PRESENTE EN LA CONVERSACIÓN DE LOS GRANDES



Por. Eduardo Rosero Pantoja

Efectivamente el miércoles 14 de diciembre de 2011 -día histórico para mí- estuve presente en la conversación del doctor Otto Morales Benítez y del maestro Jaime Llano González, viejos amigos entre sí. Ambos son personalidades destacadas en el ámbito nacional: el primero de las letras y el segundo de la música popular. La cita fue convocada por el doctor Otto, donde yo también tenía que estar presente a propósito de unas composiciones mías: relacionada con el Carnaval del Diablo de Riosucio y tres restantes, que buscan perpetuar la imagen del letrado. Los dos personajes son ejemplo de superación y han alcanzado la cima de su profesionalismo a fuerza de trabajar todos los días, con esfuerzo de titanes. Esto ocurre en un país, casi desbaratado, donde todo hay que hacerlo “a pulso” porque el Estado no está concebido para el bien del público sino para el beneficio de unos pocos que hacen sus constituciones que puede durar cien años y dejan frustrada a la mayor parte de la nación.

Tanto el doctor Otto como el maestro Jaime son viejos conocidos. Amos son paisas originales, el primero riosuceño raizal y el segundo titiribiteño de racamandaca. El primero además de ser prolífico escritor es melómano. El segundo fuera de ser intérprete y compositor es incansable lector. El doctor ama entrañablemente a Medellín porque allí se formó y el maestro Jaime porque allí también estudió y porque es la capital de su querido departamento. De contera, el doctor Otto quiere a Titiribí, la patria chica del maestro Jaime Llano porque siendo padre joven a esa comarca fue a dar para comprar un caballo que quería regalarle a su hijo Olimpo, para no perder la costumbre de que los hijos, entre otros placeres, deben tener el de cabalgar un buen potro que les muestre el brío de la vida y les de el inicial arrojo que tanto se necesita para llegar a ser alguien en este mundo.

Producto de su experiencia caballística es un precioso ensayo que el doctor Otto escribió sobre los caballos de paso y entre los que más se destacan son los de la citada población antioqueña: esos caballos hermosos, un tanto más cortos que los demás, finos y por lo tanto costosos. Es también el caballo de las breñas de Titiribí un orgullo de los colombianos. Pero también es bueno recordar que la población antioqueña de marras fue objeto de inspiración del maestro José A. Morales cuando le dedicó el pasillo “Titiribí”, que además de hacerle honor a esa localidad, se lo dedica al maestro Jaime Llano González, su entrañable amigo y acompañante en un disco que grabaron los dos con canciones y melodías del maestro santandereano.

Empieza el diálogo el doctor Otto, recordando sus años de estudio en Popayán, donde conoció a muchas personas, entre ellas algunas que ya eran figuras importantes, como el maestro Guillermo Valencia u otras que después fueron conocidas nacionalmente como sus hijos Guillermo León o Álvaro Pío Valencia. En el ámbito de la música recuerda al doctor Benjamín Iragorri Díaz, tratadista del derecho, contrabajista y compositor. Añora esos años vividos en la capital caucana a la cual lleva en su corazón de la misma manera que su gente culta se acuerda, con tanta cercanía, como si hubiera sido ayer que se marchó. Siempre lo reciben con alegría y lo tratan como a hijo propio. El maestro Jaime Llano González lo escucha con sumo cuidado, mientras -estoy casi seguro- recorre con su pensamiento la geografía musical del Cauca y se acuerda de obras que él interpretó con cariño como “El regreso”, bambuco del cajibiano Efraín Orozco, otro de los músicos gigantes nacionales.

Aprovecho ese momento para obsequiarle al doctor Otto un paquete de carantanta, un delicioso producto , como una corteza delicada, que se produce en las pailas donde se prepara el maíz añejo para las empanadas de pipián. Él le comparte al maestro Jaime y ambos se deleitan de tan delicioso producto. Nuevos recuerdos vienen a la mente del doctor Otto: las bellas mujeres payanesas, su distinción, su finura, su garbo. Algo que va de generación en generación, de lo cual podemos dar cuenta nosotros que vivimos en esa ciudad por cerca de 25 años continuos. Aprovecho esos momentos para mirar las manos trabajadoras de estos dos monstruos de la creación: el doctor Otto con sus manos grandes y regordetas, perfectamente cuidadas y las del maestro Jaime, unas manos esforzadas. Huesudas, de dedos largos, que han recorridos por los teclados miles de kilómetros a velocidades considerables. Manos suaves. No en vano es conocido como “el organista de las manos de seda”.

