JAIRO VARELA, UNA LEYENDA COLOMBIANA (1949-2012)


Por: Eduardo Rosero Pantoja
Jairo Varela Martínez in memoriam
Cuando se va al Chocó, por primera vez, uno siente que está en otro mundo: llueve casi todo el tiempo y cuando hace sol, inmediatamente empieza la intensa evaporación para la siguiente lluvia. Chocó tierra de las montañas de oro y platino, de las maderas finas y de la gente buena, de alma de cristal, si no se contamina. Pero a pesar de ser una región de tantos recursos minerales y vegetales es, paradógicamente, una de las comarcas más atrasadas de Colombia, por la injusta explotación de su riqueza a favor de transnacionales como la “Chocó Pacífico” y de otras empresas de ingrata recordación. En dicha tierra nació el inmortal compositor Jairo Varela, donde “las sensaciones son otras”, según sus palabras. En su nativa Quibdó pasó su infancia sencilla, distraído entre los juguetes que él mismo elaboraba con latas de cerveza y puntillas. Primero fue su abuelo, Eladio Martínez, quien le enseñara muchos oficios y fuera una especie de ángel de la guarda. Luego en el colegio, fue Abraham Rentería, su maestro de música y canto quien lo acercara a melodías y cantos refinados, como los valses de Strauss, a himnos importantes como La Marsellesa o el de la República Española. No sorprende que, en adelante, el maestro Jairo Varela, tuviera predilección por la música clásica, la misma que le inspiraba -inconscientemente- frases musicales del más bello lirismo y acabada armonía, hecho que vimos plasmado en su salsa , género popular que se toca, se canta y se baila.
Es inmensamente grande  el aporte que -a lo largo de su vida- Jairo Varela hizo,  a la cultura musical y danzante de Colombia, principiando por las canciones que dedicó a su Chocó del alma, lo mismo que por las piezas que dedicó a Cali, al Valle del Cauca, a Bogotá, Cartagena y a varias ciudades de Colombia. Pero el mérito de su obra va más allá de lo folclórico,  porque puso a la gente a pensar, al tiempo que la hacía bailar y parrandear. Y esto tiene que ver no sólo con Colombia, sino con todos los países del mundo donde se escuchan sus canciones, llenas de reflexión y colorido. Mayor mérito aún,  si se tiene en cuenta,  que la música de los hermanos negros nunca fue apreciada antes, ni menos se iba a escuchar en los salones de los ricos de “pura cepa”, donde siempre se impusieron los aires gringos o europeos. O sea que Jairo Varela rompió esas inquebrantables fronteras de clase -y de mal disimulado racismo-  para poner a bailar a todo el mundo, olvidándose de que la salsa venía de abajo y,  peor aún, de la región más deprimida, para que se alegrasen todos, pero también para que reflexionaran, no sólo recreando en su mente el paisaje, sino para que se enteraran de algunos problemas sociales, que ya no se pueden tapar con los dedos de la mano.
Jairo Varela, con su orquesta “Los Niches” (derivado de Niger /níyer/),  trascendió, de lejos,  los límites de la patria y muy pronto se hizo conocer en Nueva York, donde la salsa ya se había  consagrado de la mano de  maestros cubanos, puertorriqueños y dominicanos, entre otros. A lo largo de su vida fueron incontables sus conciertos en dicha ciudad, en Miami, Los Ángeles, México, Lima, Madrid y en muchas otras ciudades del mundo. Siempre valoró a sus músicos instrumentistas y sus cantantes, a quienes exigía dar al máximo, tanto para la grabación de sus discos, como en sus presentaciones. Sólo una vez se atrevió a grabar su voz en un disco y fue en ausencia del cantante titular, que no estuvo presente en Nueva York, en el momento de la grabación. Esa canción es “Ana Milé”, donde se siente la ternura de su voz, la misma que se necesita para describir el conmovedor cuadro de una mujer que es abandonada a su suerte después de que queda embarazada y nadie responde por su hijo: “Ana Milé, tú no tienes la culpa, de que tu niño esté llorando y su padre no cumpla”.
Pero la mayor parte  de su talento la dedicó Jairo Varela a su tierra adoptiva, Cali, donde vivió por más de treinta años. “Cali pachanguero”, es la salsa con que se identifica dicha ciudad en el mundo y la bailan hispanoamericanos, estadounidenses, franceses, alemanes, húngaros, rusos, turcos, chinos y coreanos. Y es a raíz del éxito de ese ritmo que en estos momentos hay academias de salsa en todo el globo,  incluida la China, donde se baila dicho ritmo, con notorio éxito. Y en medio de diferentes variantes de salsa, es la de Jairo Varela, una de las preferidas. Por fortuna que la orquesta “Los Niches” sobreviven a su fundador y, por lo visto,  seguirán por mucho tiempo haciendo bailar a diferentes públicos de Colombia, América Latina y el planeta entero. Entonces, honor y gloria a Jairo Varela, a ese hombre del Chocó, que hizo un aporte tan grande a la humanidad, como es el desarrollo del arte popular, en ese espacio tan particular, como es el baile, donde tenemos -buena parte de los mortales- una de las mayores falencias, por la rigidez de nuestro cuerpo. Siempre nos ha faltado el desarrollo de ese tramo a de la inteligencia, para que vivamos en plena armonía, con nosotros mismos y con el Universo que es completamente dinámico.
