LOS BUSES PODRIDOS

Por: Eduardo Rosero Pantoja

Me refiero, en particular, a los intermunicipales, porque los locales merecen un comentario especial. Digo podridos, porque la mayoría están en franca descomposición, huelen a podrido, a materia descompuesta, a vómito, a caca, a sudor, a pedos. No importa que algunas flotas tengan vehículos nuevos, cuyo valor ya ronda por los quinientos millones de pesos actuales (2012). Buena parte de esos buses tendrán 20-30 años, convertidos en vaquitas de leche por sus propietarios, algunos de los cuales poseen varias decenas y hasta centenares y se lucran de las gabelas estatales de que disfruta un servicio -público y social- que debería estar en manos del Estado, como sería también la aviación comercial, el agua, la energía eléctrica, el alcantarillado, los teléfonos, el gas domiciliario, la educación, la sanidad pública y demás rubros que diariamente utiliza la gente y son de uso vital. Claro que la idea de la estatización de servicios molesta a los propietarios que se lucran de todo lo humanamente posible, porque son la pequeña minoría que vive a expensas de la inmensa mayoría de los ciudadanos, quienes no tienen propiedad sobre medios de producción, sino propiedad personal representada en su casa de vivienda y unos cuantos enseres. Y su mayor y única riqueza: su fuerza de trabajo, por cierto, barata por no decir que casi regalada.

Cómo se nota que los ministerios de Transporte, Salud, Educación y Cultura -además de la Cámara del Comercio- no cumplen ninguna función educativa con los propietarios del transporte, los empleados y los choferes, en general. Éstos, por ejemplo, no tienen ni idea de elementales medidas de salud como puede ser: abrir su propia ventanilla para que les entre aire fresco cuando manejan. Buena parte de éstos pertenecen a las población sabanera, lanuda, que hace muy poco salió de la ruana y, del mísmísimo surco, saltó a la silla del conductor a cumplir con unas funciones, de tal responsabilidad, que si se le hiciera a cada chofer un cursillo de conducción en un país desarrollado, quedaría anonadado. Cuando se viaja en bus, es frecuente que cualquier pasajero -a su arbitrio- le diga al conductor que desconecte el aire acondicionado y éste lo hace con suma obsecuencia, desconociendo que el vehículo debe tener ventilación permanente, para que el oxígeno irrigue la sangre de la cabeza, por cuya ausencia se produce el vómito en niños y adultos. Claro que también haría falta un cursillo nacional de normas de sanidad y convivencia, tanto para el chofer cómo para los pasajeros, destinado a que los unos y los otros se empapen de todo lo que hay que saber sobre nuestros derechos y deberes, como usuarios o conductores de los medios de transporte.

Son múltiples las incomodidades que sufre un pasajero. No se extrañe usted si a lo largo del precario -o flamante bus- circulen cucarachas de cualquier color o tamaño. Eso significa que al dueño no le da la gana de gastar en aseo y fumigación de su carro. Dirá que le resulta caro, que es suficiente con hacerlo una vez al año. Cree -con todas sus fuerzas- que siempre se puede burlar de la gente, que ésta nunca reclama, que la empresa no es exigente. Cualquier disculpa para no hacerlo. En esos buses nunca hay agua para lavarse las manos que quedan cochinas después de orinar y de desplazarse a lo largo del mismo vehículo. Nadie reclama. Eso es del talante nacional, cobarde, con poquísimas excepciones. Claro que siempre hay temor a la muerte violenta por reclamar los derechos y eso se entiende. Nos toca ser cobardes por instinto, pero no valientes por convicción. Igual pasa con la persona que tímidamente le pide al chofer que no ponga películas de violencia o sexo malo (¡Ojo! que existe el sexo bueno). Y no se puede, además, porque cualquier guaimarón le salta energúmeno al mismo chofer para que continué con la proyección de lo más ruin que tiene este planeta: esas películas que producen los Estados Unidos, para embrutecimiento y colonización de la mente de la gente del Tercer Mundo, especialmente de Colombia, el país más colonizado.

