COMENTARIOS ACERCA DEL TERREMOTO DE POPAYÁN DE 1983

 

Por: Eduardo Rosero Pantoja

El día del terremoto de Popayán, ocurrido el 31 de marzo de 1983, yo me encontraba en Moscú, a la sazón, terminando una traducción, la última de una serie de trabajos que hice para la empresa Mosfilm, una especie de Hollywood, de la desaparecida Unión Soviética. Después de la cinco de la tarde de ese día, yo me disponía a estrenar un pequeño televisor y a destapar una botella de champaña, que tenía para celebrar el fin de mis estudios de filología y la última tarea de traducción, que  me había confiado dicha empresa. Cuando encendí el televisor pude ver, con enorme sorpresa, que la agencia francesa de noticias, estaba transmitiendo, en directo, las imagenes del sismo que estaba ocurriendo a las 8.15 de la mañana, de ese viernes santo. Con los ojos llenos de incredulidad quedé, inmediatamente, consternado por la terrible noticia de la tragedia que sufría la querida Popayán, donde yo había trabajado por espacio de cuatro años y tenía colegas y amigos entrañables. 

Inmediatamente yo escribí una carta dirigida al Decano de la Facultad de Educación de la Universidad del Cauca, donde le presentaba mis condolencias por la tragedia sufrida por la gente de Popayán y por las fuertes afectaciones que había tenido la ciudad y el querido plantel educativo. La respuesta a mi carta no se hizo esperar. El decano me agradecía la misiva y me planteaba la posibilidad de que la Universidad del Cauca, me volviera a nombrar como profesor de lingüística, cargo al cual yo había renunciado para poder seguir mis estudios de doctorado. En ese momento yo tomé la resolución de regresar y aunque no pude hacerlo, inmediatamente, para junio alisté mi viaje de regreso. En julio ya estuve en Popayán y sin  perder ni un día, empecé a trabajar, como docente,  en el mencionado establecimiento, el mismo que nunca suspendió las clases ni los programas, a pesar de la inmensa tragedia que afectó a toda la sociedad payanesa y a su infraestructura.

Recuerdo, que bien entrada la noche, ingresé a Popayán, por el sector de la Esmeralda. Me quedé en el primer hotel que encontré en ese sector y, la verdad, es que no alcancé a ver ninguna afectación en las casas circundantes. Otra cosa fue al otro día, cuando empecé a recorrer las calles con destino al centro. La mayor parte de edificios públicos estaban por los suelos, incluidos los de la Universidad. Había remoción de escombros por todas partes. La polvareda era interminable y por debajo de los muros todavía salían ratas y otros bichos. Desde el comienzo me afectó una conjuntivitis, que se repitió por tres veces. La contaminación del ambiente era grande, justamente porque con el fenómeno telúrico se removieron las bases de las construcciones, la mayor parte de ellas, ya centenarias. La penuria de la gente del pueblo era muy grande. Sufrieron todas las clases sociales. Se sabía que la gente pasaba hambre y  no todo el mundo le llegaban los recursos del Estado y otras ayudas. 

Varias personas vivían en “asentamientos”,  o sea en viviendas improvisadas organizadas en lotes de invasión. Habían pasado ya cuatro meses del terremoto y casi todo el trabajo de reconstrucción de la urbe estaba por hacer. Había mucha actividad de obreros e ingenieros. Las tiendas y  depósitos de materiales de construcción no daban abasto, lo mismo que las fotocopiadoras de planos. Varios de estos negocios se enriquecieron con la venta de diferentes insumos, con los cuales, no dejó de haber especulación. Recuerdo que el bulto de cemento de 20 pesos, subió al doble, si es que se conseguía. Vendedores inescrupulosos, preguntaban, si se trataba de uso oficial, para poder subirle sensiblemente a la factura, para dividir la ganancia entre distribuidor y comprador. Pero no todo fue corrupción, porque al frente de la gobernación del Cauca estaba doña Amalia Grueso y de la alcaldía de Popayán, el arquitecto Guillermo Salazar, funcionarios honestísimos, que se apersonaron de la reconstrucción de Popayán. Otro tanto ocurrió con la Universidad del Cauca, donde el rector, ingeniero Alberto Muñoz Muñoz, hizo rendir los 20 millones de dólares del préstamo que el Estado le consiguió al plantel educativo más importante del Departamento.

Hablando sobre la fuerza con que el sismo arremetió, me contó con lujo de detalles, don Silvio Sandoval, propietario de la fábrica artesanal de vino “Los Naranjos”, conocido entre la gente como “Vino Loco”, verdadera institución vitivinícola del Cauca, donde fabrican vinos de naranjo,  mezclado con uvas. Las naranjas de Almaguer, consideradas como las más dulces y aromáticas del Departamento y las uvas de La Unión, Valle, distinguidas también por su dulzura y aroma. Me contó don Silvio, que ese día, 31 de marzo, del terremoto, las altísimas araucarias del parque Caldas, que desde allá se divisan, se tendían casi hasta el suelo y se volvían a levantar. Además me refirió que ante la angustia que su familia sintió por tan fuerte y largo sismo, no tuvo el tiempo suficiente para preocuparse por su papá, quien a la sazón andaba por la bodega del vino y “literalmente”, nadó, por unos minutos, en el vino que se derramó de los toneles, “como el ratón de la canción”. 