El maestro Llano González nos cuenta lo difícil que fue introducir el órgano electrónico en la sociedad colombiana, porque se trataba de una verdadera innovación, que se reñía con muchos gustos de oídos acostumbrados a otros instrumentos. Él nos refiere que la mayor oposición la tuvo de parte de los prelados de Iglesia católica quienes no podían concebir que en el órgano se tocara música folclórica colombiana, ni dentro del templo ni en reuniones relacionadas con ritos como el matrimonio. Agrega el maestro Jaime, que en una oportunidad, ya desesperado porque le estaban bloqueando su trabajo, llevó a su hijo de tierna edad hasta donde un jerarca religioso a quién le hizo el fuerte reclamo de que con su arbitraria prohibición le estaban impidiendo llevar el alimento a su hogar.

Los religiosos accedieron a regañadientes, pero años más tarde volvieron a manifestar sus pretensiones, hecho que no dejó de molestarle al maestro Jaime, pero la batalla estaba ganada porque el público colombiano no sólo ya conocía suficientemente su música, sino que la reclamaba en la radio y la requería para presentaciones sociales, donde el bambuco y el pasillo se vestían de gala, en las interpretaciones virtuosas de maestro Jaime Llano González, quien desde muy joven se consagró al estudio del órgano y a utilizar todas sus posibilidades cromáticas en aras de darle un nuevo ropaje a la música colombiana, tanto del interior, como de las costas y los llanos orientales.

El doctor Otto Morales Benítez le pregunta al maestro Jaime Llano González, adonde acudir para poder grabar un repertorio mío en buenas condiciones, pregunta a la cual responde sin pensarlo dos veces: “adonde Manuel Drézner”. Nos comenta el maestro Jaime que allí ha grabado la mayor parte de sus 62 discos de larga duración, después de que lo hiciera en Sonolux, empresa que posteriormente adquirió Carlos Ardilla Lülle y que fue liquidada y agrega que, a lo mucho, sí se conservan los archivos. De paso nos refiere que el doctor Manuel Drézner, además de ser un eminente musicólogo y comentarista cultural, dispone de unos magníficos estudios de grabación, sin duda los mejores del país, a pesar de tener la tecnología de otros años.

En su opinión, eso permite hacer los más perfectos registros, precisamente los que no se logran con los aparatos ultramodernos que ahora colman los estudios de grabación comerciales. Aprovecho el momento para terciar en la conversación y preguntarle al maestro Llano González si ha grabado últimamente y me contesta que no, que la música colombiana está prácticamente desterrada por culpa de los medios, que no la difunden ni la fomentan. Sin duda que la irrupción de la televisión y su paulatino predominio sobre la radio desterró a la música colombiana, la cual sólo se trasmite en contadas emisoras, en espacios pequeños y en horarios de la madrugada, cuando la mayor parte de los potenciales oyentes duerme. Nuestra niñez y juventud nunca han oído esas joyas de la música nacional y por lo tanto desconocen esa riqueza de la misma manera que ni saben ni les interesa saber que Colombia tiene uranio en algunas de sus regiones y eso también constituye riqueza energética y estratégica nada despreciable. Con la ventaja de que la música vernácula da identidad nacional tan importante en este época de la globalización capitalista donde los dueños de poder mundial quieren ponernos bajo el mismo rasero, toda vez que a nosotros no nos ven como ciudadanos del mundo, sino simples consumidores de chatarra para ponernos o para comer.