Como si no tuviéramos otros horizontes culturales y el grueso de nuestra nación no fuera gente pensante y que necesita poder liberar su espíritu con productos que a diario genera la cultura mundial. En este punto también somos los parias de América, toda vez que por el vecindario ya soplan -desde hace años- vientos de renovación y de dignidad. La calidad de vida no sólo se logra con mayor volumen de comida y de ropa, sino con elementos espirituales que requiere la gente para desarrollo armónico de su personalidad y de la nación, en su conjunto. Pero de las incomodidades sufridas en los buses y de sus deficiencias no sólo vamos a culpar al chofer. Éste es además un ser humano, compatriota nuestro, sufrido, que tiene que realizar larguísimas jornadas, como de Bogotá a Ipiales, o de Bogotá a Cartagena, durante lapsos que muchas veces sobrepasan las 20 horas. Su descanso se reduce a unas pocas horas de sueño en un camarote estrecho y con escasa ventilación. En más de una oportunidad he visto como a varios conductores se les empiezan a cerrar los párpados y en forma desesperada buscan un cigarrillo o un café para poder avanzar en su trayecto, que -entre otras cosas- está monitoreado por el dueño, a través del celular y no -propiamente- para decirle que le enviará un oportuno reemplazo. Soy testigo de que en varias ocasiones el chofer va solo y no tiene otra salida que avanzar hasta el sitio de destino del bus.

Buena parte de las incomodidades y mortificaciones las generan los mismos pasajeros, quienes como colombianos del montón, no son ni más ni menos, de lo que somos la mayoría. Seres desconsiderados, abusivos, patanes, respondones, recargados, unos verdaderos mugres. Claro que siempre habrá gente culta y considerada, criada en buenos hogares. Esa es la minoría. Nuestros pasajeros, lo primero que hacen es echar su espaldar hacia atrás, “hasta donde de el tejo” incomodando al vecino que queda a un centímetro de distancia, el mismo que tiene que soportar -a veces- las manotas hediondas que le pone el invasor de su espacio, como para que se las huela durante toda la trayectoria. Bueno por lo de la invención de los asientos reclinables, pero hace falta consideración con el vecino porque, en aras de una ilimitada comodidad, se lo está mortificando por varias horas durante las cuales necesita respirar mejor, tener más espacio, hasta para salir a orinar.

Pero no son menos las mortificaciones que origina el sujeto (pasajero) que viene detrás de ti, porque te pone los pies con calzado -o peor, sin él, por la pecueca o sicote- detrás de tu espaldar y te viene dando golpes a la altura de tus riñones o tamborilleando en tu mismo asiento, en el piso, o en el vidrio del carro. Peor aún cuando ponen “salsa” en el bus y se emociona dicho sujeto en demasía. Todo tipo de fastidios se puede inventar este pasajero, que ya te lleva a la desesperación cuando -si es mujer- empieza a cambiar a su bebé que huele a sentina y luego, de adehala, te echa el pañal cagado por debajo de tu silla. Allí ya empiezas a pensar que todo el bus es un mierdero por que ya huele a lo mismo que el baño del bus, especialmente cuando éste pasa a la altura de Ibagué o de Melgar. No hay ninguna consideración, ni miramiento. Es la patanería llevada al grado supino, pero donde no cabe ningún reclamo porque te desafían a pelear o mínimo te dicen que si no eres tan zarrapastroso, porqué no te compras un carro particular. El otro fastidio mayúsculo es oír interminables conversaciones, del vecino de al lado, de adelante o de atrás, con todo el volumen de la voz y haciendo gala de fuerza, de riqueza, de poder. No pocas veces he oído zanganerías que daría vergüenza contarlas. En otras oportunidades hasta diálogos de verdaderos delincuentes que coordinan acciones criminales desde este transporte público.