El sismo de Popayán dejó tres centenares de muertos y millares de heridos. Las víctimas mortales fueron, en su mayoría, las de la catedral, donde la cúpula cayó encima de un centenar de feligreses que perdieron la vida en el acto. Hubo muertos por otros lugares, pero especialmente en el barrio El Cadillal, el que quedó totalmente destruido y con muchas víctimas mortales. Entre estas la madre de mi amiga, la profesora Cristina Constaín. Poblaciones aledañas de Popayán también resultaron afectadas, como Cabijío y Timbío, por sólo nombrar dos. Ante tamaña noticia de la destrucción parcial de Popayán, el Estado y la nación entera no se hicieron esperar con su ayuda. El presidente de la república, el doctor Belisario Betancur se presentó en el epicentro del acontecimiento y prestó la necesaria ayuda estatal, relacionada con los auxilios inmediatos de asistencia a los damnificados. Varias organizaciones como la Defensa Civil y las fuerzas armadas, así como naciones amigas,  dieron su apoyo material para la reconstrucción, incluidas la Cruz Roja Internacional y La Media Luna Islámica. Científicos ambientales como Gustavo Wilches Chaux y otros entendidos personajes,  estuvieron al frente de la tragedia y ayudaron con sus conocimientos a paliar los sufrimientos y a iniciar, de inmediato, la reconstrucción de la ciudad.

Con motivo del fenómeno telúrico de Popayán  salieron a relucir fenómenos de corrupción anteriores, como es el hecho de algunos edificios de la urbanización del barrio Modelo, perdieron el primer piso, porque se hundió, producto de los pésimos materiales que utilizaron los ingenieros que la construyeron. La gente de ese piso, fue aplastada por el peso de los tres restantes . Hubo víctimas fatales y aunque se hicieron las denuncias correspondientes, los urbanizadores siguieron campantes en su ulterior labor urbanizadora. Es posible que haya habido brotes de corrupción durante todo el proceso de reconstrucción de la ciudad y varias las poblaciones del Departamento del Cauca afectadas, pero la nota principal fue que el proceso se llevó a cabo en el tiempo previsto y la gente volvió, poco  a poco, aunque con mucho esfuerzo,  a  hacer su vida normal.

Como por encanto Popayán fue renaciendo, se removieron los escombros y la gente, con recursos propios y con créditos, levantó casas y edificios. Un señor López, poseedor de 120 inmuebles, tuvo la iniciativa de vender 60 casas semidestruidas, para poder levantar las otras 60 restantes. Pero también es cierto que algunos abusaron de los préstamos que, generosamente,  y con poquísimos requisitos les facilitó el gobierno para ellos,  literalmente, se bebieran esos recursos con sus amigos en las fincas aledañas a Popayán. Hay que decir, que mucha gente se quedó a vivir temporalmente en sus fincas, pero otras se marcharon a Cali, Bogotá y otras ciudades, algunas para no volver jamás. Popayán, en su centro histórico, parecía una ciudad fantasma y las familias tradicionales, se fueron a vivir a otros lugares, tal vez con la excepción de la del doctor Diego Castrillón Arboleda y del maestro Carlos Ramírez González. La ciudad se extendió por todos los cantos y al cabo de un año, prácticamente, se estaba viviendo en una ciudad con gente nueva, procedente de Nariño, Valle, Antioquia y Cundinamarca, algunos de ellos como profesionales y otros en busca de mejor suerte, como ocurre cuando ocurren terremotos u otros flagelos de la Naturaleza. 

Como anécdota de la reconstrucción recuerdo, que a los tres años, de haberse iniciado,  unos viajeros paisas, se pararon en una de las esquinas del parque Caldas y comentaron: “A Popayán no le ha pasado nada, porque sus edificios y casas, están igualitos a como los conocimos en los años sesenta. Inclusive tienen el tizne de entonces”. Esto significaba que la reconstrucción se había hecho correctamente y de acuerdo a planos. Nosotros mismo no lo creíamos, pero así fue el tesón con que la gente trabajó durante todo este tiempo. Las costumbres cambiaron visiblemente. La gente de otras partes, sin  proponérselo, incidió en la psicología del payanés raizal, que antes del telúrico era reticente, por ejemplo, a anunciar el arrendamiento de una habitación en una casa, aduciendo,  con pudor: “pensarán que nos estamos muriendo del hambre”. Debido a ello, antes de 1983, una  señora temerosa del desdoro social, le susurraba a uno al oído: “estoy arrendando una pieza, pero no es para que lo cuente”. Nunca más vimos ni encontramos a las damas, que por los lados del centro, nos tomaran de la mano para mostrarnos dónde quedaba la alcaldía o la gobernación.

Hacia el final de la reconstrucción comentábamos, con el anciano jurista y humanista, Álvaro Pío Valencia, acerca de la terrible experiencia que el pueblo payanés y caucano tuvo que sobrellevar y nuestro ilustre interlocutor,  con gran resolución y sapiencia nos dijo: “El terremoto de 1983, removió, a fondo, los cimientos materiales de Popayán y nos puso a prueba a todas las clases sociales. Falta aún el terremoto de las consciencias, para que mi ciudad empiece a marchar como se debe, no como aviesamente lo hace ahora”.   

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