ÁLVARO PÍO VALENCIA

 

Por: Eduardo Rosero Pantoja

El próximo 18 de junio, se cumplen 25 años del fallecimiento del doctor Álvaro Pío Valencia, ilustre y sabio hijo de Popayán, quien dedicó la mayor parte de su vida a esclarecer la verdad de todos los asuntos que nos atañen, como colombianos y ciudadanos del mundo. Provenía de una regia estirpe conservadora, la de su padre, el poeta Guillermo Valencia, sobrino de Bellarmino del Castillo, uno de los luchadores caucanos, quien a la par del general Avelino Rosas, luchó por la independencia de Cuba, a finales del siglo XIX.

Conocí a mi biografiado, en 1975, cuando me lo presentó el historiador pamplonés, José Rozo Gauta, quien mucho me recomendó su amistad, desde el punto de vista académico y político. A pesar de que el doctor Álvaro Pío Valencia, se asomaba mañana y tarde a la puerta de su habitación, no siempre era posible abordarlo, porque habitualmente, había personas de todas las clases sociales, que estaban dialogando con él, incluidos los policías, con quienes charlaba, les explicaba la situación del país y les prestaba revistas, para que se instruyeran.

La ciudadanía payanesa recuerda varias actuaciones valerosas del doctor Álvaro Pío Valencia, como cuando en los años 70, para evitar el levantamiento del ferrocarril, él se tendió sobre los rieles, a riesgo de ser arrollado por el tren, en un intento de impedir que terminaran, definitivamente, con el servicio de transporte férreo.  Pero de nada sirvió su audaz actuación, porque de todas maneras lo hicieron,  tiempo después.  Efectivamente, en 1975, el ingeniero Álvaro Caicedo, como alcalde de Popayán y en un hecho lamentable, ordenó, volar con dinamita, la estación del tren.  Hecho que fue, inclusive, aplaudido por la turba que estuvo presente, en la infame demolición y festejado por la prensa local.

No menos destacable, es la donación por parte del doctor Álvaro Pío, de un enorme terreno en el Norte de Popayán, para la construcción de vivienda destinada a familias populares.  Se cuenta que, con una soga delgada, él medía el área de los lotes, unos más grandes que otros, de acuerdo a la cantidad de hijos de las familias.  No en vano, los beneficiados, le llamaban cariñosamente “el doctor Guasquita”.  Al barrio le dio el nombre de Bello Horizonte, como recordatorio del viaje que él hizo para acompañar a su padre, al Brasil, como delegado a la firma del Protocolo de Río de Janeiro, que tuvo lugar en 1934, en dicha ciudad.

El mismo doctor Valencia, me contó que, en 1948 y a propósito del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, como ciudadano revolucionario, tomó la palabra, en los altos del periódico El Tiempo, en pleno centro de la ciudad, para dirigirse al pueblo bogotano y explicarle la situación crítica, que se planteaba para la nación (la gente), a raíz del crimen premeditado y ejecutado, por la crema y nata de la sociedad colombiana y orquestado por los Estados Unidos.

El doctor Álvaro Pío Valencia, sentía un respeto reverencial por la memoria de su padre, el poeta Guillermo Valencia y daba perfecta cuenta de toda su obra.  No aceptaba ningún tipo de chistes flojos contra éste y tampoco contra su familia.  Aunque valoraba toda la poesía de su progenitor, destacaba el gran valor de “Anarkos”, como obra que reivindica los sufrimientos de los obreros. Igualmente, alababa la profundidad filosófica del poema “Al pie del foso”, en particular, por su contenido ateísta.

En conversaciones personales que sostuve con el doctor Álvaro Pío, él se manifestó bastante crítico con la gestión presidencial de su hermano Guillermo León, a quien tildó de terco y violento.  Es suficiente, recordar la guerra a muerte que éste desató contra un grupo de campesinos rebeldes, que solicitaban tierra para trabajar.  Así inició la arremetida militar contra Marquetalia, donde dichos campesinos fueron bombardeados con napalm y atacados por 16 mil soldados.  Además, pensaba que su hermano era supremamente supersticioso e ignorante y “¡Creía en el Diablo!”, al decir esto último, el doctor el doctor Álvaro Pío, demudaba su rostro con gestos de exaltación y espanto.

En Popayán, Álvaro Pío Valencia, fue un faro de luz para la juventud colombiana, desde las cátedras de derecho y sociología política.  Formó a varias generaciones de estudiosos, que le han dado brillo a la nación, como es el caso del senador Manuel Cepeda Vargas, vilmente asesinado en 1994, por intrigas de la misma casta gobernante.  No puedo olvidar, el día en que dicho senador fue acribillado.  A las pocas horas de consumarse el delito, pasé por la esquina de la residencia del doctor Álvaro Pío Valencia, con la intención de comentar el más reciente crimen y él me contestó, con las siguientes palabras: “Es que los genes asesinos se heredan.  Recuerde que, otro Samper, estuvo implicado en el atentado contra la vida de Bolívar”.

