PÚSHKIN EN BOGOTÁ
Por:
Eduardo Rosero Pantoja
A la amiga Consuelo Rodríguez, alma y nervio del
Instituto Cultural León Tolstoi
A Púshkin lo vi
anoche bajando de una nave
allá en La Candelaria, do está la Casa Silva,
aterrizó en el patio, lo recibió Mercedes,
la hija de Carranza, el poeta llanero.
Estaba, en ese instante, hablando con la Mechas,
el buen Armando Orozco, el vate de este pueblo.
Cuando Púshkin entró, quedaron extasiados
de ver al gran poeta, quien hizo expreso
vuelo.
Venía él desde Rusia, en viaje de dos
siglos,
no obstante su retraso, por cierto, llegó a
tiempo,
con su mensaje grato, con sus ideas
fogosas,
sus versos delicados y toda su sapiencia.
Al principio fue corto, tal vez un tanto
tímido,
y luego se mostró, alegre y efusivo,
a veces se callaba, volvíase muy ameno
y hasta una vez se vio violento y agresivo.
Por tratarse de un genio, podía ser atrevido,
él era imprevisible, a veces poco
amable,
daba muchas sorpresas, especialmente a las
damas,
pero en Púshkin sus actos eran disimulables.
Traía el Libro Negro que mostraría a
Mercedes,
sus dibujos de piernas y de muchas cabezas;
a todos sorprendió que, además de poeta,
fuera gran dibujante de la Naturaleza.
De su misma figura, de celdas y de duelos,
del árbol venenoso, de su ilustre
Liceo,
de su mujer amada, Natalia Goncharova,
de sus caros amigos, de quienes hay memoria.
Desde niño poeta, sin duda el más lucido,
fustigador de zares, con prosas y con
rimas,
el bardo del amor, para todos los tiempos,
profeta que erigió su propio monumento.
Monumento de gloria, metal de eternidades,
que vive en la memoria de pueblos
ancestrales,
también en las estatuas de las muchas
ciudades
antaño monopolio de estultos generales.
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