De paso aprovecho la oportunidad para decirle al maestro Llano González que yo tuve la suerte de recibir en donación de manos de Darío Garzón (integrante del famoso dueto de “Garzón y Collazos”) unos discos que llevé a Moscú y divulgué en el medio universitario. Una de las usuarias y admiradoras de la música de don Jaime -y de la colombiana, en general- fue precisamente la maestra Irina Smirnova, quien interpreta hasta ahora en el piano varias piezas del maestro Jaime con una propiedad y virtuosismo admirables. También le dije a maestro Jaime, que en Túquerres, mi ciudad natal, lo admiran y lo quieren porque él fue quien sacó adelante a nuestro dueto “Arteaga y Rosero”, quienes con el distinguido acompañamiento del maestro en su órgano, llegaron a ser famosos nacionalmente. Muestra irrefutable de que el maestro Jaime Llano González, siempre ha ayudado con toda decisión a otros músicos, especialmente de la provincia, como también es el caso del excelso guitarrista tolimense Gentil Montaña, recientemente fallecido.

Hablando de la provincia, justo es decir que siendo el doctor Otto Morales Benítez, oriundo de Riosucio -la patria del Diablo del Carnaval- y el maestro Jaime Llano González, nacido en Titiribí -la tierra de los más famosos caballos de paso- hay que recalcar que ambos personajes destacados, nacieron en la provincia y que con su tesón la enaltecieron en Bogotá, con tus creaciones y ejecutorias. Pero esa circunstancia ha servido para que ellos siempre apoyen a la gente de todos lo rincones de Colombia donde, sin duda, hay talento insospechable para el arte y la ciencia, para los deportes y para todas las empresas humanas. Desafortunadamente la provincia colombiana continúa olvidada, su educación es precaria o no existe y muchos lugares no disponen ni siquiera de vías de comunicación. Es un común decir que “el peor de los colegios de Bogotá, está por encima del colegio de cualquier capital de departamento”. De pronto es una exageración, pero en buena parte da cuenta del retraso en que se encuentra la periferia colombiana, donde faltan escuelas, lo mismo que calidad educativa, faltan y los profesores casi nunca vuelven a estudiar después de ser licenciados.

No podía yo dejar de preguntarle al maestro Jaime Llano González por los conjuntos musicales que organizó y especialmente por la orquesta que llevaba su nombre, la misma que dirigió por varios años en el radioteatro de RCN de Bogotá, divulgando la música colombiana y acompañando a varios artistas nacionales e internacionales. En dichos conjuntos tocaban artistas de la talla de pianistas como Oriol Rangel, Felipe Henao y otros, quienes además de ser intérpretes preclaro de su instrumento, eran magníficos compositores. No podía yo dejar de preguntarle por su maraquero, el famoso Paquito Nieto, de quien me cuenta que ha muerto hace varios años. De él tiene un recuerdo grato, no sólo como músico sino como persona que estuvo muy cerca su casa, ayudándole en múltiples menesteres. No era un músico de formación académica, pero cuenta el maestro Llano González que desde que lo conoció, Paquito siempre mostró extraordinarias dotes musicales y con unas cuantas indicaciones el músico de las maracas quedó hecho.

El caso es que Paquito Nieto se convirtió en el mejor maraquero de Colombia, por su magnífico toque de las maracas y por el entusiasmo con que lo hacía: el se ponía de cuchillas en ciertos momentos de acompañar las melodías, hacía gestos alegres con su cara, en una palabra, se destaca y llamaba la atención más que ninguno de los músicos. Era tanta la fama que el maestro Jaime cuenta que en una oportunidad un conocido le preguntó en la carrera séptima de Bogotá: “Hola maestro: ¿tú estás tocando en la orquesta de Paquito Nieto? Humor del bueno, pero que referida la anécdota por el mismo maestro Llano González produce una especial fruición por la suavidad de las palabras y la entonación con que lo hace. Allí uno entiende cómo se expresan de bien las personas cultivadas y que diariamente se dedican a hacer amable la vida de todas las personas que los rodean o se relacionan con ellos.

La conversación se vuelve ahora hacia Antioquia, la tierra del maestro Jaime y también provincia grata del doctor Otto, donde él cursó sus estudios universitarios de abogado. Ambos refieren a Medellín con inmenso cariño y festejan su renacer después de que tuviera años aciagos de violencia ciega. Varios nombres de músicos pasan por su mente como fue el del distinguido compositor Jaime R. Echavarría, autor de tan hermosas canciones, también fallecido hace un par de años. Comenta el maestro Jaime que su amor por Antioquia es tal, que sus tres hijos nacieron en Medellín, porque premeditadamente allá tenían que nacer, aunque fueron concebidos en Bogotá. Nos refiere el maestro que uno de sus hijos pequeños era supremamente inquieto, tanto que a veces tenía que suspender la grabación en curso, porque por allí se atravesaba en niño embebido en sus juegos. Complacido cuenta el maestro Jaime que ahora es feliz de compartir con sus seis nietecitos quienes le alegran la vida en su residencia habitual de Bogotá.