Pero vale la pena insistir un poco en la porquería en que, los pasajeros -y pasajeras- convierten los baños, que normalmente están aseados al comienzo del viaje. Nos referirnos a esos cuartos, que especialmente los varones los transforman en verdaderas cloacas, porque en sus casas no les enseñaron ni a mear. Menos van a atinar a hacerlo en un bus en movimiento. Y como, el sanitario está embadurnado de meados, llega la dama y -no pocas veces- orina parada sobre el rosquete dejando impregnadas las huellas de sus zapatos donde tiene que sentarse la próxima necesitada del servicio. No nos causa ya sorpresa que en esos baños arrojen toallas higiénicas ensangrentadas ni pañales cagados, porque ni siquiera allí hay un tarro o un depósito donde se puedan guardar esos desechos mientras dura el viaje. Pero el aire acondicionado sigue funcionando por todo el vehículo y, claro, que de inmediato entran en circulación esos olores nauseabundos que tienen que respirar todos los pasajeros, causando enorme molestia y daño a la salud. Se esperaría una protesta colectiva, pero nadie dice esta boca es mía. Nadie se dirige a la policía vial, que sería la encargada de tomar cartas en el asunto. Ésta como que se percibe únicamente como una entidad para perseguir el contrabando y el transporte de estupefacientes, pero que para nada se interesa por la comodidad y seguridad de los pasajeros.

Queda concluir que como ciudadanos somos unos indignos, porque sólo nos preocupamos por cumplir con nuestros deberes -cuando los cumplimos- pero que nunca nos detenemos a pensar, en qué momento están conculcando nuestros derechos. Cómo nos hacen de falta puntos de referencia en relación a cómo viven en los países desarrollados o, simplemente, como tratan los problemas de transporte -y otros asuntos- nuestros vecinos. Siempre es bueno detenerse a pensar que en otras latitudes hay mejores soluciones para las diversas situaciones y que nosotros no tenemos por qué considerarnos los más inteligentes, principiando porque siempre hemos tenido menos roce y menos democracia, muchísima menos, aunque hayamos tenido elecciones -con poquísimas excepciones- cada cuatro años. Nos han permitido elegir, pero no a los dirigentes que nos convienen como pueblo, sino a los que nos imponen desde el poder del dinero, que todo lo compra. Desde hace varias décadas los verdaderos dueños del país, a través de sus agentes -los políticos- nos montaron lo que la gente denomina el TLC, que se traduce en el trueque de Tejas, Láminas y Cemento, por los votos de una población ignorante e irresponsable que elige a los mandatarios -de presidente para abajo- que los han de gobernar, para seguir manteniendo irredenta a la mayor parte de la población que ya transita desesperada por un nuevo siglo de indignidad. Problemas de los buses que nos pueden llevar a analizar la política, la economía y cualquier otra actividad que incida en nuestras vidas. Pero no somos afectos a hablar de esas materias para no tener que pensar, estudiar y actuar racionalmente.

Cómo se nota que los ministerios de Transporte, Salud, Educación y Cultura no cumplen ninguna función educativa con los empleados del transporte y con los choferes, en general. Éstos no tienen ni idea de elementales medidas de salud como puede ser: abrir su propia ventanilla para que les entre aire fresco cuando manejan. Buena parte de éstos pertenecen a las población sabanera, lanuda, que hace muy poco salió de la ruana del mísmísimo surco, saltó a la silla del conductor a cumplir con unas funciones, de tal responsabilidad, que si se le hiciera a cada chofer un cursillo de conducción en un país desarrollado, quedaría anonadado. Cuando se viaja en bus, es frecuente que cualquier pasajero -a su arbitrio- le diga al conductor que desconecte el aire acondicionado y éste lo hace con suma obsecuencia, desconociendo que el vehículo debe tener ventilación permanente, para que el oxígeno irrigue la sangre de la cabeza, por cuya ausencia se produce el vómito en niños a y adultos. Claro que también haría falta un cursillo nacional de normas de sanidad y convivencia, tanto para el chofer cómo para los pasajeros, destinado a que los unos y los otros se empapen de todo lo que hay que saber sobre nuestros derechos y deberes, como usuarios o conductores de los medios de transporte.

