada uno de los cuales le tomaba un mes o dos meses, dada la meticulosidad con que él trabajaba. Hay que decir que el perfeccionismo de Telmo es su mejor aliado y a la vez su enemigo, ya que es enorme el tiempo que invierte en su labor, que no la abandona,  sino cuando ha agotado todas las posibilidades de pulimiento.
Telmo es un joven bastante tímido, pero que sabe defender sus convicciones ideológicas con firmeza y hace su trabajo profesional con mucha altura. No ahorra esfuerzo por hacerlo como el mejor, valiéndose de los libros y de la información que consigue por medios electrónicos. Tampoco rehúsa hablar con los mejores especialistas de tal o cual disciplina musical. En una oportunidad hasta se las ingenió para quedar bien con su profesor de música, el chileno Mario Gómez Vignes, utilizando la intermediación de Dimitri Petukhov,  violinista  del Conservatorio de la Universidad del Cauca, para que éste lo pusiera en contacto con un crítico musical ruso especialista en Serguéi Rachmáninov. Después de dicha consulta Telmo deslumbró al profesor chileno, sin haberle contado que había tenido la asesoría de un eminente tratadista del tema.  Son variados los programas de escritura musical que Telmo maneja, por lo que yo le he aconsejado que presente un proyecto al Alma Máter,  para que los profesores del Conservatorio aprendan a valerse de los mismos y así vinculen las novedades de la tecnología a la composición musical. Todavía hay renuencia en dichos centros a salir de lo tradicional, al punto de que consideran casi que un exabrupto que en la academia se utilice un sintetizador de música, no para reemplazar al piano, sino para hacer más expeditos ciertos procesos de producción.
Siguiendo con la temática de mis obras, diré que a Telmo le mostré dos bambucos, dos  pasillos, una guabina, un vals, una marcha, un joropo, una cumbia y un porro,   para producir sendos  arreglos. Especial atención le mereció mi pasillo “Otto Morales Benítez”, por estar dedicado al personaje de homónimo nombre, crítico literario, historiador, hombre de Estado y una de las personalidades más brillantes que ha producido la historia nacional y aún presente entre nosotros. Dicho pasillo ya fue arreglado en otros años y tocado por la Orquesta Filarmónica de Manizales, en presencia del doctor Morales Benítez, del presidente de la República y de ex-presidentes. Pero trabajo de Telmo era nuevo, concretamente para coros e instrumentos de viento. Por primera vez en la vida yo observaba, con juicio,  unas partituras y su reparto para diversas voces e instrumentos. Un abultado cuadernillo para cada obra. Se trataba de una obra mía y eso yo lo veía con profunda satisfacción, por haberme distinguido Telmo entre diversos creadores y por darme la oportunidad de hacerme conocer en el ámbito universitario y en otros lugares.     
Tal como Telmo procedió con el pasillo de marras, también lo hizo con cada uno de mis temas. A todos les dedicó todo el tiempo posible y siempre me daba a conocer tanto las diversas etapas de su trabajo, como el arreglo final. Siempre admiré la capacidad para buscar nuevas ideas musicales, lo mismo que para llevarlas al pentagrama e  interpretarlas con solvencia, tanto en instrumentos convencionales, como la guitarra y el piano,  o en el sintetizador. En una oportunidad tuvo que hacer arreglos diferentes, en razón de que los instrumentistas de las cuerdas le dijeron que, si bien le ayudarían al montaje de las piezas, no tendrían tiempo disponible para la presentación en el Paraninfo de la Universidad el día del concierto de grado. Al final de cuentas se interpretaron -en dicho acto-  mis temas en arreglos para coros e instrumentos de viento. Fuera de esas partituras,  Telmo editó un video donde se registra la duración total del concierto en el Paraninfo, esto es, cerca de 100 minutos que conservamos en nuestros archivos personales.
Mención especial merece el encargo que me hizo Telmo de producir una suite colombiana, donde se pudieran mostrar los ritmos más representativos de nuestro folclore, como son el bambuco, el pasillo, la guabina, el joropo, el currulao, la cumbia y el porro. Aunque yo tengo experiencia en producir música no programática (abstracta), era la primera vez que me enfrentaba a hacer una suite por pedido de un músico entendido y exigente. El asunto salió a pedir de boca, prácticamente, un ritmo cada día, hasta completar la colección en una semana. Telmo sin pérdida de tiempo hizo los arreglos y la obra fue culminada sin traumas. Me dio mucho regocijo saber que yo ya era autor de una obra de ese calado y que se podía mostrar en ámbitos académicos. Antes yo había compuesto y publicado una colección de música de cámara para guitarra, tiple y bandola, producción, sin duda, exigente, pero era otra cosa.
