ALARMA EN MEDELLÍN


Por: Eduardo Rosero Pantoja

Se disparó la alarma en la casa grande,
tremendo susto el que causó,
en medio del sueño de madrugada plácida.

Hubo anhelo infinito
de que se acabara el estrépito,
en un minuto, en una hora.
Pero si bien se suspendió,
por unos segundos,
la alarma sigue,
los muertos siguen,
los robos siguen,
la injusticia sigue.

No reacciona la policía, “verde que te quiero verde”,
el ejército duerme el sueño de los injustos,
la armada flota en la hamaca tricolor de la patria,
la aviación vuela los cielos negros que ella misma desata,
todos ellos descuidan al pueblo, por decir lo menos,
pero cuidan celosos lo que no tienen que cuidar:
al capitalista,
al financista,
al prestamista,
al latifundista,
al caballista.

Al comienzo la turba se alarmó,
léase bien: “se alarmó”, no “se armó”.
Pensó que alguien vendría a reparar  el daño.

Alguien rezó:
¿ A San Marianito?
¿A Santa Laura de Jericó?
¿Superstición?
De sobra.

Otro pensó:
¿Tal vez haya que romper la cortina de acero?
¿Desconectar la cuadra?
¿Desconectar toda la ciudad?
¿Toda la interconexión nacional?
¿Llamar al Presidente?

Mientras tanto, la gente sigue su inercia,   
rezándole a Dios, quien no resuelve nada,
porque no existe, es una ficción hermosa.

De hecho, los pobres viven para que medren los ricos,
y los ricos no emigran porque su paraíso está aquí,
donde su fortuna vale y su poder se siente,
y el tiempo que les queda libre, y sin impuestos,
lo usan para hacer fábulas sobre dioses y diablos,
las que ha de tragar entero el pueblo ignaro.
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