EPICEDIO

Al poeta Armando Orozco in aeternam memoriam

Nuestro poeta ya no está entre los vivos.
Desafortunadamente él no ha podido morir por voluntad propia, con dignidad, 
porque le faltaron los tres millones que por la eutanasia ya cobra el hospital.
Pero vivió con dignidad, a pesar de la pobreza.
Nunca se preocupó por premios ni riqueza.
Ningún poeta nacioanl, entre los vivos,
tuvo tanto valor para defender los derechos de los pobres,
de los despojados, de los desaparecidos.
Escuchó, a pocos metros, 
las lecciones del Che Guevara
y de Fidel Castro, 
privilegio, indiscutible,
para poder comenzar a pensar,
en serio y en grande en el destino humano.
Armando Orozco me salvó la vida
al evitarme una hipotermia
una noche en que yo tiritaba 
y me meoría de frío en Bogotá.
El caso es que el poeta
se sac{o su chaqueta 
y se quedó en camisa.
Genoerosidad inusitada
entre compatriotas y coetáneos.
Presentaba a Silva
como ningún otro literato lo ha hecho,
con sapiencia y alegría, 
como bien se merecía 
el mejor bardo nacional.
Era excéptico.
¿Cómo no serlo en un país de buitres?
Un día que le llevé saludos de Giovanni Quesep
me dijo: "Muchas gracias por los saludos, 
pero los poetas no queremos a nadie".
Suena a resquemor,
porque nadie como Armando Orozco 
amaba a los humildes, 
esa parte mayoritaria de la humanidad,
marginada por una minoría.
Armando Orozco entró, hace tiempos,
por la puerta grande,  al cielo de los poetas.
Para eternizazrse no necesitó moririse.
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