¿USTED HA VIAJADO EN “GUANDO” ÚLTIMAMENTE?

Por Eduardo Rosero Pantoja

“Yo no me he subido a un “guando” en toda mi vida, dijo el mejor poeta vivo del Cauca, el negro Evelio Cáceres, especializado en poemas dedicados al ajedrez, a los ajedrecistas, a la naturaleza y a la paz del futuro (con justicia y equidad). Dicho poeta anda siempre a pie y vende cachivaches por todos los barrios de Popayán y poblaciones aledañas. No es el primero que le dice “guandos” a todos los buses que parecen verdadero ataúdes, cámaras de tortura china, receptáculos malolientes que se usan para el trasporte público de Colombia, varios de los cuales pertenecen a empresas con nombres que nos sugieren verdaderos chulos, como son: cóndores, águilas, halcones, etc. El término “guando” es de origen kechua y tiene relación con el mito de un muerto que lo llevan en andas. (de la palabra kechua “guando”, que significa “camilla”, “andas”).

A los buses viejos, en varias ciudades de Colombia les llaman “perolas”, “cafeteras”, “reverberos”. Son desastrosos vehículos que sus dueños se rehúsan a sacarlos de circulación. Algunos están en servicio desde los años 60 y no hay poder humano que pueda contra sus propietarios, quienes tienen poder político en los diversos municipios, cuyos concejos están integrados por uno o varios empresarios del transporte público, quienes tienen en esas corporaciones poder de decisión sobre: parque automotor, rutas y precios de los pasajes. Lo corriente es que los buses nuevos empiecen a circular en Bogotá y, después de unos tres años, pasen a otros municipios de Cundinamarca y de allí se vayan vendiendo a transportadores de otros departamentos hasta terminar, decenios después, en el servicio veredal de Nariño o la Guajira. Para la lejana provincia siempre está destinado lo de tercera o cuarta categoría.

Lo primero que se siente al entrar a un bus es el olor nauseabundo de su salón. Normalmente los buses no se ventilan porque el ayudante cuida de que todas las ventanillas -cuando las tienen- estén completamente cerradas. Los jabones que utilizan para lavarlos -cuando lo hacen- son insoportables. El olor de un bus es la mezcla pútrida de vómito, orines con caca, sudor, sicote y respiración humana. Si eso no es hediondo, entonces es que tenemos -definitivamente- atrofiada la pituitaria. Hay que decir además que dicha mezcla se la pasan y repasan a usted a través del aire acondicionado, que si bien nos da frescor, viene adicionado de sustancias químicas que son nocivas para la salud. Pero permítanme una perla que habla bien de la inventiva y espíritu patriótico que acompaña a los choferes colombianos. Ellos tienen dentro de su bagaje recursivo una libra de café molido que los saca de apuros cuando el olor del vómito arrecia. Pues sacan su escondida libra de café y la echan encima del vómito fresco, con lo cual logran neutralizar el mal olor y así evitan que la gente se vomite en serie. Racionalización que vale la pena exportar a los países hermanos de subdesarrollo, como Ecuador y Venezuela.

Después de lo olfativo, viene lo visual. Si somos conscientes ¿cómo no nos va a producir sorpresa, rechazo o fastidio la sobrecarga de adornos lobos que tiene el chofer en su cabina, los muñecos de peluche, “vírgenes” “santos” y tantos colgandejos con que adorna su sitio de trabajo. Entrando al salón nos encontramos con el vidrio de la cabina que irremediablemente tiene un Cristo lacerado o una virgen llena de dolor. ¿Qué están anunciando los conductores? ¿Es el mensaje sutil de una futura tragedia’ Por la manera irresponsable como conducen varios de ellos, habría que decir sí, de frente.

Largo sería de enumerar las irresponsabilidades de choferes y propietarios, entre otras:
El pésimo estado de los buses, sin la revisión mecanotécnica correspondiente, a cada viaje. Se sabe que -por ley- les hacen una, cada tres meses, pero nadie se preocupa de saber cómo está el paquete de resortes, al cual nunca le corresponde siquiera una petrolizada al mes. Desde que los compran se están herrumbrando esas partes en contacto directo con la intemperie y así continúa su proceso de deterioro. Cualquier día se romperán todos de una vez, y el vehículo se queda sin gobierno. Así pasó con un bus en el que yo viajaba con unos extranjeros por el occidente de Colombia. De milagro no nos fuimos al abismo. Varias veces los choferes no llenan el tanque de combustible y se quedan varados a medio camino. Todo ocurre por querer economizar unos pocos pesos sometiendo a los pasajeros a incomodidades y eventuales peligros. La falta de combustible de un vehículo en marcha es sancionada por la ley, pero ésta no se aplica porque los policías de tránsito están casi siempre ausentes, posiblemente, ocupados en asuntos “más importantes” como el decomisar contrabando.