En la segunda mitad de los años 70, fue muy grato, ver el entusiasmo con el que el doctor Álvaro Pío, despachaba en los mostradores del IDEMA de Popayán, como vendedor del granero, pesando kilos de harina y azúcar.  Desafortunadamente, ese instituto desapareció y no se avizora un nuevo programa de alivio alimentario para el pueblo.  Como alcalde Popayán, se preocupó, por asuntos de cultura y desarrollo armónico de la ciudad, ganándose no pocas enemistades, por los cambios que estableció.

En sus últimos años, el doctor Valencia, llevaba una vida más que modesta y su salud se volvió cada vez más precaria.  Sin embargo, no dejaba de recorrer algunas cuadras de la ciudad y de hacer constantes visitas a su hermana Xiomara, en el Norte de la ciudad.  Yo tuve el honor de tenerlo en mi casa, por unas pocas horas y de servirle un sabroso té, simbólicamente, en una vajilla china de la dinastía Shang, justamente, porque dentro de sus búsquedas políticas marxistas, se había adherido a la línea maoísta de esa ideología.

El doctor Valencia, no era carente de humor y de ironía.  Él me contó que, cuando visitó en palacio, a su hermano Guillermo León, a su pregunta de “¿Cómo está el presidente?”, éste le respondió señalando, con el mentón, al general Alberto Ruíz Novoa, de quien se decía, que ya oficiaba como primer mandatario.  En otra ocasión, que yo pasaba por la puerta de la habitación del doctor Valencia, él me preguntó si no había visto pasar al hijo del “Monstruo”.  Efectivamente yo vi que, segundos antes, dobló la esquina una figura encorvada y era la de Álvaro Gómez Hurtado, quien le acababa de hacer una corta visita. 

Pero, la perla de las narraciones del doctor Álvaro Pío, fue cuando me contó que, una noche, al pie de la ventana de su alcoba, un anciano, acompañado de un niño, tenía en sus manos una soga.  Él siguió los movimientos de esta pareja que, a pesar de la lluvia, se dirigió hacia la estatua de Julio Arboleda.  El viejo sostuvo en sus hombros al niño quien, simbólicamente, ahorcó al tirano esclavista, de quien se sabe que mató a varios esclavos y a 350 los vendió en Lima. Pasado algún tiempo, el doctor Álvaro Pío, nuevamente volvió a ver a la pareja del viejo y el niño, al pie de su ventana, pero esta vez, con un tarro grande de pintura.  Nuevamente ellos se dirigieron a la estatua y el niño apoyado en el viejo, vació el contenido del tarro de pintura roja, sobre la cabeza del tirano.  Así, el pueblo de Popayán, cobró una vieja deuda, que los historiadores y la prensa se habían encargado de borrar de la memoria ciudadana.

La víspera de la muerte del doctor Valencia, nuevamente él estaba en la puerta de su habitación.  Me mostró sus piernas hinchadas y me hizo este comentario, que fue el último que le escuché: “Cuando la pata se hincha, la sepultura relincha”.  Sabiamente, el doctor Álvaro Pío Valencia, había dispuesto que,  no le hicieran ningún funeral y que sus restos fueran cremados.  Eso tuvo lugar en Cali, porque en Popayán no había crematorio.  De todas maneras, la comunidad académica le hizo un sentido homenaje en la Casa Museo, donde varios oradores destacaron las virtudes cívicas y académicas del fallecido.  En este evento, faltó la nota discordante de una notaria local, quien al oír el enardecido discurso de un joven estudiante, comentó para los presentes: “Ese debe ser un guerrillero”, ante lo cual, yo me tomé la atribución de responderle con vehemencia: “Efectivamente, él es un guerrillero”.  El personaje del discurso de marras, Diego Castrillón Urrego, años después, fue rector de la Universidad del Cauca, siempre estudiante, nunca guerrillero.

Mi gratitud hacia el doctor Álvaro Pío Valencia es grande y será perenne, por las enseñanzas que recibí de él a través de múltiples conversaciones informales, pero también, por la asesoría que en varias ocasiones les prestó a mis hijos, en sus tareas sobre historia, economía y política que les dejaban en el Real Colegio San Francisco de Popayán.  En su sala de recibo les aclaraba las dudas y respondía a las preguntas de sus entrevistas.  Pero claro, que fueron muchos los niños y jóvenes que pudieron aprovechar los conocimientos y sapiencia de este distinguido payanés, cuya ausencia se ha sentido, fuertemente, en una ciudad donde las inquietudes son muchas, pero son escasas las personas doctas,  dispuestas a realizar una labor tan loable y necesaria, como ésta de compartir el saber, de manera generosa, con las nuevas generaciones.

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