Como la presentación del concierto de grado, es sólo uno de los requisitos para graduarse de licenciado en música en la Universidad del Cauca, Telmo tuvo que presentar su respectiva tesis donde hace una exposición del corpus de mis obras, sus antecedentes, temática del contenido, su proyección, lo mismo  que trae la transcripción de su línea melódica y sus correspondientes arreglos. El análisis musical que Telmo hace de cada una de esas piezas es prolijo y eminentemente técnico, hecho que sólo incumbe a los especialistas. Lo que llama la atención es el enorme bagaje intelectual y la eficiencia profesional que la Universidad logra dar a sus alumnos a través de cinco años de disciplina académica. Riqueza que no se puede dilapidar  -por nada del mundo-  y por eso mismo nos duele que, un músico tan entendido y talentoso como Telmo,  no pueda hacer una especialización por falta de recursos económicos y lo que es peor, se vea reducido a la estrechez de horizontes de una ciudad pequeña como Pupiales, donde su desempeño se reduce a preparar un pequeño coro para festejar navidades en una iglesia.
Fue, sin duda,  el profesor Jorge Aníbal Coral Guerrón quien por primera vez le habló a Telmo de mis composiciones  y quien lo encaminó hasta mi casa en busca de colaboración.  Dicho profesor me dijo que Telmo era “normalmente talentoso”, “bastante porfiado” y “a veces vengativo”. Lo de vengativo, ya lo sabía por boca del mismo Telmo quien me contó que en una oportunidad unos compañeros de Conservatorio -varios de ellos nariñenses- le pidieron dinero para completar una botella de aguardiente, con la cual se enfiestaron y lo emborracharon. Cuando él  -no acostumbrado a ingerir licor-  se hubo dormido, lo sacaron cargado -con todo y catre-  a la intemperie, donde sólo se despertó al otro día,  insolado por el fuerte sol. Acto seguido, Telmo, muy dolido urdió la correspondiente acción,  que resultó ser la dulce venganza del siglo. Simplemente, a manera de vocero del curso, habló con su profesor de composición, quien determinó una fecha para el examen parcial.
De la fecha de dicho examen Telmo no les informó a sus compañeros. Sólo les dijo que,  en vista del paro estudiantil, se marcharía ese mismo día a su casa de Pupiales, porque él no tenía dinero para subsistir por un tiempo indefinido. Pero Telmo -lejos de viajar a su ciudad-  se alquiló una pieza en las cercanías de la vivienda que compartía con varios de sus compañeros de estudio e hizo el simulacro de que había viajado. Sus amigos creyeron en lo que  él les había dicho y ellos,  lejos de dedicarse a estudiar la materia -como lo hacía Telmo en el vecindario- se dedicaron a beber y a derrochar el tiempo. Telmo salió de su escondite el día señalado y se dirigió a dar su examen con el profesor de composición. Éste sin falta le preguntó por los otros estudiantes y en vista de que no concurrieron y no presentaron la prueba, les puso el correspondiente cero. Acto  acto seguido, el docente viajó a Cali, su habitual lugar de residencia. Sólo en la siguiente semana los compañeros de Telmo supieron del ardid urdido por Telmo y de que ya se había cumplido su venganza, por cuenta de la infame chanza que le habían jugado hacía poco tiempo.
Como pedagogo que soy -y como profesor de universitario comprometido con mi deber, más allá de las aulas de clase- un día me tomé la libertad de insinuarle a una ex-alumna y amiga de Telmo que dejara de atraerlo con su interesada coquetería, porque él podía enamorarse de ella, cayendo en un engaño que le haría mucho mal y que, sin falta, lo desviaría de su camino creador. Mi observación no le cayó bien ni mi amiga,  ni a Telmo,  quien  llegó a saber de mi intervención en su favor. Tal vez pasé por un entrometido, pero yo cumplí con el deber de alertarla ella de que no debería atraer a mi amigo con artimañas y con intención velada. La bien intencionada actuación mía, sin duda que estropeó -un tanto- mis relaciones con Telmo, pero él,  después de haber sido atraído por la susodicha ex-alumna, con toda tranquilidad regresó de Cali a donde había viajado a prestarle su colaboración irrestricta en asuntos musicales, de urgente interés para esa dama. La vida de los músicos, no sólo es hacer música, sino habérsela con una complicada psicología donde los sentimientos y sensibilidad están a flor de piel. Es por eso que es difícil mantener en el tiempo un dueto y peor un trío. Siempre hay diferencias, rencillas y hasta insalvables disputas que arruinan las relaciones y echan por la borda la música que tanto cuesta concebirla, interpretarla, difundirla  y preservarla.

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