LAS BOLSAS PLÁSTICAS

Por: Eduardo Rosero Pantoja

Mi abuela se murió en 1973, tres años después de que se empezaran a utilizar las bolsas plásticas en el mundo desarrollado (“aquí nos llega todo tarde hasta la muerte”, Julio Flórez), pero, afortunadamente, no las conoció ni ayudó a contaminar por este concepto, menos a hacer publicidad gratis a los grandes supermercados y fábricas. Nos estamos refiriendo a esas bolsas de polietileno que se utilizan en el comercio para llevar y transportar productos y que supuestamente nos las dan “gratis” en diversos mercados. Claro que nos las cobran, por mano derecha, y caro. Además nos utilizan esas empresas como idiotas útiles para que les hagamos publicidad, esa sí, gratis. Cierto supermercado transnacional ya vende en varias ciudades de Colombia unas bolsas de mercar -supuestamente biodegradables- a siete mil pesos, pero nos pone a hacerle publicidad de balde. ¿Cómo le quedó el ojo con estos amantes de la naturaleza? ¿O del dinero?
De paso recuerdo que en Rusia empezaron hace mucho rato a usar bolsas plásticas en las tiendas, pero hasta ahora cobran 1, 2, 3, 4 y hasta cinco kópeks (céntimos de rublo) por las bolsas según el tamaño. Algo igual se hace en Irlanda, Hong Kong y otros países, donde han logrado reducir -con este método- hasta en un 90 % el uso del plástico. Se sabe que en algunos países hay leyes especiales para obligar a los minoristas a cobrar un impuesto gubernamental por el suministro de bolsas de plástico, cobro que va a dar a un fondo nacional del medio ambiente. Como para ponernos a imitar las cosas buenas de otros países, pero las iniciativas positivas no progresan en Colombia porque hay muchos intereses creados. Y cuando se trata de contaminar todos estamos preparados para hacerlo, desde siempre, y ahora peor con el cuento de que ya se va acabar el mundo en el próximo año y que “no nos pongan cortapisa en nada, que de nada va a servir”.
En todas partes escriben sobre la contaminación del medio ambiente que producen las bolsas de plástico y del tiempo largo que se requiere para que ellas se degraden. Pero todo lo que se escribe, en este sentido, es letra muerta. A los cinco minutos de leer un enjundioso artículo en contra del plástico, en el supermercado, en la tienda o en la plaza nos atiborran de bolsas de todo color y tamaño con si lloviera gratis polvo cósmico del cielo. En casa nos llenamos de esas bolsas y al final del día, buena parte de nuestra basura son esos plásticos infames que pululan por todas partes. No sólo amontonados en los basurales, sino que están tirados en las calles, parques, en las carreteras, en el mismo campo, contaminando la naturaleza y arruinando el paisaje. Recuerdo la horrible impresión que tuve en mi recorrido de Caracas a Los Teques -en el lejano 1978- cuando al lado y lado de la autopista los “cómodos” venezolanos habían arrojado miles y miles de bolsas y botellas de plástico y las seguían tirando desde sus lujosísimos automóviles. ¿A dónde habrán ido a parar con esa costumbre irresponsable en todos estos años?
Debe de ser abultada la legislación que de que dispone el Estado colombiano y la que aprobará sobre el medio ambiente para los próximos años, pero la perspectiva que se tiene es que la presencia de los plásticos aumentará en Colombia, independientemente de que a ese rubro -según se dice- sólo se dedica el 5% de la producción total del petróleo. Pero no se trata únicamente de las bolsas sino de botellas, vasos, molduras, tableros de automóvil, interiores de las neveras, teléfonos, televisores, partes de la vivienda y toda una serie de objetos que antes fueron de madera y otros materiales inocuos. Es la plastificación global del mundo con polietilenos poliestirenos, polipropilenos y poliuretanos no degradables (como la materia prima de algunos condones) la que nos amenaza y a la que miramos impasibles como si fuera el arco iris o algún otro fenómenos natural. A propósito de arco iris, hace poco comentaron algunos medios el hecho de que ciertos los lazos, balacas, manillas de “colorinches” que venden por allí en la calle, son elaborados en la China a partir de condones reciclados. Como para preocuparse no tanto del color, como de las condiciones de salubridad de los usuarios de esas prendas en el mundo. Todo por obra de esa globalización irrefrenable del plástico y, por supuesto, lo que va detrás de eso: el afán de lucro a cualquier coste. Seguimos siendo maquiavélicos sin haber leído a Maquiavelo: “el fin justifica los medios”. El capitalismo no tiene cura. Pero tiene curas.
Para terminar cómo no recordar el repudio de la gente de Pasto cuando durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) se enteró de que su administración ya había enviado, especialmente vía aérea, 250.000 bolsas de polipropileno -de color negro- como para recoger los cadáveres de todos los ciudadanos de esa urbe amenazada en ese momento con una supuesta erupción del volcán Galeras, su “protector”, su ícono. Menos mal que el humor pastuso no se hizo esperar y se inventaron la fábula de que su volcán ya había conseguido novia (Eva Cuarán) -en el vecindario- y que por eso andaba muy distraído, lejos de cualquier explosión cataclísmica y aleve. Como para recordar que los plásticos nos acompañarán desde la concepción hasta el final de nuestros días: o sea desde los condones hasta las bolsas mortuorias.

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