Los avisos de advertencia de los buses tienen carácter nacional y son de este jaéz:
“Si usted salió tarde hoy, la culpa no es del chofer”.
“No acose al chofer. Si lleva mucha prisa, mañana madrugue más”.
“No traiga machete, que aquí le damos”.
“No grite, no sea hijueputa”
“Señora: si su hijo es parecido al chofer, él tiene pasaje gratis”.
Pero alguna vez dimos con un aviso que, alegre y mentirosamente, nos alejaba el miedo: “Viaje tranquilo. Su vida está en nuestras manos” Escrito que es, ni más ni menos, que una burla, si se tiene en cuenta que la mayor parte de choferes contravienen las normas del tránsito y, cuántas veces, las de la convivencia. Hay, por cierto, conductores cultos, pero son la minoría, como el tolimense Melsíades, de grata recordación. Y aunque la mayoría son creyentes, hay que ser más creyentes que ellos para que nuestras vidas queden a salvo. No son pocos los sobresaltos que por su culpa nos llevamos en la vía, cada vez que estamos al filo de un abismo y vamos a toda velocidad o cuando, por su culpa, nos hemos chocado, así no haya sido el choque de mayor cuantía. Otras veces se han ido los frenos o se ha incendiado el motor, asunto atribuible a un corto circuito previsible o por un recalentamiento excesivo del motor.

Ni qué decir tiene que los choferes abusan de la velocidad, claro que no pocas veces aupados por los mismos pasajeros, quienes irresponsablemente los obligan a acelerar. Los choferes, sin falta, hablan por celular con sus patrones y, con todos sus conocidos, sin importarles nada distraerse y poner en inminente peligro la vida de los pasajeros. Los choferes hablan todo el tiempo con otros colegas y ayudantes que van en la cabina y hasta los miran fijamente a los ojos mientras conducen los carros a toda velocidad. Varios de ellos fuman dentro de la cabina y esparcen el fatídico olor por todo el “guando”. Hace poco, un chofer se dio el lujo de mirar el capitulo de la telenovela “La Pola” mientras conducía el bus repleto de pasajeros con destino a Cali. Nadie protesta por tamaña irresponsabilidad. Es más, hasta les parece normal y gracioso. ¡Qué barraquera! dijo algún pasajero a quien le hice caer en cuenta de la irregularidad. Esto ocurre justamente en un país donde la protesta -de cualquier tipo- está criminalizada. Puede más el temor sobre el valor y la dignidad humana.

De los mayores fastidios de los “guandos” es el del vómito. Quien lo creyera, pero el principal culpable es el chofer que no ventila suficientemente las salas de los buses, no conecta el aire acondicionado o accede que ese aire se desconecte por culpa a petición de un pasajero ignorante que así lo exige. Los médicos advierten que el vómito en los buses se da -más que por las vueltas del camino- por la falta de oxigenación del organismo, porque al faltar oxígeno en el cerebro, viene inmediatamente el vómito. Y es axioma de los sufrientes pasajeros: “vómito, llama a vómito”. Por culpa de ese pútrido olor, los pasajeros se vomitan en serie y ¡Ahí si fue Troya!. Decía el otro día una pasajera costeña: “¿Por qué no se posa un golero (gallinazo) en este bus vomitado y que tiene el aire acondicionado dañado?” Para los pasajeros que se quejan de que el aire acondicionado les produce mucho frío, las empresas de transporte deberían de tener un aviso que diga: “Este bus tiene aire acondicionado permanentemente. Por lo tanto se exige del pasajero vestirse adecuadamente con saco caliente, bufanda y gorro de lana”.

Pero los ministerios de transporte, educación, cultura y salud, no dicen nada a este respecto, a pesar de que tienen la obligación sagrada de educar al pueblo y evitarle contratiempos y enfermedades. Pero si dichos ministerios metieran cartas en el asunto del transporte de pasajeros, otra suerte nos cantaría: se podría educar al pueblo a través de las películas, de las canciones que diariamente se pasan en los miles de vehículos que recorren el país. Si dichas entidades hubieran estado despiertas se habría evitado -en buena parte- la vallenatización de Colombia, que empezó en la radio y se consolidó en los buses o “guandos” municipales e interdepartamentales. Tal vez ya sea difícil dar marcha atrás, pero nunca es tarde para empezar una campaña de culturización de la nación y de inculcar muchos valores positivos, algunos que ya existen y otros tantos que están por crearse. Todos ellos lejos del facilismo, el consumismo, la patanería y la ordinariez. Sólo con mejores ejemplos podremos educar al prototipo del colombiano decente, que reemplace, a nivel mundial, el del colombiano soez, vividor y con ínfulas de ser el más inteligente de la especie humana.

*****

Comentarios

Entradas populares