Jairo Varela, además de cantarle a su entrañable Chocó,  le dedicó a  Cali, “ciudad que se le metió en los huesos”, sus mejores canciones, como “Cali pachanguero” y “La Feria de la caña”. También le cantó  a Buenaventura y a todo el Valle del Cauca. Se dio el lujo de nombrar en una canción “Mi Valle del Cauca”  a todos los municipios de ese departamento, porque todos eran caros para él. Todos lo bailaron, pero muy especialmente, el sitio de Juanchito, sobre el río Cauca, que nombra con cariño, lo mismo que a Popayán, donde aquel río se inicia caudaloso. Innegablemente, el maestro Varela era un buen poeta y eso lo sabía cuando dijo en una de sus canciones “no sé de poesía pero enternezco”. Y,  como cualquier García Lorca,  fue premonitorio en sus versos: “si por la Calle quinta vas pasando, es mi Cali bella que vas atravesando”. A esta hora de hoy domingo, 12 de agosto de 2012, los restos mortales de Jairo Varela, están justamente atravesando la Calle quinta de Cali, por la que tanta veces pasó y sintió su caricia tropical, su rumor de palmeras, el calor del ambiente y el palpitar inconfundible del corazón humano.
Grande también es el legado de Jairo Varela, cuando analizamos los rasgos de su personalidad:  la persistencia en su ideal,  su modestia y su espíritu de rectificación. Se sabe que al principio sus obras fueron desdeñadas por las grandes empresas disqueras internacionales, pero con su ahínco y disciplina logró imponerse a los caprichos de la suerte. Sobre su modestia, sabemos que fue hombre de pocas palabras, sin fanfarronerías,  y persona nunca dada a la ostentación a pesar de que logró tener  considerables ingresos. Rectificó el camino del vicio, por el que había transitado por algún tiempo,  y siempre  recomendó a la gente evitar los malos pasos, porque alguna vez él estuvo al borde del abismo y fue cuando se dijo: “no más”. Cuando la vida lo puso a prueba y terminó tras las rejas, con absoluta entereza sobrellevó esos años, en los cuales se dedicó a producir varias de sus obras consagratorias como: “Un alto en el camino” y  “Busca por dentro”. Muy particularmente vivió agradecido con  los amigos que iban a visitarlo, días enteros,  a su sitio de reclusión en  Cali, donde se dicaban a producir música, conjuntamente. Es sabido que en los tiempos difíciles  se conoce a los verdaderos amigos, especialmente en la cárcel “cementerio de hombres vivos”, en palabras del  mismo Jairo Varela.
El Maestro Jairo, así con mayúscula, murió prematuramente, en el sur de Cali, derribado por la muerte, como un roble que era, en el baño de su casa. Su ama de llaves, inmediatamente, comunicó lo sucedido en esa tarde de ese 8 de agosto de 2012. Todas las radioemisoras de Colombia suspendieron su programación para dar la infausta noticia a los colombianos y al mundo. Todos esos medios siguieron hablando del artista chocoano y transmitiendo sus mejores composiciones durante todo el día y la noche. Nunca eso habría ocurrido si se hubiese muerto un presidente, principiando por,  ¿qué obras artísticas pueden presentar nuestros mandatarios?  si ellos son unos perfectos analfabetas en asuntos estéticos, además de que carecen de inspiración. Los pueblos del mundo -por si a alguien le queda duda-  tienen la poesía, la copla y la canción a flor de piel y por eso la podemos encontrar hoy mismo en los filones de Quibdó, Istmina, Cali, Puerto Tejada, Quilichao o Tumaco, hablando de Colombia;  o Tumbuctú o Soweto, si se tratase del África.  Después de la muerte de nuestro querido Maestro Jairo Varela, nuestro deber de ciudadanos conscientes es  ahora  conocer más su obra, estudiarla,  difundirla y sobre todas las cosas, sentirla.
Trascendió, después de la muerte del Maestro Jairo Varela que él quiso escribir una obra, a manera de novela, con el nombre de “El duelo de los pájaros al amanecer”,   que diera cuenta de los terribles desplazamientos humanos, que han tenido lugar en el Chocó en los últimos decenios, a raíz de la persecución clasista, mal llamada “violencia”, donde los ricos, mancomunados con la transnacionales, quieren cumplir con su designio de explotar inmisericordemente sus riquezas, acabando con la selva y, lo que es peor, desterrando al elemento humano que les estorbe, esto es a los negros y los indígenas nativos, según la terrible sentencia “hombre sin tierra y tierra sin hombres”, generando una de las tragedias más grandes del el mundo actual, como son los cinco millones de refugiados internos (desplazados), que tiene Colombia, entre los cuales están los indígenas embera que deambulan enfermos y hambrientos por las principales ciudades de Colombia como Bogotá, Medellín y Cali, sin que la sociedad -en su conjunto- se duela, no de palabra, sino tomando las medidas necesarias para corregir tamaño atropello.

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