Recorriendo a vuelo de pájaro la geografía nacional, no podía faltar en la conversación hablar de Riosucio, de su famoso Carnaval del Diablo, de su arquitectura, de su gente importante y de la posibilidad de poder ir la próxima edición de ese evento, de estrenar mi canción “Al Carnaval de Riosucio” en ritmo sureño de carnavalito. El doctor Otto Morales Benítez ama entrañablemente su tierra y es por eso que la enaltece en sus escritos, que hace conocer sus valores materiales y espirituales. Pero también hace todo lo que puede porque su cultura no decaiga. Diciente muestra de esa preocupación es la solicitud atenta que le hizo al presidente de entonces, Belisario Betancur, de que le ayudara a conseguir unos fondos para reparar el órgano de Riosucio, para que el pueblo pudiera disfrutar por muchos años de la exquisitez de ese instrumento.

Pero claro, no para que en el suene no sólo música religiosa, sino la colombiana que tanto necesita ser tocada y divulgada para que no desaparezca y para que surjan nuevas creaciones concebidas por los compositores jóvenes. Así lo sienten y manifiestas el doctor Otto y el maestro Jaime en cada una de sus intervenciones relacionadas con el papel del arte en la formación de las nuevas generaciones y, en general, de la educación estética del pueblo. En particular el maestro Jaime Llano González sostiene él ve la infinita bondad que encierra la gente que se acerca a la música, que la interpreta y cultiva. En esto coincide con el pensamiento de algún pensador ruso quien sostenía que no se debe temer a la persona que toque algún instrumento musical porque su alma está llena de bondad. Por contrapartida se puede reforzar esta idea recordando las sabias palabras de Shakespeare quien sostenía que “La persona que no siente en sí la música es capaz de cualquier traición, intriga y depravación. Sus instintos son oscuros como el Averno y tan lobregosos como el Tártaro”.

Y tuvo suerte el doctor Otto en su proyecto de que querer ayudar a su Riosucio del alma. Plateado el problema el asunto al primer mandatario, él mismo puso cartas en el asunto y no se hizo esperar el dinero destinado a la preparación de ese instrumento de inapreciable valor musical y del que disponen contados municipios de Colombia, por lo costoso, voluminoso y por lo complicado que es tocarlo. De esto da fe el mismo maestro Jaime Llano González, por que según sus palabras: “hay que tocarlo con manos y pies” porque con el teclado se toca la melodía y con los pedales que hacen los bajos. Pero la dificultad de tocar órgano electrónico no sólo radica en eso: Nos dice el maestro de Titiribí que hay que tocarlo muy suave, al contrario de los que se hace con el piano que como martilleando las teclas. Pero además no se venden órganos electrónicos de esas características en Colombia, porque son supremamente caros y ninguna casa musical se arriesga a adquirirlos porque posiblemente nadie los compraría, saturados como estamos de todo tipo de teclados de precios más o menos accesibles.

Muchas más cosas se dijeron en el ameno encuentro de esos dos grandes de la cultura colombiana en donde yo no hice más que de notario, independientemente de que ellos me permitieron participar con mis preguntas y comentarios pertinentes. En honor a la verdad esta amena y útil reunión se dio por la feliz iniciativa del doctor Otto Morales Benítez y por la generosidad del maestro Jaime Llano González, quien tuvo a bien asistir a esa cita amistosa, en aras de ayudar a un fin encomiable como es el de poder divulgar unas obras musicales que buscan perpetuar el homenaje que este servidor quiere rendirle al doctor Otto Morales Benítez, al mismo maestro Jaime Llano González (y en su nombre, también a Titiribí), a Bogotá, a Riosucio, a Popayán y a Túquerres, mi querida tierra.

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