Son múltiples las incomodidades que sufre un pasajero. No se extrañe si a lo largo del precario -o flamante bus- circulen cucarachas de cualquier color o tamaño. Eso significa que al dueño no le da la gana de gastar en aseo y fumigación de su carro. Dirá que le resulta caro, inadecuado. Cree -con todas sus fuerzas- que siempre se puede burlar de la gente, que ésta nunca reclama, que la empresa no es exigente. Cualquier disculpa para no hacerlo. En esos buses nunca hay agua para lavarse las manos que quedan cochinas después de orinar y de desplazarse a lo largo del mismo vehículo. Nadie reclama. Eso es del talante nacional, cobarde, con poquísimas excepciones. Claro que siempre hay temor a la muerte violenta por reclamar los derechos y eso se entiende. Nos toca ser cobardes por instinto, pero no valientes por convicción. Igual pasa con la persona que tímidamente le pide al chofer que no pongan películas de violencia o sexo malo (¡Ojo!existe el bueno). Y no se puede, además, porque cualquier guaimarón le salta energúmeno al mismo chofer para que continué con la proyección de lo más ruin que tiene este planeta: esas películas que producen los Estados Unidos, para embrutecimiento y colonización de la mente de la gente del Tercer Mundo, especialmente de Colombia, el país más colonizado.

Como si no tuviéramos otros horizontes culturales y el grueso de nuestra nación no fuera gente pensante y que necesita poder liberar su espíritu con productos que a diario genera la cultura mundial. En este punto también somos los parias de América, toda vez que por el vecindario ya soplan -desde hace años- vientos de renovación y de dignidad. La calidad de vida no sólo se logra con mayor volumen de comida y de ropa, sino con elementos espirituales que requiere la gente para desarrollo armónico de su personalidad y de la nación, en su conjunto. Pero de las incomodidades sufridas en los buses y de sus deficiencias no sólo vamos a culpar al chofer. Éste es además un ser humano, compatriota nuestro, sufrido, que tiene que realizar larguísimas jornadas, como de Bogotá a Ipiales, o de Bogotá a Cartagena, durante lapsos que muchas veces sobrepasan las 20 horas. Su descanso se reduce a unas pocas horas de sueño en un camarote estrecho y con poquísima ventilación, En más de una oportunidad he visto como a varios conductores se les empiezan a cerrar los párpados y en forma desesperada buscan un cigarrillo o un café para poder avanzar en su trayecto, que -entre otras cosas- está monitoreado por el dueño, a través del celular y no –propiamente- para decirle que le enviará un oportuno reemplazo. Soy testigo de que en varias ocasiones el chofer va solo y no tiene otra salida que avanzar hasta el sitio de destino del bus.

Buena parte de las incomodidades y mortificaciones las generan los mismos pasajeros, quienes como colombianos del montón, no son ni más ni menos, de lo que somos la mayoría. Seres desconsiderados, abusivos, patanes, respondones, recargados, unos verdaderos mugres. Claro que siempre habrá gente culta y considerada, criada en buenos hogares. Esa es la minoría. Nuestros pasajeros, lo primero que hacen es echar su espaldar hacia atrás, “hasta donde de el tejo” incomodando al vecino que queda a un centímetro de distancia, el mismo que tiene que soportar -a veces- las manotas hediondas que le pone el recostado sobre su silla como para que se las huela durante toda la trayectoria. Bueno por lo de la invención de los asientos reclinables, pero hace falta consideración con el vecino porque, en aras de una ilimitada comodidad, se lo está mortificando por varias horas durante las cuales necesita respirar mejor, tener más espacio, hasta para salir a orinar.

Pero no son menos las mortificaciones que origina el sujeto (pasajero) que viene detrás de ti, porque te pone los pies con calzado -o peor, sin él, por la pecuela o sicote- detrás de tu espaldar y te viene dando golpes a la altura de tus riñones o tamborilleando en tu mismo asiento, en el piso, o en el vidrio del carro. Peor aún cuando ponen “salsa” en el bus y se emociona dicho sujeto en demasía. Todo tipo de fastidios se puede inventar este pasajero, que ya te lleva a la desesperación cuando -si es mujer- empieza a cambiar a su bebé que huele a sentina y luego, de adehala, te echa el pañal cagado por debajo de tu silla. Allí ya empiezas a pensar que todo el bus es un mierdero por que ya huele a lo mismo que el baño del bus, especialmente cuando éste pasa a la altura de Ibagué o de Melgar. No hay ninguna consideración, ni miramiento. Es la patanería llevada al grado supino, pero donde no cabe ningún reclamo porque te desafían a pelear o mínimo te dicen que si no eres tan zarrapastroso, porqué no te compras un carro particular. El otro fastidio mayúsculo es oír interminables conversaciones, del vecino de al lado, de adelante o de atrás, con todo el volumen de la voz y haciendo gala de fuerza, de riqueza, de poder. No pocas veces he oído zanganerías que daría vergüenza contarlas. En otras oportunidades hasta diálogos de verdaderos delincuentes que coordinan acciones criminales desde este transporte público.

Pero vale la pena insistir un poco en la porquería en que, los pasajeros -y pasajeras- convierten los baños, que normalmente están aseados al comienzo del viaje. Nos referirnos a esos cuartos, que especialmente los varones los transforman en verdaderas cloacas, porque en sus casas no les enseñaron ni a mear. Menos van a atinar a hacerlo en un bus en movimiento. Y como, el sanitario está embadurnado de meados, llega la dama y -no pocas veces- orina parada sobre el rosquete dejando impregnadas las huellas de sus zapatos donde tiene que sentarse la próxima necesitada del servicio. No nos causa ya sorpresa que en esos baños arrojen toallas higiénicas ensangrentadas ni pañales cagados, porque ni siquiera allí hay un tarro o un depósito donde se puedan guardar esos desechos mientras dura el viaje. Pero el aire acondicionado sigue circulando por todo el vehículo y, claro, que de inmediato entran en circulación esos olores nauseabundos que tienen que respirar todos los pasajeros, causando enorme molestia y daño a la salud. Se esperaría una protesta colectiva, pero nadie dice esta boca es mía. Nadie se dirige a la policía vial, que sería la encargada de tomar cartas en el asunto. Ésta como que se percibe únicamente como una entidad para perseguir el contrabando y el transporte de estupefacientes, pero que para nada se interesa por la comodidad y seguridad de los pasajeros.

Queda concluir que como ciudadanos somos unos indignos, porque sólo nos preocupamos por cumplir con nuestros deberes -cuando los cumplimos- pero que nunca nos detenemos a pensar, en qué momento están conculcando nuestros derechos. Cómo nos hacen de falta puntos de referencia en relación a cómo viven en los países desarrollados o, simplemente, como tratan los problemas de transporte -y otros asuntos- nuestros vecinos. Siempre es bueno detenerse a pensar que en otras latitudes hay soluciones más inteligentes para las diversas situaciones y que nosotros no tenemos por qué ser los más inteligentes, principiando porque siempre hemos tenido menos roce y menos democracia, muchísima menos, aunque hayamos tenido elecciones -con poquísimas excepciones- cada cuatro años. Nos han permitido elegir, pero no a los dirigentes que nos convienen como pueblo, sino a los que nos imponen desde el poder del dinero, que todo lo compra. Desde hacia varias décadas los verdaderos dueños del país, a través de sus agentes -los políticos- nos montaron lo que el pueblo denomina el TLC, que se traduce en el trueque de Tejas, Láminas y Cemento, por los votos de una población ignorante e irresponsable que elige a los mandatarios -de presidente para abajo- que los han de gobernar, para seguir manteniendo irredenta a la mayor parte de la población que ya transita desesperada por un nuevo siglo de indignidad. Problemas de los buses que nos pueden llevar a analizar la política, la economía y cualquier otra actividad que incide en nuestras vidas, aunque no nos guste hablar de ellas para no tener que pensar.

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